lunes, 17 de noviembre de 2014

La distorsión comunicativa y el populismo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El País ilustra el artículo de Claudi Pérez y Lucía Abella, titulado "El populismo arraiga en Europa" con una foto de un mitin del Frente Nacional de Marine Le Pen presidido por un gigantesco con Juana de Arco. Como se señala en el propio texto, el populismo comienza a ser objeto de estudio por la comunidad académica. Yo iría un poco más allá: nada hay más calculado que esta supuesta espontaneidad populista, que se nutre de los más nuevos trabajos académicos sobre el comportamiento, el funcionamiento del cerebro y, en especial, del papel de las emociones.
Se recoge en el texto del diario:

Las crecientes muestras de populismo en Europa han multiplicado el interés de los académicos, que advierten, no obstante, de la ambigüedad de la etiqueta. “Esa categoría es como una gran cesta en la que metemos todo aquello que no nos gusta. Grupos como Aurora Dorada en Grecia o Jobbik en Hungría no son populistas, sino antidemocráticos. Yo diría que los populismos son los que orientan su discurso hacia la parte emotiva del cerebro, como puede hacer el Tea Party en EE UU”, abunda Takis Pappas, investigador de la Universidad de Salónica.*


Sí, ¿pero del cerebro de quién? Creo que la cuestión no es baladí porque el populismo es una maquinaria racional que trabaja con lo emocional. Por mucho que se quieran presentar como apóstoles del pueblo son simplemente profesionales bien decorados para satisfacer unas necesidades y llegar al poder. El populismo, en sí, es una estrategia que crea un cierto tipo de discursos para conseguir unos fines.
Esos discursos se concentran en la canalización de determinadas respuestas emocionales. Por más que se quieran presentar todos ellos como directos y transparentes, eso no es más que parte de la retórica necesaria para el cumplimiento.
Es cierto que el término "populismo" puede ser ambiguo y poco eficaz para definir ciertos fenómenos políticos. Lo importante, creo, es que se separen las reacciones emocionales de los manejos racionales. El populismo político es un hijo predilecto de las técnicas y estrategias comunicativas más avanzadas. Bajo su espontaneidad vive un cálculo preciso de los efectos de la comunicación y del manejo de los discursos.


La creación de un universo mediático cada vez con más presión, omnipresente y directo, tal como señaló McLuhan respecto a los medios que él conoció, lleva a una tribalización y, sobre todo, a un calentamiento emocional de la escena comunicativa. El ascenso de los comunicadores al primer plano no significa que sean visibles, sino que es precisamente su carácter de titiriteros lo que nos hace olvidar que hay alguien que maneja los hilos.
Había un viejo libro del premio Nobel Czeslaw Milosz con el título "El poder cambia de manos". Parafraseándolo, la comunicación ha cambiado de manos y por eso el poder puede cambiar también. La "comunicación política" se ha convertido en una disciplina académica emergente cuya finalidad es la base comunicacional del acceso al poder. La comunicación es hoy un peso mayor que nunca en una sociedad altamente interconectada, es un estado de permanente "irritación" mediática.

McLuhan definía los medios como "fríos" o "calientes", en función de la cantidad de información aportada y la necesidad de los receptores de completar lo restante. Los medios calientes, nos decía, son de baja participación, pues dejan poco trabajo al receptor por su alta definición. Esta clasificación era meramente cognitiva, pero no social. Los medios hoy son parte de un entramado de alta conectividad pues ya no se trata de la "cognición", es decir de la lectura de los signos, sino de la participación en movimientos emocionales en los que los sujetos se integran mediante procesos empáticos. La clasificación relevante en la era de la alta definición es precisamente la de la interacción emocional. Y eso es lo que el populismo busca.
Cuando el experto citado anteriormente, Takis Pappas, distingue los populismos de los movimientos antidemocráticos está realizando una distinción que parte de criterios distintos. Los populismos pueden ser antidemocráticos (habría que redefinir democracia) y los partidos democráticos pueden ser populistas. Pppas señala el peligro del contagio de ciertos objetivos "populistas" a los partidos democráticos. Creo que lo peligroso realmente es la conversión de la democracia en un puchero emocional.
La cuestión clave es si los sistemas democráticos están condenados en las sociedades mediáticas a la emocionalidad o pueden sobrevivir a la distorsión mediática. La democracia se basa en el diálogo y en la racionalidad del foro y de la argumentación; se basa en el principio del convencimiento para encontrar la mejor y más justa respuesta a los problemas comunes. Por el contrario nuestras democracias representativas o de masas han acogido la empatía como fórmula de agresión y el conflicto como forma de diálogo. Es la distorsión comunicativa.
Todo lo que sea avanzar por ese camino es perder el terreno de la democracia clásica en beneficio de una democracia histriónica o teatral a la que los ciudadanos asisten como espectáculo. Lo que han hecho los populismos es convertir la obra clásica en performance, romper la ilusión de la cuarta pared y saltar del escenario al patio de butacas. Buscan la implicación allí donde se produce el rechazo; necesitan de la ira para dirigirla contra los culpables y, sobre todo, para quedar atrapado en ese sentimiento de "indignación" que establece puntos de no retorno. Y pronto llegan los excesos.


No deja de ser una ilusión teatral, esta vez la de que no existe teatro, de que no hay actores ni guionistas, que es el público quien dirige la obra. Sin embargo, esto no es más que otra ilusión, fundada en la manipulación de los actores que dicen no serlo, cumpliendo la obra que aparentemente nadie escribe. Pero ellos son actores y nosotros público. Y siempre hay un autor, aunque no salga a saludar.
Sigue siendo teatro y, como en cualquier otro espectáculo, se trata de llenar la sala.

* "El populismo arraiga en Europa" El País 15/11/2014 http://internacional.elpais.com/internacional/2014/11/15/actualidad/1416083994_908806.html



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