jueves, 23 de octubre de 2014

Historia de N

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Me he resistido a escribir sobre ese personaje al que llaman el "pequeño Nicolás", el "Zar Nicolás", "Nicolás I, el Omnipresente", el "okupa pijo" y otras formas en duelos de ingenio. Lo he hecho porque consideraba más interesante que el personaje mismo la fascinación que crea, que le ha llevado a ocupar día tras día la primera página de los periódicos digitales (el papel es otra cosa), ser la comidilla en conversaciones y "tendencia" en las redes sociales. Nosotros vamos a desposeerlo de títulos y vamos a llamarlo simplemente "N". Nueve de las diez noticias más leídas en la edición de El Mundo de hoy se refieren a él.
En el clima de corrupciones, corruptelas y malas prácticas que vivimos, con secciones enteras que nos hablan contantemente de "imputados", "procesados" o simplemente "despellejados" y "vilipendiados", "N" ha surgido como un personaje que permite el contraste con todos ellos y muestra, además, la inutilidad de los discursos regeneradores: la "casta" tiene relevo. The Next Generation está aquí. El futuro no está en la coleta sino en la melenita pilarista y la gomina para actos oficiales.

Los veinte años  de "N" y su largo historial, plasmado en innumerables fotografías —"no eres nadie si no tienes una foto con él", según afirman los más irónicos— permiten la aplicación del humor más allá de la indignación que suscitan otros casos parecidos, en los que no se hubieran empleado los mismos mecanismos retóricos que se utilizan para sancionar conductas similares. Con "N" ocurre algo parecido a lo sucedido —salvando todas las distancias intencionales— con el caso del "Ecce Homo", pifia colosal en el país del Arte. Puede que necesitemos de este tipo de personajes para descargar frustración e impotencia. También el caso del desastre restaurador se convirtió en emblema de un fracaso resuelto con humor y fascinación.
Mientras en los Estados Unidos se preguntan cómo se puede uno colar con tanta facilidad en la Casa Blanca, aquí nos quedamos perplejos ante "N", que desde su primera juventud ya se codeaba con la flor y nata del país, llegando hasta su consagración definitiva con estrechar la mano al Rey en una recepción selecta por la que muchos se hubieran dejado cortar la otra mano.


La sorpresa de la juez, plasmada en su escrito, porque alguien solo con su labia pudiera llegar a convencer a la gente de la sarta de embustes que contaba, demuestra que la jueza sabe mucho de leyes pero poco de la naturaleza humana. La fascinación por "N" proviene precisamente de esa capacidad natural para convencer de la que algunos están dotados, un instinto para detectar la credulidad, una templanza para mantener lo dicho con mirada angelical y una frialdad resolutiva solo posible tras mucha práctica o, como decimos, por dotes innatas. "N" divierte, admira y asusta. ¿Hasta dónde hubiera podido llegar si no salta a la fama su caso? Es un "mini yo" dispuesto a sustituir al Doctor Maligno en cuanto que se descuide.
Tiene un poco de Stendhal y un mucho de Berlanga, pintor realista de nuestras impudicias. ¿No formaría parte este episodio de La escopeta nacional sin violencia narrativa alguna? ¿No tendría su spin off a petición del público?

La pasión creativa que ha desatado, haciendo que se dispare la imaginación insertándolo en todo tipo de escenarios mediante trucaje, es la forma de escribirle un futuro que probablemente ya no sea posible. Los quince minutos de gloria de "N" se han agotado. Pero solo los de la primera temporada. Ante el éxito de su temporada inicial, con un final espectacular que le ha llevado a estar en boca de todos, el regreso tras el paréntesis judicial se promete espectacular. Todo esto no es más que la preparación o construcción mediática de un personaje más en nuestro zoo nacional, muestrario de nuestras perversiones y carencias para deleite sádico o masoquista, según los casos, del que mira.
La misma pregunta que se hizo la juez se la han hecho otros que no ven a "N" como un vicio sino como un diamante en bruto al que hay que aprovechar y exprimir, ya sea por su experiencia o por su genética.


"N" permite el humor, como el Ecce Homo. También reírnos de todos aquellos que se han visto burlados. Con cada una de esas fotos, con cada una de sus historias, "N" ha dejado al descubierto que cualquier tonto puede codearse con los más listos, que el más parlanchín puede convencer a los más marrulleros. "N" es el discurso sin fundamento contra el fundamentalismo del discurso, que es lo que padecemos en este mundo verborreico.
"Yo soy yo y mis fotos", diría un neo orteguiano de los medios. Si "N" se hubiera limitado a la palabra no habría llegado tan lejos. Pero cada foto es un apuntalamiento de esa personalidad construida por contacto, por proximidad, por estrechamiento de manos, por reverencias protocolarias, por saludo afectuoso.

Algunos se han planteado si es un pícaro o si es un enfermo mitómano. Pero, ¿qué importa? ¿No es eso lo que nos preguntamos de muchos otros? Para otros, en cambio, la pregunta es otra: ¿y si no mintiera? Para ellos "N" no es una caricatura, un accidente humorístico de esta España que se disuelve, sino que se hace de él una lectura literal en la que no está donde no debe, sino allí donde le corresponde. No es un extraño sino un adelantado, alguien que empezó pronto.
Me imagino que más de uno estará respirando aliviado ante la perspectiva de que este Billy the Kid de la política cuché, del chalaneo pseudoempresarial, un conseguidor nato, un mediador entre los que no conoces y él tampoco, haya quedado al descubierto. Quizá ya hubiera conseguido alguna promesa de nombramiento o estuvieran pensando en ofrecer algo a un muchacho tan bien relacionado.
Con "N" han fallado todos los protocolos. Suponemos que funcionan o han funcionado alguna vez. En la política española es difícil pensar que han servido de algo. El futuro se le bifurcado a "N" dejando en un carril la promesa de grandes éxitos, al menos en el campo que él había elegido, quizá con toda sabiduría, dado los resultados conseguidos en tan poco tiempo.
"N" es también —y sobre todo— un aviso. Nos advierte que es fácil llegar a lugares claves en los que pronto empiezan a caer regalos, tarjetas opacas, mediaciones y mordidas. Nos avisa de que muchos consideran parte de nuestra vida esos comportamientos y que si lo ven en los mayores ¿por qué extrañarse de verlo en jóvenes emprendedores de la estafa? Se empieza así y acabas con una fortuna en Andorra, Suiza, Liechtenstein o las Caimán; se empieza así y acabas controlando la ITV o negociando la implantación de casinos en tu comunidad. Un sinfín de posibilidades se abren para que los jóvenes, bien iluminados por sus mayores, lleguen muy lejos.

Allí donde los inteligentes tienen que emigrar, los listos se quedan. Las oportunidades de negocio con los tontos siempre son inmensas. Nos reímos, pero —como en las películas de extraterrestres— hay miles de ellos entre nosotros. Están aquí.










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