sábado, 13 de mayo de 2017

El despedidor o contando los días

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Estados Unidos está viviendo una pesadilla. Como pesadilla es persistente y provoca angustia en los que la viven con la ilusión de estar despiertos. Se pellizcan con insistencia pero no consiguen despertar. La realidad del sueño es demasiado real. La pesadilla se confirma cada día con un nuevo añadido, con un nuevo espanto.
Los durmientes pueden fantasear con lo que el sueño les traerá a sabiendas de que todo es posible en los sueños y en la realidad que se le parece. Eso hacía Gail Collins en The New York Times cuando escribía en su columna:

Donald Trump is going to meet soon with the pope. How do you think that will go? Maybe when Trump emerges, he’ll announce that Francis promised him canonization. Then the Vatican will deny it. Then Sean Spicer will hold a press conference in which he will explain that the president was simply working off a memo written by the deputy secretary of state.*

Especular sobre el futuro es casi una reacción orgánica cuando apuntas con el mando al televisor con la incertidumbre de si habrá guerra en Corea, si están deportando a millones y lanzándolos al otro lado del muro o si se anunciará el "impeachment" del presidente Trump. ¿Por qué no canonizarlo? ¡Si sirviera de algo!


Si los Estados Unidos han tenido duda sobre el "declive del imperio americano" no deberían tener duda de que la llegada de Donald Trump es el signo más evidente del fin de su liderazgo mundial. Trump está socavando toda su credibilidad. "America First" tiene consecuencias. "¡Llamadme Mr Brexit!" tiene consecuencias. "I love WikiLeaks!" tiene consecuencias.
Su llegada a la presidencia con casi tres millones menos de votos que su rival ya presentó una debilidad del sistema, aunque fuera por una mala distribución geográfica electoral. Pero esa perversión que da la presidencia a quien menos votos tiene no se está intentando arreglar, sino apuntalar con nuevas medidas contables que aseguren el futuro a los republicanos, que no ven más remedio que intentar conservar lo que les ha llevado a ese poder enfermizo que tienen. Solo los locos contracorriente han denunciado este apocalipsis-Z republicano.
Pero, con todo, no es el único presidente que llega así, apoyado por menos pero en los sitios adecuados. Se podría haber superado con un gobierno para todos. Pero no.


Donald Trump está demostrando el más absoluto nepotismo. Los que le votaron, han votado a su familia, que es la que se ha instalado en los puestos clave, dejando el protagonismo político y el asesoramiento del país más poderoso en manos de personas que carecen de la más mínima experiencia política. Otras elecciones han resultado peores, como la del defenestrado Mike Flynn, cuya historia está por salir a la luz. Que el asesor de Defensa de la Casa Blanca haya tenido "lazos" (algo más que el mecánico "contactos") y esté pidiendo inmunidad ya es grave. Que se diga que era potencial "víctima de chantaje" y se hable de "fotografías" lo es más todavía.
Pero lo norteamericanos están aprendiendo sobre Trump y la "cultura empresarial", la única que tiene, la del déspota al mando. Su actuación con el ya ex director del FBI, James Comey está siendo motivo de escándalo, otro más. ¿Cuándo se ha visto a un presidente de los Estados Unidos llamando "fanfarrón" al director del FBI, amenazándole con divulgar conversaciones?
En un demoledor editorial de The New York Times, el diario señala lo que los norteamericanos están empezando a saber sobre la persona que habita en la Casa Blanca:

It is often at moments of crisis that Americans get the clearest glimpses of a president’s character, and this week they had the chance to learn a good deal about the true Donald Trump after his abrupt decision to fire James Comey, the F.B.I. director.
Mr. Trump’s actions and the disclosures by those close to him revealed this president to be an insecure, fearful man who can’t eat or place a phone call without a backdrop of fawning aides. Rather than cultivate experienced, strong-minded advisers who might challenge his views, Mr. Trump prefers to govern by impulse and edict, demanding absurd pledges of “loyalty.”
Americans learned that Mr. Trump gave his bodyguard’s opinion on the Comey matter as much weight as any adviser’s, if not more. They saw that he was comfortable humiliating aides by flatly contradicting their accounts of his decision-making.
They saw, as many of them had no doubt suspected, that he has a limited understanding of, or respect for, the constitutional responsibilities of public officials. During a January dinner in the White House, in which Mr. Trump apparently tried and failed to extract a vow of loyalty from Mr. Comey, the president gave no sign of grasping the federal statute binding both men: “Public service is a public trust, requiring employees to place loyalty to the Constitution, the laws and ethical principles above private gain.” To Mr. Trump, “loyalty” meant abandoning an investigation into foreign interference in the last election.
Americans were also presented with a president obsessively watching cable television news and attacking imagined enemies. On the day before he fired Mr. Comey, according to Time magazine journalists who were in the White House with him, Mr. Trump surfed through recorded clips of Senate testimony about the Russia investigation, playing and replaying segments that he insisted backed up his false claims of Obama administration wiretapping, as Vice President Mike Pence and several aides stood by silently. Scouring testimony by Sally Yates, the acting attorney general he fired, and James Clapper, the former director of national intelligence, Mr. Trump gloated that they were choking “like dogs.” Later, over a dinner in which he got two scoops of ice cream to everyone else’s one, he marveled without irony at his critics’ “meanness.”**


El retrato desafía la comparación con la larga lista de presidentes paranoicos que los norteamericanos han imaginado en sus peores pesadillas cinematográficas o televisivas. Trump no puede ser comparado con la realidad; tan solo puede hacerse con esos presidentes ideados por guionistas de la guerra fría y que han sido llevados al cine. La imagen del último párrafo citado es especialmente vívida y nos muestra el clima existente en la Casa Blanca en estos momentos. Trump vive en un universo tan plano como su pantalla, un mundo filtrado, parcial y de los vívidos colores y acentos de la Fox News.
Uno de los reproches mayores que se le hace a Trump es su concepción "empresarial" de la "lealtad", la que exige a quienes le rodean. Esta mentalidad choca con la del funcionario, un mundo que Trump no entiende, que debe lealtad a la constitución, al país y al pueblo norteamericano. Pero no es ninguna novedad. Ya se planteó (incluso escribimos sobre ello) el tipo de equipo que Trump creaba: lealtad absoluta a su persona para poder tener confianza. Esto es especialmente importante para una persona que desconoce absolutamente los resortes políticos, carece de visión del estado y actúa mediante impulsos en los que confía al poseer una imagen mesiánica de sí mismo.
Para Trump, la buena información es la que le hace tomar buenas decisiones. El problema es que esa información —como se describe en The New York Times— le llega de personas que, ya por miedo o por incompetencia, le dicen lo que quiere escuchar.

La barrera de los cien días es psicológica. Pero no creo que muchos se hayan podido acostumbrar a esta presencia en la Casa Blanca. Las cadenas televisivas apenas se dedican a otra cosa que a comentar las acciones de Donald Trump, a hablar de sus efectos y peligros. El mundo se ha relativizado al tener en casa este gigantesco foco de preocupación. Pero eso no es más que una cuestión de atención. La realidad sigue su camino con la amenaza de las intervenciones de unos Estados Unidos imprevisibles, movidos al dictado de las apetencias de un presidente imprudente.
En estos días se habla mucho del bajo nivel de valoración. También se comenta que aquellos que le votaron mantienen su apoyo. Esto no hace sino confirmar lo que hemos dicho muchas veces. Donald Trump no convenció a casi nadie. Lo que hizo fue reforzar la crisis existente y ahondó en la división norteamericana. El simple mandato de Barack Obama ya atrajo el voto para aquellos que le atacaban. La campaña racista, misógina y xenófoba atrajo lo existente bajo esas etiquetas, juntas o por separado. El eje de sus decisiones es siempre mantener lo contrario de lo que Obama hizo. 


La herida americana es más profunda de lo que podemos pensar si el apoyo a Trump y a lo que representa, en maneras y fondo, se sigue manteniendo. Él juega con este fondo y lo alienta con sus maneras toscas y sus tuits insinuantes o incendiarios. Trump se está confirmando, que no revelando, como lo que siempre fue.
Con Trump se ha confirmado la falta de liderazgo americano. Desde el exterior, se asiste entre horrorizados e incrédulos al ascenso de una personalidad como Trump a la cima del imperio americano. Los medios periodísticos cada vez hablan más de Nixon cuando hablan de Trump. Hasta el momento, Donald Trump para los golpes y amenaza, pero puede atacar como ha hecho con James Comey, que le explicó que la lealtad es algo que se le debe al país y no a la persona. Después de insultarle y descalificarle públicamente, ejemplar resulta la declaración de la persona provisionalmente al mando. Tiene a su antiguo jefe en la mayor consideración porque ha cumplido con su deber. Lo contrario del entramado de intereses económicos y políticos a que se ven expuestos los asesores de Trump, la mayoría bajo sospecha y que ha tenido que ir eliminando.


Las amenazas de sacar a la luz conversaciones grabadas al director del FBI son graves, muy graves. Trump se considera Dios y que puede hacerlo todo. Pero hay unos límites en las formas. Dicen los periodistas de The Washington Post que cuando se entrevistaba a Trump por teléfono nunca se sabía cuánta gente más estaba escuchando. También lo dicen los que le conocen de su vida empresarial. Pero, de nuevo, Estados Unidos no es una empresa y Trump no ha llegado a arreglarla, como dijo. Más bien lo está enredando todo. Al final, ha hecho con Comey lo que mejor se le daba: despedir y amenazar. Pero esto tampoco es un reality, aunque en ocasiones lo parezca.
Estados Unidos, el mundo, cuenta los minutos, los días, los meses..., una cuenta atrás interminable y agónica. Y otros hacen apuestas sobre si terminará el mandato o si su mandato terminará con nosotros.




* "Trump Is Terrible at Firing!" The New York Times 12/05/2017 https://www.nytimes.com/2017/05/12/opinion/trump-is-terrible-at-firing.html?&moduleDetail=section-news-2&action=click&contentCollection=Opinion&region=Footer&module=MoreInSection&version=WhatsNext&contentID=WhatsNext&pgtype=article

** "President Trump Craves Loyalty, but Offers None" The New York Times 12/05/2016 https://www.nytimes.com/2017/05/12/opinion/president-trump-craves-loyalty-but-offers-none.html

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