lunes, 24 de noviembre de 2014

Sociedad y comunidad

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El capítulo IV, titulado "El ocaso del público", de la obra de John Dewey "La opinión pública y sus problemas" (1927) tiene un arranque que podría servirnos para cualquier estudio actual: «El optimismo sobre la democracia se halla hoy ensombrecido. Abundan las acusaciones y las críticas que, sin embargo, con su tono malhumorado e indiscriminado, revelan su fuente emocional. Muchas de ellas adolecen del mismo error en que cayeron las alabanzas de antaño. Asumen que la democracia es el producto de una idea, de un propósito único y coherente.» (115)
El análisis de John Dewey se basa en la pérdida de una democracia que se ha ido construyendo desde abajo y que ha ido creciendo con las instituciones y distanciando a las personas de su participación. Parte de su análisis surge de ese distanciamiento de las personas de lo público, que necesita ser redefinido una vez que ya no se trata de la forma directa de tomar las decisiones y participar de la vida en común.
La idea de participación es consustancial a la democracia. Si se pierde el sentido de la acción, aparece el pesimismo o el distanciamiento que deja perderse por apatía. Como cualquier otro tipo de situación, la implicación crece cuando sentimos que participamos en las decisiones que afectan a todos, no solo a nosotros mismos. La democracia no es una cuestión egoísta, como a menudo se nos repite, sino por el contrario implicación en la vida de la comunidad. Para Dewey, el crecimiento de la organización del estado, la mayor complejidad de la vida social, hace que la democracia pueda perder ese sentido aglutinador, comunitario, que tiene en su origen.


Hoy se debate mucho sobre estas cuestiones. Las democracias se ven amenazadas por la rutina y, por el extremo contrario, con un exceso de apasionamiento que se traduce en un mayor enfrentamiento entre las partes sociales. Se olvida que la base democrática es alcanzar la armonía social que permita el desarrollo conjunto. Si la apatía es enemiga de la democracia, su concepción bélica también lo es. Cuantos más enfrentamientos sociales haya, más se resentirá el conjunto de la sociedad porque esto indicará que no se satisface al conjunto sino solo a una parte.
Dewey se pregunta: «[...] ¿qué es el público? Si existe un público. ¿Qué obstáculos se interponen en el camino de su propio reconocimiento y su propia articulación? ¿Es el público un mito? ¿O solamente surge en momentos de destacada transición social, cuando se plantean alternativas cruciales, tales como decidirse a conservar las instituciones establecidas o, por el contrario, apoyar tendencias nuevas?» (123).

Las preguntas son relevantes porque lo que está sobre el tablero es la consistencia de ese público o su emergencia apasionada al hilo de los grandes problemas o debates. Lo importante es que esta cuestión determina la forma de manejo de la ciudadanía, ya que si son los momentos problemáticos y los conflictos lo que la hacen emerger, si es la agitación lo que la mantiene en estado activo, podemos encontrarnos con una peligrosa tendencia a la sobreexcitación social permanente.
El mecanismo para amplificar los problemas y alcanzar el estado de excitación necesario son los medios de comunicación. Mediante el adecuado tratamiento informativo, la cuestión más banal adquiere relevancia social, no porque la tenga en sí, sino porque está en boca de todos.
El problema de los medios es que también deben mantener un equilibrio entre el reconocimiento de los problemas y vivir de ellos. La tentación de la crispación es constante y muchas veces se cae en ella porque permite mantener mediante la creación de angustia, temores, etc., el clima de interés que favorece la difusión. Esto se agrava si se ha mediatizado la política, que necesita de la estridencia para captar la atención social, la tención de ese público por cuya existencia Dewey se preguntaba.

«Nuestro interés en esta época consiste en establecer por qué la era mecánica, al desarrollar la Gran Sociedad, ha invadido y desintegrado parcialmente las pequeñas comunidades de épocas anteriores sin generar una Gran Comunidad» (125), señala en su escrito. Es la creación de una Gran Comunidad el objetivo final de las sociedades democráticas que intente unir el espíritu y voluntad de los orígenes con el desarrollo y el crecimiento.
Se ha creado una Gran Sociedad en la que se produce el distanciamiento, la apatía y, como contrapunto, la radicalización emergente ante los problemas. Los que debían velar por la creación de esa Gran Comunidad, en cambio, prefieren tener el control en los momentos de apatía y apelar a la radicalización cuando son incapaces de solucionar los problemas creados o que crean.
John Dewey termina el capítulo con un párrafo memorable:

Hoy disponemos, como nunca lo hicimos antes, de las herramientas físicas de la comunicación. Pero, los pensamientos y las aspiraciones congruentes con ellas no se comunican y, por tanto, no son comunes. Sin esa comunicación el público seguirá ensombrecido e informe, perdido en un búsqueda espasmódica de sí mismo, pero abarcando y sosteniendo su sombra en vez de su sustancia. Mientras la Gran Sociedad no se convierta en la Gran Comunidad, el Público seguirá eclipsado. Solo la comunicación puede crear una gran comunidad. Nuestra Babel no es de lenguas, sino de unos signos y símbolos sin los cuales es imposible la experiencia compartida. (133-134) 



La responsabilidad que se lanza sobre la comunicación y los que trabajan para hacerla posible es grande. Hoy vivimos una situación comunicativamente más intensa que la que John Dewey vivió y no sentimos que necesariamente su efecto sea de integración, que nos hayan sacado de esa Babel señalada. La comunicación integradora es el resultado de una visión integradora. La voluntad es esencial en esto.
La oposición entra la Gran Sociedad, en la que impera la distancia, y la Gran Comunidad, en donde se comparten los objetivos y se participa de forma activa en el compromiso ciudadano, es un elemento distintivo de las sociedades modernas. La idea de Dewey es sencilla: la democracia no se hace sola. Necesita de la participación de todos y es necesario enfrentarse a los problemas que su propio desarrollo genera. La comunicación asegura que podamos discutirlo.
Hoy estamos más cerca de la Gran Sociedad que de la Gran Comunidad, pese al aumento de las formas de creación de vínculos a través de la comunicación.



* John Dewey (2004). La opinión pública y sus problemas. Ediciones Morata, Madrid.



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