martes, 22 de mayo de 2018

La universidad frustrada


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El diario El País nos trasladaba ayer lo que discutíamos ese mismo en la comida, lo que muchos hemos hablado otras veces en cafés o conversaciones informales, lo que hemos escrito en distintos medios, la frustración universitaria ante la deriva social que nos lleva desde hace décadas hacia un sistema doble, un concepto burocrático de eficiencia con un sistema de premios y castigos, por un lado, y una idea de formación que no contempla a las personas en su integridad sino solo desde la necesidad del sistema de producción.
Ya no somos institución de referencia para la sociedad, el lugar en el que se forma el pensamiento para dar lo mejor, para alcanzar los valores de la solidaridad y la responsabilidad social, para comprender el valor de la crítica como camino constante, sino que nos hemos convertido en una institución que se dedica a "competir", a hacer sus campañas promocionales como si fuese una empresa de bollería, a someterse a una burocracia vigilante que la tiene en constante tensión, favoreciendo principios selectivos dudosos, etc.
La Universidad comentábamos en esa comida un profesor jubilado y yo, ha dejado de preocuparse por ser referencia moral de la sociedad para asumir todos sus vicios y carencias. Apenas hay voces institucionales que desde la Universidad muestren que nuestro espacio es algo más allá que un centro de formación para el empleo y se convierta en el lugar en el que se aprende a pensar de forma doble, en un saber que transforme el mundo a través de la transformación de las mentes. Son los que han tecnologizado la institución —su función y funcionamiento— los que la han dejado sin defensas frente a un mundo exterior que se basa en la idea de beneficio en un sentido personal e institucional. No han entendido que la Universidad se basa en un ejercicio de generosidad, en un acto solidario de transmisión del conocimiento y de transformación de quienes pasan por ellas. Hoy languidecemos ante la apatía de los que llegan y  la indiferencia maquinal de quienes reciben, más preocupados por sus propios e inestables futuros que por el de todos. Este fenómeno no es exclusivo de nuestro país, pero adquiere aquí unos tintes intensos por la bajada de las defensas frente a un mundo indiferente a sus valores cuyas manifestaciones más claras de desprecio las hemos estado viendo estos días en los diversos escándalos relacionados con la política y la universidad. Como dijimos en su momento, más allá del caso personal, está lo que revela de desprecio a los valores universitarios, la reducción a una línea curricular.
Con el titular "Emprendedores críticos en la universidad", el diario recoge lo dicho por los rectores de la red internacional Universia, y cuya consecuencia se nos da de inmediato: "600 rectores reunidos desde este lunes por esta plataforma en Salamanca insisten en la necesidad de preservar los viejos valores humanistas de la universidad frente a la empleabilidad inmediata."*
La idea de los "viejos valores humanistas" es una coletilla para definir algo que no se sabe muy bien qué es. No creo que sea ese el camino, el de enfrentar lo viejo y lo nuevo. La universidad ha estado siempre abierta el debate y a los largo del siglo XIX ya tenemos debates sobre los problemas que se plantean. Esto ocurre porque era el centro de referencia intelectual, el lugar donde el pensamiento tenía espacio para desarrollarse. Ser universitario fue un privilegio durante mucho tiempo y por ello una responsabilidad. Hoy debería seguir siéndolo por más que se haya extendido como nunca antes. La extensión del conocimiento no tiene porqué traer una pérdida de los valores críticos y solidarios.
El artículo plantea el qué se debe enseñar:

“¿Qué conocimientos debemos dar a los alumnos?”, se preguntó en el encuentro Pam Fredman, presidenta de la Asociación Internacional de Universidades. En su opinión “la parte social y humanística del conocimiento se está perdiendo en la universidad y va a ser fundamental en el futuro para tener líderes fuertes”. Por ese motivo, Fredman es partidaria de combinar la formación online, “que es mera información”, con la presencial “para no perder las perspectivas éticas y humanísticas”.*


Ya el planteamiento de la cuestión revela que están confusas las ideas de lo viejo y lo nuevo. La llamada "formación online" no es una forma de apoyo a las tareas académicas, sino una sustitución de ellas con vistas a la ampliación del "negocio" educativo, forma en la que se percibe. Pero la educación presencial no significa que sea "humanística" o que tenga esos valores perdidos que ahora se reclaman.
La pérdida de los valores proviene de algo más complejo que es la transformación de las propias instituciones al hilo de una transformación de las propias instituciones que deberían amparar a las universidades y respetar su forma de trabajo. La pérdida proviene de muchas de las transformaciones políticas e institucionales que han reducido el papel de la universidad a esa mera formación laboral, a lo que se han referido como "empleabilidad". Esta idea es una perversión que se ha utilizado para justificar la reducción de las universidades al estatus de máquinas. Desde hace décadas contemplamos fenómenos reduccionistas mediante restricciones, valoraciones, recortes, etc. de las actividades universitarias. La mayor parte de ellas han quedado enterradas por el propio profesorado porque, como se suele decir, "no cuentan" para el currículum profesional, absolutamente dirigido por esta tipo de prácticas contables. Se acaba haciendo solo aquello que "puntúa". La reducción de la vida académica ha sido notable. Y ha tenido un efecto perverso: permitir el ascenso rápido de aquellas personas que aceptan estas fórmulas, por lo que ascienden y controlan la vida del resto, que se ve cada vez más reducida.
El efecto final es la domesticación de la universidad como institución (recuerden el "máster" famoso), la de su profesorado (que debe ser dócil si quiere promocionarse) y la conversión de las materias en golosinas a la carta para atraer a la "demanda". Se pierde así gran parte de la función de la universidad.
En el artículo se recogen posiciones críticas hacia todo esto, tanto en España como fuera de ella:
“La universidad se ha tecnologizado mucho. No podemos formar máquinas de producir sino de pensar”, se lamentó el rector Juan Carlos Henao de la Universidad de Externado (Colombia) en este simposio en la Universidad de Salamanca, que celebra sus 700 años. “Debemos de centrarnos en la educación para la incertidumbre, más que de la educación para la seguridad”.
En esta idea humanista profundizó el físico Pedro Miguel Echenique, exconsejero vasco de Educación: “Una universidad cuya misión sea solo la empleabilidad no está bien enfocada. Lo que no significa que no necesitemos especialistas. Entender es más importante que saber”. Echenique alabó los posgrados —“son fabricas de talento para la empresa, la política o la ciencia”—, pero criticó los “doctorados superespecializados porque no producen pensadores críticos”. Echenique alertó en otro sentido: “La universidad tiene que ser catalizadora de la innovación, pero no el taller barato de las empresas. El conocimiento es la clave de la nueva economía y cuanto más se usa, más hay”.*

Lo expresado en el párrafo define medianamente el problema en que nos movemos. La palabra "empleabilidad" aparece como uno de los males. Ayer mismo, tras la comida, debía explicar el sistema de nuestro doctorado a unos alumnos de posgrado. Una alumna me señaló que había perdido el interés por hacerlo cuando le habían dicho que hacerlo no suponía un "empleo" inmediato en la universidad. Mi respuesta fue el doctorado sirve para formar investigadores, que no es una especie de oposición. Lo que debía plantearse es si su vocación es la investigación o no. En caso de serlo, perseverar.


He tenido la experiencia contraria y gratificante de tener alumnos que durante los posgrados han manifestado haber descubierto el camino de la investigación. Son personas que disfrutan haciendo sus tesis porque lo esencial es que están cambiando sus formas de pensar para adecuarlas a la percepción de "problemas", a su organización adecuada para abordarlos, a la forma de argumentar para exponerlos, etc. Es decir han descubierto un campo que para ellos es esencial. Si son buenos investigadores, irán dando forma a su vida aquí o allí donde se valore. Han descubierto algo muy importante que nuestra educación ha abandonado: la alegría. No es una metáfora. La gran distinción de cualquier vocación, incluida la investigadora es esa capacidad de disfrutar aprendiendo que se extiende en la vida, más allá de las aulas, programas o cursos. Eso es lo que se debería extender socialmente.
En esa alegría —un importante valor humano—, en ese entusiasmo, es donde se centra el éxito de la educación, no en otros parámetros más egocéntricos. Los valores que conllevan son muchos: la cooperación, la solidaridad, la jerarquización de los problemas en función del interés social (y no por lo que financien), etc.
La frustración que se acumula en la universidad es la que provoca el propio sistema social y hace que se perciba esta como la puerta a los empleos, responsabilidad de los propios empresarios y de las políticas económicas de los países. La perversión del pensamiento ha hecho que muchos vean en la universidad el espacio en el que uno invierte tiempo y dinero para conseguir un empleo. La astucia de algunos responsabiliza de sus fracasos a las universidades diciendo que no piensan en el empleo, en lo que las empresas necesitan. Enorme falacia propia de una mentalidad egoísta.
Se recoge en el artículo:

Ángel Gurría, secretario general de la OCDE, relató el lado dramático de formarse y no encontrar un empleo acorde a la preparación: “Nuestro estudio sobre las competencias de los adultos es muy contundente. Muestra la frustración de las personas, lo que les lleva a un rechazo de las instituciones creadas en los últimos 100 años, incluso a un rechazo de la democracia. Y ello produce fenómenos como el Brexit, el resultado electoral de Estados Unidos, que Holanda haya tardado siete meses en tener Gobierno o Alemania cinco meses. O la fragmentación en el voto que se ha visto en España”.*

Sin embargo, esa responsabilidad del desarrollo es competencia de las políticas económicas nacionales que deberían hacer crecer a los países en un sentido más profundo del sentido habitual. Crecer no es enriquecerse, sino mejorar. Esa mejora implica las transformaciones de los sectores y la creación de otros nuevos que permitan aprovechar nuestras fuerzas y no darles una maleta y abrirles la puerta. Los países que se plantean ese tipo de mejora y no se estancan en los mismos sectores mantienen una mejora notable en su crecimiento y también en su salud social. No basta con ir a lo seguro; hay que ser creativos realmente, innovadores realmente.
El texto se cierra con grandes palabras:

El físico Echenique recurrió a palabras del catedrático Francisco Tomás y Valiente, que fue profesor en Salamanca, y que ahondan en la reflexión humanista: “Hay que proclamar con orgullo que esta es la institución en la que desde hace siglos, en alguna más de siete, se piensa sin condiciones ni límites. Se aprende a dudar metódicamente. Se investigan saberes aparentemente inútiles sin los cuales no habría ni ciencia, ni cultura, ni vida, en realidad, humana. Una institución que solo ha sido grande cuando en ella se ha pensado con, desde y sobre la libertad”.*

Son palabras grandes, pero que hay que llevar a la práctica y defender más allá de un acto público. Hoy todo vuelve a ser igual. Ahondar en ellas implica muchas veces quedar al margen del río que arrastra la vida universitaria, con lo que se pierde capacidad de hacer. Las actividades más gratificantes y eficaces para desarrollar esos valores quedan normalmente fuera del sistema de puntuaciones al que se ha reducido la vida académica. Lo que no "puntúa" no vale, y lo que no vale desaparece. Hay muchas cosas que se hacían y que hoy no se hacen por este motivo, no hay dónde ponerla en el currículum que te hace ascender.
La universidad debe replantarse lo que debe ser. Lo malo es que lo que "debe ser" le viene impuesto desde fuera por los sistemas de "reconocimiento" y "financiación". Cualquier decisión al margen queda sancionada en la trayectoria personal o institucional. Nunca la universidad ha sido menos libre. Difícilmente podrá superarse si los objetivos le vienen dados desde fuera, desde la maquinaria exterior.


Quedan las labores individuales de alumnos, profesores y autoridades que se sitúan en aquellas zonas en las que creen más que aquellas otras en las que se les impone moverse o actuar aunque no crean en ellas.
Todo los países —el nuestro de forma urgente— necesitan cabezas bien amuebladas, con ideas claras y sentimiento crítico, alejadas de tópicos. Esto proviene de eso que llamamos "ciencias sociales" y "humanidades". Es ahí donde está el depósito de ideas y recursos que nos servirán para enfrentarnos a los retos constantes del futuro. Necesitamos que esa mentalidad, la del investigador —abierto, razonador, plástico, entusiasta—, se traslade hacia la sociedad, tanto por arriba como por abajo, tanto dirigentes como ciudadanos. Desgraciadamente por arriba y abajo tenemos demasiados fraudes y cada vez más trivialidad e ignorancia.
La universidad, bien reorientada, es más necesaria que nunca. Sin ideas renovadoras, los países languidecen y se estancan. Sin valorar la cultura en su sentido más amplio, se embrutecen y trivializan, son más fáciles de manipular. No es un conflicto entre tradición y modernidad, sino entre valores.  El humanismo que se reclama por los rectores es el que pone a la persona en el centro y con ella, la sociedad. La persona no es el individuo solitario lanzado a un mundo voraz. Es la confluencia entre un yo autónomo, crítico, y los demás, a los que se encuentra ligado solidariamente para su mejora; es la confluencia entre el pasado, la historia, y el futuro, hacia el que lleva lo mejor de lo producido anteriormente, que le servirá para transformar positivamente su entorno. 
Lo que se enseña hoy no es esto. Habrá que ver si la frustración mostrada por los 600 rectores se traduce en acciones para mejorar sus instituciones o si se limitan a llorar periódicamente su frustración.

* "Emprendedores críticos en la universidad" El País 21/05/2018 https://politica.elpais.com/politica/2018/05/21/actualidad/1526927950_300983.html

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