miércoles, 30 de abril de 2014

La gran pregunta o la ira de los despechados

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La pregunta que se hace todo el mundo es si Vladimir Putin tienen realmente el control de lo que está ocurriendo en el este de Ucrania o si es la ira de los despechados, de los que se han visto utilizados para sus objetivos, la que está llevando, por encima de cualquier otra consideración, a una situación explosiva. Es la gran pregunta. ¿Quieren hacer por su cuenta los habitantes de estas ciudades el mismo proceso separatista que el de Crimea sin entender las diferencias entre uno y otro según los intereses rusos? ¿Han creído realmente la retórica nacionalista de Putin?
No es fácil —como en los viejos tiempos— interpretar al Kremlin. La política rusa (y soviética) ha sido siempre un campo de astucias y escenificaciones internas y externas. Putin está dejando que hablen de forma más directa otros personajes políticos de segunda línea, como el que acaba de decir que los norteamericanos y europeos se busquen un trampolín para llegar hasta la Estación Espacial Internacional. Es lógico que esté muy enfadado porque le han incluido entre los sancionados y eso no hace gracia, aunque sea un signo de reconocimiento de estatus. Putin, en cambio, usa fórmulas como "no me gustaría verme obligado".

Tras las "sanciones" se establece el combate dialéctico, la guerra de los discursos interpretativos, en la que se trata de hacer el cálculo público de los daños posibles. Como lo de la Economía suele ir lento, los políticos y analista describen los futuros efectos de las sanciones, de las que se aplican y de las que se podrían aplicar. Forma parte del duelo dialéctico. El mismo político enfadado, por ejemplo, ha lanzado un aviso a la NASA y a la Agencia Espacial Europea, señalando las consecuencias de la interrupción de los vuelos rusos con astronautas occidentales. Con lo del gas ocurre igual. Te advierten y dejan que tu imaginación calcule los efectos que tendría. Hechos con hechos y palabras con palabras, han señalado que será su táctica, lo que no deja de ser curioso después de invadir y haberte quedado con una parte de tu vecino. Pero Rusia, oficialmente, nunca estuvo allí.


En su columna de The New York Times, Thomas L. Friedman considera que Europa y los Estados Unidos han usado la estrategia correcta ("I think America and the European Union have done exactly the right thing in ratcheting up sanctions on Putin") y que el conflicto es una cuestión de Putin, más que de Rusia, que desemboca en una cuestión de "valores":

Ukraine is not threatening Russia, but Ukraine’s revolution is threatening Putin. The main goal of the Ukraine uprising is to import a rules-based system from the E.U. that will break the kleptocracy that has dominated Kiev — the same kind of kleptocracy Putin wants to maintain in Moscow. Putin doesn’t care if Germans live by E.U. rules, but when fellow Slavs, like Ukrainians, want to — that is a threat to him at home.
Don’t let anyone tell you the sanctions are meaningless and the only way to influence Russia is by moving tanks. (Putin would love that. It would force every Russian to rally to him.) If anything, we should worry that over time our sanctions will work too well. And don’t let anyone tell you that we’re challenging Russia’s “space.” We’re not. The real issue here is that Ukrainians, as individuals and collectively, are challenging Putin’s “values.”*


Creo que no le falta razón a Friedman en cuanto al valor de las sanciones y la forma de actuar frente a otras estrategias, pero todo esto de los "valores" de Putin se queda en el aire si la contestación a la pregunta con la que comenzábamos hoy es "no". Si Putin no controla realmente a los grupos que se han organizado en el este de Ucrania, lo que pueda ocurrir es muy diferente.
Putin sería —en un sentido especial— rehén de sus propios valores: el nacionalismo ruso que le sirvió para reivindicar y anexionarse Crimea, el reconocimiento del teatral referéndum realizado, y finalmente prisionero de sus argumentos sobre los "nazis" que habían tomado el poder en Kiev. Todos esos argumentos son convertidos en esperanzas y temores por los "prorrusos" del este. Quieren: a) ser "independientes" para ser "rusos" —nacionalización en dos etapas—; b) hacer un referéndum para darle los visos de legalidad que Putin —y solo Putin, pues el resto del mundo no lo acepta— ha dado como buena y legal —pueden prescindir de soldados, camiones y blindados si es necesario—; y c) no quieren caer en manos de los hitlerianos ucranianos y occidentales, que es lo que les han dicho, y prefieren pasearse con retratos de Stalin, que ha vuelto a ser el "padrecito" (a la rusa, no a la mejicana, aunque Stalin pasó por el seminario). La retención de los observadores de la OSCE para canjearlos por detenidos, por ejemplo, es un síntoma claro de falta de perspectiva más allá de lo local que no creo que un control férreo desde el Kremlin considerara adecuado para sus objetivos.


Está claro que el objetivo de los secesionistas es llegar a un referéndum, más absurdo que el de Crimea, sin medios para hacerlo y que pondrá a Putin en otro compromiso, salga lo que salga, si es que llega a realizarse. Si se realiza, Putin no tendrá más remedio que mover sus fichas en algún sentido y no tiene muchos, pues se encuentra enredado en sus propios argumentos, creídos todos por los secesionistas.
¿Y si hacen el referéndum y sale que quieren ser independientes? ¿Aprobará la Duma en veinticuatro horas la integración en la Federación Rusa? Me temo que no. ¿Lo aceptará Ucrania y el resto del mundo? Me temo que tampoco.
La tesis implícita en las declaraciones de Serguei Lavrov —que siempre hila fino— de que Kiev estaba atacando a su propio pueblo, como señalamos cuando las hizo, es un mensaje de que los que se creen "rusos" en Sloviansk son "ucranianos" a los ojos de Lavrov. Pero me temo que los "prorrusos" no están de acuerdo. Ellos no quieren ser atacados por su propio ejército, sino por un ejército imperialista que les quiere invadir y pisotear, que es lo que vende.


Pero este conflicto tiene más consecuencias. Me preocupa que de repente, en Siria, se hayan vuelto a utilizar un gases tóxicos, como hay sospechas de que ha ocurrido. La participación de Rusia como valedora de Al Assad en este tema introduce una variable nueva que puede desplazar los focos —o reabrirlos— hacia Oriente Medio. Si se vuelven a utilizar armas químicas, se reabren las "líneas rojas" que pueden hacer que se aproximen las posturas en vez de separarse. Si Rusia no interviene en el control de Siria, Occidente se ve de nuevo obligado a poner en marcha la maquinaria. Cosas peores se han visto y nada une más que los problemas comunes.
La perspectiva de un conflicto doble y simultáneo en Ucrania, con la posibilidad de llegar a las "líneas rojas" de Putin, y en Siria, con la reapertura de las "líneas rojas" de Obama respecto al uso de armas químicas, pone los pelos de punta.


* Thomas L. Frieman "Challenging Putin’s Values"29/04/2014 http://sociedad.elpais.com/sociedad/2014/04/29/actualidad/1398797359_414494.html



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