sábado, 4 de noviembre de 2017

Las maneras importan

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Nunca me ha gustado la gente que va a gritar delante de las Audiencia Nacional, juzgados, comisarías, aeropuertos, sedes, etc. Por el mismo motivo, he estado siempre en contra de los "escraches" o como lo quieran llamar. Quizá sea por una natural repulsa hacia cualquier tipo de "chusma", a la que estos actos me recuerdan. Y eso vale para cualquiera.
No entiendo cómo los recintos destinados a recibir detenidos están diseñados para esta especie de juego del desahogo que supone una forma de trato que no me gusta, que nunca me ha gustado y que entiendo como una enorme falta de educación cívica y democrática.
Entiendo que existen otros lugares del planeta donde se hace lo mismo. Pero sigue sin gustarme. La gente piensa que entra dentro de la libertad de expresión, pero yo tampoco entiendo así la libertad de expresión, lo que es exclusivamente un problema mío. Dejé de ir a acontecimientos deportivos públicos porque no lograba abstraerme de esos gritos insultantes que algunos consideran inherentes al deporte espectáculo. No me gusta el insulto, ver caras desencajadas de odio encendido.
Mi visión puede parecer demasiado "exquisita", pero no lo puedo evitar. Creo que el trato jurídico y humano debe ser siempre respetuoso de las personas. Las formas son esenciales pero hay gente que cree que las cosas se cargan de razón cuando se sube el volumen y se vuelven agresivas en su expresión. He visto justificar estas cosas y practicarlas y no me parecen un progreso sino un retroceso intimidatorio hacia la violencia. Algunos llegan el zarandeo y convierten la palabra en insulto. Parece que si no se pasa de ahí se hace respetable, pero solo es un juicio callejero.
La gente que a altas horas de la noche está esperando a que llegue el avión de alguien para gritarle, insultarle o cualquier otra variante no me parece que tenga más o menos razón por hacerlo. Me parece fatal que se lo hagan a Isabel Coixet, como ya dijimos aquí,  como me parece fatal que se le haga a cualquier persona. Incluso  a aquellas con las que no estoy de acuerdo.


Leo en un artículo de opinión que el límite del respeto al delincuente está en la sangre. Es decir, uno puede ser compasivo con los demás, con su encierro, excepto cuando hay sangre, en cuyo caso es más difícil justificar la calma. Los insultos vistos estos días por parte de los familiares de las víctimas en la condena judicial de un conocido crimen, siguiendo la idea del autor, justificarían el derecho al insulto público.
Sigue sin gustarme. Puedo entender la pérdida de nervios de alguien, la tensión y el dolor acumulados. Pero ese espectáculo solo degrada al que lo hace. El condenado ya tiene lo suyo, lo que la justicia ha estimado conveniente. Nadie va a devolver la vida a las víctimas. Pero sí se pierde algo cuando uno se deja llevar por el odio, el deseo de venganza, etc. de esta forma. Ninguno de esos sentimientos son positivos o al menos yo soy incapaz de encontrar en ellos ningún aspecto positivo.
Pero en el caso de la política, la cuestión se agrava porque no solo no se arregla nada sino que se abren nuevos terrenos conflictivos. Lo publicado por el diario El País sobre comentarios de tres agentes de Policía no es de recibo. No tiene que ver con su función. Tampoco compensa los comentarios provocativos e insultos que muchos agentes han recibido en Cataluña por parte de independentistas cuando han estado allí. No compensa  los escraches contra ellos intentando sacarlos de los pueblos, negándoles el pan y la sal. Es más, por virtud de esa ley psicológica que es la ley del embudo, siempre se verá como afrenta ajena lo mismo que practicamos sin pudor y con descaro.
Desde el principio del proceso secesionista hemos señalado la necesidad de que la ley sea limpia para poder ser respetada. En un mundo de "falsas noticias" puede parecer que se relativiza el papel de lo que hagamos, de lo que es real. No debe importar porque lo hacemos conforme a un criterio de respeto y auto respeto, es decir, tanto por la ley como por nosotros mismos. Ganar es tan importante como la forma de ganar. Así es en todos los órdenes de la vida.


Escucho hace unos momentos a Albert Rivera y a otros miembros de Ciudadanos explicar a quienes han ido a escucharlos que les han "reventado" los enchufes para boicotear el acto. Es otro ejemplo de cómo se falta a las formas y a la convivencia.
No me gusta convertir la calle en picota, ni el insulto o la vejación publica como parte de los castigos. En eso ganó mucho la justicia; su función no es la exhibición pública de los condenados, mucho menos de los que no han llegado a ese estado o nunca lo harán. Me gustaría, por el contrario, que las personas llevadas a los juzgados escucharan aquello que los jueces, fiscales y abogados tengan que decirles. Con eso basta.
Son en gran medida los propios políticos los responsables de esto. Les ha gustado ir a los tribunales acompañados de cortejos y aplausos como forma de intimidación a los jueces y a la Justicia misma. Mal hecho. Ahora tocan gritos en vez de aplausos. Ni unos ni otros. 
No, no me gustan este tipo de prácticas a la puerta de los juzgados, en los aeropuertos, en las calles. No me gusta que se le chille a nadie, que se le restriegue una bandera —aunque sea la mía— por la cara. Durante años, la política secesionista ha jugado a eso en los colegios, universidades, instituciones, etc. Tiene sus teóricos y defensores. Allá ellos.


Esta forma agresiva y maleducada ha arrinconando a todos los que pensaban de otra forma instaurando una ciudadanía de primera categoría y otra de segunda, una visible y otra invisible, que tenía que esconderse.
Ahora hay que evitar que se produzcan hechos inútiles que solo traigan más problemas a la convivencia presente y futura. Se usa el agravio para encizañar más las cosas, para crear nuevos conflictos con los que mantener abiertas heridas. Del odio vive mucha gente.
Ningún argumento requiere del insulto; ninguna causa exige la vejación. Leyes y razones, argumentos. Sé que seguirán los espectáculos del desahogo y del aplauso en las entradas de los juzgados, de la Audiencia o de cualquier otro lugar. Los políticos catalanes las han padecido de forma intensa en 2011, cuando algunos de los que ahora se quejan rodearon el parlamento catalán e insultaron a los diputados autonómicos y autoridades del gobierno que intentaban entrar. Lo critiqué entonces y lo hago ahora. A otros, en cambio —antisistema— les pereció muy bien dentro y fuera de Cataluña. No han cambiado y no hay que imitarles.
La política y la ley tienen su sitio. Las calles, la violencia, la amenaza, etc. solo perturban la convivencia hasta llegar a hacerla imposible. Desde hace años, ciertos políticos juega a ser la voz de la calle y la calle a ser jueces y jurados, algunas veces verdugos. Esto es la consecuencia.
Las formas dicen mucho de quienes las emplean.



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