domingo, 18 de agosto de 2013

El carro de los miedos

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los miedos de los egipcios son muchos, variados y complejos. Como si fueran por un hipermercado recorriendo el pasillo mejor surtido del mundo, cada uno va haciendo la selección del miedo que se le ofrece en los estantes. Hoy los egipcios tienen miedos, miedos absolutos y miedos relativos, miedos presentes y miedos futuros. Han pasado de la esperanza revolucionaria, que supuso la pérdida del miedo —del miedo a manifestarse, del miedo a soñar despiertos, en voz alta— al agarrotamiento del que se siente bloqueado, angustiado por lo vivido y por lo que le queda por vivir. Unos a unas cosas y otro a otras, el miedo ha vuelto, si es que en algún momento se había ido, como ese paraguas que no acabamos de guardar por si las nubes del horizontes deciden oscurecerse.
Hoy unos egipcios viven el miedo de las noches escuchando disparos bajo sus ventanas o de los días a travesando las calles con situaciones de peligro real, con listas de muertos crecientes. Miedo a los islamistas para unos, miedo a la represión otros. No hablo de "razones" o "racionalizaciones", hablo de miedos. Las razones son para los analistas e historiadores, para escribir artículos y tesis, para abrir noticieros. Hablo del miedo de las personas, de los que se ven inmersos en el flujo de la violencia, arrastrados por ella en su vidas de las que dejan de tener el control.


Son miedos reales, provocados por el riesgo físico. Pero están también los otros miedos, los del futuro inmediato, los que se generan por las informaciones locales y por lo que leen en la prensa internacional. Está el miedo a una guerra civil, que muchos niegan afirmando que el pueblo egipcio está más unido que nunca, pero que otros temen con el espectro sirio sobrevolando las conciencias. Está el miedo a una intervención extranjera, que se manifiesta en un abanico que va de sanciones o condenas en los foros internacionales al miedo a una intervención militar, a una invasión. Es el miedo que el egipcio combate con su orgullo, rechazando mediaciones, negando el intervencionismo extranjero.
¡Qué pena que la comunidad internacional, tan preocupada ahora, no manifestara antes su "preocupación" por los signos evidentes del deterioro político, por la deriva del gobierno de Mursi o Túnez! ¡Qué pena! ¡Qué pena que se tengan que hacer rápidos repasos de "lo que ocurre" en Egipto para intentar comprender algo! ¡Qué pena que los que fueron el primer día a hacerse la foto de la "Primavera árabe" recorriendo las calles de Túnez, Libia o Egipto, como Sarkozy y Cameron o los demás líderes europeos, hayan estado tan ocupados! ¡Qué pena que la crisis del euro no haya permitido programas de cooperación y apoyo político a los que no tenían financiación de los países del petroleo, como le ocurría a los islamistas, bien organizados y provistos de fondos! ¡Qué pena! ¡Qué pena que consideraran que con la llegada de los islamistas al poder no habría más problemas, que se cerraba un ciclo! ¡Qué pena de fotos, de sonrisas desperdiciadas! Y ahora tocan las sanciones, más fáciles que la vía de ayudar crear un futuro posible, y no solo una apariencia de estabilidad complaciente. Lo de Estados Unidos podemos "entenderlo" desde su propia lógica, pero ¿lo de Europa?


Y ahora, de nuevo, el miedo reina en Egipto. Los miedos no deben ser analizados como probabilidades reales de ocurrir sino como angustia. El miedo a lo que pueda ocurrir en el futuro es lo que nos hace actuar en el presente, tomar nuestras decisiones hoy para mañana. No deben ser desdeñados, pues, los miedos, sino tenidos en cuenta, pues condicionan las decisiones tomadas.
Los miedos se pueden combatir con otros miedos o con esperanzas. Los egipcios no necesitan más miedos —ya tienen bastantes— necesitan esperanzas, luces y no más sombras. El crecimiento de la violencia no trae ninguna luz. La cuestión es si se quiere o puede parar, si no es el juego del miedo el que se ha elegido para la confrontación.

El miedo —junto al odio— es una poderosa, universal, herramienta política y social, que va desde el miedo a la condena eterna a la condena social, pasando por la legal. Es el miedo a las conspiraciones internas y externas, a que existan fuerzas que no te dejen en paz nunca, que te persigan y transformen tus sueños en pesadillas. La Historia de Egipto está presidida tradicionalmente por el miedo. El miedo lo han utilizado contra los egipcios sus gobernantes para justificar sus acciones, errores o represiones. Forma parte de su historia. El miedo bloquea el entendimiento y hace buscar desesperadamente un refugio donde estar a salvo.
El único momento de ruptura de la estrategia del miedo se produjo durante la Revolución —Mubarak también intentó la estrategia del miedo—, momento en el que los egipcios se sintieron unidos, con más esperanzas que miedos. De ahí sacaron su fortaleza y energía para poder soñar un futuro posible. Pero el amanecer tras la Revolución trajo un camino que miraba hacia atrás más que hacia adelante. Al volver a traer a primer término a los viejos enemigos, no se avanzó, se volvió a la posición inicial. Lo que parecía un avance no era más que la canalización del miedo: unos votaron a Shafiq, sin creer en él, por temor al islamismo; otros votaron al islamismo, sin ser islamistas, por temor a los militares del viejo régimen autoritario contra los que se hizo la revolución. Y el miedo y el enfrentamiento volvieron otra vez con efecto disgregador. No solucionaron nada y lo que podía haber sido la fiesta de la democracia pasó a ser la "batalla" de la democracia, con derechos exclusivos para el vencedor que quiso convertir a todos a su credo. Las urnas no disiparon los miedos, sino que los atrajeron de nuevo. El miedo volvió a provocar sueños oscuros. El problema de Egipto no es democrático, sino pre democrático, fórmula insatisfactoria para intentar expresar ese conflicto previo y excluyente de visiones del mundo que no pueden ocupar un mismo espacio, que viven en dimensiones mentales distintas.


Los miedos de hoy son miedos para el futuro. Ocurra lo que ocurra, los egipcios tendrán que volver a convivir con miedos muy reales, durante mucho tiempo, porque las piedras que se lanzan al estanque provocan ondas que llegan a las orillas. La fractura abierta es grande y de arreglo difícil, entendiendo por "arreglo" una solución que no genere más problemas que los que arregla.

Lo que se decía en 2011

Lo más preocupante es que se considere que esos miedos son un estado natural, eterno, que Egipto está condenado a vivir siempre bajo el paraguas de alguien que le canta una canción nocturna para ayudarle a conciliar el sueño, a alejar sus terrores nocturnos, una nana con aires de corneta o de llamadas a la oración. Egipto necesita su propia canción de esperanza. Y los que así lo creen deben ponerse en marcha antes de que no se pueda diferenciar entre la pesadilla y la realidad. Tienen que vaciar de miedos los carros y llenarlos de productos de primera necesidad.Tendrán la incomprensión de todos, pero ese será su sacrificio, su martirio particular. 


 




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