jueves, 15 de mayo de 2014

Europa y empatía

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El diario El Mundo nos trae una interesante entrevista con el primatólogo Frans de Waal en relación con la aparición en España de su obra "El bonobo y los diez mandamientos" y su presentación en Barcelona. En su carrera el científico holandés, asentado en los Estados Unidos, siempre ha tenido presente la cuestión del papel de la ética en el comportamiento de los primates como fundamento de nuestro propio comportamiento individual y social.
Frente a los que solo ven el conflicto como estrategia evolutiva, la lucha por sobrevivir, como una forma de enfrentamiento constante, están los que, como de Waal, entienden que existe un comportamiento colaborativo en cuyo origen estaría un sentimiento ético. Digo "sentimiento" porque posteriormente, los humanos nos preguntaremos por él, dentro de nuestra capacidad reflexiva, convirtiéndolo en decálogos y sistemas para regularnos. Son nuestros mecanismos de interpretación y justificación —las racionalizaciones— los que han ido construyendo las historias sobre por qué lo hacemos o sentimos, sobre el origen de la ética y su trascendencia.
Cuando se le pregunta por el conocimiento que las personas que trabajan sobre la ética tienen de los primates, de Waal contesta:

R.- La mayoría de los filósofos de la ética son kantianos, y consideran que los principios morales vienen dictados por la «razón pura». Pero lo que nos sugieren las investigaciones con primates es lo contrario: en realidad, poseemos ciertas tendencias afectivas compartidas con los simios que nos impulsan hacia la empatía y la cooperación, y posteriormente racionalizamos estas intuiciones con normas éticas o religiosas.
P.- Lo que usted ha comprobado es que la «ley de la selva» es mucho más que una lucha brutal por la supervivencia, ¿no?
R.- Por supuesto. Cuando la gente habla de la «ley de la jungla», se refiere a una competición feroz en la que ganan los fuertes y pierden los débiles. Pero ésta es una idea muy anticuada, porque presupone que en el reino animal, cada individuo lucha única y exclusivamente por sus propios intereses. Pero esto es falso. Muchos animales -como los elefantes, los delfines y los primates- viven en grupos porque tienen mayor éxito cooperando y uniendo sus esfuerzos que solos. De hecho, fuera del grupo son muy vulnerables y no suelen sobrevivir durante mucho tiempo sin apoyo social. Eso significa que necesitan cooperar y sacrificarse por el grupo del que dependen para sobrevivir. Lo mismo es cierto de los humanos.*


Esa "tendencia afectiva" es la que se ha denominado "empatía" y se centra en nuestra capacidad de ponernos del lado de los demás, entrar en ellos para sentir como ellos. Una de las obras anteriores de Frans de Waal se titula "La edad de la empatía". Jeremy Rifkin nos ofreció también recientemente una visión de la historia de nuestra cultura en su obra "La civilización empática".
El estudio de la "empatía" ha ido avanzando a través de obras de muy distinto signo en las que se vuelve a considerar que tenemos un vínculo sentimental que nos une por encima del beneficio racional. Señalo que "se vuelve" porque el siglo XVIII —al menos una parte— fue "sentimental" y elevó los sentimientos —simbolizándolos en el "corazón"— por encima de la razón. Se contraponía la "abundancia de corazón" a la "sequedad de la razón" El racionalismo económico filosófico de la época teorizó desde un ser abstracto centrado en el cálculo del beneficio y en el interés propio que nos ha marcado culturalmente. Hoy interesa de nuevo la empatía.


El interés actual por los fundamentos biológicos de la Ética parte de que el comportamiento altruista, uno de los aspectos clave, no va contra la doctrina evolutiva que señala que las ventajas se seleccionan para el futuro frente a las desventajas que se quedan por el camino. Lo que se discute, en el fondo, es si solo es posible tener ventajas a través de la lucha y los conflictos o si, por el contrario, puede ser más ventajoso en ocasiones avanzar por caminos empáticos, en los que nos sentimos llamados a la colaboración mediante los procesos de identificación con los demás.

La afirmación de Frans de Waal de que en el reino animal la evolución ha llevado a ciertas especies a desarrollar mecanismos cooperativos y que estos son primero "sentimentales" es aceptada porque puede ser comprobada en el comportamiento de los grupos. También se acepta, como señala, el propio de Waal en la entrevista, que los lazos de unión entre unos y otros tiene como contrapartida los mecanismos de rechazo de los que quedan fuera de esas uniones, dando lugar a comportamientos  que derivarán en xenofobias y racismos. La solidaridad del "nosotros" no va más allá. Lo esencial pasa a ser entonces la definición del "nosotros", su capacidad de inclusión.
Tras analizar el papel de las religiones como herederas del sentimiento de grupo, De Waal señala:

R.- Nuestras investigaciones han comprobado que tanto en simios como en humanos, es mucho más fácil sentir empatía por alguien que conocemos, que por desconocidos. Así que la empatía no es nada imparcial, sino que la sentimos sobre todo hacia personas que se parecen a nosotros, y nos resultan familiares. La otra cara de esta moneda es que nos cuesta empatizar con los extranjeros y los diferentes. Creo que la religión también funciona así: fomenta la cohesión de un grupo, pero simultáneamente genera hostilidad hacia otros. Este mismo mecanismo lo hemos observado en todos los primates: empatía y cohesión hacia dentro, pero desconfianza y agresividad hacia fuera.
P.- ¿Cree que esto ayuda a explicar el resurgimiento de los nacionalismos en la propia Unión Europea?
R.- Desde luego, demuestra que seguimos teniendo fuertes tendencias xenófobas en grupos muy cohesionados hacia dentro, pero hostiles hacia los extranjeros, que se perciben como una amenaza. En esto seguimos siendo básicamente igual que los chimpancés.*


La cuestión que nos plantea Frans de Waal es peliaguda porque parece indicarnos que la creación de lazos internos solidarios implica mantener necesariamente lazos defensivos frente a todos aquellos que no pertenecen al grupo.
Eso es lo que ocurre con otros animales, efectivamente. Pero los humanos disponemos de otros medios, que son los que nuestra propia capacidad para extender más allá de lo físico, de la proximidad local, nuestros lazos.
El diario El País nos trae una entrevista con otro holandés, el líder de los antieuropeos Geert Wilders. El titular de la entrevista es directo: "Los europeos no existen"**, algo que me ofende porque yo no he dudado de su existencia.
Para que la empatía que de Waal nos describe funcione es necesario convertir al otro en amenaza, algo que Wliders y otros aintieuropeos hacen frecuentemente, y llega ahora a negarle su existencia. Wilders confunde sus objetivos —que no haya europeos— con sus deseos y pone delante el carro y después los bueyes.


La Holanda de Wilders, como la Francia de LePen, etc. buscan la intensificación empática del nacionalismo fabricando agresores contra los que dirigirse canalizando los miedos y frustraciones que se generan en el día a día. Curiosa actitud la de los europeístas, que le echan la culpa a Alemania (un país) y la de los nacionalistas que, en cambio, se la echan a Europa en su conjunto, una Europa de la que forman parte pero a la que le niegan existencia o capacidad de decisión sobre sus espacios.
"Europa" existe y existen los "europeos". Existe en la misma medida que existe "Holanda", "Francia", "España" o incluso "Bélgica", a la que un colega antieuropeísta de Wilders, como es el británico Farage, considera "un chiste de país". Pero su existencia es sentimental como lo es la "holandesa", "alemana", "francesa" o "española". Son fruto de una convivencia, de un deseo y de una construcción histórica. Las nacionalidades no son "esencias" —como a muchos les gustaría en todos los bandos que disputan de estas cosas—; son construcciones de la voluntad social para sentirse unidos en proyectos comunes. Creo que esto es que lo vemos, en toda su crudeza, en Ucrania.


El problema no es "si existe Europa" sino cómo construir la mejor Europa posible, la que atienda mejor a sus ciudadanos para que estos la perciban, dentro de los mecanismos empáticos, como parte y no como contraparte. Por eso insistimos una y otra vez en la necesidad de empatizar con Europa frente a los que dedican tiempo, historia y recursos a demostrar lo contrario y a despertar sentimientos xenófobos contra "algo" que dicen que no existe.
Lo que nos diferencia de los bonobos o de otros animales que compartan los beneficios de agruparse e identificarse es que podemos dirigir nuestros sentimientos, para bien y para mal, hacia nuevas entidades. Ya no somos grupos aislados que nos unimos contra los que nos vienen a invadir el bosque. Esos grupos se han ido uniendo para lograr ventajas en la colaboración y se han dotado de normas, de códigos y compromisos para poder mantenerse unidos. Todo ha ido creciendo a lo largo del tiempo y tejiendo historias de identidades comunes para poder actuar unidos y comprometidos en los proyectos.

Europa es eso, un proyecto de compromiso. Un proyecto manifiestamente mejorable, hay que añadir, pero que solo se puede mejorar si hay voluntad de hacerlo y no de dinamitarlo. Los mecanismos romántico sentimentales se han incrementado conforme se avanzaba en el proyecto. Ahora hace falta empatizar más allá de la burocracia, que es poco atractiva, desarrollar los lazos históricos comunes más allá de las subvenciones y del turismo. En resumen, tomárselo en serio en todas aquellas dimensiones que no se están desarrollando para fortalecer los lazos.


Dice Geert Wilders que su modelo es "Suiza". Parece que quieren ser "suizos", que para ellos significa firmar acuerdos con "Europa" (que no existe) y regular la entrada de los europeos (que tampoco existen) como hace ese prodigio de solidaridad bancaria con el mundo que es Suiza. Es una pena que el caso de Ucrania haya enfriado la cuestión suiza, por cierto, que no debería quedar zanjada como si no hubiera pasado nada. La existencia una Europa repleta de países con las pretensiones de Suiza (que no pertenece a la Unión Europea) no sería más que un retroceso a estas alturas. Todos hacen los mismos cálculos simples: nos quedamos con lo que nos interesa y rechazamos lo que no nos conviene; somos los perjudicados y los demás son los parásitos. Poca solidaridad y mucho egoísmo disfrazado de patriotismo sentimental.

Si explicamos Europa en los términos de Frans de Waal, el "grupo" ha decidido ampliarse para obtener mayores beneficios y para ello crea una identidad común a través de la que empatizar, que implica identificarse unos con otros y compartir comportamientos solidarios de ayuda. Esto no es privativo de Europa sino el mecanismo mediante el cual se han construidos todas las naciones: han creado un espacio simbólico de encuentro. Para eso se inventó la historia y se la reinventa cada día por todo aquel que quiere ir por libre. En términos de Geert Wilders, los monos de otros grupos se están quedando con los mejores frutos de su árbol particular y hay que echar a la gente del árbol; algunos incluso prefieren quedarse aislados en su propia "rama". La empatía tiene las dos caras: la de la unión y la del rechazo. Es aplicable en el nivel correspondiente, solo tiene que elegir amigos y enemigos y diirgir hacia ellos filias y fobias. Lo amo es cuando se convierte en un mundo primario de exaltaciones emocionales que derivan hacia cauces incontrolados, como, señalo de nuevo, en el caso ucraniano en el que los mecanismos del nacionalismo se muestran en conflicto entre ellos y deseosos de resolverse en unidades superiores, Unión Europea y Federación Rusa. O crean un espacio común en el que poder establecer la necesaria empatía o se condenan al conflicto sin solución.
Europa no es perfecta, como no lo es ningún país. Se encuentra atascada entre lo nacional, que tiene su tradición sentimental centenaria, con la que es fácil implicar a los demás (Marine LePen se rodea de los símbolos franceses para delirio de sus seguidores),  y la necesidad de crear vínculos más allá de las discusiones presupuestarias, negociaciones sectoriales, etc. Es una identidad en marcha que se debe construir mediante las aportaciones de todos. No solo racionalmente, como beneficio, sino también empáticamente, como sentimiento de solidaridad con el conjunto, que también representa sus propios beneficios en nuevos términos.


Tan agresivos con Europa son los que como Farage, LePen o Wilders consideran que son "perjudicados" por la Unión y la niegan, como aquellos que se dicen ser Europa pero no sienten la solidaridad con los que se encuentran en peores condiciones. Hemos desarrollado nuestra ética próxima, pero, como señala de Waal, también un sorprendente mecanismo de solidaridad abierta como son las declaraciones universales de derechos humanos. También debemos sentirnos responsables y altruistas de lo que ocurra. De no ser así existirá solo una Unión Europea burocrática y distante que será difícil no presentar como un monstruo sin alma. Europa necesita de un Volkgeist, como le crearon los poetas, pintores y músicos a las nuevas "naciones", porque es desde ese sentimiento de surge el deseo de convivencia y no solo del racional "homo economicus", apátrida por definición.
No es sencillo, pero hay que avanzar en esa senda.

* Frans de Waal' El origen de la ética no es Dios, sino los simios' El Mundo 13/05/2014 http://www.elmundo.es/ciencia/2014/05/13/537120e3268e3ed1688b457e.html?cid=MOTB23701&obd=obinsite

** Geert Wilders “Los europeos no existen” El País 14/05/2014 http://internacional.elpais.com/internacional/2014/05/14/actualidad/1400083152_297636.html




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