martes, 13 de junio de 2017

La demagogia

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Nadie parece estar a salvo en política. Se hunden partidos clásicos, como el socialismo francés, que sale del gobierno a la nada, o se hunden partidos como el Movimiento 5 estrellas, en las elecciones municipales italianas celebradas hace unas pocas horas. Theresa May busca salir reforzada y sale más bien apuntalada, al borde del derribo, en el Reino Unido, donde todo han sido sorpresas: el criticado líder del laborismo obtiene éxito, los exitosos nacionalistas escoceses quedan en miniatura, etc. No hace falta hablar de los Estados Unidos de Trump.
Más que sesudas reflexiones sobre todo este fenómeno (empezando por si es uno o son varios), conviene desarrollar un sentido de la perplejidad que anule nuestra tendencia histórica a establecer leyes generales. Quizá todo se ha hecho tan complejo e interactivo que es difícil de controlar, al menos mentalmente. Pero decir que todo se ha vuelto muy complejo no es decir nada, sino refugiarnos tras las palabras que sirven para ocultar nuestra ignorancia creciente. Baste, pues, constatar que nos equivocamos con más frecuencia de la habitual, quizá por dar demasiadas vueltas a las cosas.
En su columna del diario El País de hoy, titulada "Superstición", Félix de Azúa comienza distinguiendo entre "democracia" y "demagogia", al menos conceptualmente. Puede que, efectivamente, la confusión entre ambos términos sea parte del problema y que todo consista en la caída de los demagogos cuando los pueblos constatan que no traen más libertades sino solo más ruido.
Escribe Azúa en su breve columna:

La opresora violencia de chats, redes sociales, tuits, o como quiera que se llame esa nube de palabrería, cada día se ve con mayor claridad que es una herramienta de extorsión. Nadie duda que las campañas de calumnias, agresiones y mentiras están dirigidas por servicios de obediencia oculta. No es casual que la capitalidad del pirateo y la trampa se la atribuyan mutuamente Rusia, EE UU, Corea del Norte y China. A un nivel enano, también son agencias al servicio de los demagogos las que calumnian en nuestro país a todo el que les molesta.
Nada anuncia que ese fenómeno sea controlable. Es muy posible que haya comenzado uno de esos trastornos colosales que provocan un giro global, como el que sustituyó el paganismo por el monoteísmo. Para nosotros vendría el fin de la democracia y el comienzo de una nueva era demagógica, similar a la de los inicios del cristianismo, cuando los ciudadanos se abandonaban a la superstición y quedaban presos de unos demagogos que prometían la vida eterna. O la nación libre.*


El razonamiento sobre la no casualidad de la demagogia se me escapa un poco, pero puede que sea por la necesidad que nuestro cerebro tiene de orden, de formar patrones allí donde reina el caos. No tengo yo muy claro si eran más o menos demagogos los paganos que los monoteístas, pero en cualquier caso está claro que los cambios son aprovechados por los oportunistas de lo nuevo durante el periodo que se tarda en hacerse uno con la nueva situación.
La demagogia es, además, sumamente contagiosa una vez que uno se da cuenta de los beneficios que tiene para quien la practica. Trump es un mal ejemplo. Ha roto todas las barreras establecidas hasta el momento de lo que se consideraba seriedad política en un sentido profundo.
"El final de la democracia y el comienzo de la demagogia", como señala Azúa, me parece excesivo porque la demagogia necesita de la mecánica democrática. Quizá ahí resida una parte importante del problema, en la reducción de la democracia a unas meras reglas de juego más que a un sistema de valores, algo que al demagogo no le interesa más que como mercancía.
La diferencia entre ambas percepciones es esencial. La mecánica democrática es muy sencilla. Otra cosa es, en cambio, su traducción a unos valores específicos que son su desarrollo y su origen. Si la democracia es solo una forma de acceder al poder, acaba siendo pervertida. Hoy tenemos muchos ejemplos de esto, de la falta de voluntad democrática frente a la sencilla mecánica.


En Europa tenemos una serie de gobiernos que han sido elegidos democráticamente, pero que carecen de valores democráticos y son observados y advertidos por ello. Polonia, Hungría... son puestos bajo observación pues se dedican democráticamente a subvertir la democracia. Los casos fuera de Europa son también notables. Está mal visto eso de ser "dictador", que ha quedado "vintage", por lo que al autoritarismo le gusta disfrazarse de coloridos ropajes. La demagogia en esto es esencial y permite el maquillaje retórico.
Hemos multiplicado nuestras posibilidades comunicativas, lo que nos expone mucho más a la demagogia. Lo señalado por Azúa respecto a la presión es correcto. Puede que no hayamos inventado nada, pero sí lo hemos intensificado y hemos hecho un arma constante de ello. El aumento de la mentira, de las "fake news", de las filtraciones, etc. —con teorías o sin ellas— muestra ese gusto por remover el agua para enturbiar el río. La seducción de los demagogos en un mundo híper comunicado es grande y se abren paso fácilmente entre el aburrimiento, la indignación, las rutinas y la ignorancia. Una sociedad culta es la mejor vacuna contra la demagogia. Y quiero dar a la palabra "cultura" el sentido que los ministerios de Educación le niegan.
Las maneras importan; los valores importan. Las reglas importan, pero no son suficientes. Reglas, maneras y valores deben ir unidos para combatir la demagogia.




* Félix de Azúa "Superstición" El País 13/06/2017 http://elpais.com/elpais/2017/06/12/opinion/1497273341_306966.html


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