domingo, 17 de diciembre de 2017

Complicidad

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El artículo publicado ayer por Maureen Dowd, titulado "Bringing Down Our Monsters",  y dedicado a uno de los temas que han sacudido este año —el primer año Trump—a los  se cierra con esta línea:  "No wonder, given the state of Washington and Hollywood, Dictionary.com chose “complicit” as its word of the year."* La expresión viene de la afirmación de Salma Hayek de que Harvey Weinstein se había convertido en su "monstruo" particular.
En efecto, no es posible que lo que está saliendo a la luz no haya salido antes de no ser por una mezcla de complicidad y miedo retroalimentándose una con la otra. Las avalanchas de denuncias han cubierto principalmente tres campos: Hollywood, los medios de comunicación y la política. Son tres terrenos especialmente sensibles al escándalo por ser espacios expuestos a la luz y necesitados de la aprobación directa del público, ya sea como audiencias (medios de comunicación y el cine) o como votantes (la política). Esta sensibilidad es la que hace que se hayan producido respuestas tan rápidas encadenándose los casos con respuestas inmediatas. El temor al efecto de arrastre ha hecho lo demás. Ni medios, ni productoras ni partidos se han querido arriesgar demasiado.


Muchos han cortado por lo sano. Quizá han pensado que era preferible darse el atracón de casos rápidamente antes que un goteo que les produzca un daño mayor. Un caso relativiza otro caso.
La complicidad es necesaria para mantener ese nivel de agresividad sexual, tal como ha sido descrito en los casos con nombres más relevante. Es la complicidad la que obliga al silencio de quienes se arriesgaban a quedar fuera de la profesión sin denunciaban a personajes poderosos, intocables. Cuando las primeras cabezas importantes comenzaron a caer en la Fox, se precipitó todo. ¡Era posible!
Escándalos como las acusaciones contra Bill Cosby por drogar y violar más de cincuenta mujeres o las sacadas a la luz tras su fallecimiento en el caso del presentador Jimmy Savile por abusos sexuales infantiles (incluso con acusaciones de necrofilia) durante más de cincuenta años, han estado en los medios en estos últimos tiempos creando un ambiente en la opinión pública, preparando el terreno para el choque con la realidad de personajes populares y muchos de ellos queridos.


¿Es el mundo de los medios, el cine y la política más proclive a los depredadores sexuales que otros? Probablemente no, aunque tengan un componente de volatilidad importante. Son medios en donde tu destino puede estar en unas pocas manos, en decisiones tomadas por personas que quedan armadas con un enorme poder.
El caso del mundo político tiene su propia especificidad, aunque también se hace cada vez más próximo al del espectáculo, como el propio Donald Trump —que también acumula sus denuncias por abusos— ha demostrado. El actual presidente no ha ocultado anteriormente que es el dinero el que da el poder y  que el poder  no es más que la capacidad de obtener lo que se desea (véase "Rosebud funciona" 2/02/2017).


La idea de Trump es la que está en esas mentalidades depredadoras: conseguir lo que se desea es un certificado de que se posee el poder, por lo que se necesita la comprobación constante, el ejercicio continuado. El depredador busca encontrar el miedo en los ojos de su presa; en eso está gran parte de su placer.
Lo que está ocurriendo es una revolución en un sentido: está trastocando los pseudo valores del poder. Ayer comentábamos aquí el caso contrario: la mujer egipcia, Somaya Tarek Ebeid, acosada en pleno centro comercial en Heliópolis. Su resistencia al hombre que la acosa hace que sea golpeada, una bofetada que queda registrada en las cámaras de seguridad. Somaya va a la Policía que la ignora; va a los medios que la acusan a ella y le roban el teléfono para tener acceso a sus fotografías personales; los jueces solo condenan al hombre por la bofetada, no por el acoso. Finalmente, el hombre la raja la cara por haberla denunciado. Ella intenta el suicidio con pastilla y lo retransmite en directo a través de Facebook. Somaya sigue siendo en víctima de cada una de las instituciones ante la que va a denunciar su ataque.
El efecto de las denuncias está sacudiendo los cimientos de la sociedad norteamericana precisamente en el momento de conservadurismo más retrógrado, con la llegada de Trump a la Casa Blanca. Desde el primer día se abrió un frente de lucha para que quedara claro que la política antifeminista que Trump apuntaba y practicaba no le iba a ser fácil de sostener. La llegada de un organizador de concursos de Mises no era lo más positivo para los Estados Unidos.


La visión del poder es masculina, prepolítica, no ideológica, carnal. Caen republicanos y demócratas, liberales y conservadores. Lo único que pueden hacer los partidos es reaccionar ante lo que les viene encima. La agresión sexual no es defendible bajo ninguno concepto y cualquier atisbo de hacerlo es caer bajo al marco de la "complicidad", la temida palabra declarada estrella del año.
Uno de los efectos de la agresión es que aunque pudiera prescribir, pasado el tiempo, no lo hace como denuncia, afectando como escándalo. La denuncia de casos pasados está sacudiendo carreas políticas y profesionales cuya caída es desde la cima de la profesiones. No todos tienen la suerte de Jimmy Savile, de irse a la tumba antes de que salga todo a la luz. Es lo que le valió terribles críticas a la BBC por haber tapado el escándalo continuado de un pervertido con gracia.
Derribar los monstruos, como reclama Maureen Dowd en su artículo, es descubrir que los monstruos son también molinos, que ha llegado el tiempo de la tolerancia cero con los abusos en todos los ámbitos. Ha llegado también el momento de replantear las formas de entender el poder y su control en unas sociedades con una mayor incorporación de las mujeres a los puestos de trabajo de responsabilidad.
Junto la violencia doméstica, muchas mujeres se enfrentan a la jungla laboral en la que les espera otro tipo de violencia a cargo de las personas que pueden decidir su futuro. La violencia sexual en cualquiera de sus variantes parece desafiar las normas sociales y los principios de la convivencia. La educación en valores es un camino, pero eso no evita que la transgresión de esos valores se convierta en una forma de mostrar la impunidad del poderoso. Por eso la "complicidad" es un factor tan importante ya que asegura un círculo protector, un círculo que le vuelve invisible para sus desmanes. La denuncia constante es la única forma de enseñar al poderoso que puede perder todo, que la impunidad no existe.
Hay que acabar con esos monstruos. Pero también es necesario ir a la raíz, evitar que crezcan en sociedades precarias, donde el miedo a denunciar por perder lo que se tiene es un hecho. La solidaridad de las denuncias es fundamental para crear los factores disuasorios necesarios. Sin cómplices no les será tan fácil.




* Maureen Dowd "Bringing Down Our Monsters" The New York Times 16/12/2017 https://www.nytimes.com/2017/12/16/opinion/sunday/sexual-harassment-salma-hayek.html




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.