miércoles, 2 de noviembre de 2016

Eras

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
«No cabe duda de que hemos entrado en una nueva era»*. Así comienza el historiador Anthony Beevor el artículo publicado en el diario El País, titulado "Una nueva época, un mundo infeliz". Tengo mis recelos sobre las divisiones históricas más allá de los manuales escolares. El problema es que la gente las acaba tomando literalmente, como si atravesáramos una puerta y saliéramos de una habitación para entrar en otra. Hace unos días corregía en un texto que me pasaron un comienzo similar, "no cabe duda", porque me parece una expresión cada vez  más dudosa y, sobre todo, transmisora de una seguridad y confianza de la que uno se va desprendiendo con el tiempo. Yo, por mi parte, tengo todas las dudas sobre que existan siquiera las "eras" históricas más allá, como decía, de aclarar las cosas a los pobres alumnos que aprenden cosas como ciertas  en los niveles más elementales para descubrir cuando llegan al final de sus carreras académicas que la obligación de uno es dudar y que solo en la duda hay progreso. No hay que confundir la duda, en el sentido que expresamos, con la indecisión, que provoca lo contrário, parálisis. La duda valiosa es la que provoca distanciamiento y autocrítica, es la que busca soluciones mejores a lo que uno mismo propone.
Como Anthony Beevor no tiene duda alguna sobre lo de la era, traslada sus dudas a la capacidad de los historiadores para desentrañar sus causas: «El problema es que los historiadores tardarán años en determinar si los grandes cambios que estamos experimentado tuvieron relación entre sí o si se produjeron simultáneamente por casualidad.»* No sé cómo aceptarán los historiadores esta tarea encomendada. Aquí "determinar" tiene un sentido excesivamente fuerte para lo que los historiadores van a poder alcanzar. La complejidad de los fenómenos históricos es tal que difícilmente se atreverá ya nadie a formular esas macroteorías que lo unan todo. Toda explicación en este sentido es una simplificación, pero en este caso es dejar demasiadas cosas fuera, llamar "todo" a muy poco.
Debo confesar que, al igual tengo las dudas que me caben (que son muchas), tampoco me agrada esa forma de entender la historia como un guión lleno de casualidades. Entre el rígido argumento causal y la casualidad hay algunas vías más sensatas, si bien hay que señalar que son esas oscilaciones las que hicieron bajar a la Historia del trono humanístico y ceder en sus pretensiones.


No hay campo o disciplina que en el siglo XX  no haya sufrido algún correctivo a su petulancia o, quizá mejor dicho, a la de los que les ponen voz. Si hasta las "exactas" matemáticas tuvieron su Gödel, las Ciencias Sociales y en especial la Historia, experimentaron la corrosión de las pretensiones de lo absoluto, la certeza y demás seguridades que otros tiempos permitían, pero que estos ya no. Una cosa es tratar de explicar por qué ocurren ciertas cosas y otra creer que lo que ocurre tenía que ocurrir.
Alguien me dirá que Beevor está hablando metafóricamente y puede ser. Pero lo cierto es que el artículo está lleno de esas "certezas" que sirven para poner esas puertas y ventanas al flujo del tiempo. La Historia no existe más que como percepción y construcción humana, como forma de discurso explicativo o como teoría, como manera de intentar aclararnos nosotros mismos sobre lo que nos acontece. Por ello las preguntas y desafíos que Beevor lanza a sus colegas no se resolverán nunca. Simplemente habrá alguien que sostenga con la autoridad suficiente la afirmación de que es así, de que tal y tal acontecimiento son resultado estos otros. Podremos apilar montañas de documentos, pero tal como ocurría en Los apuñaladores, la obra de Leonardo Sciascia, que intenta reflejar "lo sucedido" realmente en Sicilia en el siglo XIX. Los documentos acaban formando una niebla sobre los que ocurrió, que está perdido en el tiempo, desaparecido. Quedan sus restos y estos son interpretables. La Historia no necesita distancia, como se dice. La distancia en realidad sirve para acallar polémicas al alejarse los discursos de los hechos ocurridos. La Historia no son los hechos sino su relato y explicación, que cada época necesita rehacer para comprender porque ella misma ha cambiado. Por ello dudo que en el futuro, los historiadores acepten el reto de Beevor pues le parecerá irrelevante para lo que a ellos les está preocupando en aquellos futuros momentos.
Escribe Anthony Beevor tras señalar los hitos que le parecen que configuran esta nueva era en la que hemos entrado, aunque no sepamos de cuál hemos salido:

En los últimos tiempos hemos asistido a un importante aumento de lo que yo llamaría la “dramatización deformada de la realidad” tanto en documentales como en películas de ficción. El peligro es que, en la actualidad, para la mayoría de la gente esta “historia para entretener” es la principal fuente de conocimiento histórico.
La obsesión de Hollywood por afirmar que una película es real incluso cuando es ficticia en su práctica totalidad es un fenómeno relativamente nuevo. Por lo visto, ahora hay que comercializarla proclamando su autenticidad. De vez en cuando se refuerza la falsa sensación de verosimilitud proyectando aquí y allá nombres de lugares y fechas concretas, como si el público estuviese a punto de presenciar una recreación fidedigna de lo que sucedió determinado día, algo que resulta especialmente lamentable cuando se trata de personas que solo han tenido contacto con el tema a través de la ficción cinematográfica o televisiva. Poco después del estreno de la película El Código Da Vinci, en Gran Bretaña se hizo un estudio para investigar sus efectos. A pesar de que la película es ciertamente absurda, la encuesta mostró que, después de verla, casi la mitad de la muestra diseñada para representar a la población estaba convencida de que María Magdalena había tenido un hijo con Jesús y de que su linaje pervivía hasta hoy. El incremento de la ficción realista coincide con una época en la que mucha gente tiene cada vez más dificultades para distinguir entre fantasía y realidad.*


Realmente no sé si esto se trata de una "novedad" que define a nuestra "era" o si solo se trata de una variante más de la "ignorancia", algo existente a lo largo de las épocas. Los antiguos tenían sus propios relatos, los mitológicos, que aceptaban como buenos hasta que dejaban de hacerlo. En realidad —esta tarde han puesto en un canal televisivo una película de un Thor galáctico, no por ello menos "dios" dentro de su universo y con un padre poderoso que se parecía mucho a Anthony Hopkins— lo que hay que definir es la realidad y la fantasía. Para el escritor y periodista Tom Wolfe, la "teoría de la evolución" darwiniana es un cuento, poco más o menos como El Código Da Vinci, según acaba de contarnos en una entrevista en El Mundo. Algunos autores del siglo XVIII recogen en sus escritos que cuando viajaban a Inglaterra, los amigos le mandaban recados para los personajes de las novelas de Richardson, que tomaban como ciertas y a ellos como existentes. Muchos no dudaban de la existencia de Werther o Lotte. Por su parte,  Napoleón aparece en Guerra y Paz y contribuye a configurar su imagen en la Historia tanto como otro tipo de textos.


El mundo se ha llenado de gente que no distingue la realidad de la fantasía, sí, pero también es cierto que algunos comienzan a no distinguir lo probable (en mayor o menor medida) de lo cierto, que es muy escaso.  Lo que sí ha aumentado, creo yo, es la cantidad de personas deseosas de que aceptemos sus ficciones, fantasías y embustes como realidades o verdades. El cine de Hollywood es uno, pero creo que no es el único ni quizá el más peligroso. 

Lo que creo que ha aumentado es el número de gente ignorante que recibe información y por ello da su opinión. El ignorante solía callarse por prudencia; pero ahora se le invita a manifestarse y se le dan todos los medios para que lo haga. Ya en Platón se discute la diferencia entre el conocimiento y la apariencia de conocimiento. No creo que sea una novedad, pero sí la virulenta intensidad.
"Realidad", "hecho" y "verdad" no son lo mismo, como tampoco lo son "ficción" y "mentira". La Historia es fabricación humana, una forma de discurso que selecciona, agrupa, conecta y explica. El discurso de la Historia no es la realidad; es una forma de relato que contiene "acciones" y "afirmaciones", pero no la "realidad", que se nos escapa entre los dedos del conocimiento. No aspiremos a la verdad (por la que muchos matan y mueren) sino a la "coherencia", que suele ser menos dogmática y más razonadora, que puede cambiar por pequeños detalles, como esa moneda encontrara en el acueducto de Segovia que ha obligado a cambiar todos los folletos donde constaba su antigüedad y en tiempo de quien se construyó. Esa monedita ha tirado por tierra las pretensiones de los expertos, que le habían echado más años y se la apuntaban a otro emperador romano***. Lo que hasta ayer era verdad, hoy eso solo historia de la Historia. Y así funciona la Ciencia en casi todos sus campos con humildad y reparación rápida de los errores detectados.


Todo es humano, demasiado humano. Y ni siquiera "humano universal", sino empapado de diferencias culturales, con escrituras de la Historia diferentes y en discordia. No sé cómo interpretarían sus certezas en otras partes del mundo que no comparte explicaciones ni percepciones.
Casi nunca se mata la gente por lo que se dice en Física, Matemáticas o la Química, que tienen formas de intentar probar lo que dicen. Sí en cambio, nos matamos con frecuencia por lo que pone en nuestros campos sociales: la Economía y en especial la Historia. Eso quiere decir que le damos más importancia a las visiones del mundo que al mundo mismo, que nos importa más la verdad (que es nuestra) que los hechos (que se han esfumado).
En realidad no estamos entrando ni saliendo de nada. Hace unos días otro reportaje se quejaba de la necesidad establecer con claridad las fronteras de la juventud, la infancia, la madurez, la vejez, etc. Igualmente son líneas que se le pintan al continuo de la vida, convenciones para aclararnos y poder jubilarnos todos a la vez o sacarnos un carné de conducir. En la realidad, un día nos sentimos más jóvenes que otros y algún día nos llega la vejez por sorpresa o, como cantaba Sinatra, nos preguntamos quién es ese hombre que nos mira desde el espejo, quién es ese en el que ya no nos reconocemos.


Muchas de las cosas que señala Anthony Beevor en su artículo me parecen interesantes y comparto su preocupación. Dice que están en peligro la verdad y la democracia. La verdad lo ha estado siempre; la democracia allí donde la ha habido. En muchos sitios no han tenido ocasión ni de estar en peligro porque se vive en una falsedad que se presenta como verdad incuestionable y tampoco existen libertades. Lo que sí ha aumentado objetivamente es el número de púlpitos, metafóricamente hablando, desde los que esparcir mensajes que pueden tener un grado muy variable de "verdad". El ejemplo de Tom Wolfe es claro: todo el mundo le ha puesto un micrófono delante para que diga que la "teoría de la evolución" es un cuento. Está en la sección "Líderes".
No me parece en cambio, que nadie esté entrando o saliendo porque me parece un error emplear esa metáfora que, como enseñó George Lakoff, puede condicionar nuestra precepción del mundo. Lo que sí estamos haciendo es comenzar cada vez más nuestros discursos diciendo "no cabe duda". Y eso sí es preocupante.





* Anthony Beevor "Una nueva época, un mundo infeliz" El País 31/10/2016 http://cultura.elpais.com/cultura/2016/10/24/babelia/1477319509_442404.html
** "Tom Wolfe: "La teoría de la evolución es un cuento"" El Mundo - Papel 30/10/2016 http://www.elmundo.es/papel/lideres/2016/10/30/58121c89468aebbe468b4585.html
*** "El hallazgo de un sestercio cambia la edad del acueducto de Segovia" El País 1/11/2016 http://cultura.elpais.com/cultura/2016/10/31/actualidad/1477929489_402129.html

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