domingo, 30 de marzo de 2014

Municipales, de Francia a Turquía

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los resultados de las elecciones municipales que se están celebrando hoy en Turquía y Francia tienen carácter ambas de plebiscito más allá de las alcaldías. Parece un signo de estos tiempos electorales sacarle interpretaciones a los votos más allá de los resultados reales. En Francia las elecciones se ven como un referéndum sobre François Hollande y en Turquía sobre Recep Tayyip Erdogan, si bien por motivos muy distintos. Al presidente francés se le acusa de no haber cumplido sus promesas electorales y no haber cambiado el rumbo acoplándose a las circunstancias, mientras que la acusación contra Erdogan va mucho más allá y abarcan desde escándalos de corrupción de sus ministros y acusaciones contra él mismo, las depuraciones políticas de Policía y Judicatura, la promulgación de leyes contra las libertades como el "cierre" de Twitter y YouTube, declarado ilegal por los propios jueces turcos. A Hollande se le puede acusar de equivocarse, pero lo de Erdogan va mucho más allá.


Lo más preocupante del resultado de las elecciones municipales francesas es que el castigo a la izquierda dé alas a la extrema derecha del Frente Nacional y vaya introduciéndose en distintos ámbitos desde los que ir ampliando su influencia. Hasta el momento, los partidos "republicanos" estaban de acuerdo en que el Frente era un mal ante el que había que tomar medidas. Esta vez la derecha francesa prefiere un claro descalabro de los socialistas para avanzar aunque esto signifique una ventaja para los nacionalistas franceses. La jugada es arriesgada, sobre todo por la proximidad de unas elecciones europeas en las que el crecimiento nacionalista en diversos países puede plantear serias dificultades al proyecto europeo, objetivo al que se dirigen todas las miradas. El Frente Nacional tiene tanto interés en hacerse con los municipios que le puedan caer como en boicotear las instituciones europeas. Son las dos caras complementarias de su programa. Usará ambas como forma de captación creciente de votos. Si Europa no es capaz de avanzar como proyecto, los nacionalistas irán avanzando y tomando posiciones. Su estrategia, como la de otros, es eliminar el bipartidismo y alcanzar la fuerza suficiente como para que se le requiera en la "gran batalla", la de los grupos mayoritarios.

Las declaraciones que comentamos el otro día de Marine Le Pen eran, dentro de su retórica, muy claras en un punto: derecha o izquierda les da igual, se aliarán con aquellos que defiendan la idea de "nación". Eso significa que el "Frente Nacional" es realmente, por si había dudas, un frente "antieuropeo". Debería ser un aviso para los "europeístas", una advertencia de que el proyecto europeo requiere de una implicación más activa frente a lo que se está movilizando por distintos países. Que los nacionalistas busquen una "alianza europea antieuropeísta" no debería verse como una paradoja, sino como un ejemplo de que el enemigo contra el que luchan está más definido y accesible para desacreditarlo, la difuminada "Europa". Mientras Marine Le Pen se rodea de himno, bandera y da mítines bajo la estatua de Juan de Arco, los partidarios de Europa son entes difusos. A los "nacionalistas" les resulta fácil hacer una caricatura de Europa en la que centran el origen de todos los problemas. A los europeístas, en cambio, les resulta extraño enfrentarse a la retórica emocional nacionalista; solo se enfrentan a ella cuando les supone un problema electoral. Y esto tiene un coste.
Las elecciones municipales en Turquía tienen también una gran trascendencia. Turquía es un claro ejemplo de conflicto entre dos mundos en una misma superficie. Una democracia puede funcionar bien cuando lo que se pone sobre el tablero son decisiones que, aunque nos parezcan muy diferentes, mantienen una estabilidad general, la del sistema. En Turquía no se enfrentan los partidos sino dos formas diferentes de concebirse como sociedad. Cada una de esas visiones afecta a la otra parte, pues la incluye.

Las posibilidades de erosión de la figura de Erdogan y de su partido tienen un límite: el islamismo. Haga lo que Erdogan haga, siempre podrá apelar a algo que le trasciende y con lo que motivar a los electores, el elemento religioso. Las tácticas islamistas, una vez que obtienen el poder, implican la transformación social para convertir su base electoral en base social. Esto implica que el islamismo se extiende como "normalidad" desde las instituciones del estado modelando las costumbres y las mentes. El "islamismo" no es un partido político compitiendo por la alternancia en el poder; es más que eso. Es una estrategia para llevar a la sociedad hacia un punto determinado, el de la fusión del estado con la religión, que es de donde emanan las leyes. En un estado islámico la religión no se convierte en algo privado sino que se extiende para cubrir lo público y regirlo.
Desde el punto de vista político, la erosión de Erdogan tiene el límite de la islamización social. Los que vean que el avance de sus oponentes implica una pérdida de influencia islamista, seguirán votando a Erdogan pues lo verán como una cuestión religiosa y no estrictamente política. En el pensamiento islámico, lo político no es algo aparte, sino que está supeditado a lo religioso. Por eso Erdogan puede hablar de conspiraciones, porque siempre se presentan como un objetivo al que las fuerzas del mal tratan de derribar. Son los enemigos los que garantizan lo correcto de sus acciones. Si son atacados, es el razonamiento, es que lo hacen bien. El interés de los gobiernos autoritarios en mostrarse como víctimas de una conspiración es siempre el mismo, la garantía de su verdad. Este planteamiento paranoico suele surtir efecto en unos electorados polarizados a los que se les convence de que con su voto está manteniendo el mandato divino. El islamismo funciona siempre de la misma manera, de Egipto a Turquía.


La preocupación que manifiestan muchos ciudadanos turcos es la misma: ¿qué ocurrirá si Erdogan, tras sus actuaciones autoritarias, sale de nuevo reforzado de las elecciones municipales? Hacen bien los ciudadanos turcos en temer lo que pueda ocurrir tras las elecciones municipales. La fragmentación de la oposición turca favorece a los que se agrupan bajo la bandera religiosa islamista. Los habrá que aplaudirán su autoritarismo pues lo percibirán como una forma piadosa de enfrentarse a las fuerzas oscuras del ateísmo.

Nos dicen que la popularidad del presidente Hollande es la más baja registrada desde el comienzo de la V República, en 1958. La expectativas sobre Hollande —que iba a cambiar el rumbo de Europa— se fueron diluyendo y el país dejó de tomarlo en serio. Él tampoco ayudó mucho. Si el beneficiario de su hundimiento resulta ser el Frente Nacional, Hollande habrá hecho un flaco favor a Francia y a Europa, más allá del fracaso de sus políticas. Tampoco lo habrá hecho la derecha francesa, que prefiere la revancha sobre Hollande antes que limitar el avance de Marine Le Pen y sus correligionarios. La derecha francesa piensa que siempre podrá frenar el avance de su competencia directa, el Frente, sustrayéndole partes de su discurso nacionalista o social, tremendo error que se acabará pagando caro.
Las urnas están abiertas en Francia y Turquía. Los resultados de ambas elecciones serán importantes para ellos y, en este mundo interconectado, para los demás. Lo que ocurra en Europa nos afectará siempre, de una forma u otra, en especial si una parte de los que se presentan lo hacen con un programa "antieuropeo", con el objetivo de desmontar la Unión. Y lo que ocurra en las puertas de Europa también, pues Turquía es una pieza importante en una zona cada vez más complicada desde que Rusia abrió nuevos conflictos a los ya existentes, no menos complicados.

Veremos los resultados en una horas; sus consecuencias, en mucho tiempo.







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