viernes, 4 de agosto de 2017

Recordando a Pearl S. Buck o libertad para todos

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Pearl S. Buck, la escritora norteamericana —ganadora del Premio Nobel y del Pulitzer— fue probablemente la mayor difusora de la cultura de China por el mundo. La milenaria China buscaba un modelo para avanzar, puso sus ojos en el país recién creado, en los Estados Unidos de América con quien estableció unos lazos peculiares. Parte de la intelectualidad nacionalista china veía en los Estados Unidos ese modelo desde el que abordar la modernización. La civilización en activo más antigua de la tierra, China, se miraba en el país nuevo, sin tradiciones, que proclamaba la democracia como valor y la innovación como forma de vida. Desgraciadamente, los norteamericanos veían en China bastante menos de lo que los chinos veían en Estados Unidos.
Las novelas de Buck fueron una visión distinta de China para todo el mundo. No eran tópicos racistas, sino la demostración del amor hacia un pueblo y una tierra a la que admiraba en muchos sentidos y en la que se había criado. Llegó con apenas tres meses de edad, en 1892, junto con sus padres, misioneros presbiterianos. Vivió cuarenta años de su vida en China, los más cruciales del país, los que van de la caída del sistema de dinastía Qing, sigue con la República en 1912 y acaba con la fundación en 1949 de la actual república. La China en la que creció Pearl S. Buck padeció todo tipo de desastres con invasiones y guerras civiles e internacionales, hasta que el 49, finalmente Mao Ze Dong se hizo con el poder.

Las novelas de Buck han sido muy populares y creo que todavía sirven para comprender la China que vivió, depositaria de tradiciones y culturas muy antiguas. Penetró en el centro sentimental del país y supo ver su unidad y sus diferencias, creando personajes memorables, vivos, allí donde otros eran incapaces de diferenciar a unos de otros.
Ha caído en mis manos un sorprendente y apasionante libro, "Asia", en el que se recogen algunas conferencias y artículos especialmente durante el periodo de la II Guerra Mundial. A través de ellos, Buck disecciona las relaciones entre ambos países, pero también hace una crítica profunda de una serie de circunstancias norteamericanas que son de plena actualidad.
Me gustaría centrarme solo en algunos aspectos que deberían servir de reflexión en estos tiempos en que los peores fantasmas del pasado aparecen con una escandalosa naturalidad entre nosotros.
El primero de ellos tiene que ver con el racismo y el imperialismo. En el primer artículo recogido ya se plantea con dureza el problema del "hombre blanco" y de su desprecio hacia el otro y de la justificación del colonialismo. Las observaciones se hacen todas ellas en el contexto del debate sobre la alianza de China con los Estados Unidos y demás países que luchan contra el "Eje", esencialmente la Alemania de Hitler y el Japón imperial. Se trata de mostrar el recelo de la participación china junto a los que han sido las potencias coloniales —Inglaterra, sobre todo, pero Estados Unidos con Filipina, Francia con Indochina, etc.— que han dejado toda una serie de prevenciones ante su actitud.
Escribe Buck en el texto titulado "La yesca que puede prender en lo futuro", publicado inicialmente en 1932 y que usará en 1942 para un discurso en plena guerra.

Alemania ayuda al Japón en la tarea de fomentar el odio de raza en Malaya, la India y Filipinas, afirmando que los intereses de Asia la ligan al Imperio del Sol Naciente y no a Inglaterra y los Estados Unidos. La propaganda japonesa sostiene una y otra vez en mil formas distintas: «Los pueblos de color no pueden abrigar la menor esperanza de justicia e igualdad por parte de los pueblos blancos a causa del inalterable prejuicio de raza que éstos sienten contra nosotros».
Sería mucho mejor para nosotros si nos diéramos cuenta del peligro que encierra la propaganda japonesa. La verdad es que el hombre blanco ha actuado a menudo en Oriente sin sentido común ni espíritu de justicia en lo que concierne a su prójimo de color. Y es algo más que insensatez, es «peligroso» hoy, no reconocer la verdad, pues en ello está la yesca que puede encenderse mañana.
¿Quién puede ponerlo en duda cuando se ha visto a un policía blanco pegar a un coolie en Shanghái, a un marinero blanco dar un puntapié a un japonés en Kobe, a un capitán inglés azotar con su látigo a un vendedor hindú? ¿Quién de nosotros, tras de haber presenciado semejantes escenas orientales u oído el acostumbrado hablar despectivo del hombre blanco en un país de gente de color, puede olvidar el terrible y amargo odio que se refleja en el rostro del nativo y el brillo que aparece en sus oscuros ojos? ¿Quién de nosotros puede ser tan estúpido como para no ver el futuro escrito en esas expresiones? Una de las estupideces humanas más peligrosas es la de la raza blanca que alimenta el prejuicio, sin base alguna, de que la más ruin de las criaturas blancas puede despreciar a un rey si la piel de éste es oscura. ¡Qué fácilmente podría ser curada esta estupidez, sin embargo, si se limitara al ruin! Pero entre nosotros, aun aquellos que son inteligentes y honrados se muestran a veces tan ciegos como el ruin.


Una de las más intensas creencias que existen es la falta de credibilidad de la causa democrática más allá de las fronteras occidentales. Japón usaba el colonialismo anterior demostrado por las potencias europeas en Asia (las Guerras del Opio en el caso de China y las imposiciones posteriores) para convencer a los demás países de la zona de que nunca les iba a llegar la libertad de la mano de los colonialistas "blancos".
Las escenas que Pearl Buck describe, nos dice, se pueden ver por toda Asia, allí donde el "hombre blanco" se encuentra con el "hombre de color". Son todas demostraciones de arrogancia y desprecio, de autoritarismo y de falta de interés en ellos. La propaganda japonesa y alemana tiene un fácil camino de penetración en aquellos que han padecido desprecio, violencia y explotación.
Esta idea la tenemos hoy en el caso de Oriente Medio, zona en la que nadie cree en el discurso norteamericano sobre la democracia. Obama, que representó una esperanza, quemó los últimos cartuchos. Las personas que tratan de establecer una democracia en los países árabes temen acercarse porque la propaganda de los islamistas es siempre la misma: Occidente busca destruirlos. Los ejemplos, claro está, siempre vienen del pasado. Y el pasado es colonial. Da igual cómo haya sido; siempre ha sido colonialismo.
La crítica va a las raíces del problema de la democracia norteamericana, al "pecado" que otros intelectuales, de Twain a Robert Penn Warren, consideraron una traición a la idea fundacional norteamericana: el racismo. 

[...] ¿estamos capacitados para convertirnos en guías de la democracia? ¿Qué es esa división entre nuestra creencia en la democracia para todos y nuestra práctica de la democracia sólo para algunos?
No se trata de hipocresía. Los norteamericanos no somos hipócritas, excepto en las cosas de poca monta. Preguntad a un sencillo norteamericano si cree honestamente en la igualdad, en la justicia y en la concesión de derechos democráticos a todos. Pero pedidle a continuación que os diga algo sobre el hombre de color, y entonces no daréis crédito a vuestros oídos. Diríase que no era el mismo hombre el que contestaba. No, el hombre de color, a lo que parece, no puede recibir idéntico trato que el blanco. «¿Por qué?», preguntaréis. El norteamericano blanco se rasca la cabeza y responde: «¡Qué sé yo! Las cosas son así». Ni que decir tiene que estas palabras producen un gran regocijo a nuestro actual enemigo el Japón.
¿Qué es lo que sucede con ese norteamericano? La respuesta es obvia. Padece lo que en psicología se denomina un desdoblamiento de la personalidad. Su interior está formado por dos norteamericanos distintos. Uno de ellos es benévolo, amante de la libertad y justo. El otro puede o no ser benévolo, pero ciertamente no es demócrata en su postura racial, y en esta cuestión arroja por la borda la justicia y la igualdad humana tan por completo como lo haría un fascista.


La pregunta inicial es esencial porque la democracia ha pasado a ser una palabra con un sentido dentro y otro fuera. En el caso del racismo, como señala el ejemplo de Buck y los periódicos que vemos hoy es la negación de la igualdad dentro. Los apoyos a Trump por parte de los "supremacistas blancos" es un claro ejemplo de que los males señalados regresan o simplemente estaban ocultos.

El discurso hoy se ha hecho mucho más cínico. Hoy no se habla de democracia; solo se habla de "intereses". Parte del problema de Oriente Medio es la política llevada a cabo por las potencias apoyando regímenes despreciables por el simple hecho de ser el mal menor o de que buscan ampara frente a los enemigos. No se lleva la libertad sino que se arma y ampara al que más interesa. No son solo los Estados Unidos; Rusia juega la misma baza, como vemos en Siria. Turquía se dedica ya a lo mismo. El rasgado de vestiduras de cuatro países autoritarios frente al terrorismo y Qatar es casi un chiste viniendo de países altamente represivos. Arabia Saudí quejándose es realmente ridículo, cuando es el mayor exportador de teocracia y radicalismo de la zona. Pero ya no se lucha por las libertades sino por evitar que otros interfieran en las dictaduras propias. Se ha hecho siempre, sí, pero nunca han reclamado el aplauso considerándolo como bien general.
El artículo de Buck tiene que ver con algo que en estos tiempos —Trump es solo la culminación— ha dejado de preguntarse. Se trata de la "autoridad moral". No es otra la pregunta sobre si Estados Unidos está capacitada para "llevar la democracia", una democracia que en su propia casa hace discriminaciones con las personas distinguiendo si son blancas o no. Buck es rotunda.
En un segundo artículo, publicado en 1942, "¿Por qué luchamos en Oriente?", vuelve a hacerse preguntas morales sobre el sentido de la guerra para cada uno de los que intervienen. Los motivos norteamericanos —salvar su forma de vida—, no dice, no puede ser suficiente reclamo para lograr aliados en Asia. No todos luchan por lo mismo, porque no todos tienen lo mismo. Los países asiáticos pueden estar debatiéndose entre un colonialismo occidental y uno japonés, por ejemplo, pero que eso no les va a reportar ningún beneficio de futuro.
Escribe Pearl S. Buck:

[...] la complejidad en los fines de guerra puede resultar desastrosa en los actuales momentos. Todos deberíamos ser capaces de establecer de una manera concreta y precisa qué pretendemos de esta guerra. Entonces podríamos realmente luchar con todo el corazón y estar seguros de que lo hacemos por el bien común. Tal como están las cosas hoy, nuestros aliados de color, que son la mayoría por muchos millones, sienten en lo más profundo de su espíritu una secreta turbación.
No lucharán por nosotros a menos que se convenzan de que lo hacen por su libertad tanto como por la nuestra, por su supervivencia tanto como por la nuestra. Porque si nosotros podemos sentirnos libres después de la derrota del Eje, a ellos no les sucederá lo mismo. Tienen un pasado que recordar y que vencer.
La cuestión de los fines de guerra no es, como pudiera creerse, un asunto baladí. Nos parece de una gran complejidad porque esta guerra es en sí misma enormemente compleja. Ignorar la verdadera naturaleza de la misma es correr el riesgo de la derrota.

De nuevo, la escritora lleva al terreno moral, de las libertades y la igualdad, el sentido de la guerra. Lo demás es entrar en el mundo egoísta de los intereses coloniales. Cada país puede tener sus propios intereses, pero solo la libertad igualitaria es un bien que no admite discusión, absoluto. O se beneficia de él lo que menos libertades tienen o la guerra será imperialista.
Es interesante cuando se plantea que las diferencias económicas entre unos países participantes y otros son enormes. No es esa la cuestión, que depende de muchos otros factores. La libertad y la igualdad son el centro. Con ellas, los pueblos pueden prosperar.


El artículo se cierra con una declaración clara: «El grito es: libertad para todos, libertad e igualdad humanas. Haríamos bien en proclamarlo mientras sea tiempo, mientras seamos un pueblo libre».
Esta misma idea es la que desarrollará en el tercero de los textos, titulado "Libertad para todos", un discurso pronunciado en Nueva York, el 14 de marzo en el Waldorf-Astoria, con motivo del India-China Friendship Day. Buck ve la celebración de lo que será en el futuro dos enormes democracias, la de los países más poblados del mundo, sujetos a restricciones del colonialismo, de enormes desigualdades y discriminaciones. La guerra solo tendrá sentido si esos millones y millones de personas consiguen lo que es privilegio de unos pocos.

Libertad para todos; tal ha de ser el significado de esta guerra; si no, no tiene ninguno. ¿En dónde está el frente? El frente se halla donde hombres y mujeres amantes de la libertad luchan contra los que sólo lo hacen por sí mismos, por su propia raza, por su propio engrandecimiento, por su propio poderío, a expensas de los otros seres humanos.    Pero yo abrigo grandes esperanzas para lo futuro. Se avecinan espléndidas jornadas. Pronto se llegará a comprender lo que significa la tiranía, para a renglón seguido deducir lo que la democracia debe ser. La democracia es la completa libertad; libertad política combinada con la libertad de la igualdad humana. Así la India, en cuanto sea libre políticamente, abolirá las grandes desigualdades humanas que existen entre sus gentes y establecerá la libertad para todos, si es que desea ocupar un lugar adecuado en el mundo nuevo. Nosotros, los norteamericanos, hacemos exactamente lo mismo que la India. Nuestro pueblo goza de libertad política, pero no de equidad humana. Nuestra guerra civil abolió la esclavitud, pero no nos dio la libertad humana. El pueblo de China goza de libertad humana, pero no de libertad política.
Todos pertenecemos a democracias parciales, no podemos estar seguros de la victoria hasta que no logremos que lo sean completas: ¡Qué enorme lucha! ¡La más noble que la mente humana ha concebido es la que se sostiene para que el pueblo sea libre! Y si las personas han de ser libres como seres humanos, entonces deben ser todas iguales.

Una cosas son los deseos y otra las realidades que toman forma en el tiempo. Los resultados de la II Guerra Mundial fueron muy diferentes a los que la escritora pensaba. Pero lo que ella manifestaba eran deseos y compromisos. Si no existían, y en eso tenía razón, el desastre sería enorme. La guerra en sí no trajo mucha democracia. Los que la tenían clara, siguieron con ella; Otros la perdieron en la Guerra Fría y algunos la están esperando todavía. Muy pocos la consiguieron. Demasiados muertos, mucha destrucción.


El siguiente texto tiene por título "Las mujeres y la victoria". Si los hombrees hacen las guerras, las mujeres deben trabajar en la paz. Buck comienza mentalizando a las mujeres sobre un problema que se va a plantear con el regreso de los soldados. En las décadas siguientes va a haber un desequilibrio importante entre el número de hombres y mujeres. Las mujeres serán más y el matrimonio no será la salida habitual. Buck hace un llamamiento a que las mujeres aprovechen para dar el salto, sin prejuicio ni tristeza, hacia el mundo del trabajo. Y no de cualquiera trabajo, sino de aquellos en los que las mujeres puedan mejorar el mundo ante la incapacidad de los hombres.
Uno de los campos que considera especialmente necesario que sea ocupado por las mujeres es el de las relaciones internacionales, el entendimiento entre los pueblos. Los hombres han demostrado ser buenos elevando barreras, discriminaciones, las mujeres son buenas estableciendo uniones.
La actualidad de los problemas de la inmigración en los Estados Unidos de Trump hace resaltar estos párrafos:

¿Cuántas americanas saben que las leyes de inmigración son más estrictas con los chinos que con los japoneses? Un chino de elevada posición me dijo el otro día que si modificáramos nuestras leyes de inmigración que fijan el cupo de inmigrantes chinos, aunque el cupo se aumentara tan sólo en unos cuantos centenares cada año, la impresión que esto produciría en China sería enorme. He aquí algo que deben tener muy en cuenta las mujeres.
En uno de nuestros Estados no les está permitido a los niños chinos asistir a la escuela de los niños blancos. Los chinos han protestado, pero de nada les ha servido su protesta. ¿Por qué? Algunos dicen que a causa de que saben que muchos niños son dependientes de tiendas de comestibles. Pero en los grandes almacenes de comestibles pertenecientes a hombres blancos no dejan intervenir a los chinos en el negocio, manteniéndolos en condiciones desventajosas.
No es conveniente establecer diferencias entre nuestros ciudadanos; pero ampliar estas diferencias hasta excluir a los hijos de nuestros aliados de nuestras escuelas, es amenazar nuestra unidad en el esfuerzo bélico. Y estad seguras de que todas esas injusticias son conocidas en el extranjero, no sólo por nuestra aliada China, sino también por nuestro enemigo el Japón. Estas injusticias han penetrado en el espíritu de los hindúes y han turbado a millones de ellos. Y ahora se preguntan a sí mismos si también los norteamericanos son un pueblo imperialista dispuesto a dominar a los pueblos de color.
¿Y qué hay sobre las relaciones entre árabes y judíos, entre los rusos y nuestro propio pueblo, entre las colonias africanas y sus gobernantes, y también entre los distintos grupos de nuestro propio país?

De nuevo la denuncia de la discriminación interna. La falta de sentido de la igualdad con los propios aliados es sembrar los problemas futuros, pero sobre todo —como veíamos en los textos anteriores, una lacra moral, un vicio que destruye los fundamentos de la democracia y las libertades.


Hoy asistimos a medidas discriminatorias de este tipo, a estigmatizaciones de pueblos enteros. Los que jalean a Trump piden medidas de este tipo o recriminan al que habla otro idioma diferente al inglés dentro de sus fronteras. El "America First" solo puede ser masculino.

El mundo aguarda precisamente lo que nos corresponde dar. No hemos de temer la competencia del hombre en el campo de las relaciones humanas, puesto que hasta la fecha no se ha hecho nada en este sentido. Nuestros asuntos internacionales han sido dirigidos exclusivamente por las mentalidades de tipo mercantil de nuestros hombres de negocios.

La mujer pasa a ser la alternativa a la nefasta política llevada hasta el momento, que ha sido desarrollada por los hombres. Para cumplirla, Buck hace un llamamiento a las mujeres; deben buscar la educación, aprender para poder cumplir estas metas que requerirán esfuerzo y formación. Dice Buck: «Todo esto es asunto nuestro, de las mujeres. En realidad, todo lo que es humano es asunto nuestro.» Lo inhumano es la guerra, la discriminación, la humillación del otro, las desigualdades... La mujer tiene otro sentido de la injusticia.
Su sueño final, su llamamiento sigue siendo válido casi en todas partes, pero especialmente allí donde existe la gran discriminación universal, que es la del género:

Pensad en grande con la vista puesta en el mañana, mujeres inteligentes y de cultura; pensad en grande, maestras de las mujeres del porvenir. El mañana nos exige pensar en grande porque grandes son las cosas que hay que hacer. A despecho de lo que sientan y de lo que deseen, las mujeres harán del mañana lo que quieran. Si piensan demasiado en pequeño, las mujeres pueden convertir el mañana en un desastre personal y una calamidad nacional.
Pero si las mujeres piensan en grande, pueden obtener en todo el mundo la victoria de la paz.

La validez de los discursos de Pearl S. Buck, más allá de la Historia, está en su reivindicación moral de la política y el deseo de una "libertad para todos" que permita la igualdad real. Cuando algunos tratan de convencernos que se puede llamar "aliados" a estados que practican la represión e imponen la desigualdad se está ignorando el principio moral de que esa alianza se establece para que los pueblos avancen en sus libertades y no para reforzar las tiranías que los oprimen.


Si tu aliado oprime a su pueblo, lo estás oprimiendo tú. Eres cómplice de esa opresión. La idea de la libertad para todos se ha perdido ante el avance de pragmatismo más cínico. Se puede abrazar tiranos, dictadores cruentos, déspotas, etc. solo por un buen contrato de gas o petróleo, porque te dejen pescar en sus aguas o te produzca algún beneficio.
Eso es tener poca altura moral, pervertir los principios de las libertades y sostener la injusticia. Los escritos de Pearl S. Buck son muy inspiradores en esos apartados. No tuvo problema en criticar lo que consideraba una perversión de su propio país. 
Amó profundamente una China en la que creció viendo el dolor y el horror de guerras e invasiones. Quería a su país y por eso quería que fuera mejor, que se librara de sus lacras. Sobre su lápida en una granja en Green Hills Farm, en Perkasie  (Pennsylvania), está escrito su nombre,  賽 珍 珠 Sai Zhenshu, Pearl S. Buck. 
No quería la comodidad de una libertad propia, sino que la quería para todos.



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