domingo, 27 de agosto de 2017

Integración

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Como ocurre tras cada atentado, se multiplican las expresiones de perplejidad y asombro; nos inundan las explicaciones con las que tratamos de acoger lo que ha ocurrido dentro de nuestros esquemas de normalidad sacudida. Aceptamos la muerte en escenarios lejanos con un "ellos sabrán por qué lo hacen", es decir, queda definido como un conflicto cuyas raíces no entendemos bien pero nos preocupa en términos humanitarios por sus consecuencias. Como explicaciones, también es sencillo. Cada uno elabora una versión local de su versión global de los desastres del mundo. Pero cuando la violencia estalla ante tus ojos, en la misma ciudad, en el mismo barrio, las cosas se complican.
Cuando esto ocurre se suceden las explicaciones. En estos días de dolor hemos escuchado muchos testimonios de personas sinceras que ha dicho lo que sentían. Afortunadamente, la gran mayoría de la sociedad española sabe diferenciar y es capaz de mostrar en la misma manifestación, en las mismas pancartas, el rechazo al terrorismo islamista y el rechazo de la islamofobia. Es un ejercicio de categorización importante para separar la violencia.
Hemos leído —y ha circulado ampliamente en medios y redes— la sentida carta de la asistente social que trató con la mayoría de ellos cuando eran niños. La mujer no daba crédito, en su sincero dolor, a que aquellos niños de los que ella se ocupó hubieran acabado siendo terroristas. En sus palabras se mostraba un sentimiento de fracaso personal e institucional, como si en algún momento de su vida ella hubiera tenido la clave que hubiera podido evitar aquella deriva.
Hemos leído las declaraciones, desde Marruecos, de los abuelos de uno de ellos con un mensaje muy claro: "mi nieto no se educó aquí". La excusa es buena, indudablemente. No resuelve nada, pero permite pasar la pelota al otro lado. Su nieto se educó aquí, sí, como lo hacen muchos otros que no hacen estas cosas. O como la hacen también, algunos que sí se educaron allí y que acabaron luchando en Siria, matando turistas en Túnez o en Egipto, decapitando personas en Libia.
Hoy leemos el sentido texto que la hermana de uno de los terroristas leyó en la manifestación de Barcelona. La culpa, esta vez, es la falta de integración, no sentirse catalán. Pero no es esa la cuestión para los que lo hacen en sus países de origen sin problema alguno de integración. No, no es la integración el problema.
En España (y por toda Europa) hay personas de muchas culturas diferentes, que no justifican con violencia terrorista su falta de integración, que son diferentes pero conviven en las ciudades. Puede que tampoco estén integrados y que reciben humillaciones injustamente, pero no les ha dado por preparar atentados en células, atropellos masivos o ir degollando mujeres por las calles. Muchas personas no se sienten a gusto y sencillamente actúan de otra forma.


La teoría de una existencia feliz, en la que el mundo se pliegue a nuestros deseos, que serán satisfechos es de una inmadurez que solo puede existir en las más absurdas y desconectadas utopías educativas y sociales. Si la frustración que el mundo nos produce cada día se tradujera en violencia, hace mucho tiempo que estaríamos borrados del planeta. Muchos grandes cuadros, esculturas, obras literarias... se han escrito con frustraciones.
Se habla mucho de la "integración". Se habla menos, en cambio, de las propias barreras a la integración. El imam de Ripoll tenía como función evitar precisamente la "integración". Su objetivo primordial, como el de otros que actúan en el mismo sentido, es evitar que se pueda sentir una simpatía hacia el otro lado, hacia el mundo de los infieles, de los ateos, un mundo para el que no hay más redención que el fuego. Él estaba allí para evitarlo, redirigiendo sus sentimientos hacia la frustración hasta transformarla en odio.
Individuos como el imam de Ripoll se acercan a ellos para erigirse en vigilantes de la ortodoxia. Son maestros en la manipulación, introduciéndose a través de las personas que encuentra un guía que le observa. Este fenómeno ha estado ocurriendo en muchas poblaciones tanto europeas como países árabes, en donde una comunidad tranquila se convierte de pronto en semillero de problemas.
Estos imanes pasan a convertirse en el centro de la comunidad. Saben quiénes son las víctimas propicias. Son muchas veces las propias familias las que les llaman para que se enfrenten con jóvenes díscolos sobre los que van perdiendo el control en la adolescencia.
Parten siempre de una división religiosa del mundo y de la superioridad de su fe, la única verdadera, con un mandato bien claro que ellos les explican. El mundo del ateísmo degenerado de Occidente, les afectará si no se previenen. Poco a poco se convencen que la verdadera familia es la religiosa, la comunidad que han ido creado alrededor del imam. Son un nido de resistencia y pureza que actuarán en una guerra empezada hace mucho tiempo y que acabará en la victoria de los soldados de Dios, que verán el paraíso. Integrarse es una traición; deben resistirse.


Aquí hemos tratado en abundancia las noticias sobre el cierre tradicionalista de sociedades como la egipcia o la turca, en las que la presión religiosa pasa a ser una constante. Hemos tratado el problema de los ateos y reformistas, considerados destructores de los países, traidores, etc. Las mujeres son peligrosas; tientan a los hombres y destruyen las familias y a los países si no las controlas, etc. Todo esto no se lo hemos escuchado al imam de Ripoll sino en sociedades que dicen luchar contra el terrorismo, pero no se abren a la pluralidad sino que se cierran para evitar precisamente el "contagio" occidental.
La polémica tunecina, egipcia, turca, etc. sobre el matrimonio de una mujer musulmana con un varón de otra (o ninguna) religión muestra el grado de "integración" posible cuando se elevan barreras legales y físicas para evitar el encuentro con los otros.
El diario El País explica:

Desde la psicología, los expertos en analizar la radicalización de quienes han crecido en sociedades democráticas y avanzadas señalan la idea de agravio, al tiempo que describen el viraje hacia el horror de estos niños como todos como un "proceso y no una condición personal o psicológica". "No vivían en la pobreza, estaban integrados y, sin embargo...", así arranca su análisis el psicólogo Javier Jiménez, miembro del grupo Rasgo Latente y siempre pendiente de "la investigación científica sobre terrorismo, que se origina tras el 11S". Hace 15 años. "El germen terrorista no es innato sino que las personas se radicalizan atendiendo a sus circunstancias del momento", apunta. Y con agravio, la psicología se refiere a la "percepción de la discriminación". La palabra adecuada es percepción y no vivencia porque sufrir discriminación no convierte, ipso facto, a nadie en yihadista. Jiménez pone un ejemplo: "Un colegio público donde no hay comida halal en el comedor pero sí se cambia el menú en Cuaresma". Es decir, el agravio que funciona como disparadero puede ser cualquier suceso, comentario o situación. A partir de esa presunta ofensa, vivida como una humillación, el sujeto "se acerca a grupos favorables o cómodos, donde puede suplir sus necesidades psicológicas". "La mayor parte de las personas se radicalizan en grupo", continúa Jiménez, "incluso entre parientes y hermanos, círculo del que resulta costoso salir y, al cabo, la persona no se da cuenta del proceso que está viviendo". La investigación más reciente al respecto, publicada 10 días antes de los atentados de Barcelona -es el primer estudio empírico sobre la ligazón entre la "marginación de los inmigrantes y el riesgo de ser radicalizados"- incide en la idea de que quienes se radicalizan tienen la sensación de no pertenecer a ningún sitio.*


No es descubrir nada nuevo ni la explicación completa del fenómeno. Casi todos los que han realizado matanzas en los institutos, etc. de los Estados Unidos sentían odio hacia el medio escolar que les había tratado mal. Los casos de empleados despedidos que atacan a sus empresas representan el mismo odio. Pero aquí el odio se amplía hacia una categoría más amplia, "occidente", "infieles", "cristianos", etc. al servicio de otros intereses. El atentado que preparaban era contra la Sagrada Familia, no contra la escuela de su pueblo. Iban contra un doble símbolo, de Cataluña y religioso. Apuntaban a lo más alto, no era una rabieta.
La diferencia es que es un odio redirigido, focalizado por quienes sí saben lo que quieren y cuál es su objetivo. Utilizan el rencor, la humillación, etc. que acumulamos para, en vez de ayudar a superarla (lo que haría cualquier persona normal), para hacerla estallar en la dirección adecuada. Se juega con el odio para canalizarlo. Las personas que se eligen no tienen desarrolladas defensas y no se les ayuda a hacerlo. Se les va dirigiendo hacia la muerte como acto final, grandioso, heroico, algo alternativo a la pobreza de sus vidas.
La semilla del odio se va depositando poco a poco. Creo haber contado en alguna ocasión mi experiencia de la lectura de un comentario de Facebook de una conocida árabe que escribió hace unos años su gran satisfacción después haber leído un libro sobre el paraíso de Al-Andalus, sobre Granada y sus jardines, etc. Apenas transcurridos unos minutos, ya se le había añadido un comentario (en español) recordándole que aquello fue maravilloso y que la situación de Andalucía hoy era similar a la de Palestina, un país ocupado que había que liberar. Era un simple comentario, pero es un goteo que acaba sembrando el odio. Te llega desde múltiples punto, de amigos, de familiares, de vecinos, de imanes, etc. Todos lo hacen por tu bien, para que comprendas cómo está el mundo.


Hoy, allí y aquí, gracias a las redes sociales, se vive en un entorno susurrante a veces, estridente otras en el que se va sembrando la semilla del odio. Muchos de los que están viviendo fuera de sus países comprueban el aislamiento en el momento en el que pueden acercarse más de la cuenta a aquellos que les han dicho que son peligrosos por su forma de ser, por su comida, por lo que ven, por cómo se visten, etc.
Es el papel de los radicalizadores (imanes o no) controlar las comunidades y evitar que se integren. Les fabrican una isla. La aspiración máxima es no perder la identidad religiosa (no hay otra, ya que todo está imbricado). Para los radicales, la integración es la trampa, la traición. Cualquier persona que se aleje un poco, será recriminada por las familias, la comunidad, cualquier grupo en el que se integre. Siempre habrá alguien.

2014

Conozco casos de personas que ocultan que son musulmanes no por temor a la discriminación por las personas que les rodean, sin por temor a ser controlados por la comunidad, en cuyo caso pasarán a ser vigilados y advertidos o amenazados en su caso. Aquí hemos escrito sobre algunos casos concretos de este tipo. El fenómeno ha ocurrido por Europa, allí donde hay comunidades amplias. Pronto llegan los vigilantes e implantan la vigilancia. Alemania ya se ha dado cuenta del problema a través de las insinuaciones de Erdogan.

No basta con hablar de la falta de integración o decir que no saben a qué mundo pertenecen. Eso tampoco justifica matar. Hay que comprender que estos procesos forman parte de otros más amplios, una radicalización general que estamos viendo que prospera en países donde se les deja crecer o se ampara y fomenta.
Hay que rechazar la islamofobia, sin duda. Es la energía negativa que necesitan los radicales para hacer su labor de captación del odio y la frustración. Estaría muy bien preocuparse por la integración si esta fuera el único problema. Lo que hay que investigar es qué fuerzas son las que se oponen a ella, que no tienen que ser necesariamente las del entorno en el que viven, en donde han tenido personas a su lado como la asistente social —que explicó su frustración— durante años.
A lo mejor donde hay que investigar y ser más contundentes con aquellos que siembran la discordia para mostrar que integrarse es una traición a Dios, a la familia, al islam en su conjunto. Ya ha habido varios casos en España en que estos individuos han resultado ser los más colaboradores con las autoridades, a las que aseguraban que ellos se encargaban del control de la comunidad. Y les funcionó.
La gran mayoría de los musulmanes no comparten los postulados radicales. Hemos visto cómo en Egipto se ha limitado a los predicadores oficiales. Lo malo es que los salen de sus países acaban buscando comunidades en las que asentarse en Europa. Por eso es esencial el papel de la comunidad, su colaboración en la detección antes de que hagan el mal.
Comparto lo dicho en entrevista en el diario El País por el experto en salafismo en Cataluña Lorenzo Vidino:

P. Eran chicos muy jóvenes y, al parecer, completamente integrados. ¿Es un estereotipo atribuir el radicalismo a problemas de integración?
R. Lo es. Es un error pensar que la integración es el antídoto de la radicalización. Resulta natural pensarlo, creer que alguien que se ha criado en una comunidad y que forma parte de la sociedad, que juega al fútbol, que habla catalán, etcétera, no se va a radicalizar. Pero la mayor parte de gente radicalizada en España y Europa está bien integrada. Es la paradoja. El 40% de los detenidos por vínculos con el ISIS en EE UU son conversos. No tiene que ver con la integración, sino más bien con un sentimiento personal de no pertenecer a la sociedad y en eso te encuentras blancos, afroamericanos, hispanos, judíos… Y en Europa, te encontrarás con yihadistas que viven en los márgenes de la sociedad, que no hablan el idioma, viven en malos barrios… Pero muchos están muy bien integrados. Una mala integración no ayuda, pero no es solo eso. Esa idea no se sostiene con los datos.
P. ¿Por qué cunde esa teoría?
R. Porque tiene sentido y, hasta cierto punto, nos hace sentir bien. Nos muestra algo que podemos hacer. Podemos trabajar en mejorar la integración, no es fácil, pero sí factible. Y, por supuesto, yo creo que hay que hacerlo, pero no es la solución.**


Las explicaciones dadas por Vidino son coherentes con la realidad. La ausencia de problemas es buena, pero no una garantía de que no lleguen de fuera y radicalicen una comunidad, que logren crear una célula.
La activa participación musulmana en las manifestaciones de Barcelona ha sido muy importante. Para ellos es esencial que se comprenda su distanciamiento de unas formas salafistas de entender la religión, apoyadas, financiadas por muchos amigos que les sostienen desde ciertos países. 
Es absurdo pensar que esto "no tiene nada que ver con la religión". Absurdo y un error, porque es la forma de evitar las reformas necesarias, que millones de musulmanes piden por todo el mundo, como veíamos hace unos días en la India, en Túnez. El "no en mi nombre" de muchos debe dar paso al enfrentamiento con las interpretaciones radicales, su condena constante. Sin miedo.
Lo hemos dicho muchas veces: la solución a la radicalización es abrir la vía de la reforma, liberalidad y convivencia. Y eso solo es posible si hay firmeza, constancia y claridad. No será fácil porque llevan una gran ventaja, pero es la determinación de muchas mujeres, de las personas comprometidas con causas de cambio, quienes deben modificar desde dentro lo que han hecho con su religión personas que solo buscan sembrar el odio. Eso significa abandonar el silencio y hacerse escuchar frente a los que han silenciado sus voces y se consideran incuestionables. Va siendo hora de dejarle solos.
No es realmente una guerra con Occidente; es un conflicto interno por el cambio, por los nuevos tiempos, por la modernidad y la Historia. 



* "El falso "eran niños como todos"" El Mundo 27/08/2017 http://www.elmundo.es/sociedad/2017/08/27/59a1b237ca4741ec788b45d5.html

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