lunes, 24 de abril de 2017

Francia, primer asalto

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Lo ocurrido ayer en Francia, tranquiliza y preocupa. Lo primero porque la lógica vuelve a ser lo que era; lo segundo porque los antieuropeos surgen en paralelo, por la derecha y la izquierda, si bien controlados por las mayorías.
El amigo Mélenchon, ese que se multiplica ante los ojos de la gente esparcida por la República, ya nos ha dado un dato: él no es quién para decirle a nadie qué se debe votar en la segunda vuelta. Con la modestia de este gesto paradójico, entierra definitivamente a sus múltiples egos tecnológicos. ¡Lástima de tecnología!
A los herederos de Hollande no les ha quedado herencia. No se ha visto presidente más gafado que el francés actual. Hollande ha sido un zombi de día y galán de noche. Su caída, contra el mito francés, se produjo por sus escabrosas situaciones y por aquello de mezclar lo sentimental con lo político. Esas cosas se hacen antes o después, pero no en medio. Francia no se lo perdonó, unos porque era poco serio, otros porque lo era demasiado. Y lo ha pagado su delfín, Benoît Hamon, dejando las cifras de un histórico, el socialismo francés, en unos niveles de escándalo. No sería Francia justa si le echara toda la culpa a François Hollande. El fiero Manuel Valls también ha hecho lo suyo. No sabemos cuánto tardará el socialismo francés en rehabilitarse ante la opinión pública. Nadie lo sabe, pero se verá en poquito tiempo con las generales.

Con todo, lo que me parece peor de lo ocurrido ha sido lo del candidato Fillon, que también ha recibido lo suyo. Ha demostrado al votante francés que era un hombre terco y ambicioso, algo que pueden ser tanto virtudes como defectos. En esta ocasión se han percibido como defectos. Pocos observadores podrían deducir otra cosa de sus gestos nerviosos, de sus miradas esquivas. Fillon tenía que haberse retirado antes de que fuera demasiado tarde, momento que llegó sin cambios. El que fuera favorito en las primeras encuestas se aferraba a ellas. Pero la vida de las encuestas es como la de esas moscas que solo viven un día. Momificarlas no sirve de mucho.
Cada uno tenía su propia lacra, que ha marcado su destino electoral. Cada uno ha sido víctima de sus errores y obcecaciones, sin que se sepa muchas veces qué es uno y qué es otra.
Entre los dos triunfadores, Marine LePen ha demostrado que, sometida a la lógica del victimismo —los demás se alían contra ella—, mantiene el electorado básico radical y las circunstancias le van trayendo algunos más en cada elección. Tras cada una, Le Pen robustece su discurso de la conspiración contra el pueblo y es eso lo que le hace avanzar. Esperemos que en el tiempo que queda hasta la segunda vuelta no se intente dar un vuelco sorprendente en las elecciones mediante la introducción de algún deus ex machina.
El mantenimiento de sus bases electorales muestra que hay una Francia inamovible que confía en ella o, lo que viene a tener efectos similares, no confía en los demás. Marine Le Pen dice sin pudor "Yo soy el pueblo", una afirmación que conlleva un sistema metafórico anexo. Con su centro en la figura de Juana de Arco —Santa Juana para sus votantes—, Le Pen muestra una Francia oprimida por conspiraciones nacionales e internacionales de las que hay que liberarla. Ella ya ha emprendido su cruzada.


Podemos percibir que su discurso es el mismo del Brexit, devolver el poder y la soberanía al pueblo. Y es el mismo que el de Trump. Hay que ser justos y reconocer que el discurso de Le Pen es el más antiguo, aunque para muchos, como Trump sea el más nuevo. La mala suerte para ella es que el hecho que otros copien y mejoren el Frente Nacional. De esta forma, no solo se le juzga por lo que ella hace sino por lo que otros hacen. Pero la mente funciona así, mediante asociaciones. Siendo el discurso más antiguo el suyo (y de su familia), Francia tiene ya los antídotos para frenar a los Le Pen, que esperamos que funcionen de nuevo. Le Pen es el seguro para la final. Si pasan, el otro recibe los apoyos generales, por encima de ideología. En el fondo, Marine Le Pen les hace un favor. Peligroso, pero favor
Y nos queda Macron, la novedad. La presencia del Frente Nacional es tan determinante en Francia que parece que las elecciones giran siempre sobre que no gane. Francia se ha formado diciéndole no a los Le Pen. En estas décadas pasadas ha visto el crecimiento con preocupación y ha procurado que las crisis no beneficiaran al Frente.


Macron se enfrenta a un poder solitario, sin un partido que le respalde. El argumento es que él está por encima de los partidos. Donde Le Pen dice "yo soy el pueblo", Macron dice "vosotros, todos, sois Francia" y se atrinchera tras la palabra "ciudadanos". La idea orgánica de "pueblo" frente a la cívica de "ciudadanía".
En Europa respiramos porque también debemos seguir los caminos de la ciudadanía, que son los de los derechos y libertades. Los de los pueblos tienden a ser emocionales y excluyentes. Uno debe sentirse de aquello en lo que se puede construir, en aquello que se puede definir. Es más fácil plantear una convergencia de derechos europeos basados en la cultural las libertades, etc. que tomar el divergente camino de la Historia. Hay muchas cosas que hacer, sí, pero convergentes.
Macron no está todavía en el Elíseo. Le queda algún tiempo para prepararse para el asalto de Le Pen. Macron juega con ventaja, la que le dan sus votos más lo que le lleguen, pero hay que tener cuidado porque las pieles de los osos corren mucho últimamente.


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