viernes, 1 de noviembre de 2013

Si yo fuera dictador o Letta y Europa

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El cambio que ha supuesto Enrico Letta para Italia es grande. Ya lo supuso Monti anteriormente, pues cualquiera que suceda a Berlusconi en el gobierno de la República ya es una gran cambio, dada la irrepetibilidad del "caballero". Afortunadamente, dirán algunos, pues es difícil que un país sobreviva a tamaña jugada del destino o del azar.
El diario El País publica una interesante entrevista con él centrada esencialmente en la cuestión de Europa y el temor al ascenso de los populistas antieuropeos por todo el continente en las próximas elecciones de la Unión.
La preocupación por la política está llegando a través de Europa, especialmente si se produce una confluencia electoral de intereses antieuropeos. Letta admite que el riesgo es grande. La experiencia de la inestabilidad italiana convertida en "europea" asusta lógicamente a los que piensan que es necesario mejorar el funcionamiento de las instituciones antes que bloquearlas. Señala Enrico Letta:

Aunque está muy subestimado, existe un riesgo muy grande de que el próximo mes de mayo se elija el Parlamento Europeo más antieuropeo de la historia. Lo más probable es que en algunos de los grandes países y también en los más pequeños nos encontremos con un crecimiento de todos los partidos y movimientos euroescépticos y antieuropeos. Con un efecto muy negativo y peligroso. [...] Es urgente una gran batalla europeísta, la Europa de los pueblos contra la Europa de los populismos: esto es lo que está en juego en los próximos seis meses.*


Mucho me temo que sea un mal comienzo hacerlo con un juego de palabras que ya ha dado poco de sí —pueblos vs populismos— y que admite todo tipo de variantes con "naciones", "regiones", etc. según le convenga a cada uno una visión de Europa u otra. Está bien que haya propuestas sobre la mesa, pero el primer obstáculo, desde luego, es la percepción de la inoperancia en las instituciones como un reflejo de la propia falta de eficacia en los países que ha dado lugar al traslado de la política ineficaz de los partidos.

Es difícil que un país se vuelva antieuropeo y populista si sus instituciones funcionan correctamente y, por ello, mantienen una relación "saludable" con Europa. El antieuropeísmo de los que funcionan bien es por su percepción de que son víctimas del parasitismo de los que funcionan mal o por un sentimiento romántico de pérdida de soberanía. También este último se beneficia de la falta de eficacia europea para resolver.
Es importante distinguir el antieuropeísta negativo del positivo porque obedecen a causas distintas. No es lo mismo percibir una agresión que un obstáculo o freno. Se pueden, es cierto, percibir las dos cosas, pero es interesante saber dónde están las causas, reales o manipuladas, del sentimiento que se genera en cada caso.
También es cierto que en la mente caben y conviven sentimientos contradictorios y que se pueden mantener de forma intermitente. Puedo considerar que los beneficios son naturales mientras que los aspectos negativos son grandes conspiraciones que se han urdido contra mi país. Esto es lo más fácil de manipular y despertar.


Sin embargo creo que sería más correcto concebir el populismo antieuropeísta más como un fracaso de los políticos locales que como una responsabilidad de Europa misma. El antieuropeísmo se forma primero como una reacción local ante la costumbre de los políticos nacionales de trasladar las responsabilidades de su mala gestión hacia arriba y presentarla como agresión o ineficacia europea. Los partidos populistas no surgen tanto por un deseo de cubrir un espacio político sino por el fracaso de los partidos convencionales que son incapaces de afrontar los retos que se les presentan —nacionales y europeos— con eficacia.
En el caso italiano, clarísimamente, la responsabilidad del surgimiento del populismo es del propio Silvio Berlusconi y su forma de hacer y llevar la política del país. La semilla del antieuropeísmo las lanzan los partidos nacionales que han usado la fachada europea para responsabilizarla —como si fuera un ente extraño— de sus fracasos. Es la Europa como terapia de la frustración, sobre la que descargar aquello que nos resulta difícil justificar.


No digo que desde "Europa" —es decir, sus instituciones— no se puedan cometer errores, sino que los que cometen errores en Europa son los mismos que los comenten en sus respectivos países, que es donde los eligen. Sin embargo, "Europa" no existe o se percibe de esa manera, sino como una instancia extraña y monolítica, la "otra" y no una prolongación ponderada de nosotros mismos. Esa Europa es un "alien". Mientras se hable de Europa como de otra cosa, será difícil abordar los problemas más allá de los problemas técnicos, por muy complejos que puedan llegar a ser.
Cuando Letta habla de Europa incurre en ese mismo error porque en realidad no se está defendiendo de "Europa" sino de lo que puedan hacer "desde Europa" sus enemigos locales. Sus enemigos crecerán —en Italia y en Europa— simultáneamente. El riesgo actual es que estos "populistas" están aprendiendo a estrechar lazos, alianzas, y sacarán más fuerza que la que puedan tener en sus propios escenarios locales. Su ejemplo, además, sirve de estímulo para su proliferación.
Dice Enrico Letta:

Si fuese dictador europeo durante media hora, publicaría dos edictos. Creo que el primero sería inmediatamente compartido por la opinión pública: la unificación del presidente de la Comisión y del presidente del Consejo Europeo en una única figura. Esto se puede hacer sin cambiar los tratados, basta con proponer a la misma persona. Una unión personal —digámoslo así— de las dos funciones ya sería una decisión importante. Sé que desde el punto de vista de la perfección jurídica de Bruselas estoy diciendo una especie de blasfemia porque el presidente del Consejo desempeña un papel de gestión, mientras el presidente de la Comisión tiene otra función, pero sería más práctico y todo el mundo lo entendería.

No sé si Europa se arregla a base de blasfemias, como dice Letta, pero la separación es precisamente una garantía de que nadie tendrá tanto poder como para liderar Europa por encima de los propios países, que son quienes diseñaron un modelo de unión que situara a alguien por encima de los poderes de los países. Por eso no hay "presidente de Europa", sino presidentes de Consejo y Comisión, para dejar bien claro que tiene un modelo más burocrático, que dirigen órganos y no países. ¿Cómo llamaría Letta a ese "presidente" que reuniera los dos poderes en una sola persona? Pues mientras existieran los dos organismos sería obligado llamarle de las dos formas. Desde el punto de vista práctico no supondría ningún avance, ya que tendría que actuar en función de un solo organismo en cada momento. El que lo "entendiera todo el mundo" tampoco es probable, pues es más difícil entender por qué una sola persona preside dos órganos distintos, con funciones distintas, a que lo hagan dos personas. Eso sí, habría menos posibilidades de error al recordar su nombre y ponerle cara, algo que gusta mucho al político profesional.
Pero como la media hora como dictador de Enrico Letta dan para mucho más que cuatro de años de legislatura para los demás, hace una segunda propuesta:

Con el segundo edicto aboliría todos los acrónimos que son incomprensibles para todos. La burocracia de Bruselas los utiliza como una brújula, pero el resto de la gente se pierde. Solo basta pensar en el asunto de la crisis: EFS, ESM, SIX PACK TWO PACK…, esto es, una lista de términos absolutamente incomprensibles entre los que nos perdemos. Haría falta volver a llamar a las cosas por su nombre para volver a acercar a los ciudadanos.*

Si esto se hiciera en Europa, tendría algún sentido, pero esto no es más que una deriva constante que se produce en los demás países y que afecta desde la LFP al INEM. Esta siglas las conocemos todos los españoles, pero no preguntes por ellas a italianos, alemanes o franceses. Tampoco se solucionaría ningún problema.


No es casual que Enrico Letta, como político, piense que los problemas de la política son problemas de "comprensión de los ciudadanos", que es como decir que la política es perfecta y los ciudadanos unos paletos cazurros que no se enteran y al que hay que simplificarle el mundo porque se pierde, un Paco Martínez Soria en una especie de "La política no es para mí". En España se escuchó aquella frase de "lo hacemos bien pero no lo sabemos explicar" como justificación de una derrota histórica. Al menos echaba parte de la responsabilidad al maestrillo y su librillo además de a ese poco aplicado alumno que todo los políticos miran por encima del hombro.
Los problemas de Europa no son problemas de comunicación —identificar autoridades o interpretar siglas— sino de fines y funcionamiento. Aunque haya muchos problemas nuevos, como no podía ser de otra manera, el principal es la incapacidad de los que tienen que afrontarlos proponiendo soluciones y esos son los políticos que elegimos para hacerlos. La cuestión es muy sencilla: si unos no funcionan y se acumulan los problemas, crecen respuestas positivas o peligrosas, según los casos.


A unos les gustará pensar que el ascenso de nuevos partidos se debe a sus propios méritos y a que tienen líderes "guais", pero en la mayoría de los casos las tendencias al cambio del voto provienen de los errores y el descrédito alcanzado por los partidos asentados en cada país. Son votos del descontento con los políticos locales y, porque son los mismos partidos los que están en Europa, se trasladan a Bruselas.
Una de las limitaciones más graves de los movimientos populistas es que no necesitan ser demasiado inteligentes en sus propuestas; les basta ser demagógicos para recoger el voto que se escapa harto y aburrido de la falta de respuesta de los partidos profesionales y mayoritarios. Es ahí donde está realmente el peligro. Letta, en cambio, ve las diferencias en los objetivos de cada grupo en términos de Europa:

Sería un grandísimo problema si los populistas europeos superan el 25%. Esto lo debemos tener todos muy presente. Hay que tener en cuenta algo: desde 1979 hasta hoy todos los resultados de las elecciones europeas se han mirado en clave nacional, para ver las consecuencias internas de la subida o la bajada de tal o cual partido. Nunca en estos 35 años se ha mirado el resultado de forma conjunta. Ahora, en cambio, por primera vez la partida será de europeístas contra populistas. Y creo que esta dinámica será idéntica en el resto de los grandes países.

La facilidad del planteamiento no debe hacernos meter en ese saco de los "populismos" a elementos muy distintos y con diferentes grados de peligro. Hay que distinguir los movimientos caóticos que han surgido como contestación al deterioro de la política nacional —en el caso de Italia, por el desastre de los populistas Berlusconi-Bossi— de aquellos de largo recorrido histórico que se están fortaleciendo por el descontento ante la ineficacia de los grandes partidos que aprovechan para identificar con Europa misma. Me refiero en concreto a casos como el de la Ultraderecha francesa con Marine LePen al frente y sus alianzas con otros grupos similares repartidos por Europa y fuera de ella.


La mejor forma de hacer una Europa eficaz es tener políticos eficaces en la política nacional, ya que no es lo mismo sacar adelante una Europa con países que funcionan razonablemente bien que tener que hacerlo con países sumidos en los desastres de la mala gestión. Pero esto es ya complicado dada la deriva histórica de una profesionalización no basada en los principios (ideólogos, renovadores de ideas) o en la capacitación (gestores).
Los partidos —y me refiero a España— no son ya espacios de debate sobre cómo hacer las cosas, sino simples estructuras burocráticas —pero se quejan de Europa— en donde se aprende a trepar por mecanismos oscuros a través de la única institución que ha prosperado, el "delfinado". Si los partidos no se sanean y oxigenan, si no se renuevan para ofrecer alternativas reales y no demagogias baratas y efectistas, campañas de imagen y gestos de cara a la galería (pedir la renovación en un hotel de cinco estrellas o romper una foto de tu tesorero encarcelado), la gente buscará —aunque sea como castigo o por curiosidad— alternativas que surjan del descontento.
Las palabras de Letta, quizá por rutina, caen en la misma crítica de Europa antes que en la crítica de lo que hemos hecho con ella, pervirtiéndola ante los ojos de los electores cuando nos interesa o convirtiéndola en nuestra devoción cuando nos viene bien.


Creo que no hace falta soñar con ser dictador, aunque sea durante media hora, para cambiar Europa. Al contrario: se trata de ser verdaderamente democráticos —aquí y allí, en nuestros países y en la Unión— para demostrar que es la democracia el gran logro de Europa, que está en su origen como pensamiento de vida en común y como traslado de la democracia primera que se vive y desea vivir en cada estado. Es la democracia y la voluntad de que todos vivan bajo ella la que frenara el avance de tendencias peligrosas —xenofobia, racismo, cierre de fronteras, recortes de derechos sociales y políticos— que anidan en algunos de esos populismos que el mal funcionamiento de una Europa llevada por malos gestores puede sacar al primer plano de la política. Se identifica a Europa con la "burocracia" y los "burócratas" porque el vedetismo de los políticos nacionales no permiten que surja nadie capaz de provocar la identificación con ideas y principios. Es así de sencillo; los estados no admiten un protagonismo europeo más que de forma controlada y gris.
La crisis de Europa es el reflejo de las crisis que viven sus miembros, proyectada hacia esas instituciones que son de todos. Resolvamos nuestras crisis, y la de Europa se reducirá porque permitirá avanzar hacia donde nos gustaría ir y no, como ahora, hacia donde estamos obligados, por nuestra propia inoperancia, a ir. Estoy de acuerdo con Letta —que merece mis respetos aunque quiera ser dictador durante media hora— en que "es urgente una batalla europeísta", pero esa batalla empieza en los propios países, en concreto en la renovación de los partidos nacionales y en su forma de hacer política.




* “Es urgente una gran batalla europeísta” El País 1/11/2013 http://internacional.elpais.com/internacional/2013/10/31/actualidad/1383252211_143749.html





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