martes, 2 de febrero de 2016

La banalidad peligrosa o la democracia de Popper a Mair

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En plena campaña por conseguir la nominación para la carrera presidencial en los Estados Unidos en ambos bandos, republicano y demócrata, The Economist saca de sus archivos un artículo que solicitó en 1988 a Sir Karl Popper, el afamado científico y filósofo de la Ciencia, y autor de La sociedad abierta y sus enemigos, obra publicada en 1945 y "accepted for publication in London while Hitler’s bombs were falling", como se señala en la cabecera.
La pérdida de tejido intelectual, el reinado de la trivialidad manifiesta, hace especialmente valiosa la recuperación del artículo de Karl Popper y su puesta en circulación. Aunque el momento en el que se recupera es en plena campaña electoral norteamericana, creo que el interés de lo que se plantea es más importante teniendo en mente otras partes del mundo en las que las circunstancias se asemejan más a lo que Popper tenía delante en plena guerra mundial.
Popper divide el artículo solicitado en varias partes, ocupándose la primera de lo que considera la teoría clásica de la democracia, cuyo eje nos dice es "quién debe gobernar", un tipo de teoría que se alimenta con las grandes palabras e ideas. La mentalidad del filósofo científico aparece en la forma de plantearse la cuestión como un problema. Una teoría es un problema y una solución a ese problema, por lo que el problema parte de una pregunta en busca de la mejor respuesta posible en función de los fines. La teoría clásica, dice Popper, parte de esa pregunta sobre el "quién" para responder "el pueblo". En el momento histórico en el que hace estas reflexiones —la II Guerra Mundial, con la caída de las democracias en manos de los fascismos—  le llevan a establecer su propia teoría, es decir, sus propias preguntas para intentar redefinir el problema. Señala Popper en su introducción:

MY THEORY of democracy is very simple and easy for everybody to understand. But its fundamental problem is so different from the age-old theory of democracy which everybody takes for granted that it seems that this difference has not been grasped, just because of the simplicity of the theory. It avoids high-sounding, abstract words like “rule”, “freedom” and “reason”. I do believe in freedom and reason, but I do not think that one can construct a simple, practical and fruitful theory in these terms. They are too abstract, and too prone to be misused; and, of course, nothing whatever can be gained by their definition.*


Las preguntas y respuestas "clásicas", tal como las denomina Popper, han sido insuficientes a la vista del estado del mundo y de las propuestas intelectuales que han socavado palabras como "libertad" y "razón" dándoles sentidos perversos. Han llevado al mundo a ese estado conflictivo, han arremetido contra la libertad de sus ciudadanos y atacado países próximos y lejanos convirtiendo el planeta en un espacio de violencia y destrucción, de pérdida de libertades. Lo han hecho con el asentimiento de muchos pueblos que han jaleado y seguido a sus líderes.


En los últimos tiempos asistimos a espectáculos preocupantes. Vemos situaciones en las que se establecen extrañas alianzas entre los países que defienden las libertades —las "sociedades abiertas"— y los que no lo hacen. Si Popper tituló su capital obra sobre política "La sociedad abierta y sus enemigos", hoy habría que hablar de la "sociedad abierta" y de su s"falsos amigos", encuadrando en este término aquellos países en los que no hay libertades pero que en función de los intereses de unos y otros son consentidos por la comunidad internacional aunque pisen cada día los derechos humanos, ejerzan represión y crueldad extremas. Regímenes despreciables por su trato a millones de personas se ven recibidos como "socios", antes que "amigos" si llegan con carteras llenas de contratos por firmar. Esto implica olvidar la situación de los Derechos Humanos e ignorar a muchas personas que los defienden en esos países, personas a las que los dictadores exigen que se les ignore y aísle.
Lo preocupante es que esos ejemplos van cundiendo y socavando lo que parecía el efecto benéfico de la democracia sobre países en los que parecía asentada y querida. Es aquí en donde el artículo de Popper pasa a tener posibilidades de nuevas lecturas.

In “The Open Society and its Enemies” I suggested that an entirely new problem should be recognised as the fundamental problem of a rational political theory. The new problem, as distinct from the old “Who should rule?”, can be formulated as follows: how is the state to be constituted so that bad rulers can be got rid of without bloodshed, without violence?
This, in contrast to the old question, is a thoroughly practical, almost technical, problem. And the modern so-called democracies are all good examples of practical solutions to this problem, even though they were not consciously designed with this problem in mind. For they all adopt what is the simplest solution to the new problem—that is, the principle that the government can be dismissed by a majority vote.


Que el problema central de las democracias pasa a ser cómo librarse de los malos gobernantes sin un baño de sangre no es un problema teórico. Lo hemos visto en sistemas en los que, como ocurrió en los países que Popper tenía en mente y que llevaron a la guerra, la democracia se ha ido deteriorando. Lo vemos cada vez que un presidente elegido en las urnas mueve los hilos para prolongar su mandato más allá de las veces que la constitución lo permite. Lo estamos viendo con preocupación en determinados países de la Unión Europea en la que se están pervirtiendo principios básicos de la democracia gracias al uso de la fuerza de las mayorías para crear nuevas reglas de juego.
Como teórico, Popper plantea un problema existente y su redefinición. Eso es una forma de enfoque, pero la realidad es la realidad, no un experimento de laboratorio, lo que supone que nosotros no realizamos experimentos sociales, sino que experimentamos directamente sus consecuencias en la vida. Los únicos experimentos que podemos realizar los hacemos a través de la imaginación y el arte, a través de novelas que como las de Orwell, Huxley o tantos otros especulan sobre las posibles consecuencias de lo que hacemos hoy.
Señala Karl Popper después de abordar las teorías que llama clásicas:

All these theoretical difficulties are avoided if one abandons the question “Who should rule?” and replaces it by the new and practical problem: how can we best avoid situations in which a bad ruler causes too much harm? When we say that the best solution known to us is a constitution that allows a majority vote to dismiss the government, then we do not say the majority vote will always be right. We do not even say that it will usually be right. We say only that this very imperfect procedure is the best so far invented. Winston Churchill once said, jokingly, that democracy is the worst form of government—with the exception of all other known forms of government.
And this is the point: anybody who has ever lived under another form of government—that is, under a dictatorship which cannot be removed without bloodshed—will know that a democracy, imperfect though it is, is worth fighting for and, I believe, worth dying for. This, however, is only my personal conviction. I should regard it as wrong to try to persuade others of it.
We could base our whole theory on this, that there are only two alternatives known to us: either a dictatorship or some form of democracy. And we do not base our choice on the goodness of democracy, which may be doubtful, but solely on the evilness of a dictatorship, which is certain. Not only because the dictator is bound to make bad use of his power, but because a dictator, even if he were benevolent, would rob all others of their responsibility, and thus of their human rights and duties. This is a sufficient basis for deciding in favour of democracy—that is, a rule of law that enables us to get rid of the government. No majority, however large, ought to be qualified to abandon this rule of law.*


Pero, pese a lo señalado, las formas de seducción y perversión del pensamiento que desarrollaron los fascismos se quedan en poca cosa respecto a las maquinarias de que hoy se dispone para lograr los objetivos de rechazo de la propia democracia. El fundamento de la defensa de la democracia es su superioridad respecto a la dictadura, pero eso puede modificarse cuando se modifican los propios valores que la sustentan. Hay una circularidad del problema: la democracia la valoran aquellos que tienen valores democráticos. La dictadura es un estado insoportable para aquel que tiene esos valores democráticos, pero puede ser aceptable para el que carece de ellos. La pregunta que surge entonces es ¿puede alguien preferir la dictadura a la democracia? Y la respuesta es, sin duda, sí. Sí si se crean las condiciones necesarias, si se invocan los fantasmas adecuados, si se olvidan los principios básicos.
Podríamos decir quizá que es el olvido de las teorías clásicas, por usar la terminología de Popper, lo que hace comenzar la senda peligrosa. Las actitudes despertadas en ciertos países, incluidas las reacciones a las propuestas de Donald Trump en los Estados Unidos, lo que ocurre en Polonia, Hungría, Turquía, Egipto...— son preocupantes porque demuestran que, si se manipula de forma adecuada, la gente acepta de buen grado el recorte de sus propias libertades. Los ejemplos pueden ser muchos.
La democracia debe conllevar sus propios ideales de "felicidad" y no de mera supervivencia. El concepto de "felicidad", como tantos otros, ha sido pervertido, trivializado, hasta vaciarlo de su hondo sentido de proyecto vital y social, de aspiración humana que nos lleva a buscar caminos. Su perversión ya la mostró Huxley. Hoy nuestra felicidad es cuestión de autoayuda y de satisfacer triviales necesidades justificadas para la "feliz" marcha de la economía.


Lo preocupante es que cuando se olvidan esas primeras preguntas, las preguntas clásicas sobre los fundamentos de los valores de la democracia, las preguntas del tipo de las propuestas por Popper dejan de tener sentido. Hemos comprobado como una democracia convertida solo en forma de estadística deja de tener sentido de sus propios valores.
La reflexión que desde hace unas décadas se viene produciendo sobre la "gobernanza" o sobre la "eficiencia" de los sistemas políticos es en gran parte una consecuencia de los problemas que se plantean cuando los valores democráticos dejan de tenerse en cuenta como algo de lo que partir y tenerlos firmemente como suelo. Los países democráticos están sometidos a permanentes tentaciones que van dejando aparcadas cuestiones básicas.
Una de esas tentaciones la hemos comentado anteriormente. La globalización no ha servido para la extensión de los valores democráticos, como se teorizó. Por el contrario ha hecho que se formen alianzas económicas entre dictaduras y regímenes autoritarios y los países democráticos. El reciente caso del tapado de las estatuas italianas por el paso de los pudorosos ayatolas por los museos es algo más que una anécdota. Es una  constatación que la premura en recibir a regímenes afectuosamente con los que se pueden hacer negocios deberían acompañarse, al menos, de gestos de otra naturaleza porque más allá de la circunstancia concreta, el mensaje que se expresa es la carencia peso de la democracia en la balanza de relaciones. Lo mismo ocurre con otros países que reciben tratamientos similares. A Italia ya le ocurrió con la Libia de Gadafi. Gran parte de la sorpresa de la Primavera árabe para los países occidentales eran las buenas relaciones que tenían con los dictadores, de Estados Unidos, Francia o Italia. 


La concepción empresarial del mundo hace que nuestros políticos se hagan acompañar de los empresarios en sus delegaciones y no de intelectuales, artistas, etc. que podrían establecer conexiones con los que existen en esos países. Por el contrario, solo se pone en contactos a aquellos que buscan negocios por encima de cualquier otra consideración. Esa misma concepción acaba convirtiendo el manejo del estado en una cuestión fabril de rendimiento, la educación en una forma de inversión más o menos rentable en las personas en función de lo que vayan a producir. Lo mismo pasa a ocurrir con los demás sectores, de la sanidad a la cultura. Son convertidos en materia de mercado en un sentido peyorativo ya que los jerarquiza en función de su rentabilidad o falta de ella.
En el libro recientemente publicado en España del fallecido Peter Mair, "Gobernando el vacío. La banalización de la democracia occidental" (2013, trad. 2015), se habla precisamente del abandono del interés por la democracia tradicional y de la crisis profunda de los partidos políticos, dos problemas que se unen. A diferencia de Popper, que escribe su obra sobre los enemigos de la democracia cuando estos han estado a punto de conquistar el mundo, arrastrando a países cultos (Alemania, Japón, Italia...) hacia formas de barbarie antidemocrática bien organizada y sustentada en pilares emocionales convincentes, el mundo que Mair describe es el de la apatía actual, el de la indiferencia ante una democracia que ha reducido los principios a eslóganes para pines y banderolas, de discursos vacíos escritos por asesores de comunicación, líderes formados en escuelas  de verano desde los 15 años y disputas por sentarse en las primeras filas de los bancos parlamentarias. Nos describe el resultado de una democracia, mediática, de audiencias y estudios de mercado. Es la democracia que, como las series televisivas, se encuentra en su enésima temporada y solo se plantea cambiar a los protagonistas para recuperar las audiencias.

Mair señala dos desafíos de la política democrática, Por un lado, escribe, se encuentran ideas y políticas que "giran en torno a expresiones comunes de xenofobia, racismo y defensa cultural, y en su mayor parte surgen de la derecha del espectro político"; por otro, el abandono "se percibe en la creciente aceptabilidad y legitimación de formas no políticas o despolitizadas de toma de decisiones" (37). Si se ven unidas las dos tendencias —aumento del componente emocional dirigido contra otros y sustracción de decisiones en favor de expertos e instituciones no políticas— el efecto es no solo la apatía, sino la creación de situaciones explosivas en las sociedades en las que se tira en direcciones opuestas de esas dos cuerdas. Tanto una como otra van causan un efecto común: la pérdida de valores democráticos.
 Las propuestas que escuchamos a los candidatos republicanos en Estados Unidos y, sobre todo, las respuesta que reciben por parte de algunos; las leyes aprobadas en países como Polonia y Hungría; las derivas en algunos países democráticos ante la crisis de los refugiados, etc. no son un panorama demasiado positivo para el futuro.
Creo que se ha perdido por el camino lo que Popper daba por descontado que era evidente: cualquiera que haya vivido en una democracia no soporta vivir en una dictadura. Pero para ello hay que percibirlo como una pérdida. El interés de los populistas en que se rebaje la edad de votar en muchos países es que son mucho más fáciles de seducir con promesas irreales. Los brotes antidemocráticos que se detectan en las encuestas en las jóvenes generaciones son muy preocupantes porque no tenemos muchas garantías de que el tiempo lo corrija.


No es necesario haber leído a Dostoievski para que las palabras del "Gran Inquisidor", el relato inserto en Los hermanos Karamazov, resuenen en muchos espacios. Ante la inestabilidad, la gente prefiere la seguridad a la libertad. Lo malo es que esa situación puede ser irreversible y se pueden crear los enemigos gracias a una sociedad mediática, manipuladora de la opinión. Esto está encima de la mesa desde Walter Lippman en adelante y se puede rastrear en el siglo anterior, el XIX, como un peligro de la democracia.
Quizá deberíamos empezar a plantarnos que la democracia no es solo cuestión de ir a votar, sino un estado de la mente y una construcción social. No viene en los genes y necesita de aprendizaje, ejercicios, reflexión y buenos ejemplos. Se alimenta de ideas y crece con el deseo de que otros alcancen los mismos derechos, con lo que se pueda compartir el mundo como iguales.


Parte del problema es que nadie lee a Dostoievski, a Popper o a muchos otros que consideramos cosa de expertos o todo lo más partes de asignaturas desligadas de la vida. La mentalidad fabril nos considera piezas útiles para fines de rentabilidad. Nos acostumbramos a ver a los demás de la misma manera. Y así todo va a peor. Vamos eficazmente hacia ese abandono señalado por Mair, a repetir los desastres que se padecieron y que vemos crecer de nuevo ante nuestros ojos. Parte de la eficacia del sistema es convencernos —como se dice del diablo— que lo imposible no ocurrirá. Sin embargo, ocurre.



* "Karl Popper on democracy. From the archives: the open society and its enemies revisited (1988)" The Economist 31/01/2016 http://www.economist.com/blogs/democracyinamerica/2016/01/karl-popper-democracy

** Peter Mair (2013): Gobernando el vacío. La banalización de la democracia occidental (ed. esp. 2015). Alianza editorial, Madrid.

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