sábado, 21 de mayo de 2016

No es de Disney, pero sí es una película

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Fue hace muchos, muchos años. Un niño se metió dentro del recinto de los osos en un zoológico de los Estados Unidos con la intención de abrazarlo al igual que probablemente lo hacía con su peluche. Evidentemente nadie regala peluches de niños a los osos y el animal no entendió el gesto del niño, que falleció como consecuencia de aquel malentendido. Recuerdo haberlo leído de manos del ilustre semiólogo Umberto Eco, que era el más apropiado para explicar cómo nuestra civilización ha perdido la perspectiva de lo que es la amistad y el amor universales extendiéndola más allá de donde la saben apreciar.
La cuestión se plantea periódicamente cuando algunas personas confunden la visión de los animales que nos transmite los diferentes tipos de discursos que se ocupan de ellos, que se han ido ampliando. Con motivo del estreno de la nueva versión de El libro de la selva, repasamos la vieja versión de Zoltan Korda. En la nueva película de Disney, el único ser real es el niño que encarna magistralmente a Mowgli. Todos los animales son digitales, expresivos y parlanchines, es más, de un comunicativo que abruma.
En la vieja y estupenda versión de Korda, con Sabú, todos los animales son reales y no habla ninguno, con la excepción de la serpiente, que tiene licencia bíblica para hacerlo por aquello de la seducción. Todos los demás son animales a los que —incluso a los más amigables— no se le ocurriría a uno abrazar, achuchar o cantarles algo.


Si alineamos las tres versiones, nos muestran cierta evolución hacia la personalización completa. Una etapa realista, una etapa intermedia de bajo grado de iconicidad —diría un semiólogo— con el dibujo, que es menos realista, y finalmente el intento de crear animales realistas con personalidad y características humanas. En esta tercera versión, pues, se pretende llegar al realismo de la primera con la humanización de la segunda. Incluso es probable —es una especulación— que se renunciara a hacerla "musical", como la de dibujos, por ser incompatible con el realismo de los animales digitalizados. Con que todos los animales hablaran ya parecía demasiado.


Todo esto, de una forma u otra y ya avisaba Eco, está cambiando nuestra concepción de la "otredad" de la Naturaleza, algo que ha ido ocurriendo progresivamente en los tiempos. Las viejas fábulas hacían hablar a los animales, pero no por ello a la gente le daba por conversar con zorros, cuervos o leones, aunque lo hicieran entre ellos o con algún viajero ocasional, como nos cuentan Esopo, La Fontaine o Samaniego. Las fábulas no tenían, evidentemente, pretensión de realismo, todo lo más de realismo moral. El imposible malentendido lo evitaba el lenguaje con las expresiones colaterales: "astuto como un zorro", etc. que dejaba claro que se trataba de transmitir las enseñanzas a través de un universo conocido. No conozco ningún caso en el que ocurriera algo similar a lo del niño que se metió en el zoológico a abrazar el oso.
Pero los nuevos tiempos tecnológicos permiten ampliar el malentendido. The Washington Post nos trae un reportaje, con el título "People love watching nature on nest cams — until it gets grisly"*, en el que se nos cuentan las nuevas relaciones que los medios posibilitan con la naturaleza y nuestra reacción de observadores:

The osprey cam at the Woods Hole Oceanographic Institution is trained on a nest near the Massachusetts seaside, and the pair that call it home are now waiting for three eggs to hatch. But for the first spring in a decade, the camera is dark, and a note on the institute’s website offers only a two-sentence explanation.
“Regrettably, the cam will not be operating this season due to the increasingly aggressive actions of certain viewers the last two years,” it begins. 
That is a staid reference to cam fans whose emotions about the nest morphed into vitriol — and fighting words. When the osprey mother began neglecting and attacking her chicks in 2014, anxiety exploded among some viewers, as did demands that the institution intervene to save the baby birds. When the same thing happened in 2015, the public passions took a more personal turn.
“It is absolutely disgusting that you will not take those chicks away from that demented witch of a parent!!!!!” one viewer emailed to Jeffrey Brodeur, the communications specialist who ran the camera. Another wrote: “I realize this is nature, but once you put up a cam to view into their worlds it is no longer nature. You have a responsibility to help n save when in need.”*


La agresividad de la gente ante la no intervención en la naturaleza es extensible a muchas otras situaciones. La elección de dejar apagadas las cámaras ante el "espectáculo" natural es una forma de defensa ante estas complejas reacciones de angustia primero e irritación después causadas por las imágenes realistas.
Tenemos las personas que reaccionan con violencia ante el espectáculo de la crueldad y decimos que no entienden el funcionamiento de la naturaleza y esa idea de la "no intervención". Sin embargo, yo me mostraría quizá más preocupado por los que disfruten de esa amoralidad natural. Los primeros, al menos, tienen la capacidad de la compasión aunque sea hacia los animales. En ocasiones, esta también cae en una extraña indiferencia ante lo humano y una fascinación emocional con la naturaleza. El hombre es un lobo para el hombre y el lobo es un animal de compañía.
Mientras la naturaleza era agresión continuada, peligro constante, la marcábamos de una manera. Hoy tenemos acceso a parcelas a través de los medios que nos permiten la identificación. Podemos recorrer el mundo a lomos de una gaviota o vivir la vida cotidiana de las hormigas o conejos en sus respectivas casas. Puedo elegir entre el reality humano de las Kardashian o Gran Hermano o el reality natural de conejos, leones o águilas en sus nidos. La función de estos realities es la misma: recortar nuestra vida insulsa con otra más interesante a la que nos adscribimos emocionalmente.

La reacción del último párrafo es interesante y está en el centro del problema: una vez que pones una cámara, eres responsable. El principio tiene muchas consecuencias en este y otros campos. ¿Cuántas imágenes terribles se nos muestran para recaudar fondos? Se nos dice que podemos cambiar el destino de esas personas (o de ballenas, leones...) mediante nuestra acción. Pero después están estos otros casos: ¿para qué mirar si no se puede cambiar el destino? Cuando no sabíamos, podíamos vivir indiferentes, pero ¿ahora, qué estado es el correcto: la aceptación, la indiferencia?
Si el mundo se nos ha vuelto "aldea", como decía con acierto McLuhan, se comprueba en estas reacciones emocionales ante lo que antes era desconocido y ahora es "próximo mediatizado". Con esta idea quiero expresar que muchas veces ignoramos o no nos importa lo que tenemos a cien metros mientras que mantenemos unos vínculos emocionales intensos con los elementos más distantes gracias a los medios. El mundo se nos ha hecho pequeño no solo por los trenes y aviones, que nos permiten darle la vuelta cuando queramos, sino por la proximidad que los medios procuran. Esta proximidad es altamente emocional. Por decirlo directamente: nos resulta más intenso emocionalmente el contacto mediado que el directo. Lloramos  con más intensidad ante una pantalla que ante la realidad misma; la representación, el signo, es más intenso que la realidad misma.

Ese efecto lo consigue también el propio lenguaje y su retórica y era el oficio del poeta, emocionarnos al contar a través de la palabra. Hoy esa emoción se consigue mediante las comunicaciones mediadas y su capacidad de producir emociones. Empezamos a llorar en el siglo XVIII y no hemos parado desde entonces. La novela sentimental, burguesa o lacrimógena abrió la espita del llanto. Como decía Goethe en las primeras páginas del Werther, no neguemos nuestras lágrimas a los nuevos héroes.
Goethe fue responsable, en gran medida, de la sentimentalización de Naturaleza al establecer las intensas correspondencias emocionales entre el joven sufriente y el mundo rural que le rodeaba que se convertía en eco de su hijo predilecto. Con ellos, con los románticos, el mundo se veía a través del sentimiento, es decir, de las emociones ante montañas, valles, flores, árboles, etc. a los que dotaban de una fuerza especial y de un papel en la vida de quienes los contemplaban. Ya no había distancia en la mirada, solo intensidad emocional creciente, signo de la bondad de corazón.


Los medios nuevos nos sitúan en el centro de muchas cosas, de muchos espacios y situaciones que vivimos desde dentro, provocando sentimientos intensos y confusos, en muchas ocasiones:

The Woods Hole experience isn’t unusual, and it’s the reason most nest cam operators publish policies on when they’ll intervene. One Montana osprey cam reminds viewers that it “is not a Disney movie.” The Cornell Lab of Ornithology, which views its many cams as key tools to recruit new bird-lovers, occasionally puts a warning on the screen when things get gruesome, along with a little context, said Charles Eldermire, who manages the cams.
“It’s like watching ‘Game of Thrones.’ You know somebody is going to die, but you don’t know who or how or why. You know one possibility is someone’s not going to die,” Eldermire said.
But, he added: “For people that want us to intervene, all they’re focused on is, ‘We watched this egg get laid, we watched it hatch, and we didn’t come here to watch it die.’”


Primero: ¿qué es un "bird-lover"? ¿Un observador distante e indiferente? Su mirada no es "científica", sino lo contrario; el término no engaña "lover". Se le busca y estimula en su capacidad de amar y ese amor no es —como ninguno— racional sino emocional.
Segundo: es interesante que aunque se diga que no es una película de Disney (it “is not a Disney movie.”) no por ello se dejen de establecer las analogías con el medio audiovisual. Se nos pide que no se vea "a la Disney", sino "a la Game of Thrones". El problema, por lo que parece, es el género, un problema sobre cómo leer esas imágenes, un problema de recepción, por decirlo así. Los documentales, por ejemplo, tampoco respetan las distancias del género, sino que buscan el contacto emocional poniendo nombre a lobos, osos o jabalíes. Nadie quiere ser distante porque eso no gusta a un público que busca emocionarse, sentirse del lado bueno de la naturaleza. Puede que seamos los reyes de la naturaleza, pero nos gusta vernos como monarcas bondadosos que cuidamos de nuestros súbditos.

La cuestión se complica cuando ya hay una generación de narrativa a la carta, es decir, que puede interactuar con las ficciones dirigiéndolas en un sentido o en otro. Si se vota qué nombre ponerle al recién nacido del Zoo, ¿por qué no se puede votar si se salva el huevo o se le retira la custodia a mamá águila? Si se movilizó a la gente al grito épico de "salvemos a las ballenas", ¿por qué no se puede salvar un huevo, una cría, un animal herido...? No se puede pedir a la gente que sea "bird-lover" y luego presentarle el mundo de los "angry-birds".

El problema es que nunca se puede tener todo. La naturaleza no es espectáculo, pero nosotros la hemos convertido en uno. Sin un mediador que regule los sentimientos de quien contempla el espectáculo, el choque es brutal, irresistible. En una película se puede recurrir a múltiples formas de sublimación de la violencia, de la elipsis en adelante. ¿Pero cómo evitar el horror del directo y sin posibilidad de cortes y con un guión desconocido?
Está muy bien que los naturalistas tengan un código ético de no intervención en los asuntos de la naturaleza. Pero para los espectadores es inasumible. 
Hiperexcitados por el flujo sentimental de los discursos de todo tipo (ficciones, publicidad, política...) en los que se les pide que se impliquen, no pueden mantener la distancia ante unas imágenes que les traen un mundo que nunca ven de forma directa sino mediada. No pueden olvidar que esos mismos medios nos enseñan a mirar de una determinada manera, como lo hicieron pintores y poetas cuando tenía la exclusiva en la descripción sentimental del mundo. Puede que lo que nos muestran las cámara no sea una película de Disney, pero no deja de ser un discurso fílmico, otro tipo de película que el espectador consume desde su aprendizaje acumulado ante una pantalla, ante las páginas de periódicos o novelas. En mitad de la naturaleza no esperamos que llegue un salvador en los últimos segundos, pero ante una pantalla , mantenemos esa esperanza emocional, por absurdo que parezca. Esperamos que el débil derrote al fuerte, que el bien triunfe. Pero la naturaleza no sabe nada de la justicia poética ni de la moralidad ni ha leído La genealogía de la moral.
Se nos pide un amor indiferente y eso es imposible. El problema viene del concepto mismo: ¿qué significa "amar" la naturaleza? En sí mismo es absurdo porque es lo más antinatural. El comportamiento de la naturaleza es amoral y quererla es un riesgo. El niño que abrazó al oso no llegó a entenderlo nunca; los que asisten a las crueldades en directo no deberían verlo si las consideran "crueldades"; y los que ponen las cámaras lo saben, pero no por ello dejan de sacarle su fruto.


Hace unos días, la BBC reproducía, en su sección Earth, un vídeo con el título "Chimps filmed grieving for dead friend". Mostraba las respuestas de los chimpancés ante la muerte de un compañero. La imágenes eran muy "emotivas" tanto por lo que veíamos allí como por la melancólica música de piano que las acompañaba. Veíamos a los chimpances rodear al muerto y reaccionar ante él de distintas formas, incluso limpiándole los dientes. Cada pocos segundos, unos carteles redefinían nuestras emociones con el lenguaje mediador. Finalmente todos veíamos allí un espectáculo de dolor muy "humano", un funeral. Nos habíamos imaginado a aquellos chimpances en un funeral. Pero eso es una suposición nuestra. Quizá era porque no comprendían lo que ocurría y por eso seguían realizando acciones como limpiarle los dientes al muerto. Pero nosotros podíamos ver y sentir lo contrario, la limpieza de un cadáver, algún tipo de ritual.

No podemos dejar de sentir cuando vemos. Y cada vez vemos más cosas gracias a la posibilidad de acercarnos a lo que antes permanecía oculto o simplemente no nos interesaba. Hoy hay interesados para todo y todo nos emociona. Somos la civilización de la mediación empática, exprimidos como limones en el llanto, incitados a la indignación con las guindillas visuales, seducidos con la armonía del movimiento y la palabra de la serpiente digital que hipnotizó a Mowgli.



* "People love watching nature on nest cams — until it gets grisly" The Washington Post 19/05/2016 https://www.washingtonpost.com/news/animalia/wp/2016/05/19/when-nest-cams-get-gruesome-some-viewers-cant-take-it/

** "Chimps filmed grieving for dead friend" BBC-Earth 17(05/2016 http://www.bbc.com/earth/story/20160517-chimps-grieve-for-dead-friend


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