miércoles, 21 de diciembre de 2016

El camino hacia la nada

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Se ha reunido el club de protectores de Al-Assad para expresar explícitamente que la solución al conflicto debe ser "política" e implícitamente que el presidente sirio debe seguir donde está. ¿De verdad se puede creer alguien esto?
Hemos puesto entrecomillado el término "política", pero igualmente deberíamos hacerlo con "solución" o "conflicto", término ambos que requieren de unas importantes matizaciones. Gran parte de los problemas que se plantean ante esta situación y sus consecuencias es precisamente por la dificultad que presenta el conflicto para su definición.
Los atentados de Berlín contra un mercadillo navideño y el selectivo del embajador ruso son formas diametralmente opuesta de una guerra multiforme, con unos campos de batalla físicos localizados y otros potenciales repartidos por gran parte del mundo.
Cuando se habla de la "guerra de Siria" se está incurriendo también en una forma de error, pues hay varias guerras superpuestas. Una es "civil", que sería por el poder, la que comenzó con la Primavera Árabe y que trataba de que un régimen dictatorial se volviera democrático. Pero esa guerra fue pronto transformada en una guerra que quería hacerse con un espacio, crear un estado nuevo, el Islámico. Esta segunda guerra ya no es civil, siria, sino que es internacional en dos sentidos, en la ausencia de nacionalismo en los yihadistas, y en los contendientes extranjeros que actúan, los occidentales más Rusia, Turquía e Irán. Las discrepancias entre estos últimos obedecen a la contemplación del papel de Al-Assad y su destino final.
Con Al-Assad definido como vencedor, no se habría conseguido nada. Sería el único dictador que sobrevivió a la Primavera Árabe. Y eso es un mensaje para el futuro. Desde ese momento, interesará ser un amigo de Rusia.


Puede que se llegue a un acuerdo entre fuerzas políticas, como el que preconizan ahora rusos, turcos e iraníes, y se dé por cerrada la guerra. Pero eso no acabará con el terrorismo. Será la solución del destino de Al-Assad, pero poco más
Pero la guerra por el poder en Siria no es la guerra más "preocupante" por más que esté dando muestras de ser de una crueldad infinita. La llamada guerra de Siria es el comienzo de una nueva fase de un conflicto mucho más amplio y de mayor profundidad, un conflicto de identidad donde aflora el conflicto interno del mundo árabe y su resistencia a una modernidad que se rechaza una y otra vez. La llamada guerra de Siria es una guerra contra lo que representaba inicialmente la Primavera árabe: la democratización y la apertura contra las dictaduras. Pero las dictaduras poscoloniales habían mantenido una guerra subterránea contra el proceso de reislamización que se inició en los ochenta.
El caso de Egipto es muy claro. Nasser se enfrentó a los islamistas; era un socialista que tenía muy claro lo que representaban los islamistas, el mundo oscuro y retrógrado que suponían para Egipto. Anwar El-Sadat, el piadoso, se enfrentó a los nasseristas y dio entrada a los islamistas de nuevo. Como respuesta a su buena acción, los islamistas le mataron. Pero el mal ya estaba dentro y el mundo árabe empezó a radicalizarse a través de las doctrinas salafistas y wahabís. Para ellas el futuro está en el pasado, en la vuelta a una "edad de oro" islámica. Para conseguirlo utilizaron todas las técnicas y manejaron todas las estrategias con mucha inteligencia. El enemigo era Occidente y especialmente la occidentalización. Occidente podía ser un enemigo o un aliado, según conviniera, pero la occidentalización siempre era un enemigo. Unos se plantearon cómo "modernizarse" sin "occidentalizarse"; otros, sencillamente, solo se plantearon como evitar que las ideas occidentales alejaran a los pueblos de su control.
Se trataba de evitar seguir los pasos del propio Occidente en la separación entre la Iglesia y el Estado. Esto es complejo en un mundo, como el musulmán, en el que no hay "iglesia", pero sí una "ley religiosa" que con la que se gobierna el estado y desde el estado. Y es ahí donde radica, paradójicamente, el núcleo del problema.


No se puede separar, no puede haber equilibrio, al haber una sola institución que aspira al control social. Lo religioso y lo político están fundidos. Por eso les molesta a algunos que se hable de "estado islámico", porque es la aspiración de muchos y no quieren que se mezcle con esa imagen negativa que se está concentrado en el término. Los yihadistas no hacen más que cumplir su visión de la Yihad, por más que otros quieran interpretarla de forma "metafórica". Es una competición por la "pureza" y la "ortodoxia" que lleva a los estados existentes a una trampa competitiva. Es lo que ocurre, por ejemplo, en Egipto donde un golpe de estado saca del poder a los Hermanos Musulmanes para después seguir avanzando en el camino de la ortodoxia islámica enfrentándose a los demócratas y laicos. Por más que el presidente al-Sisi clame por la reforma religiosa, esa reforma no se produce porque genera rechazo.

El liderazgo en el mundo islámico pasa por ser un "buen musulmán". Los fundamentalistas arremeten contra aquel que no siga las normas, que se aleje de los preceptos coránicos. Es una terrible ironía que unos y otros recurran a la religión y que declaren siempre sus enemigos a los que tienen un concepto de "ciudadanía" o de "estado". Desde esa posición, dándole el estatus de revelación, se proclama la propia superioridad frente al resto del mundo y se promete la victoria final. Esa victoria final pasa a convertirse en objeto de cualquier "buen musulmán" quien recurrirá al martirio, a la inmolación, con tal de acelerar la Historia y hacer que se llegue al triunfo deseado por Dios.
Cuando la guerra de Siria deje de ser posible, quedará esa otra guerra, cuya manifestación ya no serán los campos de batallas, sino el terrorismo. Los islamistas han conseguido convertir en un discurso coherente los problemas críticos de identidad que afloran en un mundo en donde la cultura propia ha quedado relegada en el panorama mundial en gran parte debido a su propia parálisis intelectual y a la eliminación de la crítica. Desde el dogmatismo de lo revelado, se ha eliminado el pensamiento que no sea reforzador del hilo conductor islámico.
Todos los pensadores que han intentado reformar el islam desde dentro han sido eliminados por las propias instituciones que ellos proponían reformar. Las reformas aceptables son las que refuerzan lo ortodoxo.


Los jóvenes que tiran su vida y acaban con las de otros han reconvertido sus frustraciones individuales y colectivas en saludables, ajustadas a la letra. No es un problema de radicalización, sino de literalidad. Allí donde otros trataban de entender metafóricamente el término "yihad" para ajustarse a los nuevos tiempos, ellos vuelven a la lectura literal.
Y este el campo en donde está el peligro futuro. Las soluciones políticas, como quieren Putin y los iraníes, son soluciones sobre el poder y no valdrán de mucho. Las soluciones militares solo podrán actuar en los focos donde se produzca la emergencia local de los conflictos. Pero ni una ni otra sirven de nada si no se actúa sobre el origen del problema.
Nada de lo que se está haciendo permite avanzar por el terreno. Eso significa que el terrorismo se intensificará y tendremos que empezar a convivir con él, aceptando sus zarpazos. Por eso resulta paradójico y una gran ironía que Angela Merkel se tenga casi que disculpar por haber aceptado acoger a los desplazados tras cada atentado. Los islamistas perciben la islamofobia como un bien que les devuelve a los hijos pródigos cuando regresan después de haber comprobado que Occidente es malo.


Lo bueno realmente que puede llegar desde Occidente tiene que ser el apoyo a los que combaten el retroceso hacia posturas literales. Y hacerlo de forma inteligente para que no se vuelva contra ellos ni contra nosotros. No es fácil. Lo hecho hasta el momento solo buscaba el establecimiento de relaciones con "aliados", aceptando gobiernos que sus pueblos no aceptaban. Hoy se paga esa política, la de no haber exigido reformas que modernizaran los países y sacaran a sus pueblos de los embrujos. Pero hay más: no se trata de una cuestión nacional sino cultural. Lo evidencia el hecho de que la mayor parte de los que han atentado contra Occidente han sido personas que estaban viviendo o habían crecido en Occidente, personas que justificaban sus males como un castigo por haberse alejado de la religión y perdido su identidad. Han sabido hacerse con ellos.
Desgraciadamente, parece que los tiempos se presentan como de extensión del conflicto. La pérdida de la guerra siria será el banderín de enganche como lo ha sido la cuestión palestina. A diferencia de esta última, que podría tener un plan aceptable por la mayoría, el "Estado Islámico" pasará al ámbito de la Utopía, por lo que podrá mantenerse como reivindicación personal y colectiva, como excusa para dar salida a la frustración. El camino hacia el pasado comienza a ser más factible que el camino hacia el futuro. La muerte pasa a ser un atajo en el camino hacia la nada.







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