martes, 16 de septiembre de 2014

El tercer acto o la atomización del parlamento egipcio

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Conforme va avanzado la hoja de ruta marcada en Egipto, los estados de ánimo varían entre la entrega incondicional a lo que haga su presidente, Abdel Fatah al-Sisi, el rechazo de lo que se ven en el otro extremo y un número indeterminado de descontentos que entienden que se van cerrando oportunidades para que el país cambiara realmente. La primera fase fue la modificación de la Constitución, la segunda la elección del presidente y la tercera debe ser las elecciones generales para constituir un parlamento.
En la fase constitucional se enmendó de forma sustancial la constitución elaborada sin consenso alguno por los islamistas, que incumplieron sus promesas de gobernar para todos. El periodo con los Hermanos Musulmanes en el poder ha sido una de las épocas de menor inteligencia política, consiguiendo en apenas unos meses ponerse en contra a una gran mayoría social. Su afán totalitario quedó pronto de manifiesto con el control institucional y los conflictos con todas las instituciones. Su consecuencia fue una constitución de nulo consenso, no destinada a la convivencia sino a la imposición de modelos irreversibles en los que apoyarse para seguir avanzando en la islamización. Una oportunidad perdida y la vuelta de los Hermanos Musulmanes a las catacumbas y del terrorismo a la superficie.

Con la elección del presidente se dio un segundo paso. Ya aquí se inició un debate entre las fuerzas políticas que habían apoyado la caída de la Hermandad y del presidente Mohamed Morsi. La discrepancia era bastante natural: muchos preferían que primero se realizaran elecciones generales y, ya con un parlamento, proceder a la elección de un presidente. Sin embargo, la hoja de ruta paralela y subterránea (por más evidente que fuera) impuso las presidenciales antes de las generales.
Con esto se conseguían dos beneficios obvios: se centraba el protagonismo en una sola mano, fortaleciendo la natural tendencia al caudillaje, primero, y después la figura resultante tendría la capacidad de manejar un parlamento que quedaría muy debilitado respecto a la figura presidencial.
La elección de Abdel Fatah al-Sisi formaba parte del guión previsto de la elevación de una figura de poder frente al caos al que Egipto era llevado. Si era llevado por su propia tendencia al caos o si el caos era organizado o fomentado por cualquier fuerza, interna o externa, es cuestión que dejo al gusto del lector.
El movimiento social del 30 de junio tenía la intención de que los islamistas salieran del poder, tras solo un año, convocando elecciones generales no tenía nada de antidemocrático. Morsi ignoraba los avisos que desde todas las instancias sociales se le hacían e ignoraba igualmente las advertencias internacionales de que debía ampliar la base del consenso social para la constitución, por un lado, y debía de mejorar el respeto a la minoría cristiana y a los derechos de las mujeres. Eso es lo que le dijo Angela Merkel públicamente en su visita europea a Mohamed Morsi. El islamista respondió con esa frase que se escucha tanto a los gobernantes egipcios: que eran asunto interno y que los egipcios no tienen que dar cuentas a nadie ni aprender lecciones. Son casi las mismas palabras que escuchamos hoy a los que los eliminaron del poder cuando se les advierte de las consecuencias. Pero no lo entiende o no les importa. Y eso se paga.


La creación de una imagen mitificada de un presidente, llevada a ser calificada como "sisi-manía" entra dentro de una parte muy peculiar de la mentalidad egipcia en particular y árabe en general. Es propia del fracaso de las ideologías en una sociedad que acaba dejándose arrastrar por la atracción de las figuras carismáticas, como la de el-Sisi, una figura que representa una promesa viva de salida del caos, un anhelo que se suele cumplir por la vía de la fuerza, que pasa a ser un factor de adoración más.
Para que figuras de este tipo funcionen —mientras lo hacen—, es necesario que se retire el pensamiento y se manifieste las emociones primarias desnudas que establecen los mecanismos empáticos. La conexión es sobre todo emocional y esas son las pasiones que desata aquel que se promete y postula como quien acabará con el estado de ansiedad desatado por el caos circundante. Una figura de este tipo está destinada a satisfacer el deseo de liberación de la angustia producida por la incertidumbre. Da igual que lo logre o no, lo importante es que tiene ese efecto balsámico de que existe una mano fuerte que impedirá que el caos avance.


La tercera etapa de la hoja de ruta es la que afecta al aspecto ideológico, el parlamento al que se debe llegar tras unas elecciones, que entra en conflicto con la idea de unidad que representa la figura presidencial. La figura de un presidente fuerte permite polarizar los miedos en el otro extremo, en una entidad oscura y global que representa el mal que hay que combatir. El hombre fuerte está ahí, transmitiendo confianza absoluta con su fortaleza, liberando de miedos y dudas. La fe ciega en lo que hace, la defensa a ultranza de cualquiera de sus actos, que son siempre justificados lleva a la derrota del necesario pensamiento crítico para que un sistema no caiga en la barbarie organizada.

Este mecanismo psicológico de adoración al líder convierte a todo el que se le opone en parte de esa fuerza caótica contra la que hay que prevenirse. Cualquier discrepancia es convertida en desafío y justifica el aplastamiento. Hoy las cárceles egipcias no solo tienen islamistas, convertidos en terroristas mediante decreto, sino a socialistas y liberales que cometieron la osadía de protestar porque no se pueda protestar, un círculo vicioso. El candidato nasserista Sabahi fue acusado por el hecho de presentarse a las elecciones presidenciales de todo tipo de connivencias con extranjeros o islamistas. Nunca le agradecerán su papel de comparsa en una elección presidencial que dio a Abdel Fatah al-Sisi el 97% de los votos. Hacía falta un oponente para que las elecciones pudieran llamarse así y a Sabahi le tocó ese papel. En las elecciones que llevaron a Mohamed Morsi y los islamistas al poder, Sabahi había quedado en tercer lugar, tras Morsi y el candidato "militar", Ahmed Safiq. Sabahi dio la cara por él y, sobre todo, por Egipto al aceptar ese papel en la obra que se estaba representando.
El tercer acto son las elecciones parlamentarias. El parlamentarismo requiere de una mentalidad plural que evidentemente entra en contradicción con esa idea del hombre fuerte que nos libera de pensar, hace lo que queremos hacer (y viceversa) y dice lo que queremos escuchar (y viceversa). El parlamento representa la diversidad de las voces y del pensamiento. Aunque un sistema sea presidencialista, el parlamento tiene siempre ese papel polifónico. No se ve como un enemigo, sino como un complemento necesario para que el estado no se vuelva monolítico y el poder devenga en autoritarismo.
Sin embargo, es eso lo que se busca conscientemente por quienes lo planifican e inconscientemente por aquellos que viven la angustia del día a día y ven en la discusión una forma de debilidad. No creo equivocarme mucho si digo que para muchas personas las elecciones generales egipcias carecen de importancia y aliciente. Sus necesidades políticas se las satisface el apasionado amor hacia al-Sisi. No quieren que se divida el protagonismo.


Una de las cuestiones más controvertidas, junto con el orden que debía seguirse en las elecciones era la configuración del parlamento, algo que quedaba abierto en la constitución aprobada para que fuera desarrollado y aprobado más tarde. Probablemente esto fue un acto premeditado para no introducir la controversia en la primera fase y dejar que el nuevo sistema se fuera consolidando. Pero hoy, la hoja de ruta exige que se ponga sobre la mesa la composición del parlamento.
En Mada Masr podemos leer sobre el estado de esta cuestión dilatada:

The latest round of negotiations among liberal and left-leaning political forces has produced to date some four major coalitions, but their fate remains uncertain. Negotiations are ongoing, the law governing elections has not passed and the date of the elections has not yet been determined.
This draft law is still on the desk of President Abdel Fattah al-Sisi, after leaders of political parties lambasted it for its mixed-seat system — 80 percent of which is reserved for single candidates, with only 20 percent allocated for party lists. Traditionally, a larger weight on individual candidates is associated with a more personal process, in which candidates often rely on money and tribalism to earn votes, as opposed to parties competing over political ideas and projects.*


Podrá observarse que el sistema tiene su peculiaridad y su objetivo, fácilmente deducible. Un parlamento en el que el 80% está reservado —dentro de esa cantidad hay un porcentaje de designación directa del presidente— a personas en vez de a partidos condena a muerte los debates ideológico y, si se me apura, los debates simplemente.
Lo que se busca con la ley de composición del parlamento es, sencillamente, convertirlo en una sombra del poder, que queda en manos de la presidencia, una manos fuertes que en ningún momento verán peligrar su liderazgo. No tiene sentido ni hablar de "oposición" en un sentido parlamentario tradicional. El parlamento queda condenado a ser un caos ineficaz o, en el otro extremo, un mero coro presidencial, expertos en aplausos y alabanzas. Como bien señalan en Mada Masr, el sistema favorece al que pueda financiarse un escaño comprándolo directamente o al que pueda reunir —con el consentimiento del poder— los apoyos locales como para tenerlo. De nuevo, como ocurrió en las décadas de la historia del Egipto moderno, una mera fachada parlamentaria. Lo que los múltiples partidos que se organicen en coaliciones para intentar sacar algún tipo de representación dentro de ese ridículo 20% puedan sacar será parte de esa fachada hacia el exterior.

Egipto reproduce una y otra vez sus mismos errores. El sistema generará de nuevo (o la misma) corrupción desde el poder. La presidencia seguirá usando la fuerza y las promesas para mantener su prestigio y se volverán a crear (si se han cambiado) las redes clientelares que aseguren que nadie va a ser molestado en sus negocios.
Egipto necesita personas con ideas y no con servidumbres, que es lo que un sistema así generará. Un sistema así no atiende al beneficio general, sino que se accede a la política para asegurarse el conseguir lo que se quiere.
La hoja de ruta sigue su marcha, pero no creo que se esté caminando hacia una normalidad deseable, sino que una vez más se está llevando al conjunto, entre cantos y lamento, entre vítores y maldiciones, a otro callejón sin salida. Por el momento, no hay ningún problema real que se haya solucionado. Nada que no sea darse un paseo en bicicleta para animar a ahorrar energía o reactivar la "fiesta del maestro"; sin embargo los cortes de luz se siguen produciendo (con el agravante de ser denunciado por antipatriota si insistes mucho en ello) y las cifras de analfabetismo, como señalaba Ahram el otro día —y que aquí recogimos— ha aumentado en más de un 1% entre 2012 y 2013.
Mientras no exista una conciencia política crítica que surja de debates reales sobre los problemas y alternativas debatidas a las soluciones, la política egipcia seguirá dándose en los mismos parámetros que la llevaron al caos y la ineficacia y al estallido social. Los partidos políticos son necesarios para abrir un debate real sobre los caminos y soluciones. Pero eso no casa bien con las líneas trazadas cuya finalidad obvia es mantener un gobierno fuerte y de fuerza respaldando la figura presidencial.


Sin dejar crecer los partidos se elude el debate político sobre el país y su destino. Los candidatos individuales se presentarán simplemente como partidarios del presidente frente a otros que no lo hagan y allí se habrá acabado toda ideología. Esto sumirá al sistema en la apatía, aumentando las cifras de abstención y desinterés y haciendo que las fuerzas se canalicen hacia otros sectores de difícil control y serán caldo de cultivo de más violencia.
La atomización de los partidos, solo así se puede considerar que dispongan de un 20% de representación es la forma de hacer débil el pensamiento y ensalzar la figura carismática y de autoridad. Es hacer que se valore más un mal entendido sentido de la acción como alternativa a un mal valorado sentido del debate. Donde hoy hay aplausos y cánticos, mañana habrá desengaño y desesperación cuando los ídolos levantados se muestren de barro.

* "Fragmented politics" Mada Masr 15/09/2014 http://www.madamasr.com/content/fragmented-politics







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