miércoles, 24 de mayo de 2017

Con Mánchester

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El crimen cobarde y horrendo de Mánchester, con 22 muertes por ahora, muchísimos heridos, vuelve a plantear muchos interrogantes sobre su origen y especialmente sobre l proceso seguido en la vida y en la mente por la persona o personas que activan una bomba entre una multitud inocente. Es necesario intentar comprender los procesos, evitar lo preconcebido para rendir a los muertos el tributo de la prevención futura.
Rápidamente ha aparecido la información sobre el asesino. Una vez más se perfila ante nosotros con unas características distintas a las que muchos esperan creando una "normalidad" atípica que lleva a preguntarse sobre el proceso y su desarrollo en el tiempo. Nos dice el diario El País:

Se llamaba Salman Abedi, tenía 22 años, y había nacido en la misma ciudad del norte de Inglaterra donde el lunes por la noche detonó una bomba a la salida del concierto de Ariana Grande en el Manchester Arena, que provocó 22 muertes además de la suya propia. Diversos medios británicos apuntaban a que el terrorista suicida estaba en el radar de la policía.
Los padres de Salman Abedi, libios, llegaron a Reino Unido huyendo del régimen de Muamar Al Gadafi, según confirmaron a EFE fuentes de Seguridad de Tripoli. Salman era el segundo hijo de Samia Tabal y Ramadan al Abedi. La familia vivió un tiempo en Londres antes de trasladarse al sur de Manchester, donde llevaban más de diez años, según las mismas fuentes.
El padre trabajaba en el sector de la seguridad y era una persona conocida en la mezquita local, muy crítico con el yihadismo, según testimonios recogidos en la prensa británica. Personas que conocían al asesino, citadas por la prensa, lo definían como un joven devoto y reservado, al contrario que su hermano, que era más extrovertido.*


Como asesino, sorprende la rapidez con la que se acumula odio en la vida. Odio contra la de otros y desprecio por la propia. Con 22 años no da tiempo apenas a nada, pero parece que el odio necesario sí se puede ser suficiente como para tomar la decisión de meterse entre otros para hacerse estallar.
Carecemos de este tipo de descripción. La necesitamos para comprender cómo es posible hacer estallar esa bomba en mitad de una celebración, rodeado por miles de jóvenes como él que manifestaban su alegría. Hace falta una enorme negrura interior para poder activar los explosivos rodeado de alegría. Es necesario, probablemente, llegar a odiar esa alegría, utilizarla como fuerza de confirmación. Esto exige un cuidadoso trabajo de modelización de odio para evitar flaquear, que la alegría ajena minara su determinación.
Es necesario conocer qué quiere decir "un joven devoto y reservado", manifestaciones exteriores de otras muchas personas que no se hacen estallar causando muerte y destrucción. Las personas que se hacen estallar no buscan solo su martirio. Los que se quemaban "a lo bonzo" no buscaban hacer daño más que a sí mismos; ardían en una dolorosa soledad. Solo protestaban hasta el límite. Los que buscan hacer el mayor daño posible, matar al mayor número de personas, siguen un proceso mental distinto del que todavía no hemos logrado los retratos fidedignos porque ellos se llevan los materiales precisos.


No es solo una cuestión policial y psicológica. Necesitamos esos datos para conocer los procesos y convertirlos en retratos fiables con los que mostrar al mundo cómo funcionan. Hasta el momento, el énfasis se pone más en las explicaciones sociales que en las individuales, lo sociológico antes que lo psicológico, pero lo segundo solo se da bajo la presión de lo primero.
Los partidarios de las taras, de definir a los terroristas de este estilo como enfermos, perturbados, etc. tienden a considerarlos como anomalías. El sistema funciona con normalidad, pero sale un número de individuos "defectuoso". Entre millones de personas, unos cuantos sale tarados, con defectos que se traducen en este comportamiento.
Los partidarios de la producción selecta, en cambio, consideran que cada terrorista de este tipo (o de otro) no es fruto de la casualidad sino de un meticuloso trabajo en el que se ha seleccionado primero el material bruto para ir después dándole forma hasta llegar a la herramienta perfecta de odio y muerte.
Uno y otro modelos son posibles porque cualquier terrorista es único, como todo ser humano. Del hermano del asesino se nos cuenta que es el reverso, que es "extrovertido" frente al "reservado" con que es descrito.


Se nuevo se trata de un miembro de la segunda generación, de un hijo de inmigrantes libios huidos de Gadafi. Son estos los que han tomado desde el principio el protagonismo. Son ellos los que se iban a luchar a Siria y de los que se temía el regreso a los respectivos países. Pero están resultando muy peligrosos y mortíferos los que se quedaron. Quizá forma parte de su proceso el "sentimiento de culpa" por no haber ido a un frente idealizado —la guerra de Siria y la fundación del nuevo reino perfecto— y haberse quedado "entre enemigos".
En las Ciencias Sociales se intenta explicar las formaciones de la identidad que nos llevan a tratar de convertirnos en "otros". La identidad, en el fondo, es una acumulación de diferencias y de similitudes. De ese cruce surge nuestra idea de pertenencia y de rechazo. Hay múltiples teorías que intentan mostrarnos nuestra peculiar psique y su anhelo de inclusión, que es lo que da forma a la sociabilidad.
Hay tres conceptos con los que se lleva trabajando décadas y que forman parte de esos procesos que pueden derivar en los conflictos sociales o en el terrorismo que padecemos todos. Se trata de los "prejuicios", los "estereotipos" y la "discriminación" como aspectos vinculados. La dinámica social es cada vez más compleja por efectos de la globalización y de la diseminación de la información.
Una de las cosas más claras en estos años es el papel esencial de la información en la creación de estas situaciones. Vivimos en un mundo globalizado en el que la información está actuando como un elemento al que están expuestos grupos que la perciben e interpretan de formas muy diferentes. Cuando se dijo en la campaña electoral norteamericana que Donald Trump era el mejor propagandista del Estado Islámico pues estaba provocando corrientes que estos aprovecharían en su beneficio, se estaba dando cuenta de este fenómeno. La formación de estereotipos negativos acaba alentando la discriminación, el peor enemigo de la convivencia y fuente de muchos conflictos.


La profesora Vanessa Ruiz Castro, de la Universidad de Costa Rica, nos explicaba algunos modelos desde la Psicología Social. Las últimas décadas han visto la llegada de propuestas teóricas que pueden resultar interesantes como vías de análisis de estos fenómenos de violencia, sectarismo, discriminación, xenofobia, etc. que padecemos. Uno de ellos es la Teoría de la Identidad Social:

[...] la TIS postula que los individuos tendemos a formar grupos o categorías con el fin de organizar la información del medio social   que   nos   rodea   (Tajfel,   1981).   Esta   simple   categorización   tiene   importantes  efectos  en  los  procesos  de  percepción  social  debido  a  la  tendencia humana de sobreestimar las diferencias entre las categorías (ej. “los costarricenses  son  muy  diferentes  a  los  mexicanos”)  y  a  subestimar  las diferencias  dentro  de  las  categorías  (ej.  “todos  los  mexicanos  son  iguales”).
Estos  efectos  tienen  un  carácter  evaluativo  (ej.  “los  costarricenses  son  más  simpáticos  que  los  mexicanos”)  y  son  particularmente  marcados  cuando  los  sujetos pertenecen a una de las categorías (ej. “nosotros somos simplemente mejores que ellos”).  Desarrollos  posteriores  de  la  TIS,  formalizados  en  la  teoría  de  la  autocategorización (TAC)  de  Turner  y  colaboradores  (1987),  especifican  los mecanismos  de  formación  y  activación  de  estos  procesos.  Según  la  TAC  la  activación de las categorizaciones sociales depende de a) las motivaciones del sujeto,   sus   experiencias   pasadas   y   sus   intenciones   presentes;   b)   las   características  del  estímulo  en  relación  con  el  contexto  en  que  aparece;  y  c)  las  características  percibidas  de  las  relaciones  intergrupales  (Turner,  et  al.,  1987).**

Unos modelos "sencillos" como estos dan cuenta ya de la complejidad de la "identidad", como factor doble o triple: uno mismo, uno como miembro de un grupo, y uno frente a otros. Las experiencias y motivaciones de cada uno producirán la intensidad de la pertenencia o el rechazo, de la humillación y el orgullo necesarios para actuar.
Como cualquier explicación teórica, es válida para lo general y necesita del detalle. Pero nos ofrece un aspecto interesante de la explicación: la gestión de la información. Es esencial saber informar para evitar la intensificación de los problemas en el futuro. Cada vez que se produce un acontecimiento criminal como el atentado de Mánchester, comprobamos lo poco inteligente de muchas informaciones, siembra de futuros conflictos. La información no son solo los medios. Información es todo lo que recibimos del exterior, de la familia a la escuela, de los medios a las conversaciones. Con todo ello, nuestro cerebro se crea una explicación del funcionamiento del mundo. De ahí el interés en los "prejuicios" y en los "estereotipos", que finalmente son los que actúan en los procesos de discriminación, violencia sectaria, terrorismo, etc. Con lo que recibimos, clasificamos y evaluamos lo que recibiremos. Sobre muchas cosas no podremos actuar, pero sí sobre los sistemas de educación y sobre los medios. Pero es más fácil decirlo que hacerlo.


Se repite hasta la saciedad que la violencia hay que pararla con métodos más allá de lo policial, que hay que ir a sus orígenes y evitar que crezca. La proliferación de terroristas llenos de odio asesino surgidos de nuestras ciudades debería hacernos reflexionar sobre las causas y tratar de comprender cuáles fueron las informaciones y experiencias que modificaron su percepción del mundo hasta desatar el odio. Hemos pasado de encontrar la justificación de la radicalización en las cárceles a encontrarla en Internet, pasando por los viajes a Siria. Sin embargo, muchos no encajan en estos modelos. Y, en cualquier, caso su búsqueda de información o de viajes, etc. refleja ya una actitud.
Ante un crimen horrendo como el de Mánchester, ante el odio que implica, hay que seguir buscando los dos componentes: los que crean la predisposición (variada, basada en la experiencia acumulada) y lo que actúa como incentivo, como aliento. El radicalizador es capaz de detectar al predispuesto; también nosotros debemos intentarlo, evitar que se produzca, actuando sobre las causas, aquí y allí.
Nuestra solidaridad con las familias de los muertos, nuestro respeto a su dolor, que es nuestro. Y, finalmente, nuestra indignación con los que fomentan la violencia. Es responsabilidad de todos contribuir desde nuestras actividades, puestos y gestos a que este horror cese algún día.


* "Salman Abedi, el hijo introvertido de dos exiliados libios" El País 23/05/2017 http://internacional.elpais.com/internacional/2017/05/23/actualidad/1495562098_639412.html
** Vanessa Smith  Casto  "La psicología social de las relaciones intergrupales: modelos e hipótesis" Actualidades en Psicología,  20, 2006, 45-71 en http://revistas.ucr.ac.cr/index.php/actualidades/article/download/37/27

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