lunes, 2 de diciembre de 2013

El reino de las ensoñaciones o esto no es Alemania, ¡vaya por Dios!

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
José Toharia y José Ferrándiz, presidente y vicepresidente respectivamente de la empresa Demoscopia, han titulado un artículo publicado este domingo en el diario El País con el título "El posible regreso a la política". Hay que reconocer que la frase, en su interpretación fina, tiene matices variados y estoy seguro que le han dado unas cuantas vueltas a la titulación antes de dejarla en su formulación final. Podían haber titulado con un "regreso de la política" tratando de resaltar que a esto que padecemos todos difícilmente se le puede llamar "política". Está también el espinoso tema de quién regresa a qué: si somos nosotros los que regresamos a la política abandonada de mala manera o si es la política la que regresa a nosotros, pobres desasistidos.
Acostumbrados a sondear en caliente el ya aburrido descontento nacional, los responsables de Demoscopia auguran (fundadamente, suponemos) que el PP volverá a ganar las elecciones con una pérdida fuerte de votos y escaños; que el PSOE se le acercará y que los que viven de sus errores subirán, pero no tanto como para hacerles sombra ni de muleta. Bajaría también CiU porque aquí el que está en el poder está condenado a perder por desgaste en cada vuelta de la tortilla. Significa, en resumen, que los grandes partidos no merecen mucha confianza y los pequeños poca, que solo se hacen con descontentos más que con convencidos. Y es que aquí ya no convence nadie; todo lo más nos calientan la sangre que tenemos ya a punto de ebullición.


Desde hace mucho tiempo se ha perdido la alegría de votar, aquello que nos hacía decir aquello tan bonito de "fiesta de la democracia", cuyo efecto euforizante se va diluyendo conforme pasamos de quijotes a sanchos y se nos retuerce el colmillo a fuerza de desencanto.
Cuando los investigadores de Demoscopia plantean las posibilidades de alianzas para hacer un parlamento gobernable con lo que puede salir de unas futuras elecciones, desestiman directamente lo que se llama por ahí la "gran coalición". Señalan en su artículo:

La alternativa matemáticamente más obvia sería, sin duda, una gran coalición PP-PSOE que remara al unísono por un tiempo, al menos hasta dejar atrás la actual crisis, y que llevara a cabo las reformas estructurales que el país precisa y que solo con su esfuerzo conjunto parecen posibles. Pero esto, evidentemente, pertenece hoy por hoy al reino de las ensoñaciones, pues esto no es Alemania.
Un resultado similar al de esta estimación propiciaría, por otra parte, algo que la ciudadanía añora, según expresa sondeo tras sondeo: el retorno de la política. Es decir, la vuelta a la negociación y al pacto como modo permanente y buscado (y no resignadamente soportado) de resolución de problemas y desacuerdos; y el predominio del diálogo y del respeto mutuo como estilo propio de la vida pública. Con tanta información demoscópica como ahora existe, resulta inexplicable que los partidos propendan a escuchar casi únicamente a sus cuadros y militantes y apenas se esfuercen en oír la voz de quienes les votan. De ahí sin duda ese desafecto que todos lamentan, pero al que no ponen remedio.*


Hay muchos aspectos interesantes en las líneas anteriores. Empecemos por las obviedades: "esto no es Alemania". Puede parecer algo tremendamente claro, pero que gana alguna lucidez cuando nos planteamos que Alemania tampoco lo era antes de ser Alemania. Alemania no es Alemania; es un país donde es posible que los dos partidos mayoritarios acepten formar coaliciones para resolver los problemas del país. Eso sí es "Alemania". El razonamiento "España no es Alemania" es falso si lo que define a Alemania es la posibilidad de acuerdos. No hay imposibilidad de acuerdos; solo no hay voluntad. Sería más justo reconocer que España es "España" (lo que llaman "España") porque se anteponen los intereses de los partidos a los de los ciudadanos.

Alemania ha sobrevivido a dos guerras mundiales, a la fractura del nazismo, a la ocupación y división del país y a una compleja reunificación. Y están ahí: son Alemania y los que viven allí son alemanes. Lo tienen claro. Y no se les caen los anillos a los políticos si tienen que realizar una negociaciones para que su país sea estable políticamente. Se dicen lo que se tengan que decir y hacen lo que tengan que hacer. Allí hacen "política" y no hace falta que regrese de ningún sitio. Pueden y quieren; quieren y pueden.
Lo nuestro es otra cosa y sí hace falta que regrese la política o, al menos, el sentido común. No es posible construir casi nada sin acuerdos y con la amenaza constante —casi gozosa— de destruir lo que el otro construya durante el tiempo que le toque. Nosotros no somos Alemania porque no hacemos lo que Alemania hace, no por ninguna maldición o destino. Sencillamente: este método ha permitido calentar al personal durante años y que se pasen por alto lo que ahora nos llega al cuello. Cualquier demagogo arranca aplausos; cualquier sinvergüenza se siente arropado. Tenemos una política liguera, de ¡viva el Betis man'que pierda! y torera, de estocada hasta la bola.


No tiene nada de extraño que la gente demande un sistema de acuerdos y de encuentros, de búsqueda de soluciones a los problemas, de concordia y respeto. De buena educación, por favor. Pero lo que nos ofrecen cada día es la calle como escenario de lucha, de pérdida del respeto y de la convivencia. Es la forma que tienen de involucrarnos en lo que llaman "política" y "compromiso". Nada más alejado de la realidad. El revuelo frenético que todos los partidos tienen montados estos fines de semana propagandísticos, recorriendo España como feriantes, tiene por misión desmontar las razones del adversario —otras demagogias—, contraprogramarle los discursos para evitar sus irrupciones mediáticas, la única cámara que les interesa.
Dicen los investigadores de Demoscopia que resulta increíble que no escuchen lo que las gentes les demandan a todos: unidad para salir de las crisis, fair play, acuerdos antes que broncas inútiles; escucharse y proponer honestamente por el bien de todos, pero ¿eso le importa a alguien?
No es de extrañar que esto ocurra si estás seleccionando a tus políticos con esos criterios de hostilidad hacia fuera y devoción babosa hacia dentro. No hace falta más, con eso es suficiente. Así se hacen cantera y carrera.


La política tiene, efectivamente, que regresar, pero es difícil que lo haga con unos o con otros. Tiene que hacerlo con todos a la vez. Si lo que define a Alemania es realmente su capacidad de anteponer los intereses colectivos a los particulares, podremos ser "Alemania" cuando lo logremos. Lo peligroso es que con esta pseudopolítica que practicamos es difícil que seamos capaces de lograr algo duradero y un progreso constante. Nos arrastra a todos, nos hace débiles.
Nuestros políticos parecen empeñados en no hacer lo que ellos consideran imposible y en cambio fracasar en lo posible. Quizá sea la hora de que después de haber visto hasta dónde nos lleva lo posible, empezar a desarrollar fórmulas que les parezcan de ensueño. Lo que está claro para todos —no para ellos— es que esta fórmula está caduca, que no permite salir adelante porque no hay la voluntad que debería estar en todos: la de apuntalar el conjunto con sus esfuerzos. Es lo que en el artículo se llama "remar al unísono" y dejar de darse con el remo en la cabeza. La "gran coalición alemana" tiene sus propios detractores en Alemania, por supuesto. Pero lo importante es que no descartan ninguna solución, pues de eso trata la política, de no cerrar puertas a la realidad para no tener que salir por las ventanas. Y menos desde el quinto piso de la crisis. Los alemanes no tienen ninguna virtud que los demás no puedan tener. Simplemente no se niegan a hacer lo que pueden hacer. Discuten lo que tengan que discutir, pero si se tienen que sentar, se sientan.
Si yo fuera el autor del artículo modificaría su título: de "El posible regreso a la política" lo llamaría, sin ambigüedades, "El regreso posible a la política". Se puede.




* "El posible regreso a la política" El País 1/12/2013 http://politica.elpais.com/politica/2013/11/30/actualidad/1385833743_342394.html




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