domingo, 27 de abril de 2014

Cartas europeas

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Tras un interesante análisis del origen y desarrollo de la crisis económica, de los errores cometidos en el tiempo, de las insuficiencias y desacuerdos europeos frente al resto del mundo, el artículo de Emilio Trigueros en el diario El País, titulado El sentido de Europa, termina con las siguientes conclusiones:

A pesar de todo, nos hace falta Europa y no deberíamos renunciar a construirla por más insatisfacción o confusión que nos suscite, como necesitamos esta democracia por más imperfección que acumule. La Europa que une a países y ciudadanos es, además, algo más que un entramado economicista; de alguna manera, nuestra Europa nació en los siglos en que los pensadores de la filosofía y la ciencia de distintos países se escribían cartas para debatir métodos y abrir caminos comunes en las regiones del entendimiento, desde una comunidad de espíritu; esos pensadores podían construir juntos una nueva época porque vivían en una sociedad donde para muchos de sus conciudadanos eso constituía un empeño valioso y natural. Tanto tiempo después, nos sigue uniendo cierta conciencia colectiva de que la razón y el bien pueden fundar las bases de la organización social, junto con un sentido último compartido de la libertad y la dignidad. Es en nuestro diálogo incesante sobre decisiones y representación, sobre poder y democracia, sobre dudas y posibilidades, o sobre si la verdad, el bien y la belleza son la misma cosa, donde reside ese espíritu de Europa que no puede extinguirse, y no debería nunca dejar de escucharse.*

Concuerdo plenamente con la idea y creo que es necesario incidir en ella en estos tiempos en que está de moda tanto el descreimiento como el interés torticero. Creo que efectivamente en el espíritu e idea de esa Europa "epistolar", la surgida —como bien señala Trigueros— al hilo de los intercambios entre personas que participaban en unas búsquedas comunes en los campos de la verdad y la belleza. Es de esas redes —filosóficas, científicas, estéticas...— de donde surge la voluntad de entendimiento por encima de las realidades cruentas que tenían que soportar por siglos de enfrentamientos políticos y religiosos.
Hay una idea de que la unión de Europa surge para evitar más guerras y conflictos entre los países del continente, enfrentados permanentemente. La unión sería como una especie de estado impuesto ante tanta beligerancia histórica, frente a tanto nacionalismo peligroso. Los enfrentamientos se realizarían ahora a través de otras fórmulas, básicamente la competencia económica. Esta idea es nefasta porque considera a los europeos como enemigos naturales cuya única salida se limita a cambios en las armas y medios usados para combatir.
La idea de una Europa comunicativa, en cambio, refleja como natural el intercambio de objetivos e ideas en ámbitos muy diferentes. Basta con escarbar un poco en la historia para que aparezca el intercambio con los rincones más alejados del continente movidos por los intereses comunes, por las ideas compartidas, por los sueños imaginados por personas distantes.

De nuevo se desaprovecha una campaña europea para incidir en lo que nos une. Quizá las campañas electorales no sirvan para unir, sino que son espacios destinados a la confrontación y al distanciamiento. Además de algunas cuestiones técnicas sobre el formato de la Unión —que son también importantes y necesarias— habría que insistir más en los elementos no estrictamente políticos y económicos que forman parte de la cultura y la identidad común que está por definir, por unir las piezas dispersas. Una Europa de políticos y economistas habla de "política" y de "economía". Es una obviedad que hay que recordar para no pedir peras al olmo. Los discursos sobre Europa no pueden ser únicamente los que escuchamos y tiene que existir otro tipo de foros, de escenarios y programas más allá de los que se usan habitualmente.
Hace dos cursos organicé con mis alumnos chinos de posgrado un seminario con el título "Introducción a la cultura europea". No solo fue muy interesante para ellos, sino que lo fue también para mí, pues el reto era tratar de explicar "Europa", algo que no acabamos de entender bien. Nos movimos por todo tipo de textos —del ¿Qué es la Ilustración? kantiano al primer Manifiesto surrealista de Breton; del Discurso sobre las Artes y las Ciencias rousseauniano al El Malestar en la cultura freudiano— viendo cómo desde estos y otros se indagaba en un espacio cultural problemático en el que no había que señalar tanto características como tensiones y deseos. Por eso comparto plenamente la idea señalada por Emilio Trigueros de Europa como un espacio de "diálogo incesante", como un espacio dubitativo necesitado de diálogo. Europa es diálogo porque es esencialmente posibilidad, un poder ser que deviene de su propio deseo de libertad. Ese es su motor, como es la duda el motor de la búsqueda de la certeza cartesiana.

Hay que integrar Europa en nuestro espacio cotidiano a través del diálogo abierto en todos los escenarios. Y hay que crecer en la idea de Europa a través de la educación. La Historia surge como disciplina vinculada al nacionalismo del siglo XIX; surge como un campo de acumulación de diferencias para construir las nuevas identidades nacionales ante países —muchos de ellos recién formados— que necesitan urgentemente de una retórica que movilice los ímpetus de los "ciudadanos", concepto nuevo frente al de "súbditos" o "vasallos", que iban por otros derroteros motivacionales, los de la obediencia.
La necesidad de crear esa identidad europea real, no vinculada románticamente a la tierra o a la lengua como exigían los cánones románticos y organicistas políticos decimonónicos es una vía inédita. Europa reclama una identidad de las diferencias internas, como riqueza; no una definición de diferencias externas como conflicto. Sentirse "europeo", es decir, partícipe de una entidad con tierras distantes y lenguas diferentes, es un reto que solo la "cultura" común puede ayudarnos a componer. Nuestras historias políticas, artísticas, literarias son "nacionales". Va siendo hora de concebirlas a imagen de las filosóficas o científicas, mostrados esas conexiones del pensamiento en la búsqueda de  "verdad, bien y belleza", en donde las raíces nacionales son de menor importancia.
Empeñadas en lo "nacional" para marcar distancias, estas historias ocultan muchas veces esas conexiones con otras obras o personas distantes; las influencias y relaciones que podríamos resaltar en vez de silenciar. La cultura —las ideas, las formas...— es permeable y viajera, gusta de los mestizajes y los encuentros. Son los que buscan la "pureza" incontaminada los peligrosos; la vida real es intercambio: del arte a la gastronomía, de la filosofía a las matemáticas.

Mientras no haya una idea de que el europeo es responsable de toda Europa, de que le afecta la pobreza o la injusticia que se pueda dar en cualquier rincón de nuestro espacio, que está comprometido con la mejora de todos, será difícil convencer a la gente de que Europa no es ese "entramado economicista" del que habla con razón Emilio Trigueros. No es ni será fácil conseguirlo, pero es deber de los que se sientan comprometidos intentarlo en sus esferas. Usted es europeo si se siente europeo; tendrá que definir qué significa eso para usted, dotarlo de sentido. De otra forma no será europeo; simplemente estará en Europa. Ser y estar son dos verbos que indican distintos estados. A muchos hoy les cuesta incluso el simple estar, no ya el ser, que ni se plantean o rechazan.
Se ha insistido demasiado en los beneficios económicos como móvil para la integración en Europa; poco en cambio en los de otra naturaleza, sobre todo los de tipo cultural en sentido profundo. Por eso la crisis económica enfría los ardores europeístas de muchos. El economicismo torticero que nos guía ve nuestra unidad como una forma de estímulo de la competencia confundiendo Europa con sus empresas y fábricas. También hay que desligarla de eso para que se convierta en una experiencia de ampliación de lo valioso que siglos de cultura, de ideas, de principios pueden ofrecernos.
Desde fuera se nos percibe como una unidad y así hablan de nosotros, los "europeos" como una categoría distinta a "españoles", "alemanes", "ingleses" o "franceses". Nosotros, en cambio, cuando decimos "Europa" nos referimos a algo ajeno que está fuera de nuestros espacios mentales. Europa somos nosotros y podremos serlo más en la medida en que avancemos en la mejora de nuestra propia identidad, en que podamos sentirnos más identificados con lo que hacemos y decidimos, más solidarios con el destino de las partes de la Unión, más generosos al compartir y al ofrecer lo que tenemos.


Europa, la Europa por venir, es todavía una utopía. Se percibe ahora como un edificio a medio construir, con necesidad de avanzar en las mejoras y arreglar los desperfectos. En última instancia, son esos deseos de libertad y dignidad compartidos, reivindicados para un espacio común de convivencia y de referencia para los demás, son los impulsores de la idea europea. Es más importante y atractiva una Europa ejemplar —hacia dentro y hacia fuera— que una simple comunidad de intereses que acabarán siempre en divergencias.
Quizá, al contrario de lo que parece, las elecciones europeas sea un mal momento para pensar en Europa y sea preferible hacerlo el resto del tiempo ahondando, lejos de fricciones, en "lo europeo". Los políticos suelen querer que hablemos de lo que a ellos les interesa cuando les interesa. Y debería ser al contrario: que ellos hablaran de lo que nos interesa cuando nos interesa, Hablemos de esta Europa epistolar, en intercambio de cartas simbólicas y reales; estemos en diálogo permanente sobre lo que somos, lo que podemos y queremos ser. Europa debe tener quien le escriba.



* Emilio Trigueros "El sentido de Europa" El País 25/04/2014 http://elpais.com/elpais/2014/04/08/opinion/1396973029_895609.html





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