sábado, 19 de abril de 2014

El problema de Adán

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En su texto clásico titulado "La máquina de hacer inferencias", el sociólogo Harvey Sacks (1935-1975) desarrollaba un ejemplo en el que un niño, "Raymond" es preguntado por sus padres al salir de casa "si se ha lavado los dientes". El niño se gira y los padres ven restos de pasta de dientes en su cara. Los padres, satisfechos, le mandan al cuarto de baño a lavarse la cara. Dice Sacks que "Raymond sonrió como si no estuviera molesto por los comentarios de sus padres,"*
A partir de este ejemplo Sacks elabora una teoría sobre los fundamentos del comportamiento del que se sabe observado. Escribe:

Se supone que Raymond puede aprender, a través de acciones como esta, que sus padres saben averiguar que se ha lavado los dientes en virtud de la aparición de la pasta de dientes en su cara. Este hecho establece el fenómeno de lo que llamaré genéricamente "subversión". Con este ejemplo en la mano se puede pensar bastante rápido en cómo los niños aprenden la subversión, habiendo aprendido que se les aplica el procedimiento.*

Señala Sacks que desde ese momento Raymond —todos, en realidad— aprendemos que los demás establecerán conclusiones a partir de lo que ven. Y lo que ven somos nosotros, un nosotros perceptible por nuestras acciones. Los demás decidirán cómo somos en función de sus observaciones. Y, por el contrario, nosotros también podremos influir en lo que los demás piensen de nosotros controlando sus observaciones.
Continúa Harvey Sacks:

[...] el primer acontecimiento humano en la mitología judeo-cristiana consiste en el descubrimiento por un hombre de que su carácter moral es observable. Podemos llamarlo el Problema de Adán.
[...] Adán aprende, como aprende Raymond, que uno tiene que vivir con la realidad de que las actividades en las que uno ha participado son observables a partir de su apariencia.*

Saber que somos observados y que de esa observación dependen nuestra vida y valoración sociales, es decir, lo que somos para otros, es un elemento esencial del comportamiento y de la cohesión social. La sociedad, de una forma u otra, implica un tejido de normas que regulan la vida del conjunto en su más amplia acepción.
Lo que llama Sacks la "subversión" es la comprensión de que si los demás se fijan en nosotros, nosotros podemos actuar sobre ellos a través de nuestro comportamiento manifiesto. En realidad, no se trata de otra cosa sobre lo que trabajan los denominados "asesores de imagen" en sus más variadas aplicaciones, de la política a las marcas comerciales.


La sonrisa de Raymond puede suponer —nosotros también tenemos que juzgarlo por lo que vemos, que realizar inferencias— que ha descubierto la forma de burlar la mirada escrutadora de sus padres sin tener que esconderse, es decir, mostrándoles lo que quieren ver. De la mancha de pasta inferirán que se ha lavado los dientes. Raymond ha burlado la vigilancia pasando por delante de los guardianes.
El Problema de Adán convierte la sociedad en un escenario poblado de actores que son conscientes de ser observados. Muchos de esos comportamientos pasan a ser automáticos y forman parte de nuestra vida cotidiana. Aprendemos así a comportarnos en cada situación o a transgredir las normas. Podemos lavarnos los dientes o solo fingir a hacerlo.
El Problema de Adán se ve multiplicado en una sociedad del espectáculo, por usar el término de Guy Debord, en la que nos exponemos y somos observados continuamente. Dios le preguntó a Adán por qué se escondía. La respuesta —se había dado cuenta de que estaba desnudo— no ayudó mucho y llevó de lleno a la manzana comida sin permiso.


Adán pagó su inexperiencia social. En cambio, no ocurrió así con Caín que, tras asesinar a su hermano, aparentó que allí no había pasado nada. Si Adán se escondió a la vista de Dios, Caín se expuso a los ojos divinos camuflado bajo la tranquilidad de lo cotidiano: "¿Acaso soy el guardián de mi hermano?". Caín, que no tenía un buen abogado, utilizó sus recursos manipuladores pensando que funcionarían. No le sirvieron de mucho, pero lo intentó. Pero lo que no funciona con Dios puede funcionar con la familia o los vecinos. 
El gran problema social para los moralistas clásicos era la hipocresía. Nadie mejor conocedor de las reglas de comportamiento que el hipócrita. El tartufo conoce bien qué hay que evitar mostrar a la mirada de los demás y qué hay que ofrecer en cada momento para satisfacer las ansias sociales de ver y que de ahí establezcan inferencias. Al pequeño Raymond le basta con mancharse la cara de pasta de dientes para que sus padres dejen de molestarle con el cepillado. Al Tartufo de Moliere, al igual que a los libertinos dieciochescos y sus versiones contemporáneas, les interesan normas claras para poder subvertirlas con la apariencia de su cumplimiento. En un mundo sin reglas, por el contrario, el hipócrita tiene pocas posibilidades de camuflarse.

La exposición continua y la observación constante, las dos caras del fenómeno, no son exclusivos de los manipuladores. Todos usamos nuestras acciones porque nos sabemos observados y que esa observación causa efectos. Detectamos con mayor o menor fortuna lo que los demás esperan de nosotros y buscamos lo que esperamos de ellos. Y ellos nos lo ofrecen, como nosotros lo ofrecemos. Es parte esencial de la vida social y personal. La mirada de los otros confirma las reglas; su ausencia nos sume en el desconcierto y no sabemos cómo actuar. Para que exista la "subversión" tiene que existir la "norma".
Nuestros modernos asesores de imagen, en cualquier de sus versiones (personales, políticas, comerciales...) son expertos en actuar sobre los demás haciendo que sus asesorados muestren aquello que les permita conseguir sus objetivos. Ellos no han inventado nada; solo han desarrollado técnicas para hacerlo con más eficacia. Como señalaba Sacks, hay que vivir con esa realidad de la observación de nuestra conducta. Las inferencias son imparables, pero también orientables. Los hay que llegan a extremos patológicos; otros simplemente lo usan para sobrevivir. Los hay que lo usan para agradar y otros para ocultar sus taras o ambiciones. Somos seres sociales; vivir es convivir.
En una sociedad mediática como la nuestra, entretejida con mensajes que hablan de nosotros y nos reflejan, el Problema de Adán no es ser observado, sino no serlo.


* Harvey Sacks "La máquina de hacer inferencias" pp. 59-81, en AA. VV. (2000) Sociologías de la situación. Ediciones de la Piqueta, Madrid.




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