sábado, 1 de agosto de 2015

¡Salvemos a los dentistas!

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
España puede respirar tranquila. No hemos sido nosotros. Afortunadamente, las primeras noticias, las que aseguraban que al león Cecil se lo había cargado un español, han sido desmentidas. También nos acusaron de la crisis del pepino y se tuvieron que desdecir. 
Lo de echarle la culpa a un español tuvo aquí cierta favorable acogida ante la posibilidad de que hubiera sido alguien del PP, incluso el propio Mariano Rajoy, al que pega eso de la cacería por aquello de los estereotipos de la derecha, al que tanto provecho le sacó Luis García Berlanga en la serie de películas de La escopeta nacional, celebrado retrato de la España casposa y con pretensiones, incluida la nobleza y la política. 
Hubiera sido un puntazo, desde luego, que hubiera sido Rajoy el que se cargó a Cecil el León, aunque le hubieran llevado engañado, como le pasó con el mitin aquel en el que le metió el listo de Erdogan. Rajoy pensaba que iba a inaugurar algo y se encontró con un mitin de islamistas que pensaban —es lo normal— que Erdogan había llevado allí al presidente español a pedir disculpas por lo de Lepanto, un hito después de ser el único ser vivo en el planeta que le dio la mano al Emperador de Japón. A nadie le hubiera extrañado. 


En fin, los tópicos y estereotipos no siempre se cumplen. Se cumplen con Blesa, el banquero cazador. ¡Nos acordamos también del elefante que mató nuestro anterior monarca y que casi nos cuesta una constitución! ¡El provecho que le hubieran sacado algunos! Y es que la caza tienta a los poderosos, sobre todo la "mayor". Para matar conejos ya está el pueblo llano. 
No sé cómo estará esto ahora, pero durante mucho tiempo, la caza era el deporte con más licencias en nuestro país. Y la apuesta por el turismo cinegético, que deja mucho dinero, la están haciendo muchas Comunidades, como también la hizo Zimbabue. Se cazan muchos leones allí, pero no a Cecil, que era un icono. 


Y parece ser, según 20 Minutos, que los españoles estamos en los primeros puestos de los leones cazados allá, por lo que no es de extrañar la información que atribuía inicialmente la caza de Cecil a un español. Como estamos con esto de la crisis siempre en mente, nuestra prensa lleva a los titulares los 50.000 euros pagados, antes que la crueldad de su muerte. Y es que cada uno apunta a donde más le interesa. ¡Si llega a ser un político, aunque fuera un concejal! ¡La que se lía!


Cuando nuestra prensa ya estaba feliz con que hubiera sido un español el mataleones (unos orgullosos como ABC y otros escandalizados como El Mundo), hete aquí que la trama da un giro copernicano (es decir, grande) y resulta ser que no, que ha sido un dentista norteamericano el que se cargó al pobre Cecil el León. 
Hemos sobrevivido a los debates taurinos y conseguido aumentar el turismo, pero no sé si hubiéramos superado lo de Cecil. No nos salva ni Hemingway resucitado, cazador, por cierto, pero de leones sin nombre.


Lamento la muerte del pobre animal, víctima de su belleza y singularidad, al que más cariño le tenían en el país, todos menos los que montaron la cacería y lo atrajeron con malas artes fuera del sitio donde estaba protegido para ponerlo a tiro del dentista sin escrúpulos, pero con mucho dinero para estas cosas.

La muerte de Cecil ha servido hasta para escribir sesudos artículos sobre la importancia de ponerle nombre a los animales para así protegerlos o, al menos, que su muerte tenga amplia repercusión y efectos disuasorios para cazadores y dentistas aficionados. Se trata de personalizar el anonimato animal de serie, una especie de bautismo que te salve del destino de la caza borrándote el pecado original de venir al mundo sin nombre. Es convertirlo en mascota de todos. Hasta los zoos más tontos  lo saben: le pones Chu-lín a un panda y aumentan las visitas y los ingresos. Entonces todo se convierte en personal. ¿Quién va a cazar a un animal con nombre? Demasiado riesgo. Pero aquí falló y Cecil el León ha dejado esta vida y ya es leyenda.


Por mi parte debo decir que una vez eliminados los principales sospechosos españoles, mis favoritos eran dentistas, personas a las que —con excepción de mi dentista que es prodigiosa— siempre he considerado capaces de cualquier maldad sádica armados con sus tornos. Reconozco que es en gran parte debido al efecto causado por la visión de la película Marathon Man, en la que el doctor Mengele sometía al pobre Dustin Hofman a tortura dental insoportable. La posibilidad que tras cualquier dentista se pueda esconder un Mengele y no un Sir Lawrence Olivier se escapa a la razón, pero no somos responsables de estas emociones primarias que nos pasan por la amígdala. Lo siento.


Lo más sorprendente es la reacción vengadora que media humanidad, en el siglo de las redes sociales, ha tenido para con el dentista cazador. Nadie se ha preguntado por los hermosos ciervos que  posaban a sus pies esperando a que les quitaran la cornamenta que luciría en su consulta con orgullo depredador. Por eso dicen que el hecho de que el león se llamara Cecil (o de cualquier otra forma) ha ayudado a dirigir los sentimientos de pena por el animal y de odio por su asesino. Es un fenómeno interesante que gente que no se preocupa de tanto dolor en el mundo se haya vuelto furibunda y se dedique a rastrear y amenazar al dentista, que ha quedado registrado como un criminal ante los ojos implacables del mundo.


La muerte de Cecil el león se ha convertido en un fenómeno masivo de consecuencias imprevisibles. Angus McNiece escribía en The Washington Post, con el título "Forget hunters. Humans pose all kinds of risks to lions", la siguiente reflexión sobre el aspecto mediático del asunto:

Should the media solely choose to focus on the hunting debate, the vilification of an American dentist will surely not discourage the world’s sport hunters, a community that at times seems to revel in an “us and them” mentality.
A bad guy at the center of a narrative certainly makes it more intriguing, though in many cases Palmer is a red herring. The international disgust toward the poachers of southern Africa’s rhinos helps fast-track efforts to hunt the perpetrators down directly and individually. However, conservation is best conducted through policy — to believe that Africa’s animal black market will be controlled via picking off its foot soldiers is to believe that America’s illegal drug trade can be resolved by policing street corners.
A poor, rural farmer, for whom cows are cash, is a harder figure to demonize than a Minnesota dentist with a bow and arrow, but this character needs equal attention. He and his family live alongside wild animals, and lions can get nasty.*


Como todas las buenas historias, la de Cecil el León tiene un héroe —Cecil, claro— y un villano, el dentista, para más señas. Es el villano perfecto. Después de todo, ¿quién no ha sufrido alguna vez en el dentista? Ya sea por el dolor o por la factura, esperamos que el dentista sea capaz de todo. La tesis del articulista es que un villano vende la historia. Si hubiera sido español, como se anunció, la mitad de nuestros turistas hubieran recogido la sombrilla y se hubieran ido al aeropuerto prometiendo no volver a este país bárbaro. Nos hemos librado de una buena.
El articulista sostiene que hay muchos más peligros que los dentistas sueltos por el mundo, que él ha visto morir muchos leones envenados por los animales que se comen, fruto de las trampas y por otras muchas circunstancias. Pero eso vende poco. Tiene razón, no vende casi nada. Un dentista sí. Ese contraste entre el sonriente médico de bata impoluta y el sonriente sádico que posa junto a los animales muertos es otra cosa.

The New York Times va más lejos y le dedica un editorial, con un título sobrio y solemne: "The Death of Cecil the Lion". ¡Ahí es nada! Dice el editorialista:

The death of Cecil, the black-maned lion killed by an American big-game hunter in Zimbabwe, has unleashed a global storm of Internet indignation. The hunter, Dr. Walter Palmer, a dentist from Minnesota, has been forced into hiding.
On the face of it, the reasons are not hard to discern: In an era of dwindling wildlife, proliferation of threatened species and large-scale poaching of elephants and other beasts, big-game hunting in Africa does not hold the allure it may have had in Teddy Roosevelt’s day. And Cecil was no ordinary cat.**


Desde luego que no. Y ahora menos todavía. Cecil el León es ahora leyenda el más querido león de todos los que hasta hace unos días ignoraban que existía y no les importaba si lo cazaban de una forma u otra.
Cecil el León es carne de peluche en este mundo extraño en el que vivimos. Esta ira se irá transformando poco a poco en una corriente canalizable en la que incluso Zimbabue podrá sacarle algún rendimiento, si no lo ha hecho ya de forma directa e indirecta. Los humanos somos así, matamos los leones y compramos su recuerdo. Recuerden la indignación que provocó la muerte del perro de la enfermera española con ébola. Mientras unos querían evitar que los enfermos vinieran a España, otros se lanzaban sobre la camioneta que llevaba al pobre animal al sacrificio. Empatía.
Otro editorial, el del Daily News neoyorquino, es terrible:

The creature who killed Cecil, the noble 13-year-old Zimbabwean lion, is of a species that takes joy in inflicting death for no better reason than to claim superiority.
Dentist Walter Palmer calls himself a hunter, as if the term bestows legitimacy on his psychological need to triumph over perceived lessers. The barbaric little Napoleon is wrong.
Of the two, who would you say is the more moral: Cecil, who abides by a God-given instinct to kill only when necessary to survive or propagate the species, or Palmer, who gleefully takes down big game for no better reason than to show off while stacking the odds against the animal?
There is no contest which is more subhuman.***


Hay que reconocer que llamar al dentista "The creature who killed Cecil, the noble 13-year-old Zimbabwean lion" es casi expulsarlo de la especie humana, aunque lo del "barbaric little Napoleon" tampoco se queda corto.
En fin, que lamento profundamente la muerte de Cecil el León, un animal precioso y noble; me alivia y alegra que no haya sido un español, aunque lo lamento por nuestra prensa, que le habría sacado un provecho incalculable, acostumbrada como está a despellejar. El dentista norteamericano no sabe lo que son los escraches españoles; eso sí que son cacerías, con batidores incluidos.

El dentista de Minnesota ha tenido que cerrar la clínica por temor a lo que pudiera pasar. Yo le recomendaría —en el caso de que no prospere la petición oficial para su extradición a Zimbabue — que cambie de negocio o de cara y, de ser posible, de las dos cosas porque tal como está la gente no me atrevería yo a meter la mano en la boca de nadie. Más que nada, por precaución.
No sé si las llamadas a reducir la tensión ante esta especie de fatwa lanzada contra el dentista mataleones (y de todo lo demás que le adule el ego) servirán para aplacar los ánimos. Todo lo que se puede hacer por internet se lo están haciendo, incluido hundirle el negocio valorándolo como el peor dentista del universo. La ira de los pacíficos siempre suele ser explosiva y en este mundo emocional y mediático mucho más. Que la propia prensa pida cordura es síntoma de que está un poco asustada por lo que lee, escucha y ve. Uno puede tirar la primera piedra pero no sabe las rocas que puedan ir después.


Hasta el diario El País, le ha dedicado al caso un editorial desde la denuncia de la histeria colectiva. Después de condenar la muerte de este y demás leones y especies en peligro, se cierra con el siguiente párrafo:

La larga sombra que está velando la urgente intervención de la justicia es la amenazadora actividad de una multitud airada. La muerte de Cecil ha llenado de argumentos a cuantos reclaman piedad por los animales. Sin embargo, el bombardeo de ignominias lanzadas contra Walter Palmer por una multitud —incluso cargada de razón— tiene algo de linchamiento. Las nuevas tecnologías, cuando facilitan estas explosiones, son peligrosas. Y así, junto a un lema amable como Todos somos Cecil, conviven severas descalificaciones de celebridades o insultos grotescos (“púdrete en el infierno”). Por graves que sean los delitos, ese no puede ser nunca el camino.****


Sensato, sí señor. Le doy muchas vueltas a la primera frase y a lo que quiera decir. Los peluches depositados ante la clínica dental del asesino, que muestra la foto de El País, me conmueven. Veo que aunque las palabras van en la dirección de pedir calma, todo lo demás me lleva a lanzarme a la caza del dentista, a colgar su cabeza como trofeo como él hizo con Cecil el León.
Compartiendo el dolor por la muerte del león Cecil, me pregunto por qué no se genera la misma solidaridad (con la mitad me conformo, con una décima parte también) con muchas indignidades que leemos cada día y no hablo de las que ignoramos porque no merecen una sola línea. Es una pregunta tonta que no lleva a ninguna parte, lo sé.
Este un mundo complejo y tirando a raro.


* "Forget hunters. Humans pose all kinds of risks to lions"
The Washington Post 31/07/2015 https://www.washingtonpost.com/posteverything/wp/2015/07/31/forget-hunters-humans-pose-all-kinds-of-risks-to-lions/?hpid=z14
** "The Death of Cecil the Lion" The New York Times 31/07/2015 http://www.nytimes.com/2015/07/31/opinion/the-death-of-cecil-the-lion.html
*** "Human prey: Lion-killing dentist Walter Palmer is the real beast" New York Daily News 30/07/2015 http://www.nydailynews.com/opinion/editorial-human-prey-article-1.2308604

**** "Doble cacería" El País 31/07/2015 http://elpais.com/elpais/2015/07/30/opinion/1438281633_600033.html





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