lunes, 4 de noviembre de 2013

El juicio

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Mañana —hoy, cuando lea esto— Egipto estará empezando a escribir otra página extraña en su historia reciente, el comienzo del juicio del presidente depuesto Mohamed Morsi. No creo que existan ningún precedente de la situación egipcia: el enjuiciamiento de dos presidentes, Mubarak y Morsi, el primero tras treinta años de mantenerse en el poder y el segundo tras apenas un año de ejercicio, derrocado por la fuerza combinada de la protesta popular y el Ejército.
Los problemas en Egipto no acaban con los hechos, se lucha por los nombres mismos, un verdadero debate nacional, haciendo bueno aquello de que quien controla el significado de las palabras se hace con el mundo. Se lucha por las palabras, sin duda, como se lucha en las calles. También la semántica se cobra sus víctimas. Es el empecinamiento de todos por controlar las palabras claves —"revolución" y "pueblo"— intentando atribuirse la hegemonía de su uso. Incluso por la ocupación de los espacios simbólicos se lucha, pues ese centro místico es Tahrir, el lugar de la Revolución, allí donde los islamistas desean asentarse tomando la plaza, haciéndose con espacio y palabras, rehaciendo los gestos de la "revolución", constituyéndose en "pueblo". Palabras, espacios, mártires... El juicio es la transformación simbólica de Morsi, de presidente a "mártir" para unos y "reo" para otros. 


Lo sorprendente de la Revolución egipcia —desde el punto de vista exterior— es que muchas cosas permanecen intocables desde la caída de Mubarak. Pese a que ha habido una o dos "revoluciones" en este tiempo o uno o dos golpes de estados, con las combinaciones posibles, según el gusto del que lo explique, lo más importante sigue en pie, que son las leyes por las que se hace pasar a unos y otros aunque sea por causas contrarias. Las leyes de Mubarak las siguió utilizando Morsi e incluso alguna la amplió asumiendo más poderes que los que ya tenía el presidente anterior derrocado. Gran parte de los problemas de Egipto viene precisamente de esa indefinición de los acontecimientos de ese ocurrir fantasmal de las cosas, que se dan por hechas, para desvelarse después que eran más ilusión, ganas de que ocurrieran, que otra cosa. Es como la carrera de Aquiles con la tortuga cuyo final no llega en una infinita división del tiempo de la Historia. Queda el pueblo, eso sí, aunque también se disputen su nombre y sentimientos, con sus ganas de libertades un día y de islamismo otro, según quién hable en su nombre.

Cuesta explicar a la gente que te pide aclaraciones lo que ocurre en Egipto porque es como entrar en un laberinto de despropósitos políticos e históricos que muchos egipcios simplifican como "rectificaciones" o "dar continuidad" a la Revolución y otros como ejemplo de su agotamiento, sin que se llegue a finales visibles que no sean cruentos. Pero no es fácil de entender incluso teniendo datos que te permitan construir alguna respuesta coherente. No es fácil entender un proceso con una parte visible confusa y una parte sumergida en los fangos de la historia. Es un caso prolijo y cambiante, como es propio de una situación en la que no se ha logrado la unanimidad suficiente como para enterrar un régimen ni la fuerza necesaria como para imponer un sustituto poco agraciado, como fue el propuesto por los islamistas, que pensaron que se trataba de llegar y besar el santo. Fue esa mezcla imperfecta precipitación y premeditación lo que supuso el rechazo de millones de egipcios que manifestaron no estar dispuestos a salir de una dictadura laica para entrar en una beatífica dictadura religiosa llevada a cabo a través de todos los recursos institucionales, tomados al asalto por la Hermandad, que lejos de gobernar para todos los egipcios trató de hacer a todos los egipcios de la Hermandad. Pocas veces ha habido un desembarco en el poder tan descarado y abusivo.


Mañana se producirá un episodio más de la historia cuyo final es tan imprevisible como su comienzo. Los Hermanos Musulmanes no están dispuestos a ceder y puede que la visita ayer de John Kerry haya acabado de enfurecerles. Probablemente, la diplomacia norteamericana trataba de hacer un gesto para lo contrario, un visita que diera a entender que la situación entraba en fase de normalización con el avance de la "hoja de ruta" planeada por el gobierno interino. Sin embargo, nada desquicia a los islamistas más que esa posibilidad, el "olvido traidor" de la comunidad internacional —especialmente de su "aliado" Estados Unidos— que va cicatrizando la herida que se les abrió con la destitución de Morsi, la violencia de los 800 muertos de la sentada, y las detenciones masivas de sus dirigentes, catorce de los cuales se sentarán junto a Morsi en el banquillo.

Tal como se ha informado en general en Occidente, pareciera que solo ha habido víctimas de un lado y que los Hermanos lo eran de la Caridad, pero no es ese el caso. Desgraciadamente conozco suficientes personas que han padecido las iras islamistas, pagándolas algunos o sus familiares con la vida. Tienen los Hermanos un buen manejo de los aparatos propagandísticos por la experiencia de años y sus propias redes internacionales capaces de responsabilizar a los demás de los males que muchas veces ellos mismos han causado. Poseen la habilidad de usar bien a los grupos periféricos para parecer moderados cuando deben, dejando a otros la tarea sucia, y radicalizarse cuando les interesa. Muchos de los más violentos han pasado por la Hermandad antes; los moderados, la abandonan. Pueden presumir de cualquier cosa menos de democracia, ni interna ni externa. De eso no hay duda y durante un año se pudo ver de forma clara y manifiesta.
La Unión Europea advirtió a Morsi sobre el incumplimientos del respeto a los Derechos Humanos, especialmente los que tenían que ver con la libertad religiosa y con la mujer, y le exigió que entablara diálogo con la oposición, a la que había arrinconado para la constitución y el diseño del Estado. Y Morsi, en su altivez islamista iluminada, le dijo a Angela Merkel —y a todos nosotros en su cara— que aquello eran "asuntos internos de Egipto" en los nadie debía meterse. Tan "internos" fueron que acabaron en el "coup" que no es un "coup" seis meses después. Morsi no solo desatendió la advertencia de la Unión Europea sino que, lo que es peor, desatendió a su pueblo —esta vez sí— que reunió casi 23 millones de firmas y se manifestó para que rectificara en su desprecio, que dimitiera y convocara elecciones generales. No lo hizo y se rió de los demás. Tres días después estaba bajo arresto. Pocas veces en la Historia se ha visto tanta soberbia disfrazada de "legitimidad", tan poco sentido político, tanto apego al poder sin importar las consecuencias.


Recoge el diario El Mundo, en su información previa al juicio, la opinión de los seguidores de Morsi: «Los Hermanos Musulmanes consideran que Mursi "ya no es un hombre común", sino que se ha convertido en un "símbolo de los principios y valores" que la humanidad ha establecido a lo largo de decenas de generaciones.»* Parece que ya no tiene suficiente Morsi con ser el ídolo de aquellos que le eligieron en segunda opción, como sustituto de su líder inicial, sino que ha de ser espejo de toda la Humanidad. Es una forma de verlo. Es sorprendente el inmenso amor que los egipcios desperdician con líderes que luego les defraudan tanto y son incapaces de resolver cualquier problema que la realidad les pone por delante.


Mañana se sentará en el banquillo —si no ocurre nada— en un juicio extraño, kafkiano, casi surrealista,  porque no será posible dilucidar nada, solo el ejercicio simbólico del juzgar y sus implicaciones visibles: el cierre de una etapa o la apertura de otra o ambas cosas o ninguna, porque la Historia solo está en las mentes de los que la juzgan. Se le acusará de muchas cosas, de incitación a la violencia, de responsabilidad en las muertes de manifestantes —como a Hosni Mubarak—, de espionaje o de haber actuado en connivencia con los enemigos de Egipto. Unos dirán que es una farsa, otros el triunfo de la legalidad.
Y en las calles habrá seguidores y detractores. Lo único importante es que no haya más muertes porque cada muerto es una piedra en el alto muro que impide a Egipto acercarse a su futuro.
No es fácil encontrar una salida política para el islamismo porque el islamismo tampoco las da cuando llega al poder y tiende a creerse irreversible —según su propia visión de la Historia— utilizando los mecanismos del Estado para completar su obra de transformación social y religiosa, construyendo el mundo a su imagen y semejanza, pues no hay mayor perfección. La urgencia de encontrar fórmulas para que la gente pueda vivir su fe religiosa sin hacérsela vivir a los demás de forma impuesta y restrictiva es grande porque no solo afecta a Egipto; es un problema —profundo— que se ha abierto tras las revueltas en los países árabes.


El sentido integrista, totalitario, se encuentra en las raíces del islamismo al no dejar evolucionar sus principios de forma acorde con la Historia, más bien negándola. No es fácil convencer a la gente que debe vivir de forma estancada. Esa forma de fe se convierte en una trampa para quienes la practican y la hacen practicar forzosamente a otros. En un mundo intercomunicado ya no es posible levantar las murallas necesarias para que no se vea el progreso o se vean más allá espacios de libertades y derechos. Solo queda entonces el aislamiento, el adoctrinamiento social y llamar mentirosos e impíos al resto del mundo, convertirlos en tentación pecaminosa. Una salida muy pobre.

* "Los islamistas advierten sobre una 'gran' protesta por el juicio a Mursi" El Mundo 3/11/2013 http://www.elmundo.es/internacional/2013/11/03/527683060ab74099458b4574.html



 



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