jueves, 16 de abril de 2015

Sorpréndeme

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
¡Qué fácil es llamar la atención! Antes "quedarse con la gente" estaba mal visto; ahora es el objeto de bien pagados laboratorios, de expertos internacionales y de gurús de la comunicación. Puedes estar durante meses preparando un acto, una reunión, un discurso, décadas esperando un centenario, lo que sea... y llega cualquier cantamañanas y se convierte en el centro de la atracción por haber hecho lo que nadie esperaba.
¡Y cómo caemos! ¿Qué es un buen discurso ante una camiseta chillona? ¿Qué es la preparación de toda una vida frente a un peinado estrafalario? ¿De qué sirve la oratoria frente al chascarrillo ingenioso o la onomatopeya chistosa? Cualquier momento solemne, serio, cualquier acto riguroso se ve amenazado por la irrupción de la extravagancia. ¡Y se aplaude a rabiar! Se envidia ese momento triunfal que te convierte en trending topic, que hace que tu peinado, tu camiseta, tu exabrupto, tu nota discordante, tu vaso roto en la recepción, la tos que rompe el silencio, el tropezón al borde de la alfombra de honor, el tirante del escote que se desliza, sea el centro del universo. Todo ello es ya el oro de la información. Obsesionados, los medios nos avisan de que una foto, un nombre, el salto de la rana informativo... cualquier cosa es trending topic.



¿Tan aburridas son nuestras vidas que ya solo llama nuestra atención el ingenioso, el listillo, el trasgresor? Despreciamos la seriedad, el rigor, la experiencia, en beneficio del espectáculo. No queremos personas inteligentes, solo fotogénicas. O tan extravagantes que una nariz imposible, una boca con un solo diente, una risa contagiosa, unos ojos insólitamente cruzados... nos dejan subyugados. Si estás dispuesto a perder el pudor, la vergüenza, los papeles y los pantalones si es necesario. ¿Por qué no presentar los Oscar en calzoncillos? ¡Claro! ¿Cómo no se me ha ocurrido?


La filosofía del sorpréndeme es peligrosa. Dice que es más importante el título que el contenido del libro; dice que es más importante el peinado que lo que hay en la cabeza. Se prefiere el ingenio a la idea, algo de lo que ya nos habían advertido algunos clásicos. Para sorprender lo importante es un buen peluquero, un buen sastre, un buen maquillador y, si hay que hablar, un buen guionista. 
El ascenso de los guionistas de esclavos de la profesión a niños mimados es porque se valora el genio del que escribe para otros. Hoy, con narices o sin ellas, el gran triunfador en la sombra sería Cyrano, que habría sido aceptado como asesor en la pareja y se lo habrían rifado los demás requiriendo sus servicios. ¿Qué era Cyrano sino un buen guionista?
La sorpresa es la confirmación negativa de la rutina, porque la rutina es la base de la vida, del día a día. Desde el siglo XIX, el aburrimiento es el monstruo oficial que todo lo devora. Miramos al mundo y bostezamos. Solo los selfies parece que nos conmueven. ¿Usted es de los que ponen morritos o de los que abren la boca y guiñan un ojo? No hay tanta variedad, solo el fondo de la foto. ¿Recuerdan el caso de la joven que se hizo un selfie con un suicida al fondo en el puente de Brooklyn? Camus le habría dedicado una novela, La turista, que habría superado a El extranjero. ¿Pero quién lee ya a Camus? ¿Qué equipo le ha fichado?


Flaubert nos anticipó que el mundo era un balcón que da a la plaza de un pueblo aburrido, repetitivo, anodino, gris, angustioso. Ese balcón es el asiento del aula en el que esperamos que nos entretengan; ese balcón la pantalla en donde esperamos alguna gracieta del orador político de turno; es la página en la que esperamos la anomalía, el niño que muerde al perro, el perro con cinco patas, a ser posible.


Hay demasiado aburrimiento en el mundo. Increíblemente, estamos produciendo en masa seres aburridos. ¡Con la de cosas maravillosas existentes, la de problemas pendientes de resolver, las cosas que podríamos aprender! Pero, no. Queremos sorprender, algo al alcance de los osados que saltan la rutina y nos sacan del letargo. Y si no es posible, ser sorprendidos. El masaje es el mensaje. Probablemente ya ni eso: el mensaje es el mensaje. Pura función conativa. ¿Para qué más? Despertar al otro ya es un logro, quizá el único posible, la labor titánica. Cualquier profesional busca dar la nota en su campo, que se fijen en él, robar el plano.


Mientras tanto tendremos que seguir con la inquietud de quién será el próximo que atraiga nuestras miradas, que descerraje nuestros oídos, que libere una estruendosa carcajada. ¿Un político, un escritor, un filósofo...? ¡Tristes tiempos de fanfarria y penuria para quien no haya sido bendecido con el don de la estupidez! Siempre con la boca abierta, por asombro o por aburrimiento.

¡Hummmm! 







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