miércoles, 17 de diciembre de 2014

Más aulas de sangre en Pakistán

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Mientras Sidney se recuperaba del dolor de sus muertos en el secuestro de un criminal que reclamaba la bandera del Estado Islámico, un sospechoso de la muerte de su esposa y con decenas de acusaciones de acoso sexual en su haber, y al que nadie se le ocurría pensar en términos de peligrosidad, en Pakistán se perpetraba una matanza de la que será difícil olvidarse en un mundo en el que se olvida casi todo.
El País recuperaba un magnífico reportaje de Ángeles Espinosa Azofra, publicado hacía ayer exactamente un año, del 16 de diciembre de 2013, con el título "Aulas de sangre" cuya desgraciada actualidad de quebraba en el momento en el que leías que Malala era candidata al premio Nobel de la Paz. Nos contaban entonces el riesgo de ir a la escuela a través de la historia de otra niña:

Los talibanes la hirieron cuando atacaron su escuela, pero su nombre no es Malala. Tampoco estudia en las comarcas del noroeste de Pakistán donde aquellos extremistas intentan imponer su ley y apartar a las niñas de la educación. Attiya Ali, de 11 años, acude a la Nation Secondary School de Ittehad Town, la barriada de Karachi donde vive con su familia. Tiene mucho mérito que siga haciéndolo, porque el tiroteo que mató al director de su colegio el pasado marzo le ha dejado con las piernas paralizadas. Ir a clase se está convirtiendo en una actividad de alto riesgo en ese país disfuncional y caótico.*


Sí, las escuelas se convierten en cementerios, los pupitres en tumbas en Pakistán, un país creado para no matarse y en el que no han dejado de hacerlo. El rápido mensaje de Malala lo ha advertido de nuevo.
En la tarde de ayer, la periodista Pilar Requena daba una lección magistral a sus compañeros de tertulia informativa y a todos los espectadores, explicando la situación de Pakistán y el origen de sus muertes continuas en la falta de acuerdo entre los países que lo rodean y en su propio interior. Cuando terminó, sus compañeros tardaron en reaccionar y el presentador le dio varias veces las gracias por lo bien que lo había explicado y lo claro que lo había dejado. "No te hemos interrumpido porque lo estabas explicando muy bien", le dijeron reconociendo lo atípico de la fórmula. Y lo que les explicó la periodista con claridad fue en dónde residía la debilidad de Pakistán, el entresijo de los intereses, a ambos lados de la frontera, entre India y Afganistán, para que aquellos seres que han controlado esas zonas, sigan haciéndolo, buscando extenderse con sus odios, intransigencias y otras crueldades piadosas. Me imagino que puede accederse a la intervención de Pilar Requena a través de la web de Radio Televisión Española del Canal 24 horas.


Y es que necesitamos muchas explicaciones para intentar entender que alguien abra la puerta de un aula y vaya matando niños, uno a uno, como han relatado algunos testigos que lograron escapar de la matanza. Digo intentar porque siempre hay un límite a partir del cual solo es posible una intuición borrosa. Podemos entender los grandes conflictos; son abstracciones. Pero no nos resulta tan fácil entender que alguien fríamente mate decenas de niños como se ha hecho o que se elija un mercado para hacer detonar un explosivo causando decenas de muertes.

Le preguntaron a Pilar Requena si eran los mismos que habían atentado contra Malala, intentando tirar del precedente, ante la falta de compresión. Les dijo que sí con hartazgo, que daba igual cómo se llamaran, que eran los mismos. Y eso es lo que no acabamos de entender. Quiso la casualidad que lo que ayer escribimos se llamara "El yihadista mal interpretado" e incidiera en esta circunstancia, en ese contentarnos con poner nombre a las cosas, cuando es en esencia el mismo fenómeno con distintas caras. Podemos explicar las circunstancias, pero la esencia permanece y da igual porque no hay individualidad salvo por nuestro deseo clasificador de organizar siempre un estrellato, un razonamiento que nos ayude a creer que "descabezando" se soluciona algo, que es una gran victoria que va a variar el resultado en algo. ¿Qué ha supuesto la muerte de Bin Laden? Han seguido los mismos odios bajo otras barbas. Fue la respuesta que nosotros queríamos, pero su eficacia estratégica ha sido dudosa. La hidra no se cansa de reponer cabezas porque las cabezas no son importantes. En Sidney se preguntan si era un perturbado (la explicación patológica) o un lobo solitario (la explicación puntual); se transmite que muerto el terrorista, se acabó la rabia. Pero, ¿se acabó?
El diario El Mundo publica un artículo de Ahmed Rashid, desde Pakistán, con un título que es un desiderátum: "Pakistán debe hablar con una sola voz contra el extremismo islámico". Buen conocedor de esa zona, Rashid trata de interpretar lo ocurrido en términos de sentido:

Entonces, ¿cuál es el mensaje que quisieron enviar la media docena de jóvenes terroristas suicidas que se introdujeron ayer en la escuela? El primero, sin duda, ha sido de venganza por las muertes que los talibán han sufrido a manos del ejército, con el objetivo de tratar de desmoralizar a las fuerzas de seguridad, muchos de cuyos hijos asisten a la escuela militar. Al atacar a niños, estaban atacando el talón de Aquiles del ejército.
Asimismo, al elegir como objetivo una escuela han enviado también un mensaje sangriento a Malala, la valiente y combativa joven paquistaní de 17 años que acaba de ganar el Premio Nobel de la Paz y que fue tiroteada y casi asesinada por los talibán por defender la educación de las niñas. Ellos han rechazado la educación por la que Malala está abogando y niegan toda clase de educación de niñas, por lo que esta joven se constituye en símbolo de todo lo que los talibán aborrecen.
El tercer mensaje está dirigido a la comunidad internacional y es que la ofensiva que los talibán afganos tienen en marcha sobre Kabul y otras ciudades de Afganistán va a estar acompañada ahora de una similar de sus compañeros de armas, los talibán paquistaníes.**


La respuesta de Rashid se parece bastante al diagnóstico realizado por Pilar Requena: los talibanes hacen lo que hacen porque hay demasiados recelos entre los países que les rodean y entre los que se mueven aprovechando las dudas y vacilaciones de unos dirigentes que buscan más mantenerse en el poder que solucionar los problemas de uno de los países más caóticos del mundo.
Los talibanes han descubierto que sus brutalidades, sus manifestaciones de fuerza criminal, inducen a los demás, como ocurrió en Afganistán a negociar con ellos en un juego inútil y contraproducente. La conclusión final del escrito de Ahmed Rashid habla de esa inutilidad:

La tragedia de Pakistán es que no ha habido un relato compartido entre el Gobierno, la oposición y el ejército sobre cómo combatir el extremismo. Imran Khan, que recientemente ha estado encabezando un movimiento callejero para derrocar al Gobierno, simpatiza abiertamente con los talibán y se niega a condenar las atrocidades cometidas por ellos. El primer ministro, Nawaz Sharif, ha desperdiciado cuatro meses durante este año con su intento de mantener unas conversaciones infructuosas con los insurgentes. El ejército ha retrasado esta ofensiva durante más de dos años. 
Pakistán necesita de manera urgente hablar con una sola voz en su oposición al activismo islámico, sobre todo si tenemos en cuenta que una gran parte de los movimientos extremistas de todo el mundo tienen su origen en ese país.**


La inutilidad política se pone de manifiesto una vez más. Es el intento de no tener que enfrentarse a la realidad de la cuestión, al absurdo de fondo. No hay nada que negociar porque no sirve de nada. No es un mero problema de fronteras, algo que se pueda resolver en una negociación. Sus objetivos son otros y cuando tienen lo que piden trasladarán el problema de sitio.
No es un ejército que defienda posiciones. Sus posiciones son mentales. Es la creencia en que el mundo funciona mal y es impuro; es la creencia en que todos viven en el error mientras que ellos atesoran la sabiduría ya dicha; es la creencia en que cualquier forma de vida que no les imita es una perversión degenerada; es la creencia en que todo está dicho y solo cabe obedecer; es la creencia en que ellos administran la justicia del mundo con mano de hierro, la mano de ejecutora de un dios retorcido a su imagen y semejanza, ídolos de sí mismos.


El problema no es solo de Pakistán. Se manifiesta con muertes en Sidney, Nueva York,  una escuela pakistaní o el lugar en el que cualquiera sienta la llamada de su dios particular a matar. El Estado Islámico, los talibanes, Al Qaeda, etc. son todos lo mismo. Las etiquetas no diversifican un fenómeno que se ha dejado crecer por cuestiones geoestratégicas, que nació en el seno de los amigos a los que no había que molestar y que sigue siendo difícil llamar por su nombre ahora que se multiplica por África, Oriente Medio y Asia imponiendo el terror allí donde se instala y promoviéndolo como venganza o como forma de actuación habitual. Ahora quiere salir de sus límites "naturales".
Su objetivo teórico es el mundo, por más que actúen localmente. Su megalomanía virtuosa no les deja tener límites negociables, zonas en las que saciar sus ansias de dominio. No hay nada que hacer con ellos, ni las "terapias de desenganche", como decíamos ayer ni otras posibles. Ellos son los que declaran la guerra al mundo y ellos decidirán cuándo se ha terminado. Ellos a la derrota la llaman "martirio" y a la victoria la "voluntad de Dios". Ante eso no hay mucho que negociar. Como decía Rashid, es perder el tiempo. Una sola voz es la única opción posible porque mientras se les deje espacio para escapar lo harán. Y crecerán. Lo preocupante no es que entre en las ciudades conquistadas, sino que les aplaudan al entrar.


La única prevención eficaz es extender la cultura que ellos odian a la vez que se les arrincona. No es un problema que tenga solución, no en la forma de una receta y un final. Es un problema con el que hay que convivir, en el que hay que evitar errores que lo fomenten allí donde no lo hay y evitar que se aloje en zonas de las que después será difícil desalojarlos. El yihadismo que tanto no asusta crece hoy en muchos países en los que se piensa que no actuarán. Crean bolsas "moderadas" en las que se van formando los lobos que, en solitario o en manada, cumplirán con su destino divino después. Lo vemos en Siria, pero nos preocupa su regreso y no por qué han salido, como señalábamos ayer.
Hoy nos lamentamos de la muerte de un centenar de niños con los que han querido alcanzar la santidad por la vía rápida. La brutalidad con la que actúan va uniendo voces en su contra. Con ello se pueden evitar pérdidas futuras, pero es difícil desandar lo andado. Si los habitantes de Sidney manifestaban sentirse conmocionados por las muertes de sus dos ciudadanos, a los pakistaníes, los sirios, los afganos, los nigerianos, etc., nos les queda ya ánimo que conmocionar, atacados cada día por la brutalidad irracional, ciega.
Nos vamos aproximando a los problemas cuando los sufrimos en nuestras carnes y solo entonces empezamos a tomarlos en serio. Y relativamente. Vemos el mundo desde una butaca, contemplando pantallas en las que ocurren cosas que son sustituidas por otras. Nos acordaremos de los niños muertos como nos olvidamos de las niñas esclavizadas de Nigeria, a golpe de titular. Pero en el mundo no ocurren noticias; suceden acontecimientos y se producen hechos. Las noticias desaparecen de nuestro foco, pero no así los problemas que reflejan, que no disminuyen por ir descendiendo en su posición en los diarios. Que no hablemos de las cosas no significa que dejen de existir.


* Ángeles Espinosa "Aulas de sangre en Pakistán" El País 16/12/2013 http://elpais.com/elpais/2013/12/13/eps/1386954442_407508.html

** "Pakistán debe hablar con una sola voz contra el extremismo islámico" El Mundo, 17/12/2014 http://www.elmundo.es/internacional/2014/12/17/54908c9ce2704e86308b4581.html





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