martes, 27 de diciembre de 2016

Falsas noticias o la nueva guerra

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Uno de los mecanismos que Michel Foucault establecía en el control del poder en las sociedades era la distinción, junto a otros mecanismos controladores (como las distintas formas de "lo prohibido", por ejemplo), era el establecimiento de la distinción entre "lo verdadero" y "lo falso". Se crean instituciones que lo determinan en cada caso. La verdad, que dependía de la "autoridad" se institucionaliza quedando en manos, según los sectores, de científicos, jueces o críticos, que tienden a establecer lo que es verdadero, justo y bello. Todas estas instituciones que producen "discursos de verdad".  Foucault se consideraba sobre todo un estudioso de la brecha que se produce en Occidente en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando es precisamente el concepto de autoridad en que se viene abajo con las revoluciones, el iluminismo, etc. dejando abierta la remodelación de las viejas instituciones y la creación de otras que alientan sus propios discursos.
Hasta la Poesía quiere ser "verdad", como testimonia la autobiografía de Goethe Dichtung und Wahrheit o el juego poético de John Keats en la Oda a una urna griega: “Beauty is truth, truth beauty” — that is all / Ye know on earth, and all ye need to know. La sociedad se organiza o es organizada a través de estas formas de verdad que los discursos ponen en circulación.


La Prensa es un fenómeno de la misma época, como lo es la Historia. Se hace necesario dar forma al presente y al pasado, que es lo que se configura como nacionalismo. La Historia surge precisamente para constituir una nueva "verdad", la de la "nación", como bien señalaron entre otros Renan, capaz de articular la nueva condición devenida del cambio de régimen: la ciudadanía. Las personas ya no son propiedades de los señores, sino que se deben a una nueva institución, los estados modernos, que es necesario articular sobre la idea de "nación" con nuevos discursos institucionales, que van del himno a la bandera, de los cantos a los grandes cuadros y estatuas que saludan a los nuevos ciudadanos desde sus plazas o les cantan, como Wilhelm Tell, desde los escenarios operísticos.
La nueva verdad está en marcha. Sobre ella se edifica.

La prensa juega un papel decisivo en una realidad cada vez más compleja en la que los ciudadanos, a los que nadie escuchó más que en las revueltas durante siglos, ahora configuran la "opinión pública" y participan en la vida política.
El Periodismo se acaba profesionalizando y comprendiendo la importancia del papel que tiene en una sociedad democrática, la necesidad de una información veraz para poder tener un buen funcionamiento. La idea de que el "poder" reside en los ciudadanos, que se informan y actúan en función de su libertad de decisión es poderosa y constituye la base de lo que algunos llamaron el "cuarto poder", tratando de resaltar su papel esencial en las sociedades democráticas.
La relación de la Prensa con los otros poderes siempre es conflictiva pues es a ella a quien compete dar forma discursiva a algo complicado llamado "realidad". La Prensa se ocupa de fijar y explicar algo que se llaman "hechos", que son determinados conforme a unos criterios de pertinencia y relevancia que pueden depender de los intereses de unos y otros. Por eso las buenas escuelas de Periodismo tratan de enseñar la importancia de la conciencia profesional, de su defensa frente a los cantos de sirena que representan los intereses de unos y otros. Ellos, se dice habitualmente, se deben al público, a los ciudadanos, que deben saber y conocer sobre lo que acontece en su mundo inmediato y más allá de él.
El siglo XX asiste a un movimiento deconstructivo en el que se analizan el papel de los discursos institucionales desnaturalizando lo que se nos presentaba como evidente. Se dejan al descubierto los mecanismos del poder social en un gran movimiento que había comenzado, por citar un nombre señero, con la genealogía de Nietzsche y que es seguido por otros críticos e investigadores sociales. El poder se hace humano, demasiado humano, y quedan al descubierto sus formas de enmascaramiento.

La llegada al poder de Donald Trump ha supuesto algo más que una conmoción política, un shock para millones de personas de todo el mundo, más allá de los frustrados electores norteamericanos. Han tenido una primera dosis de descubrimiento de cómo el "poder" se articula para poder mantenerse a través del redescubrimiento con otros ojos, de cómo un señor que consigue tres millones de votos menos que su contrincante político, puede conseguir la presidencia. El "colegio electoral" es precisamente un vestigio institucional con capacidad de decidir "quién es el presidente" por encima del "voto popular" que son los ciudadanos. ¿Por qué persiste un mecanismo que tenía su origen en los estados esclavistas? Esa es la pregunta que se hacen muchos y que no será resuelta porque la respuesta es obvia: todos esperan que si hay que recurrir a ella, les favorezca. Como los que ganan son quienes tendrían que cambiarla no lo hacen. El sistema lleva imponiendo cada cierto tiempo su "verdad", que quien decide no es el pueblo sino los delegados que le representan.
Pero el otro descubrimiento, el que está haciendo correr ríos de tinta real y virtual es la cuestión de la "verdad" o, para algunos la "posverdad". Los Estados Unidos ha tenido un lema no escrito: "la verdad es esencial en un político". Han depuesto a políticos mentirosos, como Richard Nixon y consideran que aquel político al que se le demuestra que miente queda acabado para la vida pública.
El papel decisivo de la confianza en la política es posible mediante la existencia de ese "cuarto poder", la prensa que cumple funciones de sacar la verdad a la luz, dejando en evidencia al mentiroso. Sin embargo, lo ocurrido en esta ocasión es sorprendente para muchos: se ha elegido directamente a un mentiroso. Esta vez, el presidente lo ha sido en medio de mentiras. No he dicho deliberadamente "por las mentiras" para evitar sacar consecuencias que algunos ya han sacado: la muerte de la verdad, al menos en el sentido periodístico del término.
Sin embargo, el candidato Trump ha centrado sus afirmaciones en ámbitos más allá de la política. Aquí dimos importante al editorial de septiembre de la revista Scientific American, en el que se mostraba la preocupación ante las afirmaciones de Donald Trump sobre fenómenos considerados bajo la jurisdicción de la Ciencia, como es el "cambio climático", entre otros. El hecho va más allá de la anécdota y ejemplificaba que Trump y los suyos comprendían que su electorado no tenía compromiso alguno con la verdad, ni el menor deseo de escucharla. Solo buscaba encontrar una respuesta satisfactoria a sus frustraciones de distinto orden: del racismo a las importaciones de China, de lo políticamente correcto al machismo explícito. Los que han empezado a desempolvar los libros sobre los orígenes del Fascismo saben lo que buscan. Cuando los pueblos prefieren las mentiras a la verdad se abre un camino incierto y si es en la nación más poderosa del mundo, hay que echarse a temblar por las consecuencias.
Significa que, una vez pasado ese Rubicón, cualquier mentira es posible, cualquier teoría se puede sostener ante la aclamación de aquellos que ven su fuerza en la afirmación conjunta.


Los científicos, cuyas verdades institucionalizadas se han visto atacadas por afirmaciones sobre el cambio climático o los efectos de la vacunas tendrán que defenderse de los recortes económicos que padecerán en sus programas. La era soviética tuvo enormes desastres por imponer desde la ideología a la Ciencia su funcionamiento., Costó la vida de millones de personas, como los historiadores nos recuerdan. La superioridad científica se acabó produciendo precisamente por la autonomía de la Ciencia, que podía establecer sus formas de trabajo, si bien recibiera de los políticos las subvenciones. Ahora, en la era Trump, la Ciencia pagará su independencia a manos de creacionistas y de gente que dice no creerse lo que la Ciencia representa, que todo ello son conspiraciones extranjeras para destruir el predominio del Imperio Americano, del que todos predicen su ocaso, pero que ellos van a resucitar a golpe de poderío nuclear, muros y amenazas.
Otra cosa es la cuestión de la Prensa y de las verdades circulantes sobre el funcionamiento del mundo en su vertiente social. Aquí la estrategia es otra pues es el mundo de la información, de los discursos como discursos. Es en la prensa donde se fabrican y empaquetan los hechos como discursos y en donde la confianza se revela esencial para poder admitirlos como "verdades".
En The New York Times podemos leer el artículo de con el titular "Wielding Claims of ‘Fake News,’ Conservatives Take Aim at Mainstream Media", en el que se expresa el temor por lo que está ocurriendo con los medios:

WASHINGTON — The C.I.A., the F.B.I. and the White House may all agree that Russia was behind the hacking that interfered with the election. But that was of no import to the website Breitbart News, which dismissed reports on the intelligence assessment as “left-wing fake news.”
Rush Limbaugh has diagnosed a more fundamental problem. “The fake news is the everyday news” in the mainstream media, he said on his radio show recently. “They just make it up.”
Some supporters of President-elect Donald J. Trump have also taken up the call. As reporters were walking out of a Trump rally this month in Orlando, Fla., a man heckled them with shouts of “Fake news!”
Until now, that term had been widely understood to refer to fabricated news accounts that are meant to spread virally online. But conservative cable and radio personalities, top Republicans and even Mr. Trump himself, incredulous about suggestions that fake stories may have helped swing the election, have appropriated the term and turned it against any news they see as hostile to their agenda.
In defining “fake news” so broadly and seeking to dilute its meaning, they are capitalizing on the declining credibility of all purveyors of information, one product of the country’s increasing political polarization. And conservatives, seeing an opening to undermine the mainstream media, a longtime foe, are more than happy to dig the hole deeper.*


Trump va a necesitar de dos cosas en su mandato: del desprestigio, como se señala en el artículo, de los principales medios, que es desde donde le llegarán las críticas más duras y de la proliferación federada de todos esos medios "marginales", despreciados por los medios tradicionales tratando de formar una capa protectora de sus decisiones. Son las dos caras de la misma moneda.
Creo que no se ha visto un movimiento de este tipo hasta el momento más que a pequeña escala. Los medios tradicionales descubren ahora —¡oh, sorpresa!— el fenómeno de la fragmentación de las audiencias más allá de una cuestión de mercado. Desde hace muchos años se insiste en el riesgo de que esa fragmentación conlleve una pérdida de la "realidad común", es decir, se produzca un desmoronamiento de lo compartido ante la proliferación de versiones alternativas imposibles de verificar por los receptores. Es el concepto de "autoridad" (o de "profesionalidad" si se prefiere) el que ofrece la garantía sobre los discursos de verdad recibidos. Finalmente es un acto de fe en el que pongo mi confianza dentro de un sistema de valores y creencias. Eso no es, como algunos interpretan, la desaparición de la "verdad" sino precisamente la constatación de la necesidad de los mecanismos institucionales, con sus prácticas y protocolos (como hacen los científicos o los jueces para argumentar).
Lo que han hecho los trumpistas es crear la confusión afirmando sin ningún tipo de verificación o responsabilidad. ¿Cómo es posible que el presidente electo de los Estados Unidos pueda decir que ha existido un "fraude" de millones de votantes que ha evitado que ganara el voto popular? Sin embargo, lo ha hecho porque no considera necesario probarlo: es un acto de puesta en marcha de un arma discursiva. No tiene como función comunicar un "hecho" sino fabricarlo. Así ha hecho con muchos otros, que cuando le han sido recriminados o exigida una explicación ha remitido a un género discursivo ficcional, diciendo que no debería ser entendido literalmente.


Desde el punto de vista de los medios, este hecho es relevante. Es la constatación de que los que hizo Orson Welles con "La guerra de los mundos" en la radio puede hacerse cada día sin más problema. Es el discurso el que fabrica el "hecho" y no el "hecho" el que necesita del discurso.
Desde el poder, las instituciones estarán al servicio de los manejos de Trump para crear pronto una realidad delirante y fantasiosa en la que los discursos no intenten reflejar lo que ocurre en la realidad, sino que la fabriquen alrededor de los norteamericanos. A golpe de tuit, Trump se ha convertido en un comentarista de la "realidad", modulándola ante sus espectadores-seguidores. Las redes terminarán la labor amplificando y robusteciendo esos discursos, deteriorando los que no les sean favorables.
La guerra está ya abierta. El final es incierto porque no hay una solución que no pase por el deseo de recibir información cierta y no mentiras agradables. Ya no son los tiempos de los que prometían "sangre, sudor y lágrimas", sino los tiempos de los que gustan de fabricar enemigos sobre los que descargar las iras; es el tiempo de las explicaciones que refuerzan los sentimientos más primarios, que no deben ser reprimidos. Hay una realidad a la carta.
El artículo de The New York Times se cierra así:

The market in these divided times is undeniably ripe. “We now live in this fragmented media world where you can block people you disagree with. You can only be exposed to stories that make you feel good about what you want to believe,” Mr. Ziegler, the radio host, said. “Unfortunately, the truth is unpopular a lot. And a good fairy tale beats a harsh truth every time.”*

Sigmund Freud hablaba de una primera etapa regida por el placer y el deseo que debía dar paso a una segunda en que aceptar que la realidad no es placentera, que no está diseñada a nuestro gusto. En eso consistía, pensaba, la maduración humana, en aceptar que un mundo que no nos gusta es real y no en poblarlo de fantasías escapistas.


Trump nos lleva a un mundo de deseo, repleto de las fantasías que se quieren escuchar, las placenteras, las que hacen concordar el deseo con lo que vemos. Por eso ha sacado de dentro de muchas personas esa violencia que ahora exige cumplirse en términos de deportaciones, prohibiciones, etc.
El episodio vergonzoso, captado por un teléfono móvil, en la caja de unos almacenes nos mostraba a una mujer insultando, despreciando, a un par de mujeres hispanas. Lo que salía por su boca, ante la complacencia o el temor de los presentes, no era más que una repetición de las palabras de Donald Trump en sus discursos. El desprecio profundo, el odio que manifestaban sus palabras, son un aviso de los efectos de esta forma impuesta de vivir la realidad.
Esa mujer se consideraba del lado de la verdad y, por fin, podía decirla frente a lo "políticamente correcto", un eufemismo para la "mentira". Solo Trump les ha traído la verdad, solo él ha sacado a la luz las conspiraciones, las corrupciones, solo él se atreve a decir lo que piensa y lo que piensa es verdadero.
Todo lo demás entra en esa categoría a la que Trump ha dado la vuelta, las "fake news". Su amigo, el presidente egipcio Abdel Fattah al-Sisi también advierte a los ciudadanos de las mentiras de los medios nacionales y extranjeros. Solo se le debe escuchar a él. La verdad solo puede salir de la boca de los elegidos, de los nuevos mesías enviados a sacarnos del error, a salvarnos de la ignorancia.
Como están señalando los medios norteamericanos más importantes, se abre una guerra contra ellos. Una guerra en la que se presionará para evitar que salgan a la calle con noticias que contradigan la versión oficial. El llamado "cuarto poder" debe someterse o morir.
Los medios pagan ahora la trivialización de la información por la que muchos se han ido deslizando, persiguiendo a unas audiencias, también ciudadanos, que deseaban ser entretenidos antes que informados. Se paga ahora la pérdida del crédito de muchos medios que no han sabido diferenciar los hechos del espectáculo. Todo eso ha sido aprovechado por aquellos que han sabido entender sus efectos.
Un problema: nadie imita a los que pierden. Todos lo hace, en cambio, a los que ganan. Hay que tomar precauciones antes de que la epidemia se siga extendiendo. A nadie le siente mejor la piel de cordero que las mentiras.



* "Wielding Claims of ‘Fake News,’ Conservatives Take Aim at Mainstream Media" The New York Times 25/12/2016 http://www.nytimes.com/2016/12/25/us/politics/fake-news-claims-conservatives-mainstream-media-.html


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