miércoles, 4 de diciembre de 2013

Tontos, listos y muchas otras cosas

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Cada vez que se publican los datos de evaluación de los alumnos se comete el mismo error, ya que lo que se está evaluando realmente es a los diseñadores del sistema. Todo el mundo tienen unas capacidades similares, sin grandes diferencias; estas se acumulan por el camino, como distorsiones. ¡Olvídense de una vez de los genes, de la coeducación, etc.! Los resultados, mejores y peores, son achacables al diseño del sistema y a su puesta en ejecución. Ni más ni menos.
Tendemos a cargar las tintas en el alumnado y el alumnado es tan nuestro si sabe como si no sabe. El tonto y el listo, el vago y el trabajador son resultados de nuestra acciones educativas o de la falta de estas. Esto del distanciamiento brechtiano cuando salen la evaluaciones del sistema educativo no funciona. No suspenden ellos; suspendemos nosotros.
La pregunta es, entonces ¿quiénes somos nosotros y que hacemos o dejamos de hacer para que esto ocurra? Nuestras deficiencias obedecen —lo hemos señalado en varias ocasiones— a la pérdida de fondo social de cultura —su degradación ambiental— y a la incapacidad congénita de los agentes sociales implicados, que han trasladado sus conflictos al sistema educativo, imposibilitando la construcción estable y el progreso constante, elevando y destruyendo lo que hace cada uno, en un movimiento suicida por ineficaz. Pero —¡qué se le va a hacer!— nos divierte y estimula, nos saca a la calle a gritar contra unos o contra otros y eso está muy bien.

El sistema educativo es el fiel reflejo de nuestra incapacidad para entendernos, la traducción fiel de lo que vemos repetido en todos los escenarios —de los bloqueos de la Justicia, de la lucha por la sanidad, etc.— de este país. La disparidad de los resultados autonómicos no muestra que "unos sean mejores que otros", "una frontera norte-sur", como algunos señalan en sus titulares, sino un fracaso colectivo del que unos salen mejor que otros en términos relativos por algún factor específico. Pero eso nos consuela y se vuelve a usar como arma arrojadiza, a esgrimir los datos de la miseria como grandes logros. Las infamias interpretativas que los políticos hacen de los datos para justificar su absoluta ineficacia son escandalosas. Ellos están para resolver problemas, no para explicárnoslos.
Seguimos mostrando en todos los terrenos las debilidades de la falta de una política de acuerdos porque seguimos entendiendo la política como un campo de batalla y no como un campo de negociaciones que las evite. No tiene nada de particular, porque es el abono orgánico en el que florecen los políticos, sindicatos, etc., que son los que han estado en esta lucha constante que repite los viejos esquemas del inicio del pensamiento político pedagógico: lo religioso contra lo laico, lo público contra lo privado, la derecha contra la izquierda, lo provinciano frente a lo universal... y así en un sinfín de divisiones eternas que les sirven a todos para salvar la cara unos frente a otros.


Y a esa incapacidad hay que sumar esa degradación de la cultura que tiene precisamente su punto de retroalimentación en la educación. El único freno al avance de la degradación del gusto por la cultura es la educación, ahora incapaz de frenarla por su debilidad. Resulta patética la explicación del "éxito asiático" mostrándola como una especie de cultura de la esclavitud, carente de sensibilidad, "alma" o de gusto por la cultura. Jamás he visto tanto tópico junto, tanto despropósito. Tengo desde hace tiempo muchos alumnos asiáticos y, afortunadamente, no tiene nada que ver con esos tópicos absurdos. Valoran la educación porque es importante para ellos, para sus vidas y trabajos. Nosotros lo hemos disociado: atravesamos el prado de la educación camino de ninguna parte.

Hizo más por la cultura de este país el fallecido Fernando Argenta —sirvan estas palabras de homenaje a su labor— que todos los ministros de educación de los últimos treinta años juntos. Argenta trató de llevar lo que él amaba, la música clásica, a los niños y su respuesta fue muy clara. Prefirió hacer que los niños llegaran a Mozart que hacer que estén obsesionados con Halloween para estimular la venta de calabazas y telarañas, bonita metáfora de nuestra fiesta escolar desarrollada en este periodo consumista.
"Clásicos populares" o "El conciertazo" han sido programas que transmitían un sentimiento responsable de las emisoras públicas, herramientas de intervención de los poderes públicos, para la mejora cultural de la ciudadanía. Pero los políticos y sus sicarios decidieron que los medios eran la forma de enaltecerse y de denigrar a los demás, que había que dar circo y propaganda. Todo era comunicación, imagen. No importa que la realidad se vaya degradando mientras tengas los medios para transmitirla acorde con tu visión. Ya no miramos lo que nos rodea; buscamos su imagen en las múltiples pantallas que nos miran y seducen con sus interpretaciones coloristas o escandalosas.


España no produce "cultura"; produce "espectáculos". La diferencia es esencial. La cultura busca llenar las mentes; el espectáculo, llenar las salas. Para lo primero todo es exigencia; para lo segundo, todo deben ser facilidades. Esta pobre España del espectáculo es la que se desarrolla los fines de semana, la que busca "puentes", la que te exige que estés pensando en ella todo el día como obsesión con un "qué voy a hacer", exasperante estado de disponibilidad para el sistema, hoy bloqueado porque no se puede atender a tanta "distracción" como se nos solicita para que funcione. ¡"San Bartolo", dice con ingenio la publicidad de la bebida con chispa! ¡Gran acierto en el reconocimiento del santo patrón común!


La incapacidad para ver la sutil diferencia que hay entre dos teatros llenos —uno con cultura, el otro con espectáculo—, el hecho de que sea más fácil llenarlo con bazofia que con algo que nos haga pensar y crecer, es parte de nuestro drama de culebrón de moco tendido.
Aquellos que deberían fomentar la cultura se han acostumbrado, como en otros campos, a que el número es lo importante —¡ah, las cifras!—, lo decisivo. Y con esos criterios, queda en caída libre cualquier cosa que nos haga madurar como individuos y sociedad.
 La hipocresía repugnante que preside el debate sobre los medios públicos porque son "pagados por todos", solo encubre el deseo empresarial de que les dejen el campo despejado a los privados para la consecución de las masas aburridas, ávidas de espectáculos.
Es necesario comprender —¡otra obviedad vergonzosa!— la complementariedad de ambos sistemas, educación y cultura, para poner remedio a lo que de otra forma no lo tiene. Es más fácil educar en una sociedad culta que en una que no lo es; es más fácil que surja el interés y la curiosidad, motores intelectuales.


¿"Matemáticas", "comprensión lectora", "competencia científica"? ¿Para qué? ¿Para qué quieres "comprensión lectora", si se trata de que no entiendas lo que firmas con el banco, que te cuelen las preferentes? ¿Para qué quieres "competencia científica" si has apostado por ladrillos y turismo y expulsas a los que son especialmente competentes en ese campo?
Vemos cada día el retroceso del cultural y el deterioro de lo educativo. Al sistema cultural del espectáculo, se le quiere poner ahora como complemento una concepción laboralista de la educación, un finalismo de un trabajo inexistente, degradado, para los jóvenes, verdaderos explotados en los dos extremos del sistema económico: como trabajo mendicante mal pagado, por un lado, y convertidos, en el otro, en compulsivos consumistas, en un sector al que se destinan los más infames reclamos con tal de vender.

¡Extraño mundo para el que lo quiera ver! Ayer, epifanía de hipermercado: las camisetas rojas de la selección española para perros colgadas, sin comprador. ¡Pena de emprendedores!






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