viernes, 1 de diciembre de 2017

Locuras locales

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Las lecturas nos llevan de un punto a otro por poca curiosidad que tengamos que en seguir los hilos que se tienden entre los libros. Quizá estaba especialmente sensibilizado a dejarme llevar por los hilos de la curiosidad después de haber dedicado parte de la clase de la mañana a explicar algo tan embrollado como "Pierre Menard, autor del Quijote", el texto borgeano, a mis queridos y pacientes alumnos chinos de posgrado ávidos de intentar comprender por qué los occidentales tenemos que inventarnos autores que no existen que escriben textos que ya existían. No es una tarea sencilla, pero (creo) que acabamos comprendiendo que la cultura es un gigantesco entramado en el que nos movemos de un lugar a otro gracias a los textos, en su acepción más amplia. Son concreciones de nuestra forma de ver el mundo, elementos marcados a través de los cuales podemos conocer nuestras grandes líneas, los metarrelatos, que constituyen la arquitectura cultural. La constancia de ciertas ideas y visiones son precisamente las que las definen a través de historias y metáforas. Como mostró Vargas Llosa en El hablador (1987), los pueblos se sienten comunidad por compartir un sistema de relatos repetidos por ese narrador que recorre la selva. La unidad viene dada por el compartir los mitos y las leyendas que les explican el funcionamiento del mundo.

En estos tiempos de fusión, por un lado, y del violento nacionalismo identitario, la mejor vacuna contra la intransigencia (es decir, la estupidez) es el conocimiento mutuo, el adentrarnos en los "bosques de símbolos" ajenos y descifrar sus relatos. La profunda ignorancia tecnocrática que estamos viviendo en Occidente en donde, no contentos con olvidar la nuestra, obviamos por "rara" la de los demás, nos hace quedar cada vez más en una evidencia pasmosa. Muchos de los males que hoy padecemos se evitarían se nos adentráramos más en nuestra cultura (la auténtica, el legado olvidado) y avanzáramos para conocer las de los demás. Quizá suscitaríamos menos rechazo y se nos acusaría menos de prepotencia, también llamado eurocentrismo.
Ya durante el regreso a casa, mi ocasión de lectura, me encontraba leyendo el librito del periodista peruano Marco Aurelio Denigri, con el título "Normalidad y anormalidad & El asesino desorganizado" (2000). El centro de la primera parte trata precisamente de la dificultad de establecer los conceptos de "normalidad" y "anormalidad" cuando salimos de los márgenes de la cultura propia. Cada una tiene sus propios conceptos de qué pueda ser "normal". Denigri cita, entre otros, conceptos tan arraigados en cada cultura como es el caso del "pudor", algo totalmente adquirido a través de la transmisión cultural, es decir, aprendido. Sin embargo, es característico de cada cultura considerar "naturales" estas formas fruto del aprendizaje social.
En un momento, Denigri habla de la existencia de trastornos mentales específicos de determinadas culturas, para reforzar el peso del moldeado social sobre la persona. Escribe el periodista y divulgador científico:

Se cita una interesante observación hecha por un psiquiatra con mucha experiencia en la ciudad alemana de Weimar, la patria de Goethe y de Schiller y desde mucho tiempo atrás centro del teatro y de la ópera. Los enfermos mentales de esta ciudad, dice Biswanger, sentían la influencia de las tradiciones culturales de la comunidad, y por eso sus manifestaciones psicóticas tenían un aspecto teatral y dramático que las distinguían de psicosis semejantes que se producían en otras partes. Los enfermos, en efecto, parecían declamar sus síntomas.   
Lin Yutang menciona un fenómeno semejante en la página 316 de su libro Mi Patria y mi Pueblo. Dice que existe una perturbación típicamente china, a la que popularmente se le conoce como hsimi o manía operática. El paciente de esta singular manía, aparentemente, un individuo muy normal, siente el impulso irresistible de cantar largos pasajes de obras musicales chinas. Suele vérsele en la esquina de alguna calle de Pekín, con el cabello revuelto y presa de un inconfundible entusiasmo, cantando y actuando durante horas enteras, aunque en las restantes del día se comporte como cualquier sujeto común y corriente.   
Klineberg, en su tratado de psicología social, asegura que cuando estuvo en Pekín no vio casos exactamente iguales a los descritos por Lin Yutang, pero que en los hospitales observó a algunos enfermos que mostraban dicho comportamiento como parte de una perturbación más general.


¿Hasta ahí podemos llegar? Es indudable que la expresión de este tipo de estados mentales se produce desde los recursos disponibles en cada cultura. Nos expresamos culturalmente  "en la salud y en la enfermedad", nunca mejor dicho.
La anormalidad tiende a expresarse, pues, a través de las formas de la propia cultura. Los declamadores de Weimar no padecen un "virus" extraño que les hace ser más teatrales. Sencillamente hay una mayor influencia de ciertas actividades que pueden hacer que se exprese a través de ellas. La presencia de Schiller y Goethe es evidente en Weimar, ¿qué mejores modelos?


El caso contando por Lin Yutang sobre el "hsimi" o manía operística es equivalente a lo señalado sobre Weimar. La cultura es el comportamiento, no la enfermedad. En la magnífica película de Nikita Mikhalkov "Urga, el territorio del amor" (1991), que nos muestra la vida en las estepas mongolas, hay un personaje trastornado que no se baja nunca del caballo, con el que recorre incluso los pasillos de las plantas de los hoteles. Mientras que el personaje ruso manifiesta su melancolía con el alcohol y el canto, el jinete mongol lo hace sin bajarse del caballo en su negación del mundo que se está comiendo las estepas. Es como si los edificios no existieran para él, que los recorre a caballo. Cada uno, lo hace a su forma.
En otra de sus obras, La importancia de vivir (1982), Lin Yutang tiene un interesante párrafo sobre algunas "formas" de la locura locales:

Ha habido buen número de locos famosos en la historia china, todos ellos sumamente populares y queridos por sus chifladuras reales o fingidas. Entre ellos, por ejemplo, está el famoso pintor de la dinastía Sung, Mi Fei, llamado "Mi Tien" ("Mi el Chiflado"), que obtuvo este título porque una vez apareció con túnica de ceremonias para venerar un trozo de mellada roca a la «que llamaba su "suegro". Tanto Mi Fei como el famoso pintor yüan, Ni Yünlín, tenían una débil forma de polvo-fobia, o de extremada limpieza. Hubo también el famoso poeta monje Hanshan, que ambulaba con los cabellos despeinados y descalzo, haciendo menesteres de cocina en distintos monasterios, comiendo las sobras, y grabando poesías inmortales en las paredes del templo o de la cocina. El más grande monje loco que ha atraído la imaginación del pueblo chino es indudablemente Chi Tien ("Chi el Chiflado"), o Chi Kung ("Maestro Chi"), que es el héroe de una novela popular que se va alargando siempre con añadidos hasta que tiene ya el triple del tamaño de Don Quijote, y aun parece no terminar. Porque Chi vive en un mundo de magia, medicina, bribonería y ebriedad, y posee el don de aparecer el mismo día en ciudades diferentes, separadas varios centenares de kilómetros. El templo en su honor se levanta todavía hoy en Hupao cerca del Lago Occidental de Hangchow. En menor grado, los grandes genios románticos de los siglos XVI y XVII, aunque decididamente tan normales como nosotros, tendieron, por lo inconvencional de su aspecto y su conducta, a dar a la gente la impresión de que eran locos, como Hsü Wench'ang, Li Chowu y Chin Shengt'an (literalmente, "el Suspiro del Sabio", un nombre que se dio porque dijo que, al nacer él, se oyó un misterioso suspiro en el templo de Confucio que había en la aldea).


¿No es la locura de Don Quijote una locura expresada por sus "fantasías" caballerescas, pura cultura? En este sentido, es un ser no ya "cultural", como lo somos todos, sino "hipercultural", ya que es el sentido de la realidad, del aquí y del ahora, el que le ha abandonado para ascender al de la codificiación extrema. Su inmersión en los textos es tan intensa, como aquellos de los que nos hablaba Denigri que declamaban en Weimar o cantaban temas de las óperas chinas. Quizá podamos considerar estas formas como desbordamientos culturales, el paso del lector al héroe, como un salto no al vacío sino a la plenitud de lo cultural, una especie de absorción.
En español solemos decir "cada loco con su tema". Cada cultura tiene también esos "temas", las posibilidades de expresarse a través de ellos canalizandoel trastorno. Habría que precisar que esos temas son variables y culturalmente motivados. Quizá la globalización nos traiga la posibilidad de compartir locuras o, al menos, de conocernos mejor a través de ellas.
Así, acabado el día, lo que empezó con Borges y Pierre Menard acabó con más quijotes, más locos que manifiestan las diferencias de las culturas a través de sus expresiones más variadas, libros, declamaciones teatrales y cantos operísticos. La cultura está en nosotros y nosotros estamos en la cultura.






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