jueves, 12 de septiembre de 2013

El desengaño

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El presidente Obama debe llevar unos días preguntándose por qué ha pasado de ser considerado un adalid de la paz —con Nobel incluido— o de ser aplaudido en el fenomenal auditorio de la Universidad de El Cairo por los asistentes antes de la Revoluciones primaverales, a tenérsele por belicista en medio mundo y a verse manifestaciones en las calles de Egipto con pancartas en las que se le muestra disfrazado de Bin Laden. Pero no hay que irse tan lejos. Una cadena de televisión preguntaba a los ciudadanos, en pleno centro de Nueva York, su opinión sobre la crisis siria. Aunque no tenga valor estadístico o probatorio alguno, los ciudadanos manifestaban su incomodidad con las decisiones de su presidente: "He votado al presidente Obama, le apoyo en muchas cosas, pero en esto no puedo hacerlo. No estoy de acuerdo", decía uno de ellos. Es más o menos lo que vienen a decir las encuestas. Obama se ha equivocado, coinciden en señalar.
La pregunta es: ¿por qué ha llegado Barack Obama a esta situación? ¿Cómo se ha producido etsa inversión en su valoración perceptiva cuando —aparentemente al menos— se trata de una causa como la de evitar que se gasee a la población?


El agua de la lluvia cae repartida pero luego corre canalizada; las gotas del descontento acaban formando torrentes de frustración. Al final de la primera legislatura, las voces —unas más discretas que otras— de los que se sentían desengañados con el presidente al que habían votado coincidían casi todas en lo mismo: no se cumplen nuestras expectativas, no hay cambio real. En la primera legislatura el desengaño se centró en la economía. Había mucho deseo de ejemplaridad contra la clase financiera que había desencadenado la crisis que sacudió al mundo entero desde el centro de Wall Street. 

"¡Esto no es Wall Street! —dice un diablo en la serie televisiva "Sobrenatural"—"Esto es el infierno y aquí tenemos integridad". Más allá del chiste, está la indignación popular de la que es reflejo. Sin embargo, pronto se vio que Obama no solo no metía a ningún banquero en la cárcel sino que mantenía a los responsables de la política financiera —los que habían fallado en el control y supervisión permitiendo desastres y corrupción financiera— en los mismos puestos. Eso no sentó nada bien y comenzaron a levantarse voces críticas, algunas muy cualificadas en el mundo de la Economía, señalando que los responsables saldrían de rositas, lo que implicaba que estarían preparando la siguiente felicitándose por haber salido indemnes del desastre que provocaron con su codicia y desvergüenza financiera. El famoso riesgo moral —el que las acciones económicas erróneas no se vean penalizadas— quedó en nada. Habían actuado impunemente burlando las normas y nadie pisó la cárcel. Y la gente responsabilizó al presidente que habían elegido para meterlos en cintura.
Esa debilidad que algunos entrevieron se vio ampliada con las penosas negociaciones presupuestarias entre los dos partidos, llevando de nuevo al límite del estancamiento y el caos a Estados Unidos y, por sus efectos, al resto de los países que verían sacudidas sus economías. También entonces el presidente Obama recurrió a la estrategia de líneas rojas y ultimátum apocalíptico. El enfrentamiento con los proyectos de salud pública también se convirtieron en campañas en su contra y en cesiones negociadas a otras propuestas que se alejaban de las promesas en su segundo mandato. El programa de salud, conocido como "Obamacare", supuso un tremendo desgaste y fue calificado por un político norteamericano como "un choque de trenes", en referencia a los intereses multimillonarios de la compañías de seguros, farmacéuticas, etc. con los que se enfrentaba.



La gente parece haber descubierto que Barack Obama se encuentra con demasiada frecuencia en situaciones límite, ante fechas clave en las que el estómago se encoge ante la perspectiva de terribles situaciones, tal como ocurrió con las negociaciones presupuestarias.
El camino de un presidente estadounidense en una segunda legislatura, sin posibilidad de una tercera, no suele ser muy cómodo si no ha tenido una primera excesivamente sólida. Los republicanos han golpeado sin piedad en cuanto que han tenido ocasión y los demócratas se vuelven calculadores antes las perspectivas futuras, desmarcándose o preparando sus mochilas para el siguiente viaje hacia el poder.

Ante esta perspectiva de debilidad y falta de apoyos, ocurre la crisis de las primaveras árabes en la que Estados Unidos se enfrenta de dejar abandonados a viejos "compañeros de viaje", como Mubarak en Egipto, o a intervenir militarmente en Libia en donde, hace un año, fue asesinado el embajador de los Estados Unidos, Christopher Stevens, junto a otros miembros del personal de la legación, algo que hoy mismo le recuerdan. Extraña forma de establecer vínculos con los que se han movilizado para liberarte.
El papel de los Estados Unidos en la zona se ha visto mermado por la increíblemente torpe estrategia desarrollada ante el apoyo a los gobiernos islamistas políticos surgidos tras la primavera árabe, en una incomprensión del desarrollo previsible de los fenómenos y sus consecuencias. Hoy Oriente Medio es un polvorín recorrido por grupos terroristas de diverso pelaje que se desplazan de un lugar a otro interviniendo donde pueden crear el caos, por Siria, Egipto, Líbano o Libia. Las calles de las ciudades de varios países se llenan de manifestaciones antiamericanas por unos motivos u otros. La presión interna y externa aumenta.


La crisis siria es una muestra más del pésimo asesoramiento político de Barack Obama. La salida de Hillary Clinton de la Casa Blanca —y para muchos próxima candidata a ella— parece haber tenido efectos secundarios. Clinton se ha sentido forzada a intervenir en apoyo del presidente tras la iniciativa rusa sobre Siria. Como ha señalado con agudeza The Washington Post, «Until Monday, Clinton had not commented publicly on an alleged Aug. 21 chemical weapons attack that U.S. officials say Assad carried out. »* Los apoyos llegan cuando ya la crisis está en un tono distinto. Bill Clinton, señalan también, no se ha manifestado hasta el momento. 
Con toda esta crisis, la figura de Barack Obama ha entrado en un vía dolorosa. Las facturas que deberá pagar son muy amplias. Se le responsabiliza del deterioro del liderazgo americano, que algunos entienden en un papel de gendarme del mundo antes que de otro tipo. Entienden que muchos de los conflictos abiertos lo son por la debilidad manifestada.


Siria es solo una parte. Los aliados a los que se les ha pedido apoyo en Siria, siguen con la fractura del espionaje masivo o selectivo, como es el escándalo del espionaje a la presidenta de Brasil, que ha dicho que suspende su visita a Estados Unidos hasta que se le den explicaciones satisfactorias. Las "explicaciones" dadas hasta el momento por el espionaje a los amigos y aliados han sido ridículas y han irritado a casi todos los amigos, que han visto en ello una política poco leal y que les obliga, por sus propios ciudadanos, a protestar por ser espiados. El argumento es que Estados Unidos vela por sus intereses, argumento que podrían volverse contra los Estados Unidos por parte de cualquier terrorista. ¿Solo los Estados Unidos tienen intereses que justifican cualquier acción dónde sea y con quién sea? Este argumento se sostiene solo en la fuerza y no en otro tipo de liderazgo, algo que siempre traerá problemas y, desde luego, pocas simpatías. 

El conflicto sirio ha causado una aceleración del deterioro de la figura de Obama dentro y fuera de los Estados Unidos. Ha dado argumentos a los republicanos para la próxima legislatura y no atraerá muchos apoyos internacionales ante la presión de Rusia y China por jugar un papel de liderazgo mayor y enfrentarse al papel solista de árbitro mundial.
La "jugada risa" en Siria ha dejado en evidencia la falta de cintura de la política norteamericana. Los hay que opinan que Obama trató de lanzar un órdago que reafirmara su liderazgo amparándose en la intervención militar; los habrá que piensen, en cambio, que se vio entrampado en sus propias palabras arrastrando a los Estados Unidos a una posible guerra que nadie quería ni quiere.
La evolución de la guerra civil Siria, pues de eso se trata, ha sido más o menos previsible, pero nunca estuvo clara. El informa de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, hecha pública hoy, es otro golpe a Barack Obama, pues acusa a amabas partes de "crímenes inimaginables", impidiendo establecer un universo maniqueo. Al Asad es un dictador cruel que ha arrastrado a su país a una guerra, de eso no hay duda, pero la ONU advierte que los rebeldes que luchan allí ya no son unos simples civiles, víctimas de un dictador. El informe presentado acusa de "crímenes contra la Humanidad" a Basar Al Asad y de "crímenes de guerra" a los rebeldes.


Ante esta perspectiva, las palabras de Obama sobre la intervención militar ante el uso de armas químicas, un año después, tienen un sentido diferente. Por eso han sido consideradas un desliz, algo que no se tenía que haber dicho nunca porque el presidente de los Estados Unidos puede ser el hombre más poderoso del planeta, pero no tiene el don de la videncia, especialmente en escenarios muy oscuros como el sirio. El temor a estar ayudando a grupos como Al Qaeda a hacerse con el poder en Siria es un serio obstáculo para la intervención norteamericana —y de los demás— y que ha sido puesto sobre la mesa por políticos de distinto signo. Nos gustaría que las guerras estuvieran tan claras como las películas bélicas, pero suelen tener malos guionistas.
A los problemas vistos, hay que añadir el ascenso del papel de Rusia, que ha estado tras las bambalinas y que aparece ahora en un papel de supervisor del proceso que Estados Unidos pierde. Un comentarista político norteamericano califica esta misma mañana de "chiste político" que Rusia —que ha estado entregando las armas a Al Asad— supervisara su arsenal de armas química. Sí, la Historia también tiene lugar para chistes, de mejor y de peor gusto.

El hecho de que la mayoría de los países haya visto el cielo abierto con la fórmula rusa para salir del atolladero y que esta provenga de un "desliz" de John Kerry, no ha gustado mucho a algunos políticos norteamericanos, pero es preferible a una ampliación, imprevisible en sus consecuencias, del conflicto. La guerra siria caerá del lado que caiga, pero no puede ser el detonante de una locura mayor. La mayoría de los estadounidenses ha comprendido que, ocurra lo que ocurra, su intervención en el conflicto no les traerá nada bueno y sí el riesgo de muchos problemas.
Obama podía haber tomado la vía de los refugiados. Señalar que el conflicto sirio había entrado en una vía muerta, pasarle la responsabilidad moral a Rusia por su apoyo militar a un régimen genocida y haber jugado un papel solidario en favor de las víctimas. Pero eso, parece ser, no va con la idea de que el liderazgo mundial se basa en la fuerza.
Quizá el desengaño resida en esta último punto, en las esperanzas puestas en que el mundo podía funcionar de otra manera. Lo que se ha visto es que los esfuerzos se ponían más en la "justificación moral" de una intervención militar antes que en evitarla. Los argumentos, claro, no han convencido a nadie. No sé cómo juzgará la Historia a Barack Obama, pero su presente está siendo complicado.


* "Hillary Clinton backs Obama on Syria strike" The Washington Post 9/09/2013 http://www.washingtonpost.com/politics/hillary-clinton-backs-obama-on-syria-strikes/2013/09/09/f697ecc6-196f-11e3-a628-7e6dde8f889d_story.html

 


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