domingo, 17 de septiembre de 2017

Vivir entre conspiraciones

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La revista Mente & Cerebro de septiembre-octubre (número 86) nos trae una breve noticia sobre los resultados de un trabajo realizado por Damarin Graeupner y Alin Coman, de la Universidad de Princetwon, con el título "La exclusión social lleva a creer en las ideas conspirativas" (p. 7).
Hay dos fenómenos entre los que se establece conexión, el hecho de sentirse marginado socialmente y unas teorías conspirativas por las que se sienten atraídas las personas y que les sirven para explicar (presuponemos) su posición. Dicen los investigadores: "cuando a una persona que se considera marginada cree en las teorías de la conspiración, se la aparta todavía más de la sociedad. Pero el hecho de encontrar individuos que comparten ideas afines consolida sus convicciones. «Romper ese círculo vicioso sería la mejor opción para acabar con las teorías conspirativas», propone Coman. Ello sería posible, por ejemplo, si se reinsertara a estas personas en la vida social." (7)
Desconocemos la totalidad del estudio, pero los resultados son interesantes en un momento en el que la "teorías conspirativas" han llegado a un nivel de extensión realmente notable. La conclusión nos parece un tanto naif porque el concepto de "reinserción" contiene unas connotaciones que no son las que se pueden aplicar en casos en los que las propias teorías son utilizadas como forma de atracción hacia las comunidades en las que se refuerza esa actitud. El planteamiento del experimento y del estudio es: 1) existen personas marginadas socialmente; 2) se sienten atraídas por las teorías conspirativas; 3) y eso produce una marginalización mayor de esas personas. La "solución", por ello, está en romper lo que llaman un "círculo vicioso" y sacar a esas personas integrándolas en círculos más amplios.


En un principio, el planteamiento es correcto, ¿pero qué ocurre si la exclusión social no es un "problema" sino un "objetivo" para que el grupo de creyentes gane en fuerza? El estudio no considera que las "teorías conspirativas" tengan por finalidad sacar personas de un grupo y debilitar otro.
Hemos comentado varias veces el artículo-carta en The New York Times de un antiguo supremacista norteamericano con motivo de los disturbios de los neonazis y supremacistas en Charlottesville, un texto que nos parece relevante para comprender ciertos fenómenos relacionados.
En el texto se hablaba de cómo el autor había crecido en una comunidad supremacista. Lo que había escuchado en su casa, vecindarios, escuela, etc. le llevaban en un dirección única hasta formarlo como un miembro pleno de su grupo. Si hay algún tipo de teoría conspirativa que tiene fuerza (más allá de allá de los aliens y su conspiración gubernamental, de la que se alimentaba la serie Expediente X ) es la que afecta la supremacía blanca. En su conjunto, puede ser descrita (como cualquier otro grupo) como un grupo de teorías (enunciaciones) que son creídas para explicar la situación del momento como resultado de una historia manipulada.


Como en la representación del paradigma kuhniano, existen unas teorías normales (centrales) y otras periféricas. Estas últimas disputan la "autoridad", es decir, la "verdad" a las teorías y enunciados normales (aceptados socialmente). En la Ciencia, que es donde Thomas S. Kuhn lo aplicó para mostrar su evolución, los mecanismos de lucha se centran en la capacidad de dar mejores explicaciones y aportar demostraciones de lo erróneo de la teoría central, que domina el paradigma cultural, por parte de las teorías que aspiran a ser centrales. Más allá del campo de la Ciencia, la competencia entre teorías centrales y explicaciones alternativas se dan en muchos otros. Solo que, a diferencia de los mecanismos de demostración científica (experimento, predicción, etc.) en el campo social se trabaja con mecanismos mucho más complejos. La Ciencia moderna tuvo que romper el viejo paradigma de explicación teocrática última aportando pruebas de su eficacia. Las teorías no solo resisten por su mismas, sino que están ensambladas en sistemas de creencias muchos más complejos que eluden ciertos tipos de pruebas mediante argumentos de autoridad. Es lo que le permite a los creacionistas cristianos o islámicos negar la "evolución", es lo que le permite a Erdogan, por ejemplo, marginar las teorías de Darwin o la genética de las escuelas básicas borrándolos de los libros de texto.
El ejemplo del supremacista norteamericano, contado por el mismo, mostraba que la salida, efectivamente, es la integración. Había modificado sus puntos de vista tras discusiones intensas con sus compañeros al llegar a la universidad. En vez de marginarle en su nuevo espacio, el círculo vicioso del que hablan los investigadores, lo que hicieron fue someterlo a una batería de cuestionamientos hasta que agotara sus respuestas. Sus teorías alternativas conspirativas sobre la destrucción de los Estados Unidos a manos de gente de color (afroamericanos, asiáticos, latinos, et.) con  las que había crecido fueron cayendo una a una hasta percibir lo falso de todas ellas. Había salido del grupo conspirativo y se encontraba al otro lado.


¿Pero qué ocurre cuando no tratamos con personas individualmente, sino que nos enfrentamos a la situación inversa? ¿Qué ocurre cuando la mayoría cree en las teorías extravagantes? ¿Qué ocurre cuando millones de personas creen, por ejemplo, que China conspira para que Estados frene su producción esparciendo las teorías sobre el "cambio climático"? ¿Qué sucede cuando ocurren este tipo de situaciones?
Tampoco hay que recurrir a ejemplos de laboratorio porque son los procesos que vemos a través de las comunidades virtuales (a través de las redes sociales), que son un mecanismo de refuerzo del que no es fácil salir. El efecto que había tenido el traslado del pueblo pequeño a la comunidad universitaria del joven ex supremacista no está garantizado al haberse creado comunidades virtuales de refuerzo. Lo que vemos es un proceso distinto al de la exclusión social, ya que los mecanismos que actúan en este caso son dobles: inclusión de un grupo y exclusión de otro. Muchas veces es la autoexclusión de la corriente principal, como ocurre con los jóvenes que se radicalizan a través de los grupos y las redes sociales para entrar a formar parte del Estado Islámico aunque sea de forma virtual.
La "teoría conspirativa" ya no es cosa de que se nos oculte la llegada de los extraterrestres, el asesinato de los Kennedy o una falsa llegada norteamericana a la Luna. Las teorías sobre la conspiración de Occidente contra Oriente, sobre los intentos de destrucción de los países, etc. son usadas por los propios gobiernos y autoridades, están cada día sobre la mesa en titulares de periódicos, en columnas de opinión, en discursos políticos, etc. formando un universo discursivo inmenso e intenso, que lleva a la gente hacia los puntos en que son más manejables, creando miedos, fobias sociales.


La pregunta que se hacían hasta hace muy poco los expertos era "¿qué ocurriría cuando regresaran los yihadistas a sus casas europeas?". Se ha comprendido pronto que eso es solo una pequeña parte del problema. Se basaba en la falsa suposición que entre la acción terrorista y la "normalidad" hay un salto. Lo que hay es una enorme comunidad virtual, con grados diferentes de adhesión a la teoría, que espera para dar el salto al reclutamiento que lleva a la acción. La teoría se convierte en explicación primero y en justificación después. 
El marco social hoy es el del recelo. La paranoia de la vigilancia es muy fuerte. Los propios discursos de la cultura popular las convierten en series, películas, novelas, etc. Hoy los gobiernos protestan por el reflejo que se hace de los países en las ficciones. Es difícil separar lo real de lo irreal, distinción que ha cedido ante lo "creíble" o lo "verosímil" y lo increíble. La duda se esparce como un mecanismo destructivo que hace vivir entre sombras. Creemos que es fácil distinguir entre lo real y lo ficticio, pero no todos tienen esa capacidad, como sabemos. Después, la unión crea el refuerzo y las personas que excluidas de un mundo al que no creen e inmersas en un intenso estado emocional que les hace sentir la nueva teoría con la que se crea un sentimiento de persecución.


No es casual lo ocurrido en los Estados Unidos con la elección de Donald Trump. El aprovechamiento de las teorías conspirativas de más arraigo ha sido una de las señas de identidad de la campaña desde el principio. El estado de miedo que Trump creó frente a los enemigos que destruían el país comenzó por volver a sembrar las dudas sobre si Obama era "norteamericano" o no, que en la lectura "conspirativa" que llenaba las webs interesadas lo convertía en un "infiltrado musulmán radical", Siguió estigmatizando a todo el sur del Continente, llamando "violadores", "asesinos" y "narcos" a los trabajadores ilegales que llegaban de México o estaban allí durante décadas. Trump esparció viejos rumores sobre los diferentes opositores de las primarias, como después hizo con Clinton. Finalmente, los Estados Unidos están hundidos hoy en una serie de campañas conspirativas que incluyen ya al Kremlin y a los distintos miembros del equipo que han ido cayendo unos tras otro por revelaciones escandalosas. Es un contexto en el que lo que pueda ser verdad o mentira es objeto de una lucha feroz. Los ciudadanos no son indiferentes a esto, que hará encastillarse dentro de la comunidad con la que se comparten las creencias sobre lo que es cierto. Son los efectos amplificadores de un universo mediático en el que nada se deja al margen.
La clase política tiene mucha culpa en esto. Y el resultado es el ascenso de los grupos que tienen explicaciones conspirativas sobre el mundo y su funcionamiento, por lo que el fanatismo abre una enorme brecha social al imposibilitar el diálogo. Los grupos pasan a ser incompatibles al ser incapaces de compartir nada y, por el contrario, considerar a los rivales como los creadores y beneficiarios de la conspiración. Los otros son el enemigo dispuesto a destruir el orden específico que pasa a ser sagrado. El feminismo, por ejemplo, no es visto en Oriente Medio como un "movimiento de igualdad de las mujeres", sino como una conspiración occidental para destruir las familias musulmanas. El Estado Islámico es un invento occidental, piensa otros, para desprestigiar al islam. Las torres gemelas fueron destruidas el 11/S por los servicios secretos norteamericanos para justificar las acciones posteriores, es otro de los clásico. Los ejemplos podrían multiplicarse.


Muchos científicos muestran su preocupación por la proliferación de explicaciones pseudocientíficas y la reducción de "simple teoría" al conocimiento científico considerado válido. Se aprovecha el carácter provisional del conocimiento científico para darle un baño de relativismo. Se pervierte el sentido crítico de la Ciencia desde una distorsionadoras ideas que no se someten a revisión crítica porque se consideran dogmas, verdades intocables frente al conocimiento científico. Exigen "respeto" para creencias y mitos prohibiendo su revisión, mientras acusan a la Ciencia de estar cambiando. Su verdad es "inmutable"; la Ciencia , una acumulación de errores. Cuando se ven muy apurados, el crimen se convierte en acto heroico de defensa de las ideas sagradas.
El interés hoy por el retroceso de la racionalidad, de los mecanismos de prueba experimentales, lógicos, etc. en favor de unas creencias sin más fundamento que la tradición, es grande porque nos lleva a profundos problemas sociales en el futuro próximo.
No hace falta recurrir a las ficciones utópicas o a la Ciencia-Ficción para comprobar que en muchos espacios son los científicos los que van siendo excluidos, ya sea mediante los ataques físicos por herejes o blasfemos o mediante los recortes de presupuestos para la investigación.


El experimento de los científicos de Princetown es solo la medición de algo sabido. Pero es difícil experimentar con situaciones más amplias como las que vivimos. El problema no es que se excluya a una persona y que esta sea proclive a creer teorías conspirativas. El problema real afecta a millones de personas que pueden explicarte sin pestañear, mientras tomas un café, las más increíbles historias sin fundamento. Cuando intentas pedir una explicación, la respuesta suele ser la misma: existe una conspiración para que no lo sepamos. Las pruebas son quemadas, los individuos desaparecen si intentan contarlo. Si le pides algo más, te dará la dirección de una web en la que todo queda perfectamente claro.
Hoy las teorías conspiratorias se extienden. Convierten en sus gozosas víctimas a las personas cuya situación difiere del destino que creen merecer. Como individuos y como grupos, nos permiten habitar un espacio de resistencia ante los que nos rodean. Son los "otros", aquellos que se empeñan en que no salgan nuestros planes ni se cumplan nuestros destinos gloriosos. Son los "otros", perpetuos conspiradores, celosos de nuestra realidad que quieren destruir.
No son unos pocos los que piensan así. Y tienen muchos que lo corroboran. La conspiración ya no se hace en la sombra, sino bajo las luces del circo mediático. El creciente número de publicaciones, de todo tipos —de ensayos a los resultados de experimentos, pasando por la prensa diaria— muestran que es un fenómeno social preocupante. En el estudio citado, el reingreso a la sociedad era la solución frente a la exclusión. ¿Pero qué ocurre cuando la sociedad deja de tener ese beneficio y vive la confusión como normalidad? ¿Cómo vivir entre conspiraciones?




* "La exclusión social lleva a creer en las ideas conspirativas" en Mente y Cerebro nº 86 (septiembre-octubre), p.7.






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