lunes, 18 de septiembre de 2017

Secundarios

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La noche de los premios Emmy, como suele gustar a los norteamericanos, tenía su propia sorpresa dentro de las sorpresas. Y esta vez ha sido un juego entre realidad y ficción en ese espacio de purificación que se llama escenario. Me refiero a la aparición de Sean Spicer al ser invocado por el presentador, Stephen Colbert, gastando una broma sobre el tamaño de la audiencia del programa. Se recordará —porque no ha dejado de mencionarse— la obsesión demostrada por Donald Trump, una de sus primeras mentiras narcisistas, por batir la "audiencia" y "presencia" lograda por la ceremonia de toma de posesión.
Mientras las fotografías del acto mostraban una clarísima y apabullante diferencia en favor de la ceremonia de juramento del cargo de Obama, Donald Trump, incapaz de ir detrás en nada, seguía clamando que todo eran "fake news" y que él era el vencedor, sin duda.
Para que esto funcionara más allá de sus palabras se necesita que otros lo repitan cuando son preguntados. Y la persona más preguntada era, lógicamente, Sean Spicer, el portavoz de la Casa Blanca, el hombre que tuvo que dar la cara durante seis meses confirmando o negando las cosas que se le pasan a Trump por la cabeza. Teniendo en cuenta que pasará a la Historia —según la contabilidad de los medios y si no hace algo peor— como el presidente que ha contando más falsedades, el papel de portavoz estaba destinado al escarnio y a la tortura diaria.


Los seis meses de Spicer (diez días duró su sucesor, Scaramucci) han debido ser un tormento personal, objeto de burlas y chistes, cuando no de acusaciones sobre las polémicas palabras del presidente.
Spicer fue pronto objeto de atención de los cómicos o comentaristas nocturnos, quienes desmenuzaban hasta llegar al ridículo sus palabras en cada una de las ruedas de prensa, convertidas en ruedas de tormento y asombro. La mejor de todas ellas, sin duda, ha sido la que hizo la actriz Melissa McCarthy, en Saturday Night Live, que extrajo la esencia de la persona y la convirtió en personaje. El resultado era un iracundo portavoz que, armado de una pistola de agua o usando un atril móvil, atacaba a quienes le preguntaban, los asombrados periodistas.
Saturday Night Live ha recibido el premio al "mejor programa de sketches"; Kate McKinnon y Alec Baldwin han sido premiados en sus categorías por sus recreaciones de Hillary Clinton y Donald Trump; y Don Roy King lo ha ganado por la dirección del "mejor programa de variedades". Un buen año como premio a la crítica mordaz de una realidad que por ser esperpéntica requería de más imaginación.



Y como parte del esperpento, Sean Spicer. Las críticas que le llovieron de todas partes no le dejaron en muy buen estado. Tras su salida trata de reconstruir lo que pueda quedar de su "prestigio". Su aparición ayer ha divido a muchos. Algunos consideran que es un descarado intento de lavado de imagen y así lo han manifestado.
The Washington Post se ha hecho eco de la aparición y de la polémica en el artículo titulado "Sean Spicer crashes Emmys in another apparent attempt to repair his image". No sé si "aparente" es el término adecuado o sobra. Quizá han querido darle un margen de amabilidad en una noche en la que el presentador, Stephen Colbert, era uno de los más acerados críticos de Donald Trump. Y el listón está muy alto.
Desde mucho antes de su toma de posesión, ha sido una abrumadora mayoría de  programas de entretenimiento y shows nocturnos los que han apuntado a Trump. Era inevitable por la conversión de la Casa Blanca en una "sitcom", con un Trump como patológico cabeza de familia.
La intervención de Spicer tenía algo de sutil declaración de culpabilidad:

“This will be the largest audience to witness an Emmys, period, both in person and around the world!” Spicer announced, over cheers of the Emmy attendees.
This, of course, is a reference to Spicer’s own statement about Trump’s inaugural crowd size during his first White House press briefing in January: “This was the largest audience to ever witness an inauguration — period — both in person and around the globe.”
That was all — Spicer rolled back off stage. “Wow, that really soothes my fragile ego. I can understand why you would want one of these guys around. Melissa McCarthy, everybody!” Colbert called out. (McCarthy won an Emmy for playing Spicer at the Creative Arts Emmys last weekend.)*


Un Sean Spicer repitiendo las palabras de Trump a instancias de Stephen Colbert, esta vez sobre un programa en el que se premian a sus críticos, tiene algo de autohumillación. Puede que Spicer no haya dado muestras de su sentido del humor, sino —por el contrario— de su falta de pudor. Esa misma semana, Spicer había sido entrevistado en el programa "Jimmy Kivel Live" y había dicho que su obligación era repetir lo que le dijera el presidente, lo creyera o no. En la obviedad, sin embargo, hay algo de ruindad, algo de confesión de servilismo primero y de mezquindad después. Spicer tiene que vivir con su propia historia, algo que parece no haber aprendido.
La cuestión que se plantea con la intervención de Spicer es qué ocurre con los personajes secundarios en esta muestra de tele-realidad. Lo ocurrido con Anthony Scaramucci ha sido una muestra de personaje fugaz, eliminado de la serie tras sus primeras horas en pantalla. Lo mismo ha ocurrido con otros personajes de la serie —asesores, jefes de gabinete...— hoy desaparecidos, pero que mañana se pueden ver haciendo parodias de sí mismo. Es la diferencia entre el cómico y el bufón.


A Spicer, que no tiene vocación de desaparecido, muchos le recriminan, su prisa por salir del purgatorio. Las risas que se escuchaban ayer y las caras de algunos tenían sentidos distintos. Para unos era un buen chiste sobre el escenario; para otros, en cambio, una muestra más del ridículo institucional del ex portavoz. Mientras otros secundarios de la sitcom de la Casa Blanca han desaparecido discretamente al perder el paraguas del poder y tener que enfrentarse a sus actuaciones a cara descubierta, Spicer ha elegido la visibilidad, con los riesgos que conlleva.
El artículo de The Washington Post se cierra con las declaraciones de Alec Baldwin, el Trump inteligente:

Backstage at the Emmys, fresh off his win for portraying Trump on “Saturday Night Live,” Alec Baldwin addressed the Spicer situation.
“People in the business and the average person is very grateful for him to have a sense of humor and participate,” he said, according to Entertainment Weekly. “Spicer obviously was compelled to do certain things that we might not have respected, we might not have admired, we might have been super critical of in order to do his job, but I’ve done some jobs that are things that you shouldn’t admire or respect me for either. He and I have that in common.”*

Purga o penitencia, Spicer corre el riesgo de tener que hacer una lamentable gira intentando lavar su imagen, entre chiste y chiste. A Melissa McCarthy la premiaron con un Creative Arts Emmy por hacer de Sean Spicer con humor y honestidad. A Sean Spicer, en cambio, nadie le premiará nunca por hacer de sí mismo, una persona poco creíble y nada respetuosa de su propia figura. Eso no lo lava nadie, como le recuerdan muchos comentarios a su intervención. 
El drama del secundario Spicer es que se niega a ser recordado por Melissa McCarthy, a la que nunca podrá superar. Ella hizo un buen trabajo; él no.  Tenía un mal guionista..


* "Sean Spicer crashes Emmys in another apparent attempt to repair his image" The Washington Post

17/09/2017 https://www.washingtonpost.com/news/arts-and-entertainment/wp/2017/09/17/sean-spicer-crashes-the-emmys-to-poke-fun-at-his-inauguration-crowd-size-statement/?hpid=hp_hp-top-table-main_spicer-9pm%3Ahomepage%2Fstory&utm_term=.7e1b0df099a5



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