viernes, 11 de mayo de 2018

Pero buscamos


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
No hay día en el que no salgan nuevas historias o se nos ofrezcan datos sobre engaños y teorías en las que escudriñar cómo los seres humanos somos capaces de usar el lenguaje para manipular a otros.  Parece que la mentira acabase de llegar al mundo y nos hubiera pillado en la ducha. Nada menos cierto. Pero es un interesante indicador de los niveles de credulidad a los que llegamos.
En su "Dialéctica erística o el arte de tener razón, expuesta en treinta y ocho estratagemas", Arthur Schopenhauer le daba un repaso a la lógica aristotélica y hacía una distinción muy pertinente en nuestro mundo: una cosa es llegar a la verdad y otra tener razón. La mayoría de la gente, observaba, prefiere tener razón. Algunos saben que no la tienen pero luchan porque se la den, porque es ahí donde se consigue el poder, que suele ser el camino que se quiere recorrer.
La diferencia entre la verdad y "tener razón" es muy grande en la teoría y muy corta en la práctica, ya que yo puede ser consciente de la verdad de algo y los demás no darme la razón. Por el contrario puedo decir mentiras y que los demás las crean y me den la razón. La lógica es solitaria, un mecanismo para nuestro pensamiento, mientras que de lo social, por decirlo así, se ocupa la dialéctica.
Hay muchos sabios silenciosos. De hecho, la filosofía antigua, en diferentes culturas, valora mucho el silencio y poco o nada al dicharachero. La cuestión central está en si se considera que el conocimiento (o la sabiduría) es expresable y comunicable, ya que se suele recelar de la palabra misma (como portadora de la idea) o de la compresión por parte del otro. Visto lo cual, muchos optan por ser callados u oscuros, como Heráclito, apodado de esa manera. Hay muchos sabios callados y oscuros; otros apuestan por la claridad de la idea y creen que es posible llegar a ella y comunicarla, pero las dificultades son muchas. Verdad y palabra parecen reñidas en cuanto a que la segunda acoja a la primera, por lo que muchos sabios filósofos se decantan por la analogía, la metáfora o la parábola. No basta con la verdad si no somos capaces de convencer a los demás de ella, es decir, tener razón.


El que tiene una concepción interior de la verdad, se conforma con buscar en su interior y no aspira a que los otros lleguen a coincidir, ya que la experiencia vital es esencial para crear las condiciones de acceso. Por el contrario, los que creen poder transmitir y por ello convencer a los demás de que tienen razón, se esfuerzan en afinar las herramientas adecuadas para hacerlo. Y ahí es donde entra la dialéctica.
Escribió Arthur Schopenhauer en los inicios de su obra citada, dando forma a  los conceptos:

Para definir concisamente qué es la dialéctica habrá de considerársela despreocupándose definitivamente de la verdad objetiva (que es asunto de la lógica), como el arte de tener razón, lo que ha de ser tanto más fácil cuando efectivamente se lleve razón en el asunto del que se trata. La dialéctica como tal debe enseñar únicamente cómo podemos defendernos contra ataques de cualquier tipo, especialmente contra los desleales y, evidentemente, cómo podemos atacar lo que el otro expone sin contradecirnos y, lo más importante, sin que seamos refutados. Hay que distinguir claramente la búsqueda de la verdad objetiva del arte de hacer que lo que se ha enunciado pase por verdadero; aquélla es asunto de una [disciplina] bien distinta, es la obra de la capacidad de juzgar, del discurrir, de la experiencia, y para ella no existe artificio alguno; la segunda es el objeto de la dialéctica. Se la ha definido como la lógica de la apariencia: falso; pues de ser así, se utilizaría para defender sólo enunciados falsos; pero incluso cuando alguien tiene la razón de su parte necesita la dialéctica para defenderla; además deben conocerse los golpes desleales para poder encajarlos y, a veces, cuando sea necesario, utilizarlos también para agredir al oponente con las mismas armas. Por eso, en la dialéctica hay que dejar a un lado la verdad objetiva, o considerarla como algo accidental; y, simplemente, no ocuparse más que de cómo defender las afirmaciones propias y cómo invalidar las del otro. En lo que a estas reglas se refiere, es permisible no tener en cuenta la verdad objetiva porque en la mayoría de los casos se desconoce su paradero. Con frecuencia, uno mismo no sabe si tiene razón o no, a veces cree tenerla y se equivoca, otras lo creen ambas partes, puesto que veritas est in puteo [La verdad está en lo profundo], Demócrito. Cuando comienza la discusión, por regla general, cada una de las partes está convencida de tener la razón de su lado; durante su transcurso ambas llegarán a dudarlo; el final debe ser, evidentemente, cuando se estipule, cuando se demuestre la verdad. En lo que a ésta respecta, ahí ya no se mezcla la dialéctica, pues su función es idéntica a la del maestro de esgrima, que no repara en quien tenga efectivamente la razón en la riña que condujo al duelo. Atacar y parar es lo único que cuenta, como en la dialéctica, que es una esgrima intelectual. Sólo así entendida puede establecerse como una disciplina con entidad propia, ya que si nuestro propósito fuese la búsqueda de la verdad, tendríamos que remitirnos a la simple lógica; y, en cambio, si nuestro objeto es mostrar la validez de proposiciones falsas, no tendremos más que pura y simple sofistica. En ambas se daría por supuesto que ya sabríamos que fuera objetivamente lo falso o lo verdadero, algo que raramente se sabe de antemano. La verdadera definición de dialéctica es, por consiguiente, la que hemos formulado: esgrima intelectual para tener razón en las discusiones.


A lo señalado por Schopenhauer, que todavía consideraba la lógica un arma poderosa para llegar a la verdad, hay que señalar lo esquivo hoy del concepto mismo de verdad. Más allá: la misma lógica se ha visto sometida a diferentes puyazos con la finalidad de rebajarle las pretensiones clásicas y poder operar en el mundo moderno. Me refiero a cuestiones como las que llevaron a los planteamientos de "lógicas difusas" o  "fuzzy", "pensamiento blando", etc. como resultado del debilitamiento del concepto de "verdad".
Por ello, "tener razón" pasa a ser esencial en un mundo en el que los medios nos rodean y hablan sin cesar. Puede que la verdad nos haga libres, pero tener razón nos hace poderosos porque no es algo que emane de nosotros, sino el lo que otros conceden: tienes razón, nos dicen. Por ello, tener razón es lograr la aquiescencia, de los otros. Conseguir que te den la razón significa que los otros te creen.
La expresión española "dar la razón como a los locos" es interesante porque presupone que dar la razón es compartir una verdad que se hace común y se amplía reforzándose en el acuerdo. Significa que nuestra esgrima intelectual ha sido eficaz en la defensa y que los otros se han rendido ante nuestras estocadas, que hemos sorteado con éxito las 38 posibles estratagemas que Schopenhauer había contado como posibles obstáculos frente a nosotros.
Con un mentiroso patológico, con un engrasador de palabras en la Casa Blanca, el concepto de "verdad" ha resurgido como preocupación popular y mediática. De repente —nunca se lo agradeceremos lo suficiente a Trump— la gente ha comenzado a preocuparse por la "verdad" aunque sea por vía negativa, por las "Fake News". Los medios que quieren ser respetables (y vender) ponen por delante la necesidad de ser rigurosos con la información y mandan las noticias al laboratorio de los "Fact Checkers", en donde son sometidas a verificaciones e interrogatorios de tercer grado hasta que se demuestra si son verdades, mentiras o medias verdades. Hemos pasado a descubrir que las palabras no son tan claras como pensábamos y que ajustarse al diccionario no soluciona mucho, que hasta los rigurosos jueces no lo son tanto cuando crean "categorías" para definir la separación entre una "violación" y un "abuso sexual": los astrónomos nos enseñaron que lo que antes era un "planeta", dejó de ser porque un grupo de ellos se reunieron y así lo decidieron; etc. etc.


En su "Adiós a la verdad", Gianni Vattimo, uno de los creadores de lo que se llamó el "pensamiento débil", describió el daño que la habían hecho a la idea de "verdad" George Bush y Tony Blair con la cuestión de Irak. La gente había descubierto de golpe que se podían enseñar todo tipo de documentos y testimonios sobre algo que no existía, las "armas de destrucción masiva", que se podían bombardear incluso aunque no tuvieran existencia. Descubrieron que tener razón es la forma de que los otros acepten algo aunque sea mentira, como señalaba Schopenhauer.
Explicó Gianni Vattimo en su obra:

Este ejemplo muestra cómo hoy se les permiten a los políticos y a la política muchas violaciones de la ética y, por lo tanto, también del deber de la verdad, sin que nadie se escandalice. De cualquier modo, también el eventual «buen» fin de las mentiras de Bush y Blair sobre Iraq debe hacernos reflexionar. Esta tolerancia, presente y aceptada desde siempre en la práctica política, pero considerada una excepción a la ética, que merecía ser estigmatizada (es la historia del maquiavelismo político moderno), hoy se acompaña del final de la idea misma de verdad en la filosofía, en las filosofías, es cierto que no en todas, pero sí en buena parte. Tal ocaso de la idea de verdad objetiva en la filosofía y en la epistemología aún no parece haber entrado en la mentalidad común, la cual todavía se halla muy ligada, como nos enseña el escándalo sobre los «mentirosos» Bush y Blair, a la idea de lo verdadero como descripción objetiva de los hechos. Quizás ocurre un poco como con el heliocentrismo: todos seguimos diciendo que el sol «se pone» aunque es la Tierra la que se mueve; o, mejor aún, como decía Friedrich Nietzsche: Dios ha muerto, pero la noticia aún no ha llegado a todos; y, según Martin Heidegger, es el final de la metafísica pero no se la puede «superar», quizá solo «verwinden».


Parece que no se ha aprendido mucho por lo que actualmente tenemos en el mundo, una invasión de falsas noticias que requieren que cada día nos tengamos que poner la dialéctica discutidora para tratar de frenar el avance de la "mentira".
Desde el punto de vista de personas como Vattimo, la idea misma de "verdad" es problemática, al menos en sus versiones más clásica y empíricas. Hay afirmaciones que se puede verificar, como hacen los "fact checkers". Pero no todo es tan sencillo llevado a muchas afirmaciones o límites. Por eso la apelación a la ética no es irrelevante. Una cosa es el error y otra la mentira, el que voluntariamente trata de engañarnos y tener razón, es decir, conseguir nuestro apoyo para algo falso, como hicieron Bush y Blair y Vattimo señala.
El lenguaje es humano y le pedimos precisión nanométrica. No la tiene por más que vayamos con el diccionario en la mano. La precisión de la lengua no asegura la "verdad" o al menos lo que la gente cree que es. Los científicos, los filósofos y, por supuestos, los poetas luchan por dar precisión a sus lenguajes cada uno a su manera. Todos saben lo problemático del lenguajes, sus grietas, que unas veces muestran debilidad y otras creatividad.
Lo preocupante son, pues, los que quieren tener razón y para ello buscan el compromiso extremo con esas ideas llamadas "verdades" por las que la gente ha matado o se ha dejado matar durante milenios y lo que nos queda. Lo preocupante es, pues, el fanatismo, que consiste en la creencia en una verdad inmutable (que creen inmutable), universal (que creen universal) e intemporal (que creen intemporal) y —lo peor— quieren tener razón (imponerla a los demás) con la fuerza.
El mundo mediático es el mundo de la comunicación, el escenario de la esgrima intelectual. A diferencia de la época de Schopenhauer, hoy disponemos de muchas más herramientas para "poder tener razón". El repertorio de la seducción informativa se ha ampliado mucho más allá y, sobre todo, es una guerra muy desigual. Los crédulos son cada vez más crédulos y los mentirosos están cada vez mejor preparados. Los diarios de estos días —de hoy mismo— nos traen noticias diversas sobre cómo se abusa de nuestra credulidad. ¿No hay "verdad"? La cuestión admite muchos niveles de discusión porque no significa lo mismo en todos los campos, lo que está en la base de la propia discusión. La segunda mitad del siglo pasado comenzó a ser consciente de los "límites", un concepto clave para entender lo que podemos aceptar, probar, demostrar y por supuesto  conocer. Descubrimos los límites de nuestro conocimiento al salir del optimismo ilustrado, del racionalismo que nos había prometido conocimiento ilimitado, verdades garantizadas y universales. Hoy la razón está ligada al cuerpo, a las emociones, a la cultura, a lo histórico y lo cotidiano. Sus verdades son sus verdades. Y el resto es negociación, el arte de tener razón. Por eso la ética pasa a ser tan importante. Pero también la ética está en recesión, con lo que el mundo se nos ha llenado de mentirosos vocacionales con ansias de poder. ¡Engañados del mundo, uníos!
La búsqueda de la verdad siempre ha sido un camino solitario y poco gratificante al llegar a muy poquitos resultados definitivos, si es que hay alguno. Cuando el pensamiento es crítico, no se queda mucho tiempo en la misma verdad. Puede que no encontremos, pero buscamos, lo que nos debería hacer más modestos y comprensivos y también más críticos con los prepotentes y fanáticos. Así funcionan la ciencia, la filosofía, el arte... y así deberíamos sentirnos, librándonos de errores durante el viaje, y revisando periódicamente nuestras creencias para evitar las telarañas y el polvo.
La duda puede ser paralizante, angustiosa, sí. Lo importante es convertirla en motor y en alegría de buscar. Puede que no podamos transmitir muchas verdades, pero sí el amor por buscarla.



— SCHOPENHAUER, Arthur (2003). Dialéctica erística o el arte de tener razón, expuesta en treinta y ocho estratagemas (1864). Trad. L.F. Moreno Claros. Trotta.
— VATTIMO, Giovanni (2009). Adiós a la verdad. Trad. María Teresa d'Meza. Gedisa.




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