lunes, 17 de abril de 2017

Un milagro ruso

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Es difícil sintetizar más el titular del artículo de Charles M. Blow en The New York Times: "100 Days of Horror". En solo cien días, el presidente Donald Trump ha conseguido sumir al país en una pesadilla diaria. Parecen cien años y no cien días. La cuenta atrás para su salida de la Casa Blanca comenzó el día mismo en que cruzó la puerta. La pregunta que media humanidad se hace es si el mundo sobrevivirá a Donald Trump o si se lo llevará por delante.
Al día siguiente a su elección, las mujeres salieron a manifestarse. Los presentadores de los noticiarios de televisión no saben si reírse o llorar ante sus audiencias. A los comentaristas políticos les faltan palabras para describir lo que hacen y ven. Su portavoz en la Casa Blanca está a punto de enloquecer. Sus equipos han sido vapuleados por los motivos más increíbles, desde pedir que se compre la ropa de la marca de su hija, hasta dimisiones con petición de inmunidad para contar lo ocurrido.
La transparencia política ha rodado pisoteada por los suelos. La gente se manifestaba ayer pidiendo que el presidente haga pública sus declaraciones de impuestos. Su respuesta ha sido —rompiendo otra tradición de transparencia desde la época de Nixon— declarar secreto el registro de visitas a la Casa Blanca. Así nadie sabrá quién o sale de la casa o si les recibe en albornoz o no.
Muchos americanos están escandalizados. El presidente Obama gastó, según las estimaciones, 97 millones de dólares en viajes en sus ocho años de estancia en la Casa Blanca. Trump y familia llevan ya 10 millones en apenas un par de meses. ¡Ese es el problema de los ricos! No se usan las residencias oficiales, sino las suyas particulares, planteando serios problemas éticos, además de los logísticos y económicos. Pero para Trump, "ética" es una palabra que no entra en sus tuits.
Cualquier cosa que se diga, se queda corta ante la magnitud de los que sucede. A todo esto, el creciente militarismo como forma de afrontar los problemas internacionales le ha llevado a amenazar a Irán y a Corean, además de bombardear Siria y haber mostrado al mundo los efectos de "la madre de todas las bombas", que ha lanzado en Afganistán. Dicen que ha servido para matar unos 60 talibanes, aunque no es posible saberlo si los efectos son tan buenos y están bajo tierra, camino de ser combustible fósil para el futuro.


Donde se ha lanzado realmente "la madre de todas las bombas" es sobre los Estados Unidos. Los efectos sobre su legislación, los derechos de las personas y lo que tendrán que padecer durante algunas generaciones en adelante. Trump está deshaciendo algo más que lo hecho por Obama. Mucho de lo que hizo Obama, como en economía, eran diques y cortafuegos para los desastres que se habían producido anteriormente. Ha pedido a la industria que le digan qué normativa les molesta para ir desmantelándolas. ¡Pobres consumidores norteamericanos!
El mero repaso de lo que se hace diariamente provoca espanto. Señala Charles M. Blow en su artículo:

His failures so far, I suppose, should bring resisters like me some modicum of joy, but I must confess that they don’t. Or, more precisely, if they do, that joy is outweighed by the rolling litany of daily horrors that Trump has inflicted.
The horrors are both consuming and exhausting. For me at this point they center on an erosion of equality. This by no means downplays Trump’s incessant lying, the outrage of him draining the Treasury for his personal junkets, or his disturbing turn toward war. But somewhat below the radar, or at least with less fanfare, our access, inclusion and justice are being assailed by a man who lied on the campaign trail promising to promote them.*


Es, en efecto, un estado de depresión profunda. Nos lo causa a los europeos, que podemos plantarle cara en muchos aspectos, aunque nos veamos afectados, ¡cuánto más a los norteamericanos y vecinos! De vez en cuando salen las cifras de los que se van al Canadá para superar la náusea sartreana profunda que vivir dentro de las mismas fronteras les provoca.
Los que han creído a Donald Trump es porque han querido creerle. Nadie que no estuviera predispuesto puede considerarse engañado. Sus mentiras sobre lo prometido en la campaña eran mentiras desde el principio y así fueron destapadas. Pero lo peor es la ceguera voluntaria provocada por su distorsión de la realidad. Los que iban a un mitin de Trump sabían lo que iban a gritar, lo que jaleaban cuando se hablaba de "muros", "inmigrantes", "criminales", "planificación", "seguro médico", "cambio climático", etc. Lo sabían. Reían sus invocaciones a Rusia y llevaban retratos de Putin, el atlético compadre. Hay mentiras que han escocido mucho, como la que hizo sobre el respeto a la comunidad LGTB (¡se acabó elegir baño!) o la de sacar a USA de guerras cuando la está empujando a ellas. Pero así hay más emoción y la Fox puede tener agitados a sus comentaristas.


Los efectos sobre la sociedad norteamericana serán devastadores. El descubrimiento diario de que las personas que han sido elegidas por el presidente con el lema de "nunca hubo más inteligencia en una administración" se está revelando como un gigantesco sarcasmo cuando se comprueban los lazos económicos que han mantenido con países como Rusia, la Ucrania prorrusa o Turquía, por citar solo lo más sonado. ¡Son soldados de fortuna disfrazados de patriotas de John Ford! El tiempo irá haciendo salir más conexiones de estas personas tan inteligentes que Trump reunió para servirse del país más que para servirle.


Fuera asusta el militarismo puesto en pie por la nueva administración, una política que deja obsoleta la diplomacia, que se limita a amenazar desde la sala del Consejo de Seguridad o desde la frontera misma de las dos Coreas —como acaba de hacer el vicepresidente Pence—. Las palabras del presidente sobre que a Estados Unidos le gusta ganar guerras excluyen que también le gusta crearlas. No tiene en cuenta el coste para los demás, como señalan los expertos en la política de la zona. Corea del Sur no necesita de misiles de largo alcance para ser bombardeada; con un empujoncito vale. Su teoría de que se ha encontrado un lío y que lo va a arreglar nos ha dejado a todos atónitos pues todos nos imaginamos que la presidencia de los Estados Unidos nunca ha sido un trabajo fácil.


Hasta Theresa May está un poco asustada por lo que pueda ocurrir. ¡Malditas manos! La amistad con Trump, como decían antes los padres, no le conviene. Ni a ella ni a nadie.
A Blow le preocupa que la guerra está en el interior mismo de los Estados Unidos:

The clock is being turned back. Vulnerable populations are under relentless attack by this administration. This is a war, and that is not hyperbole or exaggeration. While folks are hoping that some Russia-related revelation will emerge from the darkness to bring this administration to a calamitous conclusion, the administration is busy rebuilding and reinforcing the architecture of oppression in plain sight.*

Guerra dentro, guerra fuera. Lo está desmantelando todo. ¡El más indocumentado de los presidentes de los Estados Unidos! Son los jueces los que le están plantando cara en muchas medidas. Lo harán mientras puedan. También alcaldes, intentando salvar sus ciudades. Trump ha conseguido desmantelar a los propios republicanos, llevarlos a tumbar sus propias propuestas, como ha sucedido con el Obamacare. ¡Ha enfadado a Rusia, con la que quería partir piñones! ¡El famoso lío!
En el interior del bando vencedor en la elecciones se descubren facciones enfrentadas entre teóricos y practicantes de la conspiración, supremacistas blancos y oscuros hombres de negocios, negacionistas de la Ciencia y del cambio climático, lobistas, constructores de arcas de Noé, etc. Trump no es un hombre de partido; lo suyo es un equipo, decía...y al final solo confía en la familia, todos sólidos intelectuales.
Los desesperados apuestan por el milagro, como señala Blow, la liberación de algún secreto ruso, de una información que tenga agarrado al presidente de los Estados Unidos por donde a él le gusta agarrar a la mitad de la humanidad. Cuando ese momento —en el que todos quieren creer— llegue puede que quede todavía algo.
Pero los milagros —hasta en la Santa Rusia— se cotizan caro. La esperanza queda.




* "100 Days of Horror" The New York Times https://www.nytimes.com/2017/04/17/opinion/100-days-of-horror.html


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