jueves, 12 de diciembre de 2013

El timador es el mensaje

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El martes mis alumnos chinos de doctorado compartieron conocimientos —les había dado unos textos para que los viéramos juntos— sobre Etnografía de la Comunicación explicando a sus compañeros cómo, desde esa disciplina, se puede describir un "evento comunicativo" señalando los elementos que lo definen, como el enmarcado, los participantes, la duración, el género al que puede adscribirse el acto, los tópicos utilizados, tipos de lenguajes empleados, mediaciones, etc. Todos aquellos elementos que vimos nos permitían poder desmembrar ese acto profundamente complejo que es una interacción entre sujetos, una situación de comunicación.
Una de las alumnas participantes acababa de organizar un acto protocolario de inauguración con autoridades de nuestros dos países y lo contemplamos como ejemplo de un evento comunicativo  en el que se podrían describir meticulosamente todos los aspectos que lo configuraban. Era un acto en el que todo —de la posición de participantes, el orden de sus intervenciones, su comienzo y final, etc.— estaba perfectamente definido y regulado al servicio de una comunicación eficaz, sin improvisaciones.


Poco podía imaginarme que mientras nosotros estábamos allí actuando como etnógrafos comunicativos debatiendo sobre aquellos conceptos y buscando ejemplos de situaciones que podían ser descritas —una conversación telefónica, la comida ceremonial de despedida del año en China, un juicio, una inauguración...—, en Sudáfrica se nos estaba ofreciendo el macro ejemplo de la comunicación global, la mayor concentración de signos de los últimos tiempos dentro de un "evento" complejo, bien definido en su planificación, pero que —como suele ocurrir en toda acción humana— se desbordada por los propios acontecimientos que la situación provoca.

Como me gusta recordar a menudo a mis alumnos, intentamos frenar la tendencia al desorden con dosis de orden, corregir las desviaciones o degradaciones mediante acciones que hacen que nos mantengamos "seguros" frente al caos exterior a los sistemas: la cultura, ordenada por el lenguaje, se opone a la naturaleza inefable. Cultura significa hacer legible lo ilegible, significativo lo caótico. La sopa de letras se diferencia de un texto porque en este reina un orden que lo hace legible. El adivino que lee los posos del café, la forma de las nubes o el vuelo de los pájaros es un semiólogo compulsivo que extiende las reglas de legibilidad del orden a aquello que a priori no lo tiene —una nube, unos posos, unas líneas de la mano...— convirtiéndolo en texto que nos lee con todo convencimiento.
Pero al igual que convertimos en texto lo que no lo es, podemos —gracias a otra de las palabras que surgieron con insistencia en nuestro seminario, "expectativas"— atribuir la condición de comunicación a lo que no es más que apariencia de comunicación.


Si a Nelson Mandela se le puede recordar por las muchas cosas positivas que hizo en su vida y que se nos ha recordado a través de palabras, celebraciones y documentos, su ceremonia —algo que se hizo en su memoria y que, por tanto, no es responsabilidad suya— ha estado plagada de "signos" que han sido transmitidos a todos los rincones del planeta en una celebración que los medios de comunicación han considerado como equivalente en su atención a la que suscitó la retransmisión de la llegada del hombre a la Luna. Un gran evento comunicativo, sin duda. Las fotos del saludo entre Barack Obama y Raúl Castro, por ejemplo, se consideran ya históricas. Los ciudadanos sudafricanos han podido aplaudir a Obama y silbar frenéticamente a su presidente, el señor Zuma. Miles de actos con significado, para unos y para otros.

¿Cómo es posible entonces que, frente a los ojos de media humanidad, un individuo —al que ahora tratan de localizar— estuviera durante horas comunicándose, actuando como intérprete, a través de un inexistente lenguaje de signos destinados a las personas con deficiencia auditiva? El caso, más allá del fraude, nos ofrece un ejemplo extraordinario del funcionamiento de esas "expectativas" antes mencionadas y que son esenciales en nuestra vida social. El mundo se suele comportar como esperamos que lo haga; dicho de otra forma: actuamos desde nuestras expectativas, con una confianza en que el mundo —nuestro mundo— es regular y las cosas son lo que parecen con una frecuencia mayor que cuando no lo son. Las cosas suelen ser lo que parecen.
Nos cuenta el diario El País:

La Federación de Sordos de Sudáfrica ha denunciado que el intérprete de lenguaje de signos que tradujo las intervenciones de los jefes de Estado durante el servicio religioso oficial celebrado el martes en memoria de Nelson Mandela era "falso". Al parecer, los signos que utilizó no tenían sentido alguno y tampoco empleó ningún gesto facial, técnica que usan los intérpretes para transmitir las emociones, según publican hoy diferentes medios sudafricanos.
"Fue un fraude total y absoluto", aseguró la directora de la Escuela de Educación del Lenguaje de signos de Ciudad del Cabo, Cara Loening, en declaraciones a la agencia de noticias sudafricana SAPA. "Sus movimientos no tenían nada que ver con el lenguaje de signos, solo estaba agitando sus manos", agregó Loening, quien considera que fue una "burla" hacia la memoria del expresidente de Sudáfrica y para todos los que asistieron y vieron el acto a través de la televisión.
La alarma saltó durante el propio oficio religioso, cuando comenzaron a publicarse mensajes al respecto en las redes sociales. "Por favor, ¿puede alguien pedir al intérprete que abandone el escenario, es vergonzoso", decía uno de ellos. "Es un evento que todo el mundo está mirando, pero las personas sordas no pueden entender ni una sola palabra de lo que se está diciendo", añadía otro mensaje, según el diario Mail & Guardian.*


¿Se puede realizar un fraude a pecho descubierto, frente a cientos de millones de personas de todo el mundo, frente a noventa mil personas presentes en aquel estadio sudafricano? Evidentemente sí, contestamos ahora que lo sabemos con certeza desengañada. Nuestra ceguera ante el lenguaje de los signos nos impide comprobar que aquello realmente sea un acto comunicativo en un lenguaje coherente, significativo para alguien. Los únicos capaces de distinguir el "fraude" del "texto", el "galimatías" del "sentido", eran las personas sordas, a las que aunque comenzaron a denunciarlo, como se nos dice, nadie hizo caso. La maquinaria, el "evento" comunicativo, era ya imparable.
No había diferencia entre los movimientos (no "gestos", que sí tienen sentido) que hacía el falso intérprete y un baile o unas convulsiones. Sin embargo, todo tenía la apariencia necesaria y eso cumplía nuestras expectativas: suponemos que una persona que se sitúa junto a un orador y realiza "gestos" (simples movimientos, en este caso) es un "intérprete" del lenguaje de signos. Lo vemos con un colgante de la organización (o que simplemente lo parece) al cuello y nuestra expectativas nos dicen que es un intérprete, ergo sus movimientos son signos, ergo hay alguna correspondencia entre lo que dice el orador y aquellos movimientos, que ya no vemos como absurdos —aunque no los comprendamos— o casuales.


Me vino a la mente un ejemplo de otro de los textos que veremos en nuestro seminario después de las vacaciones. Es el que el antropólogo Clifford Geertz recoge sobre el movimiento del parpadeo de un ojo, que podemos interpretar como un simple "tic", un movimiento involuntario, carente de sentido, o como un guiño intencionado, pleno de intención comunicativa. No sabríamos distinguirlos. Geertz señala que puede incluso irse más allá y ser una imitación del guiño de otro o incluso puede ser un ensayo de alguien que está frente a un espejo practicando.
Los gestos del falso intérprete no eran tics porque eran voluntarios, pero esa voluntariedad carecía de traducción, de sentido. Pretendían ser  —y eran— un acto de comunicación global destinada precisamente a aquellos —la inmensa mayoría de los que lo vieron— que eran incapaces de distinguir un tic de un guiño, por usar el ejemplo de Geertz. A quien engañaba el falso intérprete —y, por tanto, con quien realmente se comunicaba, por paradójico que parezca— no era a las personas sordas, sino a nosotros que no lo somos y que atribuimos un sentido global al "evento" comunicativo: si alguien hace gestos junto a otro que habla = intérprete de signos para sordos. No engañó a los sordos; solo a nosotros, a la inmensa mayoría.


El timador, como todos los buenos timadores, sabe que la mejor forma de engañar a la gente es que se cumplan sus expectativas, que las cosas sean como todos esperan que sean; que hay que dar a la gente lo que quiere ver y lo que quiere escuchar; no ir contra la corriente, sino nadar siempre a su favor. No hay que ser imaginativo, sino rutinario. Porque las rutinas, las expectativas de que las cosas funcionarán como siempre lo hacen, son la auténticas vendas de nuestros ojos. Orson Welles lo explicó muy bien en "Fake!", de visión obligada para cualquier timador.
En la película biográfica sobre el cantante Bobby Darin, realizada por el actor Kevin Spacey, Beyond the Sea, se nos muestra un momento en el que el que ha sido un cantante "crooner", tradicional, tiene su momento de rebeldía y compone una canción "protesta", "A simple song of freedom". Se presenta ante el público con guitarra y vaqueros. El público le abuchea; quieren que repita sus viejos éxitos, los de siempre, sus canciones románticas en el estilo de Las Vegas. Y alguien le dice una gran verdad: "la gente escucha lo que ve". La canción se convierte en un gran éxito, con el público en pie coreándola y llevando el compás con sus manos, cuando la convierte en un espectáculo digno de Las Vegas, cuando cumple las expectativas que de él se han hecho: la gente escucha lo que ve, sí, y ve lo que espera ver. La manera de que su canción sea aceptada es cumplir las expectativas, ser el Bobby Darin que todos esperan, que cante canciones protesta con su pajarita y no con vaqueros, con orquesta y no con una guitarra, y acompañado por un coro góspel. A Dylan tampoco le perdonaron salir con una guitarra eléctrica a un escenario. Es una ley general.


El timador hizo como Darin, solo que su intención no era colarnos un positivo mensaje "protesta" contra la Guerra de Vietnam, sino colarse él mismo, ser el "intérprete" que todos esperábamos ver. Jugaba con nuestra expectativas y, evidentemente, con nuestra ignorancia. El timador, como diría Marchal MacLuhan, es el mensaje.
Podemos pensar que el caso del falso intérprete es un caso extremo y puede que lo sea. Pero el principio general se cumple todos los días: nos dan lo que esperamos. Eso afecta al discurso de los políticos, al del vendedor de lavadoras o al de cualquier otro que pretenda conseguir algo de nosotros. Y nosotros de los demás, claro. Lo que nos deja descolocados es nuestra indefensión ante todo aquello que desconocemos. Nos inquieta sentirnos tan vulnerables. Y hacemos bien. El caso del falso intérprete de signos no es diferente de los "falsos expertos" que ha salido en los medios de comunicación recientemente. De muchos otros nos somos conscientes, por fortuna. ¿Recuerdan el caso de la "falsa víctima" española del 11-S, que ya tratamos aquí? [ver entrada] Cualquiera nos puede engañar si desconocemos aquello de lo que nos habla —de la venta de preferentes a la descongelación de los glaciares, pasando por el Instituto Nóos— y son muchas cosas las que desconocemos.

El mundo se nos ha llenado de charlatanes amplificados a través de los medios, de libros y programas televisivos que llegan hasta nosotros con "mensajes" en apariencia con algún significado. Somos los tontos globales, aunque no nos guste verlo así y hablemos de la "sociedad del conocimiento". El número de cosas de las que podemos decir que sabemos algo es muy reducido en proporción a aquellas otras de las que nos tenemos que fiar. Estamos más bien ante la Sociedad del Riesgo de Fraude Global, por parafrasear a Ulrich Beck.
Algunos ven el caso del intérprete timador como un insulto a la memoria de Nelson Mandela. Yo prefiero verlo como su último regalo, una lección más de cómo funciona el mundo cuando está lleno de ignorantes, de lo fácil que es manipularlo, de nuestra propia ceguera, de lo difícil que es sacarnos de nuestras expectativas. Miramos y no vemos; escuchamos y no entendemos. Queremos ver, queremos escuchar. Y siempre hay alguien dispuesto a cumplir con nuestros deseos.



* "El Gobierno de Sudáfrica, a la caza del falso intérprete del lenguaje de signos" El País 11/12/2013 http://elpais.com/elpais/2013/12/11/gente/1386787623_500516.html






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