martes, 22 de julio de 2014

Stanley y Arthur ven un OVNI

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El diario El País —publicado en el Semanal— nos trae un extenso e interesante artículo de Ignacio Vidal-Folch sobre una película inagotable, 2001, una odisea espacial, que firmó Stanley Kubrick con guión del científico y autor de ciencia-ficción Arthur C. Clarke. La película, pasados los años, es de esas que han acumulado adictos convirtiéndose en motivo culto. La llegada de la alta definición nos permite recuperar los valores de la fotografía original, con lo que vuelve a ser una experiencia sensorial de inmersión en un futuro palpable.
En realidad, 2001 es más una película de metaciencia-ficción pues, por encima de lo que se nos muestra como posible, nos ofrece un plus filosófico, que es donde se encuentra la verdadera invención de la trama. Para lo demás trataron de encontrar el máximo de anticipación científica y tecnológica. Del realismo de su planteamiento tecno-científico y de lo especulativo de su filosofía, surgió este sólido filme que se sigue disfrutando como un gran espectáculo. Lo que queda claro es que la película de Kubrick se adelantó a su tiempo o quizá a cualquier tiempo; es una película única, literalmente, en su género; poema más que narración.
En el artículo de Vidal-Folch me llama la atención este pasaje de algo que desconocía:

El 17 de mayo de 1964, después de una reunión larga e intensa, un pimpón de ideas extenuante como le gustaba a Kubrick, salieron a relajarse un poco en la terraza y a las nueve de la noche vieron una mancha ovalada de luz resplandeciente cruzando el cielo claro y salpicado de estrellas de la noche primaveral. Confirmaron el avistamiento mediante el telescopio con el que el cineasta solía escrutar la bóveda celeste. Kubrick quedó sobrecogido por la visión; pero no porque se confirmase ante sus propios ojos la existencia de naves espaciales de otros planetas: eso no le sorprendía, estaba convencido de su existencia y hacía tiempo que esperaba que se manifestasen; no, lo que le turbaba era la posibilidad de que se precipitasen los acontecimientos, se estableciese contacto con los extraterrestres y la película en la que llevaba mucho tiempo pensando, leyendo y documentándose quedase desfasada y obsoleta. A la mañana siguiente solicitó al Pentágono un formulario de avistamiento que ambos firmaron y enviaron. Clarke además pidió a sus amigos del Planetario Hayden que consultasen sus computadores para resolver el misterio.
“Aún recuerdo, con cierta vergüenza”, explica Clarke en su autobiografía, “mis sentimientos de asombro y excitación, y también la idea que me asaltó: ‘Esto no puede ser una coincidencia. Ellos están actuando para impedirnos que hagamos esta película”.*


Sorprende profundamente que dos personas excepcionalmente inteligentes en sus campos, capaces de grandes logros, pudieran llegar a sospechar que aquel avistamiento de un OVNI podía ser una conspiración para tratar de evitar que su proyecto siguiera adelante. La vergüenza de Arthur C. Clarke, recogida por Vidal-Folch de sus memorias, da cuenta de que el propio autor debió de pensar con sonrojo en aquel episodio y en sus implicaciones sobre nuestro orden y funcionamiento mental. Por un momento le pareció "normal" que ese "ellos", al que dotó de voluntad conspiratoria, se acercaran hasta la Tierra a tratar arruinar los esfuerzos cinematográficos de aquellos dos creadores. El "monolito avisador" tenía una alarma para películas que se acercaran demasiado a la verdad.

La creencia en vida más allá de la Tierra admite muchos grados, que van desde la simple probabilidad estadística de que haya "algo" a un abanico de ideas sin más amparo que la imaginación de quien las formula. Pero creer en que "ellos" pueden interferir en una película sobre el asunto es quizá excesivo, sobre todo por lo que implica de protagonismo.
Podemos suponer que, tras una densa tarde dedicada a discutir sobre el filme, ambos se encontraban tan metidos en el argumento, que salieron viendo "ovnis", con conspiración incluida. Los mecanismos de la sugestión son poderosos y eso que llamamos razón no tiene más juez que sí misma a la hora de analizarse, por lo que las tonterías que llegan a nuestra mente tienen muchas probabilidades de parecernos evidentes. Nada más difícil que desechar nuestros propios argumentos cuando estos están marcados por el deseo de ver. Y eso era lo que Clarke y Kubrick había estado haciendo durante esos días, vivir como natural sus propias fantasías creativas. Del descenso en la imaginación no se sale de golpe, sino poco a poco.


Que Kubrick y Clarke pensaran que la llegada de los extraterrestres a la Tierra les chafaba la película y que la gente preferiría mirar al cielo antes que a la pantalla, nos muestra las dimensiones del ego artístico, centrado en su obra y dejando atrás todo lo demás, que pasa a ser secundario. Quizá deba ser así y el creador debe estar comprometido con su propia obra, absorto, al menos hasta que logra distanciarse de ella para poder iniciar nuevos proyectos.

Quizá la personalidad artística deba tener algo de obsesiva y sugestionable para poder crear con eficacia, aunque es más que probable que existan todo tipo de manifestaciones. No todos los creadores participan de las mismas características y el mundo ha dado personalidades muy distintas metidas bajo la misma etiqueta.
El simple hecho de pensar —aunque sea momentáneamente— que pueda existir una conspiración cósmica, que los alienígenas decidan cambiar sus planes respecto a los humanos por el estreno de una película nos dice mucho de la personalidad creativa. Kubrick era un creador, pero Arthur C. Clarke además era un físico y matemático de renombre, alguien habituado a trabajar sus fantasías con métodos científicos. Sería interesante saber cuándo comenzó la "vergüenza" declarada en sus memorias, si inmediatamente después de pensarlo o tras el estreno de la película y ver que la conspiración no tenía lugar. Lo segundo sería preocupante.
Arthur C. Clarke escribió un texto en 1962, "Hazards of prophecy: the failure of imagination", que amplió diez años después, formulando las llamadas "leyes de Clarke" y que quizá tengan algo que ver con esto. Las leyes, agrupadas, son las siguientes:

1.ª Cuando un anciano y distinguido científico afirma que algo es posible, es casi seguro que está en lo correcto. Cuando afirma que algo es imposible, muy probablemente está equivocado.
2.ª La única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá, hacia lo imposible.
3.ª Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.

Las tres leyes se encaminan hacia la misma idea: es necesario ir más lejos del suelo que pisamos para poder avanzar. La primera ley distribuye irregularmente lo posible y lo imposible, tratando garantizar que los avances se producen por el riesgo de equivocarse positivamente, es decir, acertando en algo que se presentaba como imposible. La segunda es más psicológica y trata de servir de apoyo a los osados. La tercera reconoce la necesidad de los soñadores, creyentes y cualquier otro tipo de personas que sean capaces de dar pasos confiando en su imaginación. Es indudable que esas tres leyes funcionan de forma diferente en manos de un científico que otras actividades. Lo que Clarke señalaba es que la imaginación y el riesgo son necesarios para escapar de la atracción gravitacional de lo seguro o evidente. Ir más lejos requiere imaginación.
En el texto señalado escribió:

With monotonous regularity, apparently competent men have laid down the law what is technically possible or impossible —and have been proved utterly wrong, sometimes while the ink was scarcely dry from their pens. On careful analysis, it appears that these debacles fall in two classes, which I will call "failures of nerve" and "failures of imagination".** (134)

Para el primer tipo de fallo, el más común, Clarke señalaba: "it occurs when even given all the relevant facts the would-be prophet can not see that they point to an inescapable conclusion." (134) En el segundo, el de imaginación, que consideraba más interesante, escribió: "it arises when all the available facts are appreciated and marshaled correctly—but when the really vital facts are still undiscovered, and the possibility of their existence is not admitted". (142)


En su presentación del texto de Clarke, el futurólogo Alvin Toffler (editor de la antología de textos The Futurists) señalaba con razón: "Prophecy is always a risky business". Y así es, efectivamente. Pero peor es la falta de visión de futuro o la satisfacción del presente. Por eso son necesarios los soñadores. A Heisenberg le recomendaron que no se dedicara a la Física porque no quedaba mucho por descubrir.
Que el futuro avanza por los soñadores es cierto; que muchos soñadores pueden llevarnos al desastre, también. La ironía con que Clarke formula su primera ley, la del "anciano y distinguido científico", señala que los sueños de lo posible deben estar sujetos a cierta clase de cordura, aunque haya que saltársela después. Según como se llegue al futuro a unos los llamarán locos, a otros profetas. Como artista, Stanley Kubrick podía dar forma a sus fantasías y sueños, compartiéndolos con los demás. La visión del platillo aquella noche le confirmó lo que creía, señala Vidal-Folch. Clarke era un artista y un científico, un carácter doble y por eso se sintió culpable, avergonzado por su reacción. Probablemente se dio cuenta de su "debilidad" imaginativa y de qué se había jugado él solo una mala pasada. Pero somos humanos y no siempre es fácil cumplir nuestras propias reglas, aunque se sea "un anciano y distinguido científico".
No sé en qué tipo de "posibilidad" incluiría Clarke su sospecha de que "ellos", los extraterrestres, tenían como objetivo frustrar "2001, una odisea espacial", pero lo cierto es que no lo hicieron, ya sea porque no existen, porque no venían a nuestro planeta para eso o, sencillamente, porque les gustó el proyecto y decidieron darnos un margen de confianza a los humanos.
No se produjeron avistamientos en el estreno. Al menos, que nosotros sepamos.



* "Una odisea de Kubrick y Clarke" El País 20/07/2014 http://elpais.com/elpais/2014/07/18/eps/1405696054_241284.html

** Arthur C. Clarke "Hazards of Prophecy", en Alvin Toffler (ed) "The Futurist" (1972) Random House / NY pp. 133-150






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