martes, 14 de febrero de 2017

La frustración rumana

Joaquín Mª Aguirre (UCM) 
Rumanía está llevando el problema de la corrupción a un nuevo nivel de resistencia. Es el correlato lógico del sistema perverso ofrecido por su recién elegido gobierno. Es altamente frustrante para cualquier sociedad comprobar que las esperanzas de cambio se destruyen de una manera tan fulminante como han podido comprobar en Rumanía. El decreto que dejaba fuera los casos de corrupción por debajo de 44.000 euros es uno de esos momentos en los que se deben pedir responsabilidades y es lo que han hecho los ciudadanos rumanos dando un ejemplo de integridad frente a uno de los aspectos más preocupantes de su vida política.
En Euronews se citaban las palabras del presidente conservador cohabitante con el gobierno socialdemócrata que es quien ha creado el problema de la despenalización de sobornos: "Rumanía necesita un gobierno que funcione de manera transparente, que gobierne de manera previsible, a la luz del día. Hagan buenas leyes para Rumanía, no para un grupo de políticos con problemas"*, les dijo hace una semana. La crisis no ha cesado sino que se ha prolongado ante la presión popular. Ayer, de nuevo Euronews, nos mostraba a ciudadanos pidiendo "ayuda" a la Unión Europea. No se fían ya, decían, de su propio gobierno. La confianza se ha roto.
El fenómeno rumano se puede inscribir, en toda su crudeza, dentro del largo camino de la desafección política que padecemos y que está resquebrajando la confianza en las instituciones y en su función democrática.


El escritor y activista político egipcio Alaa Al-Aswani tenía por costumbre terminar sus artículos publicados durante la larga época de Hosni Mubarak con la frase "La democracia es la solución", forma de contrarrestar la expresión islamista "El islam es la solución". Hoy vemos en muchas partes que la "democracia" no es la solución por sí misma si no tiene detrás unos componentes éticos y de firme compromiso, un sentido de la ciudadanía y de las instituciones sobre los que apoyarse para funcionar. La democracia es la solución, sí, pero no por sí misma.
La gran frustración de los países que han vivido bajo dictaduras ha sido comprobar que la llegada de la democracia se convertía en muchas ocasiones en una forma de mantenimiento en el poder de los mismos que gobernaban anteriormente de forma autoritaria y corrupta. En muchas ocasiones, esa frustración se vuelve contra la democracia misma, a la que se responsabiliza del fracaso en la limpieza de la vida del país en cuestión. Por eso se pueden escuchar peticiones de intervención a las instituciones internacionales, como se han escuchado frente al parlamento rumano y se han visto banderas europeas.


El mismo fenómeno ocurrió en la revuelta ucraniana contra el gobierno títere ruso. Los ciudadanos ucranianos salieron a la calle pidiendo la aproximación a la Unión Europea como forma de huir de los males que los gobiernos prorrusos habían traído al país, uno de ellos la corrupción. En las calles rumanas también se apuesta por Europa y algunos países e instituciones europeas han manifestado su preocupación por el abandono de la política anticorrupción, uno de los males endémicos del país.
En Egipto, otro país aquejado de los males de la corrupción, el nuevo sistema no sustituyó al viejo, por lo que camina con el lastre de la falta de transparencia y una corrupción que no se desea declarar. Aquí hemos comentado reiteradamente el caso de la detención del Auditor General del Estado por haber hecho públicas sus estimaciones sobre el coste de la corrupción en Egipto. El gobierno reaccionó de forma negativa al informe y acusó al autor de intentar desestabilizar al país. Cada nuevo caso de corrupción que ha salido desde entonces —y han sido bastantes— ha caído sobre la conciencia del gobierno que lo negaba. Ministros, altos funcionarios, etc. han sido arrestados y las fotos de maletas llenas de dólares, euros o moneda saudí se nos mostraban desde las páginas de la prensa. Uno tras otro, los gobiernos tras la caída de Hosni Mubarak en 2011 han sido incapaces de encontrar soluciones a los problemas, cuando no han sido ellos mismos los creadores de los problemas. Hoy, la prensa egipcia nos trae una nueva crisis de gobierno, una crisis anunciada para salvar la cara presidencial, responsable de los gobiernos sucesivos.


Con frecuencia se nos habla en la prensa egipcia de la liberación de corruptos mediante el "arreglo" económico, algo que se llama "reconciliación" con el estado. No es más que una forma de comprar sus libertades y reírse de las de los demás. El solo hecho de que las personas condenadas por corrupción, que se han apropiado de cantidades enormes mientras el país se hundía en la miseria, no debería tener ningún tipo de arreglo. Pero parece que se acepta bien. Es sembrar el futuro de corrupción. Ni se arregló cuando se debía ni se confirman las medidas. No hay mucha distancia entre el "arreglo egipcio" y el "arreglo rumano". Solo dignifica a los rumanos que han salido a protestar contra las medidas infamantes de su gobierno. Los egipcios, en cambio, están atados por una "ley anticorrupción", pero tampoco han protestado muchos porque en el fondo, la corrupción tiene sus admiradores.


Las noticias sobre escándalos de corrupción son frecuentes; es difícil que los países, incluido el nuestro, se escapen de sus efectos. Son muchas las formas en que se manifiestan y pueden ser interpretadas sus raíces de maneras diferentes. Sea cuales sean estas, lo cierto es que la corrupción está contribuyendo al deterioro de la confianza en la democracia como "solución". El hecho de que las protestas en Rumanía tengan lugar poco tiempo después de unas elecciones es desmoralizante porque muestra que no existe una alternativa real en el cambio político. Y eso es grave.
Cuando un país se encuentra en una situación como la que vive Rumanía, es fácil que surjan entonces movimientos de rechazo al propio sistema porque se duda de su eficacia regenerativa. La democracia se ve entonces como una "debilidad", como una forma de acceso al poder que no garantiza la regeneración sino la perpetuación de un sistema que ofrece opciones corruptas. Es lo que llevó a Hugo Chávez al poder y sus resultados los tenemos hoy en las calles venezolanas y en la ruina económica. También lo vemos en otros lugares, en crecientes protestas.
Mucho del autoritarismo que vemos hoy manifestarse en las propuestas de liderazgo es el resultado del movimiento pendular de la democracia al populismo, que solo usa la democracia como forma de acceso al poder para después practicar otras políticas. Hasta un personaje como Donald Trump ha llegado al poder hablando de una clase "política corrupta" que solo piensa en sí misma y no en el pueblo. Que esto lo diga un multimillonario, nacido con una fortuna bajo el brazo, que presume de no declarar aprovechando los trucos legales, y con negocios inmobiliarios por medio mundo y que lo primero que hace es desregular Wall Street,  no deja de ser una ironía. Pero es también una muestra de lo rentable que es recoger la frustración popular, con justificaciones mayores o menores según los casos, para llegar al poder. Lo malo es que la desmoralización social se convierte en una táctica para el acceso al poder; debilitar el sistema trae buenos resultados.


Nos encontramos ante un problema de difícil solución porque no requiere solo de acciones, sino de la voluntad de realizarlas. El ejemplo rumano es escandaloso porque supone el descaro del retroceso, de legislar a favor de los corruptos sin ningún tipo de disimulo, con el desprecio hacia el pueblo al que representan o dicen representar. El escándalo es precisamente el que surge de la instrumentalización del sistema que busca lo mejor para el pueblo en favor de una clase política corrupta. El escándalo es el hecho de que no haya habido oposición capaz de parar, dentro del propio partido gobernante, una ley tan descaradamente corrupta. Lo que se muestra —y por eso los rumanos han salido a la calle— que muchos de los que ocupan los asientos en el parlamento no son más que marionetas sin capacidad real de actuar en nombre del pueblo y su beneficio. Los han visto como piezas colocadas por los corruptos para asegurarse su impunidad.
En Político, Marius Stand y Vladimir Tismanneanu firman una "Carta desde Bucarest" con el titulo "10 days that shook Romania". Señalan los autores:

We want to avoid succumbing to wishful thinking, but we can’t help seeing what is happening in Romania as the start of a new chapter in global efforts to reinvent politics and root out corruption. What is happening in Bucharest and tens of other cities across the country is uncontainable, inexhaustible, inextinguishable civic courage in action. It should be admired and praised.**


El entusiasmo es loable y necesario. Pero lo que ocurre después es lo que cuenta. Crear sistemas capaces de defenderse de la corrupción. Es ahí donde los movimientos, fuerzas de calle, fracasan si no son capaces de perseverar y canalizar esa fuerza para que quienes legislen sigan sus deseos de liberarse de la corrupción. No basta salir a la calle, no basta votar. Hay que estar atentos, estar encima.
Cuando el presidente rumano les dijo que legislaran para el pueblo, los diputados socialdemócratas del partido del gobierno se limitaron a abandonar la sala. Era la peor opción y la eligieron. Ahora les toca que el pueblo les saque los colores.



* "Los diputados socialdemócratas rumanos abandonan el Parlamento" Euronews 7/02/2017 http://es.euronews.com/2017/02/07/los-diputados-socialdemocratas-rumanos-abandonan-el-parlamento
** Marius Stand & Vladimir Tismanneanu "10 days that shook Romania" Politico 10/02/2017 http://www.politico.eu/article/10-days-that-shook-romania-protests-revolution-corruption-decree/

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