viernes, 22 de noviembre de 2013

Sobre las malas costumbres o el desayuno indigesto

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hay veces en las que uno lamenta que el tiempo no sea reversible, hacer que la flecha del tiempo vuelva al arco del que salió. Es la sensación de haber escuchado algo que nunca debió escucharse pero que se escuchó. Son cosas que llamamos los peligros del directo, improvisación, etc., pero que hay que tener cuidado dónde y cuándo se dice; no es lo mismo desafinar en la ducha que en la Scala, ante unos miles de aficionados que sufren viendo cómo se pisotea su aria favorita.
Ha ocurrido durante uno de los desayunos de Radiotelevisión Española. Hay días en los que los "desayunantes" deberían tener más cuidado con lo que dicen. El momento no podía ser más desafortunado ni menos adecuado, pues se trataba de comentar algo tan sencillo, tan elemental, tan sin complicaciones, tan festivo, tan fácil de estar todos de acuerdo, como era la entrega del Premio Sajárov a Malala Yousazfai. Algo tan sencillo, insisto, como alegrarse porque la Lotería haya caído en Vinaroz, pongamos por caso, o en cualquier otro sitio, y no al señor Fabra por enésima vez. Era una buena noticia.


Después de escuchar a Malala, con el Paramento europeo puesto en pie, diciendo que lo que ella pide no son juguetes, videoconsolas u otras cosas de ese estilo para los niños, que solo pide "un libro y un lápiz", frase de sencillez casi evangélica, había que dar la nota de alguna forma. Y le tocó el trombón a don Casimiro García Abadillo, periodista habitualmente bien informado, soltar la genialidad. Es cierto que el comentario se enfocó mal desde la primera interviniente, que cometió el grave error de presentar a Malala como un triunfo de Occidente, algo que encantará a los que la disparan, para criticar el integrismo religioso. Pakistán no está en guerra con Occidente; es un conflictivo aliado de los Estados Unidos. Pakistán no es Irak ni Afganistán. Los talibanes sí son iguales en cualquier lado y ejercen la violencia porque se creen con derecho divino a ejercerla.


El señor García Abadillo comenzó su intervención diciendo que él era bastante escéptico sobre lo que se puede conseguir en esos países con una guerra. Tras citar la información de que Estados Unidos había decido seguir en Afganistán hasta 2024, diez años más, sacó sus conclusiones de esto: "Occidente está intentando, por medio de la guerra, llevar unas reformas a los países musulmanes cuya mayoría no quiere esas reformas, desgraciadamente." Cuando fue interrumpido —con buena intención pero muy pobremente, todo hay que decirlo— por sus contertulias, García Abadillo señaló compungido que él no tenía la fórmula, que le encantaría tenerla, pero que "la guerra no es la solución". "No creo que en Afganistán, o en Irak, o en Pakistán, de donde es Malala, haya una mayoría de gente que haya cambiado de opinión respecto a sus costumbres después de doce o trece años de guerra. No lo creo. ¿Vosotras creéis, de verdad, que ha cambiado la forma de pensar en esos países?"*, preguntó para redondear lo dicho.

Las cursivas son nuestras, no por el énfasis en ninguna de sus palabras —más bien lo dijo con cierto abandono, como el que tira la toalla, aburrido—, sino por las cosas que contenían esas palabras dichas así, en ese momento en el que a quien se estaba premiando no era a quien hacía la guerra —el comentario parecería dar por buena la tesis talibán, que sostiene que Malala es una agente occidental encubierta—, sino a quien recibía los tiros.
No voy a cometer la tontería de pensar que el señor García Abadillo lo hizo con mala intención. Fue un ejemplo de cómo algo mal enfocado desde el principio, desde la primera intervención, se va torciendo hasta volverse contra la noticia que lo genera.
Matar niñas por ir a la escuela es una costumbre. Costumbre es secuestrar cooperantes y trocear a algunos. Costumbre es también lapidar mujeres o que los padres y hermanos puedan matar a la mujeres en nombre del honor familiar. Costumbre es no permitir vacunaciones por si te envenenan, porque las ONG son agentes occidentales que quieren quitarles influencia en las zonas ganando prestigio al demostrar que es mejor una vacuna que ponerse en las manos de dios. Costumbre es celebrar matrimonios con niñas de ocho o diez años. Costumbre nuestra, en fin, fue gritar también "¡vivan las cadenas!" y así nos va.


No es lo mismo Afganistán que Irak y Pakistán, con situaciones muy diferentes. Afganistán es una reliquia del pasado en la que las "costumbres" las marcan a sangre y fuego los talibanes, los estudiantes de teología. Recordará el desayunante aquello de que una mentira repetida muchas veces acaba siendo una verdad; pues con las costumbres sucede lo mismo: una barbaridad repetida muchas veces se convierte en costumbre, pero en costumbre opresora, como ocurrió en aquellos países a los que volvieron radicalizados los más radicales, disfrazados precisamente de tradición.
Malala no tienen nada que ver con la guerra de Occidente, sino con el intento de sacar a su pueblo de la ignorancia. No debe confundirse costumbre e ignorancia, aunque muchas veces las costumbres sean ignorantes pues vienen de tiempos en los que menos se sabía. La costumbre es antinatural si supone un freno al desarrollo, si solo se puede mantener mediante la violencia irracional. Para los intereses de muchos, la mejor costumbre es no pensar para que nada cambie.


Hay otro error también grave: confundir a Occidente con la guerra. Eso que lo hagan los talibanes está bien, pero que lo haga él no. No todo lo que sale de Occidente —que son también muchas cosas— es la guerra. También salen muchas cosas que apreciamos todos. Esa idea de que "Occidente" echa sus migajas a pueblos desagradecidos que las rechazan es nefasta no solo por falsa sino por el daño que hace a los que la aprovechan para sus fines. Hay muchos intercambios valiosos más allá de los tópicos. Hay intereses aislacionistas, suicidas, que apuntan a que con cerrar las fronteras es suficiente. No solo salen bombas de Occidente; salen médicos y maestros. Los talibanes no quieren ni a unos ni a otros.

Muchos de los males que se padecen en los países islámicos es haber confundido interesadamente tradición con inmovilismo. En eso coincidieron precisamente con el colonialismo explotador, que se llevaba sin apenas transformar dejándolos en el atraso. Y es ese uso de la costumbre ascendida a ley inmutable lo que hace sufrir a muchos cada día. Han cerrado la posibilidad de encontrar nuevos caminos porque lo que niegan es la existencia misma de caminos. La primera víctima es siempre el reformista.
Malala lucha por el derecho a ir a la escuela cada día, para ella y para todos los niños y niñas de su país y de todo el mundo. No hace manifestaciones para que les invada nadie. Son los que sienten que la educación va a reducir su poder de control social los que se ven amenazados.
Otro gran error es pensar que la idea de democracia es privativa de Occidente e ignorar que en esos países hay muchos musulmanes —como Malala, que lo es— que quieren destinos mejores para sus pueblos y que creen que pueden encontrarlos si logran sacudirse la idea de que todo está dicho y que es enemigo el que no lo cree así.
Los talibanes son una abominación, como lo es Al-Qaeda y similares, dentro de su propia cultura; una facción violenta que reclama, como todos los fascistas visionarios, la exclusividad y la ortodoxia. Es muy peligroso considerar a los más violentos como los defensores de las costumbres.


Malala Yousazfai no ha renegado del mundo al que pertenece y ella no es "Occidente" ni está en guerra más que con la ignorancia que condena a la mitad de la población a no saber, a la incultura por la imposición de una minoría ruidosa y brutal. Si había un momento inoportuno para hacer ese comentario era el momento de la entrega del Premio Sajárov a la Libertad de Conciencia, un premio a la defensa de los Derechos Humanos, no de los derechos de Occidente, como reconocimiento de su valor.
Malala —y con ella muchos millones de personas en todo el mundo— también tienen derecho a elegir sus "costumbres" y a cambiar para salir de la ignorancia y la pobreza, que es lo único que ha conseguido ese radicalismo de las costumbres, un mundo para el que conceptualmente no existe la idea de "progreso". A lo mejor "Occidente" tiene la mala costumbre de hacer guerras donde no debe, algo que no le niego al desayunante en absoluto; pero algunos "occidentales" no deberían tener la costumbre de encogerse de hombros ante crímenes horrendos llamándolos "costumbres" y diciendo que la "mayoría no quiere reformas". La mayoría en Pakistán eligió a Benazir Bhutto y fue asesinada por los mismos o similares que intentaron matar a Malala. La mentalidad es la misma. Malala recibió el Premio de la Paz en su país, de manos de las autoridades pakistaníes, no de Barack Obama. Celebraron algo que esa mayoría del pueblo quería: que las niñas se educaran frente a la intolerancia de los fanáticos que controlan zonas del país.
Pakistán necesita a Malala. Y no solo Pakistán. La necesitamos todos: es la cara del futuro posible para su país y muchos otros, la esperanza de un diálogo transformador dentro y fuera.


Malala no son las bombas; es la educación, el arma más peligrosa y a la que más temen, encarnada en una mujer. Es el cambio, precisamente, desde dentro y por eso tienen miedo de una niña que les desafía. No es cuestión de costumbres, no. Un libro y un bolígrafo —lo que pide Malala para los niños— no son malas costumbres. Son el futuro que no se permite, prohibido.
Que Occidente, como dice el contertulio, haga mal muchas cosas no significa que se deba abandonar o ignorar a las personas que quieren cambios en sus propios países, salir del atraso esclavizador. Ni aislacionismo ni fatalismo; cooperación y honestidad. No nos confundamos ni confundamos a los demás.
Espero que en Pakistán no vean Los desayunos, al menos ayer.



* Los desayunos de RTVE 21/11/2013 http://www.rtve.es/alacarta/videos/los-desayunos-de-tve/






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