jueves, 21 de noviembre de 2013

La servidumbre

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Usamos la palabra "servidumbre" en dos sentidos principalmente: con uno expresamos la obligación, algo que hacemos sin estar convencidos de ello, que debemos hacer de forma inexcusable; por otro, se aplica a l o relativo a los criados, a los que deben hacer lo que otros les ordenan, a la servidumbre. Los dos están íntimamente ligados a la idea de "servicio", pero un servir muy diferente. Mientras en el primer sentido conlleva un cierto sacrificio que engrandece a quien lo hace, el segundo no lo tiene pues mantiene el tono de inferioridad atribuido de antiguo al criado y cuyo clasismo mantiene el lenguaje.
Llevo varios días oyendo hablar de las memorias recién publicadas de Pedro Solbes, el que fuera por dos veces ministro socialista. El libro lo ha titulado "Recuerdos. 40 años de servicio público". También hemos tenido ocasión de escuchar al autor de esos recuerdos, al propio Solbes, diciendo de qué se arrepiente y señalando qué le vino dado. Iba para el papel de Don Juan y le asignaron el del Convidado de piedra.
El exministro de Zapatero repite una y otra vez que se arrepiente de haber estado en la segunda legislatura socialista al lado del presidente al que le explicaron la Economía en un par de tardes y faltó a la tercera, y al que nadie le llevó un diccionario para centrarlo también en la Humanidades y entendiera qué significaba la palabra "crisis". Con carencias así en números y Letras, no es de extrañar que este país fuera solidariamente al desastre, porque no elige uno a sus dirigentes para dejarlos luego en la estacada.

Ese distanciamiento se deja caer por los cafés y mentideros mientras estás en activo, se desmiente en los papeles y se confirma, pasado el tiempo, en cartoné, en espacio reservado en tus memorias, que es la forma en que el político se asegura unas líneas de disidencia frente a sus futuros biógrafos. A unos les preocupa ser olvidados y a otros ser mal recordados.
No he escuchado a nadie dar la razón a Solbes. Puede que alguien lo haya hecho, pero yo no lo he escuchado. Están los que guardan silencio, la minoría silenciosa, y estos han sido sus propios colegas del partido, que además de silenciosos han estado invisibles, pues todos han resaltado las ausencias fraternas en la presentación de un libro que ninguno de ellos pondrá en sus futuras memorias —¿por qué los políticos además de aguarnos el presente nos quieren irritar en el futuro?— o lo harán para defenderse.
Lo que sí he escuchado a casi todos los que han comentado el libro o las declaraciones de su autor es por qué, si estaba tan convencido de la crisis, si disponía de datos y razones, no dimitió. La gente ya no le pregunta por qué no convenció a Rodríguez Zapatero de que había una crisis profunda porque no se piden imposibles, pero la dimisión sí estaba en su mano. Y Solbes, cuando se le pregunta sobre esto, hace un gesto facial y de hombros, casi hegeliano, de aceptación del Espíritu disparatado de la Historia, un gesto tras el cual nos gustaría verle con la cabeza rapada, unos ropajes naranjas, y sumergiéndose en la aguas del Ganges con toda devoción. ¡Qué menos!, tras el descubrimiento de que el Velo de Maya es más grueso de lo que pensábamos y que no hay agujerito para hacer trampas.


Rodríguez Zapatero no ha necesitado excusas tontas porque al final descubrimos todos su naturaleza, pero Solbes intenta recrearnos una historia trágica, que él —lejos de ser María Antonieta jugando a la Economía, como otros— ha vivido un drama terrible, el de la lucidez al servicio de la estupidez. Por eso todos se han enfadado tanto, ahora que —dentro de los movimientos pendulares para ver qué funciona con la gente— se vuelve a reivindicar la prodigalidad alegre y desenfadada. En la oposición salen siempre todas las cuentas. Quizá el problema de Rodríguez Zapatero —y, con él, el de todos— fue que vivió su gobierno con generosidad de oposición.
Pero Pedro Solbes quiere mostrarnos y convencernos —por el módico precio de su libro y el generoso tiempo dedicado a leerlo— que él vivió el gobierno con espíritu de gobierno, aunque las acciones no lo acompañaran. Por eso en vez de molestarse en contarnos lo que hizo —de eso suelen tratar la memorias— dedica espacio a contar lo que pensaba que había que hacer y no hizo. Toda disidencia, nos dice, se resolvía en privado, como en los palacios de las novelas de Dumas.
Todo esto —con solo un ejemplo es suficiente— ha llevado a que John Müller, en el diario El Mundo, titule su artículo "Solbes: la incoherencia entre palabra y obra", en el que escribe cosas como estas:

Cuenta Solbes que ya advirtió sobre la burbuja en noviembre de 2003, desde Bruselas. "Hay que frenar los precios de los pisos y el endeudamiento", decía. Era de suponer que el padre de tan feliz diagnóstico se emplearía a fondo en el problema. Pero no, cuando Zapatero le nombró vicepresidente sus prioridades cambiaron. "Nuestra política debía favorecer el cambio de modelo de crecimiento. Y podíamos hacerlo sin sobresaltos. Teníamos toda una legislatura por delante...".
Esta reiterada desconexión entre el pensamiento y la acción es lo más sorprendente de este libro. La escisión se va haciendo más profunda a medida que avanzan los años, hasta renegar de su participación en el segundo Gobierno de Zapatero, que Solbes considera un error, quizá porque desfiguró totalmente la imagen providencial que había dejado su gestión con González.


No tienen sus críticos —los de Solbes— pretensión de reconocerle la grandeza de la incoherencia lúcida, ya que ser incoherente está al alcance hasta de los más grandes patanes. En otros países probablemente habrían dejado un ejemplar de su libro ante el monumento al Soldado Desconocido, pero en España —ahora que hace frío— se hace leña con todo. Polvo al polvo.

Uno puede pensar que es un error pasar cuatro años de tu vida en un gobierno que no gobierna como tú piensas que debe hacerlo, pero en cualquier caso es un "error prolongado"; no se le exige tan fe a un costalero. Algunos dudaban de la capacidad ministerial de Solbes, cosa que a él parece irritarle, aunque a los políticos se les conozca por sus resultados y no por sus intensas dudas nocturnas. Otros han podido sospechar que fuera su apego al Poder lo que le mantuviera de Ministro y Vicepresidente; a esos les ha contestado que su "espíritu de funcionario" le hace estar allí donde se le necesita y le llamen, aunque no se sepa muy bien para qué le han llamado si hacen luego lo contrario de lo que piensa. Pero de lo que no podrá dudar nadie es de su paciencia y sacrificio. Aguantó mucho tiempo allí donde no le hacían caso. Cuanta más inteligencia trate de mostrar, más incomprensible resultará su actuación. No se puede presumir de "señor" encerrado en un cuerpo histórico de "criado".
Solbes debería modificar ligeramente el título de su libro en la inminente segunda edición: 40 años de servidumbre pública. Sería más ajustado. En la política hacen falta médicos, no forenses.


* "Solbes: la incoherencia entre palabra y obra" El País 20/11/2013 http://www.elmundo.es/economia/2013/11/20/528bf60d61fd3d273e8b4584.html?a=be3ee103aa37a2b54db9cc3c4a1730f7&t=1384990894






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