domingo, 24 de mayo de 2015

El jardín secreto

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En su suplemento "Madame", Le Figaro publica una entrevista con la psicoanalista y filósofa Anne Dufourmantelle. Su título nos lleva al centro de las cuestiones que ha planteado en su último libro "Défense du secret" y lo hace mediante una pregunta: "Et si refuser la transparence était le luxe ultime?".
El establecimiento de una sociedad "transparente", favorecida por el uso de lo que llamaré las tecnologías de la exhibición, es un hecho claro. En apenas dos décadas, hemos pasado de la preocupación por el panóptico a la preocupación por no estar en el centro de las miradas de forma continuada. Hemos pasado de la preocupación por la mirada sartreana de los otros que nos reduce a la angustia de la indiferencia, que no corroe si no somos mirados.
Donde otras tecnologías nos han dado voz, como la imprenta, las tecnologías de la exhibición tratan con algo diferente, la imagen. Allí donde la palabra se conecta con el pensamiento y con el otro a través de ella, la imagen —que puede contener la palabra— está tiene por función perfilarnos ante los otro convirtiéndonos en el mensaje mismo. No decimos lo que pensamos, nos hacemos ante los ojos del otro reclamando su atención. Si la mirada del otro nos cosificaba, según Sartre, ahora la necesitamos para formar parte del mundo de los objetos consumibles. Donde el filósofo francés veía un mal que dañaba mi libertad, nosotros ansiamos exponernos a la mirada de los demás, hacemos lo imposible para reclamar su atención. Sin ella, no somos socialmente y nos agita la angustia.

Pero esta necesidad de exhibición constante que ha supuesto en nuestros países ricos la entrada en la sociedad de la información tiene también un reverso en la fabricación del yo que se exhibe, que necesita ser constantemente renovado, para poder mantener las miradas ajenas.
La conversión del "yo" en espectáculo, en exhibición que reclama la atención de los demás para poder seguir existiendo convierte a las personas en actores que necesitan renovar su presentación de forma constante. El aumento de las posibilidades de comunicación no está intensificando el valor de la palabra, sino que nos transforma en mensajes que circulan a través de redes. El éxito de las redes sociales dedicadas a las imágenes hablan de que la necesidad de la conexión se satisface mediante la fotografía, que nos muestra como un ser-ahí, un mero testimonio de la existencia mediante el dato gráfico. Los límites de mis ser son mis límites fotográficos parece querer decirnos el éxito de redes como Instagram o la popularidad del selfie.
En estos últimos días he podido ver por las calles a grupos caminando sosteniendo el palo de los selfies ante ellos. No sé si es la forma ideal de recorrer el mundo, pero es la forma de testimoniar que han estado allí y se han convertido en centro de su propio espectáculo ofrecido al mundo para que lo contemplen.
Las famosas ventanas de las mónadas de Leibniz se socializan a través de las redes permitiendo un espectáculo multipantalla mediante el cual es posible acceder a la visión del otro. Si la conciencia ajena nos es impenetrable, no lo son en cambio sus ojos y oídos con los que atrapar parte de su experiencia del mundo.
Le preguntan a Anne Dufourmantelle para cerrar la entrevista:
En tant que psy, pensez-vous que le mal-être des gens est lié à l’impossibilité de cultiver leur jardin secret  ?
Oui, le jardin secret représente une opposition positive à l’air du temps. Il aide l’individu à penser par lui-même, à devenir un peu plus dense et à se moquer des diktats de l’époque. Ce peut être un acte minuscule, mais répété. Si vous faites pousser la même rose et lui parlez de la même manière tous les jours, personne ne pourra faire cela comme vous. C’est quelque chose que personne ne pourra vous prendre, ce n’est pas prenable. Vous existerez, dans votre singularité, à travers cette rose.*


La reducción del mundo por el efecto de la información, la sensación de proximidad constante o incluso claustrofóbica es una experiencia nueva surgida al convertirnos en objeto de observación, en una primera fase, y de exhibición en esta segunda. Que podamos tomar conciencia de nosotros mismos mediante la ocultación, no deja de ser un acto de blindaje de la intimidad. Frente a las teorías que hacían del diálogo la forma de realizarnos a nosotros mismos mediante el encuentro con los otros, el actual desbordamiento de la sociedad en los falsos diálogos no obliga a silenciarnos para poder ser, al menos de una forma satisfactoria.
Cultivar el jardín tiene ciertas connotaciones volterianas, pues son las últimas palabras de su Cándido. Pero la idea de "jardín secreto" va más allá de encontrar un consuelo laborioso ante la vorágine del mundo, una forma de estabilidad en un pequeño mundo controlable. Es un mundo dentro del mundo para poder vivir en él con ciertas garantías, entre otras la irrenunciable a la soledad, que no es una condena sino una reivindicación necesaria.


En muy poco tiempo hemos pasado de una sociedad que condena la exhibición a otra que nos hace convertirnos en actores que debemos preparar nuestros papeles y pasar por maquillaje antes de salir al escenario de lo cotidiano. No todo el mundo lo lleva de la misma manera.
Lotman hablaba de la cultura como memoria colectiva, pero ahora estamos colectivizando la memoria personal. La diferencia entre las dos memorias, la individual y la colectiva, estaban claras. Ahora nuestra vida y memoria personal, al menos una parte importante, forma parte de un gigantesco espacio colectivo.
Indudablemente estamos ante un gran cambio. Además, un cambio vertiginoso que hace que las distancias generacionales se vayan ampliando poniendo a prueba nuestra elasticidad para adaptarnos y nuestra capacidad de convivencia con los otros, que tienen un sentido de lo público y privado, de lo compartible y lo personal que puede ser radicalmente distinto.

La necesidad del secreto, tal como la plantea Anne Dufourmantelle, como un muro que podamos levantar en nuestra vida para protegernos como "yo", se enfrenta a la voracidad informativa donde podemos ser espiados o filtrados nuestros datos, donde pueden ser asaltados nuestros dispositivos y sacado a la luz sus contenidos. Nunca tenemos bastante información. La adicción es creciente. El secreto se plantea entonces como un desafío, un muro que hay que saltar para conocer aquello que los otros intentan proteger. El secreto es el trofeo de caza, la pieza más atractiva en un mundo que se aburre y necesita la estimulación de lo desafiante. Hay que guardar en secreto los secretos, evitar que otros perciban que los tenemos si no queremos convertirnos en objetivo de su búsqueda aburrida.
Durante siglos hubo que inventar la privacidad e incluso la intimidad. Hubo que crear derechos, protecciones de todo tipo que hoy pisoteamos nosotros mismos, cediendo gustosos. No nos roban nuestra intimidad, la regalamos para la celebración del rito de la exhibición.
¿Es rechazar la transparencia el último lujo posible?, como nos pregunta el titular de Le Figaro. Pudiera ser. Puede que sus pacientes necesiten de una vida privada que se les escapa constantemente por entre los dedos, una vida sin secretos y tengan que crearlos para sentirse vivos, para sentir que mantienen una diferencia respecto a los otros. Puede que nuestros secretos sean vulgares, pero lo que los hace valiosos es que solo nosotros los conocemos. 
Hay que cultivar nuestros secretos.



* "Et si refuser la transparence était le luxe ultime ?" Le Figaro - Madame 22/05/2015 http://madame.lefigaro.fr/bien-etre/anne-dufourmantelle-gardons-le-secret-210515-96654


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