sábado, 4 de abril de 2015

La guerra por las mentes

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La matanza de estudiantes en la universidad Garissa de Kenia por parte del grupo terrorista Al Shabab vuelve a poner en claro el objetivo de la educación como el principal enemigo. Junto a otros objetivos (económicos, turísticos o políticos), cada vez es más evidente que los ataques a escuelas y universidades tienen un especial interés para ellos. Lo hemos visto desde el Pakistán de Malala, con sus escuelas tiroteadas por los talibanes, o con las escolares secuestradas por Boko Haram y convertidas en mercancía vendible en los siniestros zocos en los que es posible el tráfico humano. Ahora lo vemos en el ataque a la universidad keniata en un intento de acabar con lo que es su auténtico enemigo: el conocimiento.



La guerra que está en marcha no es solo material; es sobre todo intelectual. Tratan de frenar la penetración de una forma de pensamiento que supone su desintegración a largo plazo. La educación, tal como la consideran, es un peligro para su control de la sociedad. Para ellos no hay más educación que la que enseña que todo está dicho, que no hay enseñanza más allá de lo enseñado. Es el conflicto entre el pensamiento dogmático y el pensamiento crítico; entre el conocimiento cerrado y la búsqueda constante de respuestas a preguntas que se acumulan. El integrismo da por terminado el proceso de conocimiento mediante una revelación incuestionable con lo que solo puede dirigirse hacia pasados idealizados. El progreso es su enemigo porque el concepto de progreso solo surge en un entorno que considera el mundo perfectible.

Se enfrentan dos visiones de la educación y del conocimiento. Los dos reflejan al ser humano en su esencia. La educación, a la que nos hemos acostumbrado, es un proceso abierto que libera a las personas de los propios entornos cerrados de las mismas familias, que tienden a reproducir sus propias visiones del mundo en sus miembros. El énfasis puesto por los grupos fundamentalistas (incluidos los norteamericanos) de todo el mundo en la "educación en casa" es precisamente el poder controlar el proceso de adquisición del conocimiento de sus miembros. La tecnología les ayuda gracias a las redes que crean para evitar que los niños tengan un contacto más allá de lo que ellos puedan controlar. Es un creciente negocio por todo el mundo. No deja de ser interesante —lo hemos comentado en ocasiones—, que los fundamentalismos de distintas religiones coincidan en la educación segregada, en la separación por sexos. En unos lugares se amparan en la mejora de los resultados o en la libertad religiosa; en otros en las prohibiciones tradicionales. El efecto es el mismo: el control de la educación. La "educación en casa" es una forma patriarcal, pues nos son otros que los padres los que deciden la forma futura del hijo. El debate sobre quién decide la educación de los "hijos" está ya marcado por la semántica y varía si hablamos de las "personas". No es un problema sencillo, evidentemente, pero tiene mejor resolución cuanto más abierta sea una sociedad, es decir, cuando menos prejuicios se introduzcan en las personas que sean un lastre posteriormente. No es solo cuestión de quién decide, si los padres o el estado, sino qué capacidad le queda a la persona para poder elegir en su propia vida. Hay estados fanáticos como hay padres fanáticos. Las víctimas siempre serán las mismas; lo que están en sus manos. Por eso la única garantía son sociedades abiertas y dialogantes, donde pensar de otra manera no sea un estigma, sea visto como un deshonor o un peligro.


El odio de los islamistas a la educación que no controlan ha llevado hasta ser el elemento distintivo de los Boko Haram, que significa "la pretenciosidad es anatema" o metafóricamente la "educación occidental está prohibida". "Pretenciosidad" se considera querer saber más de lo que ya está dicho, que es lo único que se debe enseñar. El que pretende saber es "pretencioso", frente al que ya sabe, que es el piadoso, el que se limita a repetir lo dicho y transmitirlo sin ningún tipo de revisión. Esa transmisión sin crítica es la que mantiene la ilusión de la unidad, basada en última instancia en el miedo a la marginación, la violencia o la expulsión.
La verdadera guerra es la de las mentes. La destrucción que causan trata de conseguir el control para asegurarse la sumisión a la palabra y a aquellos que la administran. Se trata de evitar cualquier tipo de disidencia que pudiera desmembrar el conjunto. El terror es el arma de la sumisión.


Mucho me temo que no se comprende demasiado en fenómeno de estos grupos y el respaldo y atractivo con el que cuentan para algunos. Uno tras otro se van desmontando los mitos de la pobreza y la ignorancia con el que tendemos a reducir habitualmente el fenómeno, que es de una gran complejidad histórica y cultural. Muchos de los que están decapitando o inmolándose en mercados o escuelas han salido de buenas familias y de modernas escuelas en países alejados de los centros de los conflictos. Pero lo primero que no acabamos de entender en este caso es el "conflicto" en sí, que también tiene su desarrollo en las mentes. No se pelea por la independencia de un territorio o por reivindicaciones políticas. Pelean por el control absoluto, pues solo con ese control absoluto pueden invertir la dirección de la Historia y el deseo de la mente por conocer más allá de lo que conoce. El colapso de la civilización árabe islámica estuvo en sus propias raíces, no fuera de ellas. Ya alejaron de sí a las mejores mentes para quedarse con el poder de controlar, reduciendo la capacidad de pensamiento, cercándolo en un sendero repetitivo cada vez más estrecho. La primera víctima del dogmatismo es la curiosidad y de la curiosidad sale la renovación crítica y la ciencia misma. La lucha que dentro del islam mismo hay sobre el papel de la razón es un indicador del problema y su origen.


Por encima de los fenómenos locales, está un problema que se ha agravado con la circulación masiva de ideas en la Sociedad de la Información. El control que a través de las censuras clásicas se había ejercido ya no es tan eficaz, por lo que se compensa con el aumento del fanatismo, que ve en la innovación el enemigo. Todo son amenazas al orden interior que resquebraja el exterior. Los intentos de cerrar los accesos a las redes sociales y las fuentes de información no son más que las muestras de que la batalla se da en el terreno del conocimiento. El control patriarcal de la sociedad no es suficiente; las instituciones que hasta el momento permitían controlar el pensamiento ya no son tan eficaces. Por eso aumenta la necesidad de mostrar el poder y los riesgos que tiene enfrentarse a él. Los visionarios del terrorismo ven un mundo que se les desmorona en el que todo son amenazas y miedos. La única arma de que disponen para evitar que esto ocurra es el terror y el aislamiento de las poblaciones enteras.


No estamos en una fase de terrorismo, sino de ocupación de espacios y mentes. La diferencia entre Al Qaeda y el Estado Islámico es clara: la ocupación de un terreno en donde comenzar a reconstruir el espacio perdido por la falta de control, unos espacios en los que mostrar su fuerza y establecer la ley. En esos espacios "reconquistados" quedará proscrita toda enseñanza que haga que se dude o se desobedezca. Los terrorista de Al Shabab se lo dijeron a los estudiantes antes de comenzar la matanza: esto solo acaba de empezar.


A diferencia de otros grupos terroristas o situaciones de violencia, esto no tiene un fin claro. No es fácil erradicar de las mentes el fanatismo, que se realimenta fácilmente en el martirio y la derrota. Se puede recuperar físicamente las poblaciones ocupadas, pero eso no parará a los que están acostumbrados a crecer en la sombra. Solo se puede combatir abriendo las mentes. Y eso no les interesa a todos.

Las guerras del siglo XIX y del XX no son ya las del siglo XXI, aunque algunos piensen que se ganan de la misma manera. Los enemigos de hoy crecieron regados por las aguas de muchas y variadas fuentes. Muchas de esas fuentes siguen abiertas.
Si el objetivo es acabar con la educación e imponer el adoctrinamiento, se hace necesario reformar nuestro sentido de la educación y de la formación de la persona. Quizá, tan pendientes de la eficacia y al excelencia, estemos olvidando que se forma a personas y no a meras piezas del sistema productivo. Quizá esos jóvenes que han salido de nuestras escuelas carecen de lo que más necesitaban: un sentido crítico de la vida, una capacidad de autonomía suficiente como para enfrentarse a la sinrazón. No necesitamos más fanatismo de signo contrario, sino un pensamiento menos dogmático pero no por apatía sino por razonamiento. Hemos ido arrinconando durante décadas las materias que dan sentido a la vida, que explican la Historia, que nos adentran en nuestras propias complejidades y contradicciones. El pasado es aburrido, pero es donde está nuestra capacidad de no repetir errores y sacar consecuencias para el futuro.


Los que venden fundamentalismo repiten que nuestra civilización está en decadencia y exhiben el dogmatismo como superioridad. Puede que no lo esté, pero sí hemos perdido nuestras propias referencias. La superioridad frente al fanatismo es la que da la inteligencia del pensamiento crítico, capaz de evolucionar, firme en sus convicciones y abierto a su propia evolución para mejorar. La superioridad tecnológica no nos libra de la propia ignorancia que genera.
Es una guerra declarada al pensamiento, esté donde esté. Por esos sus víctimas están allí donde se abre un libro, donde se construye una escuela, donde se eleva una universidad. Por eso los primeros en caer son los disidentes, los que son capaces de dirigirse a ellos en su propio lenguaje, disputarles el control de las mentes. Maestros, estudiantes, escritores, periodistas... son sus víctimas, todo el que eleve su voz para decirles que solo son barbarie.
Nuestra solidaridad con toda la comunidad universitaria de Kenya, con todos los que realizan el heroico acto de abrir un libro y empezar a pensar.

Estudiantes de distintas universidades de Kenia



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