domingo, 25 de junio de 2017

La guerra a la prensa

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Asistimos a un inusitado ataque a los medios en diferentes escenarios. La virulencia de los ataques varía en función de la solidez y el blindaje de los medios en cada país. Con esos conceptos quiero referirme a los aspectos legales que garantizan el derecho a informar y se informado en un ambiente de crítica y libertad. La prensa y la libertad de información es un fenómeno históricamente asociado al surgimiento del nuevo régimen tras el hundimiento de los regímenes absolutistas en el siglo XVIII. Con los medios de entonces, los "impresores" combatían con las armas de las ideas en los campos de debate. La prensa en la forma de objetivar y difundir la variedad de ideas para que se cree una rica opinión pública, informada de lo que ocurre y con capacidad de decidir desde aquello que recibe. La variedad de la prensa previene de las visiones absolutas. La prensa tiene que ser variada precisamente porque ninguna está en posesión de la verdad absoluta, sino que refleja la variedad de las formas de percibir el mundo y de recoger y ofrecer propuestas. La prensa además es "tribuna", es decir, un lugar desde el que dirigirse al mundo para expresar opiniones. La profesionalización del Periodismo fue un avance y más todavía la iniciativa de la educación del profesional en las universidades, que comenzó en la Universidad de Columbia, por una iniciativa de Pulitzer. La importancia de la formación del periodista pasó a ser esencial como una garantía de su trabajo; de la misma forma se fue respetando su independencia profesional y de conciencia para no convertirlo en un sicario de los poderosos. Nunca ha dejado de ser una lucha y una diferencia.


Los ataques a la prensa realizados por Donald Trump se hacen en un contexto jurídico que permite a los medios defenderse. Queda en evidencia un presidente mediático, pero no periodístico; su visión de la política es como showman irascible e incontestable, que busca públicos favorables directamente ante la incapacidad de encontrar un aparato de apoyo suficiente. Donald Trump armado con su teléfono y su televisor, sintonizado en la Fox News, es la del comunicador anti periodístico. Él es el mensaje. El tiene su propio segmento de público con el que se comunica directamente para desesperación de sus colaboradores.
Que haya llegado a la cumbre de los Estados Unidos un personaje así hace reflexionar mucho sobre el cambio en los medios y su poder. Ya no es una lucha contra la prensa: es un combate continuo en el interior de un espacio socio-informativo en el que convergen medios (periodísticos y sociales) como armas distintas con alcances diferentes y penetración variada en función de las exposiciones de los públicos. Vivimos inmersos en información y eso hace que se activen las estrategias de todos los que quieren influir para conseguir algo. Esto provoca una especie de campaña constante en la que los flujos informativos deben circular para mantener la influencia. La comunicación se parece más a una enloquecida partida de squash que a un bien definido partido de tenis.


Esta lucha se ha extendido a todo el mundo por los efectos dobles de la globalización y por el auge de las nuevas tecnologías de la información, cuya rápida puesta en marcha impedía prever los efectos de transformación en todas las sociedades.
Lo que es disputa agria en los Estados Unidos y en los países con tradición democrática, es un combate de otro orden en los que carecen de ella. La velocidad de su implantación y, especialmente, su carácter transfronterizo ha desencadenado una reacción radical desde la división social.
Los países que carecen de democracia siguen teniendo un modelo vertical del poder en donde la comunicación es una herramienta de ratificación del régimen y sus figuras principales y una herramienta de propaganda contra los enemigos interiores y exteriores. Su eficacia se basa, por ello, en la ausencia de otras voces discordantes que pudieran debilitar las versiones oficiales.
El concepto de verdad oficial adquiere un dramático sentido cuando se enfrenta a una multitud de fuentes capaces de desmentirla. Los videos y fotos realizados con móviles impiden al gobierno egipcio mantener la "verdad oficial" ante la muerte a sangre fría de Shaimaa al-Sabbagh. Lo mismo ocurre con el joven muerto hace unas horas en la Venezuela de Maduro, disparado a bocajarro por un militar. Las imágenes no dejan que la "verdad oficial" prospere. El régimen del discurso único y oficial queda en evidencia por los millones de teléfonos, cámaras, vídeos, etc. que son capaces de ofrecer alternativas sólidas.


El control de la información es uno de los recursos básicos del poder para mantenerse. Durante épocas eso significaba censurar y quemar libros. Los lectores no eran muchos y solían estar localizados y vigilados por agentes. Hay historias muy interesantes —sacadas a la luz por los historiadores del Libro— sobre este tipo de vigilancia y de cómo los "prestadores de libros" (clubes de lectores, etc.), por ejemplo, actuaban en ocasiones como confidentes policiales rellenando fichas sobre qué libros se lleva cada persona y pasándola a las autoridades. A los revolucionarios decimonónicos les daba por leer a Rousseau, Diderot y demás escritores considerados peligrosos. La Iglesia también creó su "índice" de lecturas poco después de que la imprenta surgiera. Hasta no hace mucho, el "nihil obstat" estaba en nuestros libros.
La Primavera árabe sirvió para marcar un punto en los efectos de las nuevas tecnologías de la información. Lo que era inicialmente un entretenimiento pasaba a ser una herramienta estratégica de primer orden, capaz de sincronizar las acciones de las personas en una manifestación o de difundir instantáneamente por todo el mundo una fechoría. Hoy una manifestación en cualquier país puede ser considerada como una riada de teléfonos móviles. Desde el aparato telefónico se pueden enviar fotos, vídeos, archivos de todo tipo, conectar con televisiones y hacer declaraciones. Es incontrolable.


Solo hay una solución: el gran apagón. Fue lo que hizo el gobierno de Hosni Mubarak. El mismo Ejército y Policía existente hoy, disfrutó de varios días de manos libres al cortar todos los servicios de telefonía. En Hong-Kong, la llamada "revolución de los paraguas" usó el bluetooth para crear sus propias redes y evitar este problema. Todos podían estar informados sin temor a que se les cortaran las comunicaciones. La verdad oficial se hace difícil de mantener en sociedades comunicativamente abiertas, pese a los intentos de los gobiernos.
Lo que está ocurriendo con Aljazeera estos días es otra demostración, desde el periodismo, de la dificultad de intentar mantener la verdad oficial sin que existan fuentes que la cuestionen. Nada más patético que los llamamientos del presidente Abdel Fattah al-Sisi que pedir a los egipcios que no escuchen a nadie y que solo se fíen de lo que dice él. Los más de cien medios bloqueados o cerrados no consiguen que la verdad oficial prospere.
Cuanto mayor es la ineficacia de un régimen, se producen más intentos de silenciar los medios alternativos y crear esa verdad oficial. Los países árabes no pueden controlar las fuentes y sus flujos de información que contradicen la versión oficial de lo que ocurre.


Egipto, como otros países, posee un espacio informativo desfasado en el tiempo. Poco importa la potencia o cantidad de medios que le sigan comprando los empresarios al gobierno. Son satélites de un sistema de emisión centralizado, que es quien produce la versión oficial. La centralización es la respuesta. El ejemplo de lo ocurrido con los "sermones oficiales", producidos por el ministerio, y difundidos en los rezos de los viernes en las mezquitas oficiales es un ejemplo de la mentalidad: un sermón centralizado, difundido por una red de lectores oficiales hasta un público que no debería recibir más información que esa. Es un sistema completamente vertical y único de información. Y no funciona, claro.
El poder autoritario reacciona siempre mal a la crítica y quiere controlar la percepción que de él se tiene, pues sabe que es esencial para su mantenimiento. La crítica pasa a ser un riesgo de distinto calibre, desde el desprestigio a la muerte en función de grado de autoritarismo y violencia existente.
El problema se plantea cuando las críticas vienen del exterior y no se pueden controlar. Es lo ocurrido con Aljazeera en estos días. El modelo de información de Aljazeera es diferente al mantenido por los demás países árabes que, salvo excepciones, siguen con un modelo incuestionable de comunicación.
Otro ejemplo claro lo tenemos con Recep Tayyip Erdogan en Turquía, en donde el retroceso de la libertad de prensa y la democracia ha sido abrumador. Es un aviso sobre el valor que los partidos islamistas le conceden a la información y a la crítica. La verdad oficial de Erdogan, además, incluye aspectos como la existencia de mezquitas en América cuando Colón llegó o la ausencia del evolucionismo en las escuelas por considerarlo una falsedad frente a lo dicho en los textos religiosos.
El insólito movimiento realizado por países como Arabia Saudí e Egipto, entre otros, contra Qatar exigiéndole que cierre Aljazeera y demás medios es —como hemos sostenido estos días— revelador del modelo autoritario. Arabia Saudí es un caso con pocas esperanzas, pero en el caso de Egipto se sigue sosteniendo que terminó la "hoja de ruta" hacia la democracia tras el "no-coup". Fue en Egipto en donde empezaron los ataques contra Aljazeera por considerar que eran incompatibles sus modelos de verdad. El otro objetivo era Turquía, también considerada aliada de los Hermanos Musulmanes y en donde se crean medios críticos.


La cuestión no es quién tiene razón, sino que todos hacen algo muy similar. Crean medios para difundir sus verdades y atacan a los que consideran que no lo hacen. La muerte del Periodismo es la muerte del periodismo independiente. Medios que siguen las instrucciones dictadas desde el poder no es Periodismo, sino propaganda camuflada.

Un periodismo trivial o dependiente es solo una apariencia de Periodismo. En realidad, no es más que mercancía. El verdadero Periodismo se enfrenta a una realidad hostil y a los intentos de desprestigiar a los medios y profesionales. Hay una primera oleada que afecta a los medios en sí proveniente de los nuevos medios alternativos; hay una segunda oleada que llega desde el poder. Lo que separa al verdadero periodismo de ambos es que su interés está en satisfacer responsablemente a un hipotético lector-ciudadano que aspira a conocer lo mejor que pueda la confusa y vociferante realidad que le rodea. Para llegar a los hechos hoy es necesario atravesar toneladas de información basura, cortinas de humo, ambigüedades discursivas, campañas en contra, etc.



Entre el pensamiento único y el no pensamiento, el Periodismo debe encontrar el camino para llegar a la información, el pulso para ejercer una crítica ajustada y necesaria.
No hay medios ni periodistas perfectos. Son humanos y cometen errores. Lo importante es mantener la idea de que es posible llegar a ofrecer una esquiva verdad, provisional y mejorable.
Hubo un ápoca en que el poder se caracterizaba por no tener porqué dar explicaciones. El silencio era su mejor arma. Hoy los tiempos han cambiado y necesitan dar explicaciones porque los ojos se han multiplicado.
La verdad oficial aspira a ser la verdad única y absoluta. Es labor de los periodistas someterla a revisión mediante la indagación y la exposición. Hace falta más que nunca buen periodismo. El crecimiento de la demagogia y del autoritarismo como formas de llegar o mantenerse en el poder hacen necesaria la honestidad periodística, sin protagonismos, con valentía.
Puede que sea el camino más difícil, pero es el único que tiene valor. 






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