domingo, 17 de agosto de 2014

Todos piden explicaciones, pero nadie las da

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El presidente de Metroscopia, el sociólogo José Juan Toharia, firmaba ayer un artículo en el diario El País analizando el sentimiento que se desprende de las encuestas en su poder, las del "Pulso de España 2014", un pulso que suena un tanto fúnebre en sus ritmos sociales. Saca de ellas algunas conclusiones bastante razonables, siendo la principal de ellas la desconfianza de la gente hacia lo que podríamos llamar la clase explicadora, es decir, la que debe dar explicaciones por lo que hace o por lo que nos hace, que están ambas cosas muy relacionadas. Concebir a las instituciones y personas que las encarnan, rigen y usan como "explicadores" no está mal pensado. Podríamos describirlos desde otros ángulos y perspectivas, claro, pero esta se echa en falta y, como las manchas negras en los vestidos blancos, resalta demasiado.


La explicación es consustancial a la vida democrática, pues afecta a la transparencia personal e institucional. "Explicar" es explicar, no salir a decir cualquier tontería. De hecho, los que no dan explicaciones —todos— se pasan el día exigiendo que los demás lo hagan, en un ejercicio de cinismo repartido inacabable. Sí, todos piden "explicaciones", pero en la gran mayoría de los casos estas no llegan o son risibles. Mientras ellos se exigen explicaciones, nosotros casi las mendigamos.
 Señala Toharia:
Los españoles están encarando el ya octavo año de crisis económica con sostenida entereza y serenidad (lo cual, comparativamente hablando, supone un fenómeno llamativo: basta con levantar levemente la cabeza por encima de nuestras fronteras). Entre nosotros, ni ha aumentado —como en su día se pronosticó— la delincuencia (de hecho, más bien ha disminuido), ni se ha desplomado la solidaridad (en realidad, y a pesar del empeoramiento generalizado de las condiciones de vida, ha aumentado), ni han florecido movimientos antisistema, xenófobos o racistas, ni se ha mellado (más bien se ha consolidado) la convicción de que el sistema democrático que tenemos es el que mejor puede asegurar la convivencia en paz y libertad, por lo que debe ser reajustado periódicamente a la realidad circundante para mejor garantizar su pervivencia.
Pero la moneda tiene otra cara, amarga: la ciudadanía tiende a mostrar un tono vital cada vez más marcado por el cansancio, el abatimiento y la desesperanza. Lleva ya demasiado tiempo sintiéndose desatendida en dos reclamaciones que considera básicas y urgentes: una explicación clara (y, con ella, una salida justa) de la crisis económica y una regeneración, a fondo, de nuestra vida pública.*


La consecuencia clara es que se han desarrollado los mecanismos de filtro necesarios para asegurarse de que las cosas funcionan como deben. Creamos los planos de la casa —muy bonitos—, pero nos están fallando algunos materiales y hay demasiados chapuceros contratados de albañiles. Cuando se ve el gráfico, es bastante penoso ver la pobre imagen que tenemos de nuestro propio futuro.
Las dos "reclamaciones" que surgen de la encuesta no son nuevas. La explicación y una salida justa de la crisis, por un lado, y la regeneración pública son palabras que caben en una línea y sobran espacios, pero ¡tan difíciles de conseguir! La clase explicadora ha desarrollado malas artes y sabe la mejor forma de manejarnos. Son artistas en la refundación de lo que haga falta para que todo siga igual y las dos demandas de explicación sigan en el aire.


Podemos contrastar las conclusiones de José Juan Toharia con las del historiador Santos Juliá en el mismo diario respecto al estallido causado por el caso Pujol. Repasa Juliá en el artículo titulado en su artículo, titulado "En los días del gran engaño"**, los antecedentes del caso Pujol y cómo en todos los momentos en que se le intentó culpar de algo, siempre sus "explicaciones" eran las mismas: no me atacan a mí, atacan a Cataluña. Eran explicaciones, claro, pero ahora estamos ante lo que estamos y lo que queda. A Pujol se le pidieron explicaciones, incluso en el Parlament, y dio las que se querían escuchar. Eso le bastó.
Los políticos han sabido dar las explicaciones; todos la misma. Pujol y familia, explicaciones a la catalana, pero otros lo han hecho a la andaluza, gallega, madrileña, cántabra, valenciana, balear, canaria, manchega, leonesa o lo que hiciera falta. El político al frente del ayuntamiento más pequeño de la provincia más pequeña podía esgrimir ataques o injusticias, conspiraciones enrevesadas, y convocar en la plaza del pueblo o en la mismísima capital, a decenas o cientos de miles de conciudadanos solidarios en el agravio, a su lado en la persecución contra él emprendida por servirnos a todos, a nuestra historia, folclore o gastronomía, daba igual.
Uno entiende el recelo hacia una clase política que nos encela y enfada simultáneamente. Pero debemos reconocer que saben tocarnos las fibras sensibles, que conocen los mecanismos de nuestras cabezas. Rodeados de expertos en comunicación psicólogos, sociólogos y estrategas, somos pan comido para sus manipulaciones emocionales. Nos tienen cogida la medida. Y eso va del más consolidado a los recién llegados, que se valen de los mismos mecanismos, pero con distinta letra en la melodía de seducción. Nos sacan a bailar y bailamos.


¿Quiénes somos: los que exigimos regeneración y transparencia o los que la cubrimos envueltos en los velos emocionales con que nos danzan? Probablemente los dos. Creemos demasiado en la congruencia para admitir que somos capaces de pedir una cosa y la contraria. Nuestros políticos, esos de los que hablamos con censura y desprecio —merecidamente en muchos casos—, están ahí con nuestros votos y cánticos.
José Juan Toharia concluye su artículo con estas ideas:

Y, por terminar un recuento de exigencias que cada día se hace más amplio, lo que se demanda a partidos y políticos es mayor cercanía y conexión con el sentir ciudadano: que abandonen su autista modo de funcionar de estos últimos años; que sean capaces de formular, de cara al inmediato futuro, un proyecto colectivo —“una cierta idea de España”, por decirlo con frase famosa— que aclare el lugar al que aspiramos en el mundo actual; que tengan el arrojo de dialogar abierta y sinceramente sobre los problemas identitarios existentes (que son reales y no ocurrencias pasajeras de unos cuantos), y que lo hagan desde el respeto, el pacto y la transacción, valores —tan añorados— de la Transición.
Deprimidos como gradualmente se van sintiendo, los españoles siguen sin embargo creyendo, y masivamente (75%), que en conjunto y en líneas generales son gente seria y decente. Pero al mismo tiempo, y mayoritariamente (58%), no creen que el país sea ahora serio, responsable y de fiar. Inquietante doble dictamen: lo que diferencia a “la gente” de “el país” es que este segundo concepto incluye tanto a los ciudadanos como a las instituciones. Y esta es la pista decisiva, como veremos, para entender el latido bifurcado del actual pulso de España: una sociedad ahora desestabilizada por la sensación de que las personas pueden ser de fiar, pero no muchas de las instituciones a las que corresponde vertebrar y dirigir su convivencia.*



Ha hallado Toharia la clave del asunto que, asistido por el lenguaje, permite acoger ambos sentimientos, el de esperanza y el de la desconfianza, amor y odio, fe y desprecio, que coexisten en nosotros. En ese "latido bifurcado" reside el problema, en que somos capaces de racionalizar nuestras actitudes encontradas. No pensemos que esto es extraño. Es un mecanismo natural para poder vivir en la realidad que vivimos, en la que los que hemos aplaudido y vitoreado nos defraudan. Un "sí pero no" explicable en la misma ambigüedad que lo genera.

Sí me parece social y políticamente necesaria encontrar una idea común en un país que gusta, como las células, de dividirse constantemente, que disfruta más discutiendo que acordando, porque todas estas cosas pasan factura. Pero nada nos resulta más difícil que formular una idea común de España. En esto somos únicos y es difícil encontrar un país con tales niveles de inadaptación a sí mismo que el nuestro, sobre el que se discute todo. Pero mientras no lo hagamos, otros aprovecharan las discordias. Los altos niveles de desacuerdo se acaban pagando porque es imposible construir nada duradero y aquellos a los que les interesa que el río esté revuelto sacan buena pesca de las aguas turbias.
¿Explicaciones? Sí, claro. Pero no como excepcionalidad, sino como lo más normal del mundo, como un ejercicio de cotidianeidad y transparencia deseable. Los problemas de cualquier país comienzan a crecer en cadena cuando nadie se siente obligado a darlas más que cuando se las reclaman los jueces. Entonces, políticamente, ya es tarde para todos.

Los políticos creen que la desafección que sentimos se recupera con aumento de la tensión emocional, con más radicalismo, con más invocación empática. Al contrario, yo —que otros hagan lo que quieran— me sentiría más tranquilo con mayores ejercicios de transparencia y que esa radicalidad se la exigieran ellos mismos para acabar con los males y vicios que se forman en sus filas y desde allí se esparcen por las instituciones que ocupan. Mientras no haya esa transparencia y la tendencia sea al silencio oscuro, no tendrán forma de librarse —ni ellos ni nosotros— de la escoria que se ha infiltrado aprovechando esa impunidad que la política ofrece al sinvergüenza en forma de aforamientos y complicidades correligionarias de diverso estilo. Por lo que el pesimismo se enquistará en forma de abandono o desinterés de la política, que es la forma de dar por hecho que nada puede ser cambiado, algo a lo que hay que resistirse porque es dejarles a algunos el terreno expedito.
Dice Toharia que las cosas van mejor, según muchos indicadores, pero que la falta de explicaciones lastra nuestra esperanza, nuestra visión de un futuro mejor. Puede ser. Urge solucionar esto, algo difícil de lograr sin voluntad de acuerdo, algo hoy lejano. Las crisis acaban en algún momento; lo malo son las secuelas que lastran el camino: la falta de fe en nosotros mismos y la desconfianza en quienes están al frente.
Aquí todos piden explicaciones, pero, cuando les toca, nadie las da o no convencen a nadie. Es más sencillo esperar al siguiente escándalo.

* José Juan Toharia "Una ciudadanía abatida que reclama una explicación sobre la crisis" El País 16/08/2014 http://politica.elpais.com/politica/2014/08/16/actualidad/1408217637_378051.html

** Santos Juliá El País 16/08/2014 http://politica.elpais.com/politica/2014/08/16/actualidad/1408217637_378051.html



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