sábado, 4 de enero de 2014

El zumbido político

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los políticos tienden a producir sus propios universos, sus burbujas cósmicas, con extrañas leyes en cada uno de ellos, en los que los datos se interpretan de formas muy distinta según convenga. Esta extraña divergencia procede de nuestra peculiar forma bipolar —más que bipartidista— de hacer y vivir la política .
Creo que muchos políticos han llegado a la conclusión que su única función —o la de la propia política— es la distorsión, la del ser filtros de la realidad en el sentido que les favorezca en cada caso; en unos se pinta de rosa y en otros de riguroso luto. Ellos lo llaman "valorar", pero no es más que una forma de que no quede ningún dato libre por si a la gente le da por pensar y analizar por sí misma. Es la deriva negativa de la democracia comunicativa en la que vivimos. Creemos tanto en la "opinión pública" que nos esforzamos en modelarla continuamente.
Los políticos más cínicos sostienen que a la gente hay que decirle lo que quiere escuchar y ellos hacer lo que tienen que hacer. Sobre estos dos principios generales del "realismo político" se construyen nuestras democracias mediáticas, que se reparten entre demagogos y tecnócratas, convertidos en casta profesionalizada. Para la primera parte es esencial el papel de los medios, que se convierten en seguidores —portavoces o detractores— de los políticos.


Escuchamos demasiado a los políticos; les hacemos demasiado caso, cuando son ellos los que nos lo deberían hacer a nosotros. Son como un zumbido de moscas que nos distraen de cualquier otra cosa. Les dedicamos las primeras páginas de los periódicos y una gran cantidad de tiempo de nuestros noticiarios. En esto los medios son responsables de concederles demasiada atención. No digo que no se deba dedicar atención a la política, sino a los políticos, que no es lo mismo. No es igual analizar un problema que recoger las declaraciones de un político sobre él. La prensa incumple esa función de informar sobre la realidad a los ciudadanos cuando se limita a transmitirnos las ruedas de prensa y otros actos similares. Todos esos periodistas sentados en las butacas que se han montado para que ellos recojan las palabras de los políticos estarían mejor en la calle investigando lo que ocurre realmente, viendo con sus propios ojos, hablando con afectados o especialistas que fueran de fiar y no meros portavoces de los partidos, que han camuflado a sus partidarios de "profesionales independientes".
Pero eso es mucho más caro, claro, y requiere una mayor preparación. Obliga a ser más listo que el político —no siempre es fácil, pero se puede uno esforzar— para evitar ser utilizado como mero transportista de informaciones a la ciudadanía.
Cuando tuvo lugar la segunda campaña presidencial de Obama, dedicamos una entrada de este blog a comentar los grupos que evaluaban el nivel de veracidad de la afirmaciones que los políticos realizaban en sus discursos. No eran periodistas, sino voluntarios de organizaciones que hacen lo que otros no tienen ni tiempo ni fondos para hacer: comprobar las palabras, los datos, todo lo que dicen. Tras cada discurso, se daban los resultados sobre su veracidad. Así se obliga a los candidatos a contenerse un poco en lo que afirman sin fundamento y salimos ganando todos. Eso en el supuesto caso de que, como ciudadanos, estemos interesados en saber cuántas de esas palabras que aplaudimos son verdad, algo que no está muy claro en todos los casos.
Para algunos la política es como en el amor; es preferible no saber. Sin embargo, la democracia tiene la servidumbre de la responsabilidad: hay que saber y saber críticamente y honestamente.



Los políticos han conseguido que estemos todo el día hablando de ellos, aunque sea para denostarlos. Compiten entre ellos por ganar nuestra atención a costa de lo que sea: declaraciones, reuniones, manifiestos, fiestas, debates... Una gran parte de estos actos son actos en los que el centro son ellos, mera promoción. Es un zumbido constante que no implica, en la mayoría de los casos, una mejor comunicación con los ciudadanos ni una mejora del diálogo o una mayor eficacia en su trabajo. Solo más zumbido. 




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