miércoles, 19 de abril de 2017

Mélechon, él y el mismo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Debo confesar que lo que está haciendo el candidato a la presidencia de Francia, señor Jean-Luc Mélenchon, de tiene entre preocupado y mosqueado. Que con lo que está cayendo en Francia la cuestión sea el candidato holograma es un paso más en la política espectáculo, algo que comenzó con el primer inglés que se subió a un barril a hablar a sus colegas y cuyas últimas manifestaciones son los tuits de Donald Trump y, poquito después, los hologramas de Mélenchon. Si no gana las elecciones, pasará a la historia por estas cosas de la tecnología. Habrá dejado su huella o su anécdota.
La conversión de una campaña trascendental en show virtual dice mucho de nosotros y de cómo acaparar la atención, pues no se trata de otra cosa. Un sesudo tecnólogo francés explica que antes era el pueblo el que iba a ver al candidato y ahora es el candidato el que va a ver al pueblo. En realidad eso es un atraso y solo se puede sostener teóricamente si consideramos el acto en vivo como el espectáculo político por antonomasia. Sin embargo, desde hace mucho tiempo esto no sucede. El mitin se hace hoy en día para ser retransmitido ya que van los convencidos.
La aparición de cada uno de los medios de comunicación ha ido transformando a los candidatos y por ello a la política misma y a los políticos. Cuando apareció la prensa, tuvieron que escribir bien, igual que habían tenido que ser oradores para subirse al barril, la tribuna o el patíbulo, un lugar interesante para hacer declaraciones para la posteridad. La radio obligó a cambiar a los políticos y los acercaba al ciudadano. Ya no nos lo contaban otros, sino que podíamos escuchar sus voces, sus discursos a través de los altavoces caseros. Habían entrado en casa con la prensa y ahora lo hacían por los receptores de radio. Los viejos noticiarios cinematográficos nos mostraban ya a unos políticos inaugurando, discutiendo, saludando con sus elegantes sombreros. Sonreían a las cámaras sabedores de que del otro lado habría gente sentada en sus butacas.


Pero el medio que transformó realmente la política fue la televisión. La radio había dejado en evidencia lo aburrido de algunos de ellos, mientras que favorecía voces estridentes como las de Adolfo Hitler, como nos han contado hasta la saciedad los historiadores de la comunicación política. Igualmente nos han contado que Nixon sudaba y que eso quitaba votos. Los políticos no debían sudar en público y menos en los debates. De esta forma se hizo avanzar la tecnología del aire acondicionado, el maquillaje más resistente y los focos de menor temperatura. En el campo político, ascendieron  los diseñadores, peluqueros, etc. y bajaron los que tenían ideas sensatas. En su lugar se valoró a los que sabían conectar con la gente y eran capaces de traducirlo a fórmulas sencillas. Los candidatos empezaron a confiar en los gurús de la comunicación política. Los políticos ya no podían vivir sin ellos.
El medio es el mensaje. Los políticos tenían que dar imagen, tener telegenia, que no es belleza, error de principiantes políticos, sino un yonosequé que funciona. En el caso político, es que llenes las urnas de votos en tu favor. En eso ha quedado la política en los últimos tiempos, en llenar las urnas. Esto explica la crisis profunda de liderazgo real que vivimos y el desarrollo de personalidades autoritarias que desentierran los conflictos para vivir de ellos.
Jean-Luc Mélenchon ha dado un paso más, para bien o para mal, en las elecciones decisivas para Francia.




Con Jean-Luc Mélenchon se descubre el artificio comunicativo: la imagen es realmente imagen. Ya no es el marco el límite, un dentro y un afuera de la pantalla. Claramente, lo que está ante ti, entre otros, es un fantasma, no existe. No existe como no existe en un texto, en una fotografía, en una pantalla, en un sonido que sale de un altavoz. Pero todo junto... ¡parece tan real!
Si Marine Le Pen hubiera dispuesto de esta tecnología —¡maldita sea!— habría hecho aparecer también a Juana de Arco o cambiado su eslogan a "¡Marine para todos!" Mélenchon, en cambio, al que en algún medio comparan con Castro o Chávez, sonríe y se frota las manos como si hubiera sentido frío en el trayecto. Como vivimos a través de metáforas, como nos enseñaron George Lakoff y Mark Johnson, nos dicen los comentaristas que a los pocos segundos, la gente se ha olvidado que estaba ante un holograma y se comporta como si estuviera ante el genuino Mélenchon, el original, el pellizcable. Esto también dice mucho de la psique humana y explica en parte porque en muchas culturas o a los protestantes en la nuestra les preocupaban tanto las imágenes. Se empieza aplaudiendo a un holograma y se acaba votando a Trump, que no tardará en introducir esta tecnología, muerto de envidia.
Para paliar el espacio literalmente vacío pese a la figura fantasmal de Mélenchon, el escenario se ha llenado de gente real cuya función es servir de coro o fondo al holograma. Hay algo de frialdad  en dejar solo a un Mélenchon holográfico en un escenario real. Hasta un holograma necesita un poco de calor humano, de arropamiento.
Las imágenes del día nos traen también a unas activistas de Femen intentando interrumpir un mitin de Marine Le Pen. Mi pregunta es si eso es posible también con los hologramas. Me parece jugar con mucha ventaja tener que cubrir todos los mítines simultáneos de un solo candidato. Se necesitarán muchas más activistas o dar el golpe en el mitin que emite y salir en todos los hologramas a la vez, lo que sería un éxito. 


Marine Le Pen a punto de recibir un ramazo de flores contrasta con el etéreo Mélenchon, quien disfruta de la seguridad holográfica. Ya le pueden atizar, que él como si nada. Lo malo es como los hackers de Putin le cojan el truco y tomen el control del holograma. Seguro que están en ello. Lo que algunos hacen con el candidato, otros lo hacen con los votos, como Erdogan en Turquía. En efecto, resulta más rentable multiplicar los votos en las urnas que multiplicar los candidatos en los mítines.
Mélechon se ha ganado al menos el voto de los "trekkies", los fans de Star Trek, pues tiene mucho de los tele-transportes desde la nave Enterprise hasta el planeta que toque en ese episodio. Aquí no ha tele-transporte, claro, sino multiplicación electoral. Pronto se presentarán reclamaciones porque esta tecnología echa por tierra los presupuestos. Pedirán que se declare competencia desleal. Y algo de esto tiene. Pero la tecnología favorece al primero y hace aguzar el ingenio o invertir al resto.

¡Y a Trump le parecía que lo del tuit era moderno!





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