miércoles, 15 de abril de 2015

Siete cuestiones y una cena en Nueva York

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Ayer tratábamos sobre dos casos en Egipto —que calificábamos como "provocaciones", en el sentido de ser desafíos a la interpretación que el "movimiento" del gobierno ha ido haciendo en este tiempo. Nuestra interpretación se orientaba hacia el descontento que se podría estar generando en sectores que se opusieron al islamismo sectario de Mohamed Morsi y apoyaron su defenestración, para descubrir después que el nuevo régimen encubría el regreso de un sector del mubarakismo anterior y, a la vez, la introducción de un conservadurismo religioso buscando calmar el efecto de la salida y condena del islamismo de la Hermandad Musulmana.
Aunque se haya sacado del poder a la Hermandad y se hayan prohibido constitucionalmente los "partidos religiosos" (hasta los salafistas del Nour dicen no serlo), la innegable base social del islamismo se trata de mostrar que el régimen es piadosamente islámico aunque no islamista. Toda su filosofía va en este sentido: desde los sueños premonitorios del presidente Al-Sisi hasta la persecución de los ateos, considerados oficialmente como un peligro. La "revolución del 30 de junio" no es la "revolución del 25 de enero" por más que haya intentado diluirla en su seno retórico y conmemorativo. Por eso los ataques a la "primavera árabe" en nombre de una identidad conservadora frente a los aires de renovación que el 25 de enero pedían. El nuevo Egipto oficial no renueva nada; sigue teniendo un modelo presidencialista, autoritario y su principal diferencia con el anterior es que mientras Mubarak intentó que se olvidaran de que era el tercer militar al frente del país, Al-Sisi ha puesto de nuevo al Ejército en el centro del populismo nacionalista, tratando (y consiguiendo) que es quien está detrás del autoritarismo y una gran parte la corrupción de los negocios que se dan en Egipto.

Creo que son los signos del regreso del antiguo régimen con la exoneración continua de sus dirigentes, incluidos Mubarak y su familia, ministros, empresarios, etc. y el peso cada vez mayor en lo religioso para mantener al país bajo la mano firme lo que ha hecho que movimientos como los que señalábamos ayer tengan lugar. Al definirse al enemigo como de doble cara, la terrorista y la fundamentalista, los frentes elegidos para la actuación son dobles: el militar y el religioso.
En el campo militar, el ejército y la policía mantienen una lucha en la que se ataca no solo a los integristas, sino que esa violencia está costando la vida de muchas otras personas que se oponen al régimen desde posturas liberales, laicas y de defensa de los derechos humanos (el frío asesinato por la policía de la activista Shaimaa al-Sabbagh y las justificaciones insultantes posteriores pueden haber colmado la paciencia de algunos). En el religioso, la estrategia contra el integrismo es un mayor control del tradicionalismo islámico, que se muestra como la opción moderada frente al islamismo en general y al Estado Islámico y demás grupos.
Es este segundo factor, en mi opinión, el que está suscitando estos desafíos en los que se quiere poner sobre el escenario una versión diferente de un futuro posible. Los movimientos laicos democráticos no comparten la sustitución del integrismo fundamentalista por un tradicionalismo religioso que evite cualquier alternativa. Lo que desean es la moderación de lo religioso, que deje de ser un elemento condicionante y regulador de las vidas de aquellos que, por las circunstancias personales que sean, no quieren que se les deje de considerar ciudadanos egipcios por no ser musulmanes practicantes o por tener una visión revisionista de los planteamientos oficiales. Este es el sentido de las dos polémicas que señalábamos ayer, más alguna otra que incluíamos reflejando titulares de la prensa egipcia.


El debate sobre la identidad "egipcia", "árabe" y "musulmana" hace que estos tres elementos se mantengan separados, se junten por parejas o para algunos los tres factores sean lo mismo. Para los yihadistas, la nacionalidad es lo primero que se pierde en beneficio de una identidad espiritual que elimina las fronteras, que además, dice, son una imposición de la época colonial occidental.

El debate religioso, por usar un término global, en cambio tiene otras alternativas: "integrismo", "conservadurismo" y "modernización". Para los primeros, no hay más solución que un radicalismo que borre toda disidencia, que la elimine por la fuerza si es necesario, y todos aquellos que no compartan esta visión son enemigos. El "conservadurismo" juega con el control religioso a través de las instituciones, mantiene la identidad en la religión y puede intentar buscar una modernización en equilibrio con el control religioso. En este segundo modelo hay variantes como la turca, que va retrocediendo en libertades para avanzar hacia un modelo tradicionalista. El retroceso en las libertades es una consecuencia lógica porque pretende un imposible: que la gente no perciba los muros de cristal, que no se cuestionen el porqué de su vida y que la acepten como un hecho cultural e histórico inalterable. El que ha nacido en una sociedad musulmana no tiene más opción de cambiar esto que el exilio y condena, ser un paria distante.

Es la tercera opción, la de la modernización la que tiene una visión dinámica de la sociedad, la cultura y la historia. Para ellos, las personas no tienen porqué vivir con un guión prescrito por su nacimiento, sino que si se logra moderar y educar (ambos concepto se vinculan) a estas sociedades es posible que todo el mundo pueda vivir en ellas sin tener que ser un hipócrita (haciendo creer lo que no es) o un condenado (por tratar de vivir conforme a sus deseos e ideas). Para ellos la convivencia es cuestión de tolerancia y de una mentalidad no hegemónica que debería abrirse a la diversidad y no encerrarse en la intransigencia. Es la intolerancia la que mantiene a la sociedad atrasada porque la única forma de mantenerla sujeta es sancionando el pensamiento de los que se cuestionan lo establecido, situación inevitable en el momento en que se produce un desarrollo.
Los dos casos que comentábamos ayer eran intentos desde distintas perspectivas de moverse unos "milímetros": uno de ellos —recordamos— era el cuestionamiento de la autenticidad de unos determinados "hadices" (dichos del profeta relatados por sus seguidores y transmitidos desde entonces, dados por buenos como segunda fuente tras el Corán, gracias a la fiabilidad de los transmisores) y el segundo la cita en julio, en la Plaza de Tahrir, para que las mujeres pudieran quitarse velo (algo que se fue convirtiendo en una "obligación", por presión, después de los 70, tras el proceso de reislamización social). En los dos casos intervino de forma activa y dura la Universidad de Al-Azhar contra los proponentes. En el primer caso contra el predicador que dudaba de esos hadices y en el segundo contra el periodista y escritor que había hecho el llamamiento sobre los velos y la cita en Tahrir. Al-Azhar es la herramienta que el régimen de Al-Sisi propone como garantía contra la radicalización islamista. Se pierde "radicalismo", pero ser impone "tradicionalismo", que a efectos de los que lo padecen supone también un recorte en sus aspiraciones de libertades y derechos. El régimen está fallando en ambas. El intento de vender la "seguridad" frente a las amenazas terroristas como "libertades" es muy insuficiente. Las perspectivas de unas elecciones generales que refuercen el control del régimen presidencialista y del presidente en particular no son convincentes para muchos que han comenzado esta ofensiva para exigir lo que hasta el momento insinuaban: la creación de una sociedad abierta y tolerante y no una autoritaria controlada por presuntos moderados.


La única forma de eliminar posibilidades futuras de integrismo —una ingenuidad teórica por mi parte— es la modernización que permita la convivencia de mentalidades distintas, sin que una se imponga a la otra o la estigmatice. En las sociedades modernas no hay religión de estado, sino que esta forma parte de las creencias de las personas dentro sus derechos individuales. La reducción del fenómeno de la violencia integrista es que no es un elemento separado de una situación tradicionalista. El integrismo violento nace del tradicionalismo que ve que se le escapan los cambios sociales. Por eso lo que comienza como moderados, como Erdogan en Turquía, no acaban siendo más liberales, sino aumentando su autoritarismo según avanza su control de la vida social (a través de la educación medios de comunicación, etc.)
Lo dicho anteriormente es la síntesis de muchos casos que hemos viendo en estos años de cambios vertiginosos para regresar después al punto de partida. Hace mucho tiempo, al comienzo de la primavera árabe, escribimos en el blog un texto que se preguntaba "¿quién teme a la democracia en los países árabes?", que entonces se hacían los que reclamaban democracia en los países levantado contra los tiranos autoritarios. Hoy, una parte de la respuesta es otra pregunta: "¿por qué temen a la democracia sectores importantes de la sociedad árabe?". La respuesta no es difícil de apuntar. No son solo las "potencias occidentales y de la zona", sino los verdaderos poderes internos que quieren evitar que la sociedad pueda dar ese salto de modernización que no puede ser solo exterior (progreso económico) sino también intelectual. No se puede vivir en el siglo XXI con mentes de siglos anteriores, sin moverse un ápice. Por eso la respuesta intelectual y física del Estado Islámico es la destrucción de la Historia, anterior y posterior, su reducción a polvo.


Egypt Independent publicó un artículo de Ramy Galal, titulado "Islam Beheiry and the Islam of others". En este artículo, breve y conciso, se da una respuesta al caso de Islam Beheiry, el predicador televisivo que se había permitido dudar de la autenticidad de los hadices transmitidos y contra el que la Universidad de Al-Azhar había autorizado a los salafistas a lanzar sus ataques. Esto último no es una broma, sino que puede acabar en algún acto violento si se producen e intensifican los ataques y condenas contra él. El artículo de Galal señala una serie de puntos que se relacionan con lo que hemos señalado anteriormente:

1. We should not ban any thoughts. And those debates are a waste of time compared to other more important challenges. They only benefit our weak media, that makes a living out of scandals and gossip, instead of educating and enlightening the public.
2. Assuming al-Azhar succeeds in gagging people, would that not be the same as burning the books of Ibn Rushd? Whoever does not like what Beheiry is saying can simply switch the channel or use his mind to refute what he says.
3. Our competent institutions are wrong, when they say that such arguments are not worth responding to, especially when the level of culture and education rises in the future.
4. If al-Azhar decided to fight with Beheiry, it should do so with the moderation and tolerance that it claims are part of its nature. It should say in an official statement that Beheiry’s blood should not be shed, because anything that happens to him would be because of al-Azhar’s position in the first place.
5. The Islam of Beheiry is no different from that of others. He just uses his mind to discuss the texts that were written by humans, worshipped by others.
6. His method may be provocative and condescending, which, in my opinion, is not very different from that of the extremists, but he does not force anyone to buy what he says.
7. Is it a sin to prove that true Islam knows no killing, burning or terrorism?*


Las cuestiones que Galal plantea tienen que ver con esa apertura y transformación de la sociedad y el cambio del papel de las instituciones. Las diferencias no se pueden traducir en luchas por la expulsión violenta del sistema. Cuando señala que será responsabilidad de Al-Azhar, la institución que es presuntamente moderada, si se vierte sangre por esta cuestión, está poniendo delante del espejo a la institución. No basta con autoproclamarse "moderado" si se persigue a los otros. Como señala Galal, si a alguien no le gusta lo que dice Beheiry, que cambie de canal; su islam, señala, no es menos intransigente que el de los demás. Pero de las mutuas declaraciones de pureza y verdad no sale tolerancia, sino intransigencia. Aumenta la intolerancia y la violencia general. Al-Azhar recurre, señala, a las misma tácticas de los demás: liberar los perros guardianes. Los perros guardianes son la reserva (en este caso, los salafistas), el nivel siguiente de violencia, que va pasando hasta llegar al visionario que decide poner fin a la vida del hereje, el blasfemo o el traidor.


Creo que estas pequeñas piezas que están apareciendo en los medios tienen un sentido: la toma de conciencia de los que anticipan un futuro que no les gusta y porque el que no están dispuestos a subirse al carro que se les pide. Creo que van descubriendo que no es el que les resulta más atractivo.
Mada Masr publicó en diciembre de 2014 una artículo titulado "A year of departures. Human rights activists, journalists and artists are increasingly leaving Egypt". El artículo comenzaba así:

“I had dinner with the revolution last night,” a journalist says of a recent trip to New York. At the table were a graduate student, three human rights defenders, two journalists and an analyst who were all once at the forefront of political mobilizations in Cairo.
They were reunited that day: those who had fled for fear of arrest, those returning to study, and those opting to work abroad.
“In my mind, Egypt is becoming more and more this place where one is at the mercy of a rabid cyborg state and the citizens that cheer it,” says Motaz Atalla, writer, comedian and education activist. Atalla worked at the Egyptian Initiative for Personal Rights (EIPR) before leaving to the United States in December 2013.
The crackdown on those associated with, or even suspected of sympathy with, the Muslim Brotherhood, the jailing of oppositional figures and journalists, restrictive legislation and threats to human rights organizations and NGOs, have driven many to leave or consider leaving.**


Esa cena —y las muchas otras que se producen en otros lugares— será descrita por algunos como la "cena de los traidores". Pero solo son egipcios que una vez tuvieron la ilusión de poder cambiar una realidad que se resiste a cambiar en un ejercicio constante de exclusión y autoritarismo. Será en Nueva York, en Madrid, en Londres o en París, donde se puedan reunir a hablar de Egipto y debatir sobre su futuro sin el temor de ser denunciados, acusados de conspiración, un caso que comentamos aquí en otra ocasión.
Parece que la deriva que va teniendo la vida política y social está haciendo que comiencen a escucharse voces tratando de recuperar la hoja de ruta que quedó olvidada por los siguientes acontecimientos, una hoja pendiente quizá desde hace décadas. Uno de los participantes en la "cena de los traidores" manifiesta su desengaño del papel de los intelectuales que se dejaron arrastrar al juego de sus propio intereses según se avanzaba la década de los sesenta y la revolución se iba transformando en Estado. Quizá estos desafíos sean parte de un intento de recuperar ese tiempo perdido, que es el que el radicalismo teocrático ha ganado gracias al fracaso social de esa revoluciones. No están dispuestos a que todo quede en una lucha sobre ortodoxia religiosa, en un debate sobre quién esta más cerca de la verdad y más lejos de la libertad.



* "Islam Beheiry and the Islam of others" Egypt Independent 6/04/2015 http://www.egyptindependent.com//opinion/islam-beheiry-and-islam-others
** "A year of departures. Human rights activists, journalists and artists are increasingly leaving Egypt" Mada Masr 28/12/2014 http://www.madamasr.com/sections/politics/year-departures





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