domingo, 1 de junio de 2014

Dos partidos, un problema

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Puede ser un u otro, el que usted quiera. Los males del bipartidismo no son que haya dos partidos, sino que actúen como lo hacen. Podríamos estar tan ricamente con solo dos partidos si estos cumplieran sus funciones, pero no lo hacen y generan descontento y desánimo. Los partidos políticos no están para aburrir, sino para estimular la vida política mediante la recolección der las ideas que surgen de la ciudadanía. En realidad, hablar de "partidos" o "políticos" y "ciudadanos" ya es empezar mal porque los políticos no son más que ciudadanos que en un momento de su vida deciden participar activamente en la dirección social. En ningún lado pone que sea una profesión ni, mucho menos, que sea una carrera funcionarial. De hecho, parte de nuestros males (y de los suyos) provienen de haber convertido la carrera política en una carrera interminable, en una maratón sin línea de meta visible.
Los mecanismos para que la gente no se perpetúe en los cargos públicos tienen sentido protector y renovador, pero si se perpetúan en los partidos (o dejan sucesores) el efecto de parálisis es el mismo. No hay recambio de ideas y sí atrincheramiento numantino en el poder de los partidos que es el poder supremo, el lugar desde el que se decide quién tiene el poder público.


En España tenemos cuatro niveles en los que puede anidar la clase políticos, nuestras tres administraciones (local, autonómica y central) y la europea. A esto se le suma la extensión hacia todo tipo de instituciones que deberían ser autónomas, pero que son de facto administradas desde la sede de los partidos mediante la proposición de los integrantes. Hay mucho espacio para la colocación y siempre se tiene algo.
Aunque pierdas el gobierno central, usas los ayuntamientos y autonomías para hacer "oposición" por un lado y por otro te permite mantener una parte del poder de colocación del aparato en las zonas que controles.
El espectáculo al que asistimos no es al de la muerte del bipartidismo, que no tiene porqué, pese al ansia de los periféricos y de los recién llegados. Lo que se está agotando es la fórmula que se ha mantenido hasta el momento en España. 
Lo hemos dicho muchas veces: damos demasiado protagonismo a los políticos. Y eso les fortalece porque los hace omnipresentes, imprescindibles para cualquier cosa. Correr detrás de ellos con un micrófono es la principal actividad mediática. Por eso se ha establecido un vacío entre la calle y la clase política al desaparecer los elementos intermedios de la sociedad civil, que a los políticos no les interesa que surjan para no perder su omnipresencia. Solo el político tiene la solución; solo él comprende el problema.


No terminan de aparecer las necesarias instituciones civiles que den protagonismo a la sociedad, que surjan de ella en su variedad y aprovechando sus capacidades. Los políticos se han encargado de que todas las voces se acallen y de tener portavoces en todas las instituciones. Hasta la reunión más tonta reproduce la estructura de los partidos, su reparto de poder. Es lo que ha hundido nuestras Cajas de Ahorros, el ser inútiles miniparlamentos, con apáticos miembros sometidos a la disciplina de sus líderes locales. Los partidos presentan candidatos a cualquier elección que tenga mediana importancia y su poder es la capacidad de vertebrar lo invertebrado, la sociedad. Los partidos poseen la estructura y maquinaria para garantizarte la elección. Como contrapartida, obediencia y portavocía: haces lo que dicen y dices lo que te digan. Y como consecuencia, la atracción de sinvergüenzas de todas las raleas y la incapacidad de defenderse de ellos porque el que avisa queda fuera de la foto. La larga lista de imputados, con carnets de todos los colores, nos da cuenta de ello. Ahora no saben qué hacer con ellos, cómo quitárselos de encima.


El bipartidismo no es el problema real si representa con fidelidad las ideas de los ciudadanos. Los partidos deben ser muestras del mapa existente; los suficientes como para que se produzca el debate social sobre cómo avanzar hacia el futuro gestionando el presente. El colapso se produce cuando se percibe una crisis de la representación, de la gestión o de ambas a la vez. Dejar de escuchar causa la primera y se acaba cayendo en la segunda. 
España no tiene un problema "democrático"; los partidos, en cambio, sí. Han taponado los mecanismos de fluidez internos que son los que garantizan la identificación exterior, con la ciudadanía. Y este tipo de problema es el que está produciendo el distanciamiento o la famosa "desafección" de la que tanto se habla. No es posible que en partidos que se renuevan se den los casos que se dan. No es posible que en partidos que se renuevan las pescas se hagan en un cubo, en un club cerrado en el que participan los que han logrados escalar los duros peldaños del meritoriaje. Hay debates que sonrojan.
En España faltan instituciones civiles que canalicen también la opinión pública, que den lugar a debates. Los partidos no se lo ponen fácil y han creado sus propias voces para realizar actos de ventriloquía política. Las sociedades modernas deben ser polifónicas, no monótonas hasta el aburrimiento; se confunde el debate con las peleas, el diálogo con los gritos.

Las pérdidas de votos de los principales partidos políticos españoles son un serio aviso que muchos están interpretando de muy distintas maneras y han servido para introducir nuevas voces. Uno puede estar de acuerdo con ellas o no, pero están aprovechando el doble tirón de la novedad y del hartazgo. 
El mundo político se ha asegurado de que no existan voces alternativas mediante la subvención de la vida cultural e intelectual. Es necesario que esa práctica se rompa para que puedan surgir voces sociales que se enfrenten a los problemas de todos desde perspectivas diferentes. Es ahí de donde debe surgir el diálogo social, las respuestas que los políticos deben escuchar. Nuestros políticos viven aislados con sus afiliados, de los que se rodean para ser aplaudidos. Por eso cuando visitan mercados y plazas en campañas tienen que salir de prisa, como les ha ocurrido a algunos, porque suscitan rechazo.
Lo que la gente les está exigiendo es limpieza y fluidez, es decir, adecentar las casas y atender a los ciudadanos, escuchar lo que les dicen y no al contrario. Las sociedades que hablan, también escuchan. Todos seríamos más dialogantes si viéramos más diálogo. Hay que abrir debates y no buscar rugidos. Cuando no se escucha, se fomenta el radicalismo y dejan de buscarse las soluciones por los cauces adecuados. Los partidos deberían haber reaccionado mucho antes —si es que lo han hecho— a este clima adverso que les ha hecho perder millones de votos, aunque se mantengan en el poder. No se trata de parchear, sino de emprender una reforma generosa que repercuta positivamente en una ciudadanía que pide y necesita confiar en que sus votos sean atendidos por personas fiables. Los errores son asumibles; la corrupción, no.


Sin esta apertura de los partidos a la sociedad real y sin que la sociedad asuma sus responsabilidades creativas en la política, lo único que se tiene son partidos profesionalizados, políticos que viven en y de sus cargos y cuyo objetivo es durar en ellos el mayor tiempo posible. En cada cargo político debe estar la persona que todos consideren el mejor, no quien haya conseguido defenestrar a todos sus rivales políticos. Las personas deben estar lo justo en sus cargos en función de su eficacia y y la necesidad de renovación.
Y hay que reconstruir el tejido social para que afloren las propuestas constructivas del conjunto, reconduciendo los diálogos institucionales hacia una mayor independencia. Es de ahí de donde deben salir análisis y propuestas, definiciones de los problemas del día a día desde las perspectivas múltiples que se viven en la sociedad. No hay que pintar la sociedad de dos colores, sino reconocer su paleta, todos sus matices.

Hace falta más política, en  el sentido más noble del término, y menos partidismo, en el peor sentido de la palabra. Hace falta que los partidos se abran para que la sociedad no se cierre, se radicalice o se aburra. De las tres posibilidades algunos sacarán partido, nunca mejor dicho. Harán mal en pensar que es la crisis económica la responsable del desafecto y que si la situación mejora tofo volverá a su cauce. Este río necesita un curso más amplio.





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